Duelo por la heterosexualidad

Resumen

Este ensayo tiene como propósito identificar las pérdidas simbólicas en el proceso de duelo que pasa, tanto un hombre y su familia, al identificarse como homosexual, haciendo una reflexión crítica del papel que tiene la sociedad en este proceso y en la construcción social de heterosexualidad que genera expectativas depositadas en un hijo ideal.


Palabras clave: Duelo, pérdida, homosexualidad, constructos sociales

Abstract

The purpose of this essay is to identify the symbolic losses in the morning of a man and his family when he identifies himself as homosexual, considering the role of society in this process and in the social construction of heterosexuality that creates expectations for an ideal son.


Keywords: Mourning, Loss, homosexuality, social constructs

Introducción

i alguien pierde a un ser querido se le da el pésame, si alguien se divorcia se le da apoyo, pero… Si alguien pierde su identidad al reconocerse homosexual, ¿qué sucede? Podemos juzgar y rechazar, o por el contrario tomar una postura de respeto y aceptación, pero lo que pocas veces se hace es acompañar y empatizar con lo que la persona en cuestión está viviendo.

Desde hace mucho tiempo se ha considerado a la homosexualidad como una preferencia, es por esto que, al ser una supuesta “decisión”, se tiene hasta hoy la tendencia de estigmatizar y tratar de cambiar lo que ahora sabemos es una orientación sexual[1]; pero debemos de entender que se atraviesa por una pérdida de la heterosexualidad, pérdida que no es exclusiva. A lo largo de la vida tenemos desde pequeñas pérdidas hasta pérdidas sociales, familiares e ideológicas, en donde la persona experimenta un proceso similar al que ocurre cuando hay una pérdida por muerte, desembocando en una sensación de pérdida de la propia identidad[2]. Hay que entender también que, la persona que está perdiendo su identidad no es la única que lo experimenta; los padres, hermanos, amigos y personas cercanas también atraviesan duelos debido a las expectativas y representaciones que se tienen sobre el individuo y todo lo que conlleva la pérdida de la heterosexualidad.

Tanto la persona, como los seres cercanos que están pasando por un duelo ante la pérdida de la heterosexualidad, pasan por las mismas etapas de duelo que menciona Kübler-Ross[3]. En cada una de ellas, se experimentan diferentes vivencias que en muchas de las ocasiones pasamos por alto.

A Marina Castañeda[4] le debemos el término de duelo por la heterosexualidad; y es que muy poca atención se le ha dado a este tema, debido a que en nuestra sociedad, especialmente la mexicana, la homosexualidad es un tema tabú. En la actualidad, el tema de la homosexualidad ha adquirido gran relevancia en todo el mundo, y es importante que nosotros tomemos conciencia de que las personas homosexuales tanto de manera interna, como desde su círculo primario, la familia, hasta en entornos de segundo orden como la escuela, el trabajo, las organizaciones e instituciones, pasan por procesos de adaptación a la una realidad que es desconocida o tergiversada, y muchas veces contraria a la cultura tradicionalista instaurada en nuestra sociedad, que no permite la inclusión a lo que se sale de los estándares.

Es por eso que el objetivo del presente ensayo es identificar y resaltar las pérdidas simbólicas que se desencadenan al perder la heterosexualidad, asimismo, descollar el proceso de individuación homosexual masculina, haciendo una reflexión crítica del papel que tienen los padres y la sociedad en general en este transcurso, tomando en cuenta que el proceso de duelo, ya sea a nivel individual o familiar, ocurre de manera alterna al sentimiento de pérdida de la identidad al darse cuenta de que la sociedad no tiene un lugar específico para las personas homosexuales.

Desarrollo

Tenía apenas 15 años, era el primero de mi clase y un excelente hijo, le ayudaba a mi papá en el taller mecánico los fines de semana después de mi práctica en el Pachuca Juniors. Salía con Roxana, la chica más bonita de la secundaria, y era la envidia de todos. Por si fuera poco, mi vida sexual acababa de iniciar. Para todos, esto suena perfecto, pero, ¿por qué yo no lo sentía así?

Y sí, me acostumbré a esa vida “perfecta”, dejé pasar el tiempo… ¿A quién le importaba?, acababa de ser campeón goleador, me admitieron en la prepa más importante del estado y mi regalo de 16 años fue el carro rojo que mi padre tanto me prometió… más y más cosas buenas, pero yo seguía vacío.

De pronto Javier, ¿qué me sucedía con él? Pasábamos mucho tiempo juntos, teníamos los mismos gustos, íbamos en el mismo taller de guitarra; pero había una diferencia, él era soltero y yo andaba con Roxana… -¡Ya no tienes tiempo para mí!- me reprochaba, -ya no salimos, ni siquiera me marcas en las noches, ¡¿qué te pasa?!-… ya no sabía qué contestar. La verdad es que me sentía mal de estar jugando con sus sentimientos; ella se hartó de la relación y terminó conmigo.

No me sentí tan triste, sin embargo, mi deber era llorarle. Le marqué a Javier y me invitó una copa… nos encontramos en el bar de siempre, sin darnos cuenta pasaron horas y horas, era muy tarde para regresar a casa, así que me quedé en la de él. Despertar y ver a Javier desnudo a mi lado me hizo enfurecer, me levanté desconcertado de la cama, con la cara llena de lágrimas y muy confundido; busqué mi ropa y salí corriendo, -¡no lo puedo creer!-, llegué a mi casa y me encerré en mi habitación, poco a poco recuperé la calma, pero no dejaba de pensar en lo sucedido. No quise ver a nadie en todo el día; sólo pensaba: -¿Por qué me tiene que estar pasando esto a mí?-.

Cuando un sujeto sufre una pérdida significativa, comienza un proceso de duelo. Esto tiene que ver con un proceso interno de asimilación y reorganización de la vida del doliente, en donde se reacomodan sus estructuras para adaptarse a una nueva situación. Hay que entender que si bien los duelos son originados por pérdidas significativas, no hay que dejar pasar desapercibido que el poder de la significación está en el valor emotivo que la persona le adjudique, pero, ¿cómo llegamos a esta valorización? Parafraseando a Freud5 diríamos que el objeto es tratado como el propio yo del sujeto y le pasa una parte considerable de libido narcisista, es decir, se trata de un proceso narcisista en donde la energía del propio sujeto es depositada en el objeto, resultando en una pérdida que inicia un duelo por la energía libidinal perdida en el objeto envestido.

Ahora bien, es preciso señalar que las pérdidas no sólo son de tipo objetal, sino también existe un factor de idealización que influye en la pérdida de las representaciones mentales del individuo. De esta manera, cuando la persona pierde su heterosexualidad, se habla de una energía libidinal que se ha quedado sin objeto, pero no se ha perdido un ser querido, sino una representación interna. Una representación que bien es aprendida de lo exterior.

Javier me comenzó a introducir al mundo gay, me explicó que no es malo experimentar nuevas cosas. Después me llevó con un grupo de amigos, eran muy buena onda, todos gais. Ahí me di cuenta de que todos los estereotipos que tenía a cerca de la homosexualidad eran erróneos y que todo lo que mis padres y mis amigos decían sobre ser “maricón”, “puto” o “joto” hacía que viera mal la homosexualidad. Gracias a él conocí un mundo diferente al que estaba acostumbrado, y sobre todo, aprendí a respetarlo. Comencé a salir con ellos, y la verdad es que me sentía muy bien, sin embargo, tenía que aclarárselo, yo no era homosexual y lo que había sucedido con Javier sólo era un accidente a causa del alcohol.

En la escuela las burlas no cesaban cuando me empezaron a ver con el grupo de amigos de Javier. Me gritaban “maricón” o que ya “saliera del closet”. Yo trataba de hacerles entender que sólo me caían bien y que no había nada de malo en tener otras preferencias; a pesar de esto, las cosas seguían igual. Por eso regresé con Roxana y me alejé de Javier y sus amigos.

Desde inicios de la humanidad, la imagen social del poderío económico, político e histórico ha recaído sobre el constructo de la heterosexualidad masculina6; por eso consideramos que el contexto cultural es el que va a delimitar las pautas de comportamiento estereotipado que deben de cumplir los diferentes miembros de la sociedad, por tanto, estos constructos se internalizan de manera subjetiva en cada persona de acuerdo a la crianza e historia de vida, dando como resultado lo que se cree que debería de llegar a ser, o más bien, retomando la idea lacaniana del deseo[7], lo que la sociedad desea que él desee ser. Este es el proceso por el que el ideal del yo se va a construir de manera social, pero, ¿qué consecuencias tiene el que exista una figura dominante en nuestra sociedad?

Para que exista una figura dominante en la sociedad, asimismo debe de existir una figura oprimida. Desgraciadamente la humanidad, desde tiempos remotos, está orientada a lo que Kimble8 llama dominio social; se prefiere pasar sobre los demás con tal de llegar al progreso, en donde la persona sólo tiene que funcionar como un receptor pasivo de normas culturales, siendo esta la única forma de consolidad la autoestima, se espera que las minorías adopten las ideologías de la mayoría para que se legitime la superioridad del grupo dominante; por lo tanto, si la figura autoritaria en el mundo ha sido la masculinidad, luego entonces, todo lo que sea diferente a esta norma, la homosexualidad por ejemplo, deberá de ser excluida por ir en contra de lo normal, no como metonimia de antinatural, sino como referencia a la campana de Gauss.

Ahora bien, ¿es precisa la represión como única forma de vida para no ir en contra del sistema?, ¿cuán justa es vivir en una sociedad de mayorías que está fundada en principios de equidad? Los locos, los presos, los leprosarios y demás grupos minoritarios han sido excluidos de la sociedad por ser lo indeseable, el hombre trata de protegerse de lo que forma parte de sí mismo y no quiere aceptar en el otro diferente9. La exclusión es apenas el resultado de una situación aún más profunda: el prejuicio y la discriminación se deben a alguna creencia que se tiene respecto a los miembros de otros grupos, a partir de esta idea, se crean mitos o estereotipos culturales para justificar la conducta de esas personas[8].

Pero es necesario precisar que si bien se ha tratado de invisibilizar a las minorías, no quiere decir que no existan, aunque la sociedad le ha dado incluso calidad de muerto a las personas homosexuales; sin voz ni palabra, sin esencia ni existencia, una muerte psíquica[10], una muerte simbólica, el único lugar que ocupa en la humanidad es la cripta de la discriminación y la exclusión, no el lugar de un miembro en la vida de la sociedad. La homosexualidad no sólo ha tenido que vivir en el closet de lo prohibido, sino también condena a un enterramiento vivo.

Si bien, de manera evidente, se ha trastocado la integridad de la persona homosexual como miembro de la sociedad, ¿qué lugar ocupa el homosexual como miembro de una familia? ¿Cómo es que reacciona la familia, influenciada por la norma social, al ver derribada esta representación interna de un hijo heterosexual?

“No digas tonterías, hijo. Yo no puedo tener un hijo puto, no, no, no; ni lo pienses. Debe de ser por tu amiguito ese, ¿verdad? Desde hoy te prohíbo salir con él, ¿te quedó claro?, en esta casa nunca habrá un maricón, ni lo pienses, eh mijito, no me quieras fregar la vida.” En esta parte comprendí que no era lo único a lo que me iba a enfrentar; lo más difícil estaba por venir, el duelo de mis padres.

Ocurre algo muy parecido a la pérdida de un hijo[1] cuando los padres se enteran del diagnóstico fatal de su hijo enfermo, comienza un duelo por su pérdida, que inicia con un embotamiento de la sensibilidad, sólo que en este caso el diagnóstico es “tiene un hijo homosexual”.

En el caso de las familias con hijos homosexuales, cuando un hijo confiesa a sus padres su orientación sexual, el mensaje que es trasmitido es que no es heterosexual, lo que se traduce en la sentida pérdida de un hijo ideal, o el constructo de hijo que se ha ido formando en cuanto a las expectativas que se tienen sobre él.

Por eso es interesante cuestionarnos qué es lo que ocurre con las relaciones padre-hijo en cuanto los hijos son depositarios de las características deseables que los padres les asignan y repentinamente, ya sea en un cambio de etapa del desarrollo o por alguna otra situación, desaparecen, ¿también se vive un duelo? ¿Qué ocurre cuando los padres comienzan a depositar características que no precisamente corresponden a la realidad de sus hijos? Probablemente estaríamos hablando de una cuestión de proyección, en donde los padres se reflejan en sus hijos, y depositan en sus descendientes su ideal del yo, al sufrir la pérdida de que no se cumplirá el ideal del yo en que situaron a sus sucesores, deviene un sentimiento de fracaso e inicia un duelo que por principio de cuentas entrará en una fase en donde los progenitores dan poca importancia, incluso, pueden hacerse los desentendidos.

Roxana era una chica muy tierna y comprensiva, trataba de que nos la pasáramos bien y siempre me llamaba para salir. Yo siempre me portaba un tanto grosero e indiferente, me comenzaba a dar cuenta de que no me gustaban en realidad las mujeres. ¿Qué me está pasando?, lo peor de todo es que extrañaba estar con Javier. Sin darme cuenta empecé a cambiar mucho, dejé de ir a la práctica de fútbol, en la escuela ya no me juntaba con nadie y me quedaba en el salón a la hora de los recesos, rompí con Roxana; ya no me gustaba platicar con mis papás y me encerraba en mi cuarto, nadie me entendía.

Ésta fue la etapa más difícil, porque entendía que era homosexual y no sabía qué hacer o pensar al respecto. A pesar de lo insoportable que estaba, Beto y marco, mis amigos de toda la vida, insistieron en estar cerca de mí y me apoyaron en todo momento.

La persona experimenta sentimientos de negación e ira, pero llega un momento en el que no puede seguir sosteniendo tal situación; la depresión que se presenta tanto en todo duelo toma fuerza, se tomará distancia de las personas cercanas, introduciéndose poco a poco en un aislamiento profundo al alejarse de las actividades diarias. En este punto es necesario que la persona cuente con un agarre, y como lo menciona Silverman[12] la principal unidad de apoyo es la familia, que funciona como proveedora de atención, de aprobación, de necesidades materiales y de retroalimentación. La familia fija al individuo a una red social y a la sociedad más amplia. Sin embargo, los padres en específico pueden estar empezando para este momento su propio proceso de duelo, lo que complica que sirvan como soporte del hijo, no obstante, existen otras redes de apoyo que sirven a la persona, tales como amigos, maestros, o incluso estar en un grupo en donde se relacionen con iguales.

Los homosexuales han desarrollado estrategias para manejar sus diferencias con la sociedad mayoritaria y para responder a la opresión abierta y encubierta. Han aprendido a resistir y a no ser demasiado afectados por la discriminación y sus variantes. Como miembros de grupos, trabajan juntos para formar redes de apoyo individual y grupal[1]. La llamada comunidad gay ha fungido como red de apoyo e identificación, sin duda es un factor importante, después e incluso antes que la familia, para la formación de una identidad homosexual[14] pero también es el reflejo de una minoría que no está muerta y que pide a gritos su resurrección. Reclama el lugar que la sociedad nunca le dio, el de ser persona, el de estar vivo.

Y es así como empezó mi proceso, estaba perdiendo algo que no sabía bien qué era, pero también tenía ganancias; me empezaba a sentir “yo mismo”. No fue para nada fácil, me costó ira, enojo, rechazos, burlas, miedo, golpes fuertes de los cuales o fue fácil levantarme, un largo tiempo de culpas, reproches, pero finalmente también de aceptaciones. Y gracias a ello, hoy puedo decirlo… ¡SOY HOMOSEXUAL!

Bien lo dice Fernando Savater[15], al momento en que tenemos conciencia de que somos mortales, de que nos vamos a morir, es cuando en verdad podemos llamarnos humanos y comenzamos a vivir de verdad. Tal cual como un hombre homosexual se da cuenta de que tiene que morir la heterosexualidad, que su pérdida es inevitable para dar paso a ese nuevo vivir, comienza a vivir su verdadera identidad.

La vida del individuo se empieza a reacomodar, regresa el interés por las actividades diarias y por las personas queridas. Sin embargo, como en cualquier pérdida, puede existir un duelo patológico, el cual Freud[16] describe como melancolía, que es la cancelación del interés por el mundo exterior, pérdida en la capacidad de amar, inhibición de la productividad y autoreproches. Lamentablemente algunas personas pasan por esta fase, al no lograr la aceptación total y comienza un proceso de implicaciones severas, muchas de ellas animadas por las condiciones no inclusivas y de rechazo de la sociedad.

Por el lado de los padres, aquellos que cuyo duelo sigue un curso favorable, reconocen y aceptan la realidad en forma gradual, lenta pero incesante, se acomodan a una nueva situación de los modelos representacionales de sí mismo y el mundo[1]. La relación con su hijo volverá a reforzarse, dejando atrás las ideas y afectos negativos, para realizar cambios a la par de su hijo.

Conclusión

Para poder hablar de un duelo habría primero que hablar de la pérdida. A diario tenemos micro-pérdidas y en muchas de las ocasiones pérdidas a mayor escala; ¿por qué no pasamos por un duelo cuando gastamos dinero en comida, por ejemplo? De manera superficial la respuesta estaría en que se obtiene una ganancia que supera a la pérdida, además estamos saciando una necesidad, pero nos enfrentamos a una pérdida al fin, ¿no? O aún más claro, ahora por el lado de una pérdida en la economía emocional, la mujer que sufre histriónicamente por perder al tercer “amor de su vida” de este mes… ¿por qué vivimos el duelo de lo absurdo?

Con esto nos queda claro que nuestro mundo interno es aún más importante que la realidad que estamos viviendo, y en el caso de las familias, ¿por qué habría que acunar la pérdida de un hijo heterosexual cuando éste decide “salir del closet”? ¿A acaso le cambiaron a su creatura en un antro de la zona rosa por otro vestido de lentejuela? No, no es así. Esta tendencia al duelo de lo no perdido no es más que el reflejo del narcisismo de los padres quienes depositan en los hijos falsas expectativas, intentos de control que no son cumplidos, luego entonces, ¿se vive un duelo por la heterosexualidad o por la idealización? Creemos que lo segundo; vivimos en un mundo en el que la normalidad es lo “bueno”, “el camino a seguir”, y todo lo que salga de eso es “pecado”, el camino de los “desviados”. La pérfida mentira que nos enseñan es el cáncer que llora las consecuencias de una heteronormativa, pantomima de la hipocresía en la telenovela de nuestra vida cotidiana.

El lenguaje nos nuestra muchas veces el reflejo de nuestras creencias mal aprendidas y hacemos un estereotipo bien elaborado de los hombres homosexuales. Escuchamos en la calle expresiones como “tan guapo, lástima que es jotito, él se lo pierde” o simplemente, cuando alguien es homosexual en automático se le hace un hechizo mágico y desaparece su hombría, o qué tal en el ya bien conocido “marica el último”[17] que es heredero universal del “compórtate como hombre, los hombres no deben llorar”.

Al homosexual se le adjudican muchas pérdidas sólo por ser quien es, además de que en michos de los casos pierde sus más importantes redes de apoyo, como lo es su familia y amigos, la sociedad le hace perder características inherentes a su persona, como su masculinidad, su estatus, la capacidad de amar y en casos más extremos, derechos humanos fundamentales como la seguridad social, el respeto, la dignidad la libertad de expresión, la vida. Y si bien es verdad que en nuestro México se lleva en los genes la cultura de la muerte, ¿qué tan justo es que en la homosexualidad recaiga ese peso? Y hablando de justicia, tampoco habría que culpar del todo a la familia cuando ésta es formada con el mismo sistema de valores que trata de trasmitir sin malicia a sus descendientes en la misión de darnos lo mejor; el proceso de socialización primaria es la base de la educación cuando somos niños, no es algo que se pueda elegir libremente, poco a poco vamos creciendo bajo el yugo del contrato social que nunca firmamos al nacer, pero sí es nuestra responsabilidad, por mera ética y humanidad, integrar a nuestro sistema de valores de convivencia el mínimo de respeto por la diversidad de expresiones.

Sobre esta línea de ideas, es comprensible que muchos padres pasen por una serie de situaciones que expresen la pérdida de un hijo, o más bien, la pérdida del hijo imaginario, del hijo expectativa, del hijo que en realidad no existía, sin embargo, también valdría la pena poner el dedo en el renglón en que en la mayoría de los casos, los hijos homosexuales también están pasando por un proceso de duelo, la pérdida de su propia identidad, el inicio de una fase de despersonalización y la búsqueda del ser verdadero; siendo los padres el apoyo más importante y la fuente primaria de identificación, aprobación y cariño. Si bien el duelo es vivido de manera subjetiva de acuerdo al valor que se le otorgue a la pérdida, ¿por qué los padres adolecen de la pérdida de un hijo no perdido?, ¿es suficiente justificación sobreponer lo que se quería de un hijo a reconocer que un hijo no es sólo una orientación sexual?

¿Cuánto sufrimiento de pérdida y aparente melancolía irremediable nos habríamos ahorrado como sociedad al rechazar un modelo heteronormativo que no sólo relega a los homosexuales por no ser hombre, sino también minimiza a la mujer por no ser hombre y modela a su manera al hombre porque debe de ser hombre? Hablamos de que la intensidad del duelo dependería del tamaño de la pérdida, como padres, ¿por qué nos dolería tanto perder una serie de constructos que están alrededor de la heterosexualidad y el poderío histórico heredado al hombre adjudicado a un hijo? ¿O egoístamente nos dolería más la frustración de no ver levantada la obra que habíamos planeado? Tal vez se nos olvida que esa ya no es nuestra decisión y que el único deber como padres es apoyar a nuestros hijos. Quedan muchas preguntas en el aire, pero sólo una que habría que contestar de manera obligatoria: ¿Qué harías si tu hijo te dijera que es homosexual?  Seguramente muchas personas aceptarían esta situación sin mayor conflicto, pero la realidad es que la gran mayoría evita el siquiera nombrar la palabra “homosexual” con el fin de ocultar esta situación, evadiendo por completo la responsabilidad moral y social de inclusión. Es necesario que esta realidad después de haber sido ocultada y disfrazada durante siglos en la historia de la humanidad, sea momento de que salga a la luz; que se resucite al fantasma de la homosexualidad que se quedó en el closet de la llave perdida, ese ente social que clama reconocimiento y no la ínfula criptal, ese muerto sin sepultura que no se le ha dado cabida en el inventario de lo real. Eso que nadie desea no está muerto, está más que vivo y para tragedia el hombre, eso también es humano.

Necesitamos redirigir nuestra mirada a ese espejo que es la humanidad, dejar de hacer de lo vivo muerto y de lo muerto una irracionalidad inconsolable. Necesitamos ser humanos y no etiquetas que nos caben una tumba de indiferencia.

Referencias bibliográficas

[1] Castillo H. ¿Qué es la orientación sexual o la preferencia de género? Geo Salud [Revista on-line] 2012 [Consultado 20 de mayo de 2014] Disponible en: geosalud.com/sexología/profesionales_articulos/orientación-sexual-o-preferencia-de-genero.html

[2] Mendo J. Educación e identidad cultural. UAM [Revista on-line] 2014 [Consultado 20 de mayo de 2014] Disponible en: csh.izt.uam.mx/departamentos/economia/crea/historia/apunte3.pdf

[3] Kübler-Ross E. Sobre la muerte y los moribundos. México: De bolsillo; 1975.

[4] Castañeda M. La experiencia homosexual: Para comprender la homosexualidad desde dentro y desde fuera. 2 ed. México: Paidós; 2011.

[5] Freud S. Psicología de las masas y análisis del yo. México: Alianza editorial; 1921.

[6] Montesinos R. Las rutas de la masculinidad: Ensayo sobre el cambio cultural y el mundo moderno. Barcelona: Gedisa editorial; 2002.

[7] Bleichmar N. M, Leiberman C. B. El psicoanálisis después de Freud: teoría y clínica. México, Paidós; 1997.

[8] Kimble C. (Comp.) Psicología de las américas. México: Pearson; 2002.

[9] Foucault M. Historia de la locura en la época clásica I. México: Fondo de cultura económica; 1964.

[10] Alizalde A. M. Clínica con la muerte. 2 ed. Argentina: Paidós; 1993.

[11] Bowlby J. El apego y la pérdida: La Pérdida. España: Paidós; 1995.

[12] Corless I. (Comp.) Agonía, muerte y duelo: un reto para la vida. México: Manual Moderno; 2005.

[13] Ardila R. Homosexualidad y Psicología. 2 ed. México: Manual Moderno; 2008.

[14] Castañeda M. La nueva homosexualidad. México: Paidós; 2006.

[15] Savater F. Las preguntas de la vida. Barcelona: Ariel; 1999.

[16] Freud S. Duelo y melancolía, Obras completas, Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu Editores; 1917.

[17] Paz O. El laberinto de la soledad. 4 ed. México: Fondo de cultura económica; 2010.


[a] Alumno de la Licenciatura en Psicología de 7mo semestre (grupo 4) del Instituto de Ciencias de la Salud, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo

[b] Profesora que asesoró el Ensayo. Área Académica de Psicología del Instituto de Ciencias de la Salud, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.


Correspondencia: normanivanmc@gmail.com