Los marcadores psicofisiológicos. Dando certeza al fenómeno psicológico

Resumen

A pesar de que a lo largo de la historia humana se ha relacionado lo mental a lo emocional corporal, las personas no siempre son conscientes de los cambios fisiológicos que son producidos por la percepción que crean del mundo. Afortunadamente hoy en día contamos con tecnología a través de la cual nos podemos “asomar” al interior de las personas y saber qué función u órgano se modifica en ellas a partir de las señales que le manda el medioambiente y las ideas o creencias que ella misma produce, de ahí que su reacción será única e individual. Por ello no siempre podemos confiar únicamente en el reporte verbal de la persona, ya que muchos de los procesos que ocurren en nuestro organismo son instantáneos y suceden automáticamente para adaptarnos a nuevas circunstancias. Gracias a la investigación en este campo, hoy se tiene una idea más clara de qué pensamientos o conductas específicas modifican el funcionamiento corporal y dan sustento teórico a la relación estrés-salud-enfermedad. Uno de los marcadores más utilizados es la temperatura periférica de la piel ya que es fácil que los pacientes aprendan a controlarla. En este aspecto poder encontrar esta relación ha sido de suma importancia para poder orientar a los pacientes a través de la retroalimentación biológica, y que puedan mejorar sus estados de salud-enfermedad.


Palabras clave: marcadores psicofisiológicos, estrés, emociones y temperatura periférica de la piel.

Abstract

Although throughout human history mind has been related to emotions and body, people are not always aware of the physiological changes that are produced by the perception that creates the world. Fortunately nowadays technology allows us to "peek" into persons’ inside and know what function or organ is modified in them from signals coming from environment and ideas or beliefs that they produce. Hence his reaction will be unique and individual. Therefore, we rely not only upon verbal personal reports, since many of the processes occurring in our body are instant and happen automatically to adapt to new circumstances. Thanks to research in this field, today we have a clearer idea of which thoughts or specific behaviors modify the body functioning and give theoretical support to the stress-health-sick relationship. One of the most widely used markers is the peripheral skin temperature since it is easy for patients to learn to control it. In this regard, finding this relationship has been of utmost importance in order to be able to guide patients through biofeedback, so that they can improve their health-illness state.


Keywords: markers psychophysiological, stress, emotions and skin temperature.

Entre el funcionamiento mental y el corporal existe una comunicación estrecha y constante, ya que forman parte de una unidad funcional indisoluble, el cuerpo humano (Carrobles, 1989, Friedman, 1989, Kutas y Federmeier, 1998, O’leary, 1990). En esta interrelación el cerebro debe cuidar la marcha adecuada del organismo, pues depende de muchos sistemas que controla para mantener sus propias funciones. Para coordinar el funcionamiento del cuerpo, el cerebro debe comunicarse con él, esto lo realiza a través de receptores e interoreceptores, que miden estados corporales tales como: aceleración cardiaca, presión arterial y temperatura. Cuando una persona se enfrenta a una situación responde con una emoción, al mismo tiempo se presentan cambios fisiológicos que reflejan diferentes respuestas que da el organismo, de manera consciente o no. Por ejemplo, cuando nos encontramos con un perro furioso, la percepción del estímulo provocará cambios en los músculos, la piel y las vísceras tales como: frecuencia cardiaca acelerada, dilatación de las pupilas, respiración más profunda, enrojecimiento de la cara, aumento de la sudoración, hormigueo en el estómago, sensación de piel de gallina y se erizarán los pelos del cuerpo. Comúnmente a este conjunto de cambios le llamamos miedo, pero para poder conceptualizarlo deberíamos ser conscientes de todos los cambios que suceden. Pero no es así pues todos estos cambios ocurren de manera instantánea y refleja para adaptarnos a las circunstancias (Papalia, 1996, Whittaker, 1987), sin embargo, las mismas circunstancias pueden llevar a diferentes modelos de cambios somáticos en los individuos, dependiendo de sus propias características y de la evaluación que realicen de la situación (Lazarus, 1984). Por lo tanto ver una película, puede provocar miedo o excitación y sus consecuentes correlatos fisiológicos, dependiendo de cómo lo conceptualice la persona. Simplemente imaginar algo agradable mientras escuchamos música puede disminuir los niveles de beta endorfinas en la sangre, por ejemplo (Mckiney, Tims, Kumar y Kumar, 1997).

De acuerdo a la teoría cognoscitiva de las emociones de Lazarus (1984, 1999) la situación nos proporciona señales, que nos permiten etiquetar dichos sentimientos difusos de manera que armonicen con las ideas y pensamientos que tenemos con respecto al ambiente. De igual manera, en 1981 Pennebaker y Skelton (Stern, et al, 2001) afirmaron que para lograr interpretar los estados emocionales hacía falta un doble proceso, realizar una evaluación rápida de los sentimientos (estado interno) y buscar claves ambientales (estado externo) que apoyaran dicha evaluación; durante este proceso se presta más atención a las señales internas que concuerden con las externas. Entonces, al parecer lo que provoca la emoción y los cambios en el organismo, no es el acontecimiento en sí, sino la manera en que se percibe la situación, por lo cual cada día de nuestra vida aportara algún suceso que nos puede producir estrés. De ahí que la manera en que la gente evalúa o construye su relación con el ambiente es una actividad cognoscitiva; asimismo nuestra forma de sentir, pensar y actuar es producto de la mutua relación entre el individuo, los acontecimientos y la evolución. Todas nuestras experiencias son parte de nuestra personalidad especial, nuestra historia y nuestra perspectiva de la vida. Las emociones aparecen de manera súbita interrumpiendo cualquier actividad previa, organizando nuestro pensamiento para tratar el cambio situacional (Damasio, 2010). Por el contrario, los estados mentales no emergen abruptamente y pueden durar horas o meses. Las tendencias emocionales son parte de las características de personalidad, y son el fundamento básico de las diferencias individuales; además, los organismos sociales, cuya supervivencia depende de la cooperación comunitaria, han desarrollado relaciones sociales extremadamente refinadas en su grupo, las cuales contribuyen al ajuste medioambiental (Stern, et al, 2001).

Siendo así que el estrés nos puede afectar, y las mismas circunstancias pueden desencadenar diversos cambios corporales en los individuos, o sea que lo mental surge a través del funcionamiento cerebral hacia el organismo. La marcha cerebral puede observarse de manera directa a través del análisis de su actividad química, eléctrica o magnética, y de manera indirecta por medio del análisis de la glucosa o la sangre, aunque también pueden emplearse medidas derivadas de las actividades gastrointestinal, endocrina, inmune o reproductiva (Kutas et al.,1998) y todas pueden suministrar datos valiosos, pero cada una está relacionada a un proceso cognoscitivo o emocional específico en una vía ligeramente diferente, fenómenos que pueden ser fáciles de capturar con un método, no lo serán con otro. Con las técnicas psicofisiológicas de monitoreo se hacen deducciones acerca de los estados psicológicos con los que se responde a los eventos ambientales. Cualquier proceso conductual se relaciona con cambios fisiológicos complejos de tipo sistémico. Al tener un origen emocional o cognoscitivo, es bastante probable que estén siendo controlados por los sistemas simpático y parasimpático. Un ejemplo claro lo tenemos en las correlaciones observadas entre el tamaño de la pupila y los procesos cognoscitivos (Martínez y Suaste, 2001) o entre la atención, los procesos afectivos y diferentes aspectos del funcionamiento cardiovascular, incluyendo la tasa cardiaca y el flujo sanguíneo periférico (Kutas et al., 1998).

Las consecuencias incluyen una inestabilidad de los mediadores bioquímicos en el eje hipotálamo-pituitaria-adrenal, que producen una reacción inmunodepresiva relacionada con la respuesta a la percepción de la amenaza (Porges, 1995). Esta reacción es mediada por altos niveles de cortisol en la sangre. Una de las características del distrés (estrés negativo o perjudicial) experimentado es la disminución en la producción de inmunoglobulinas (Ig), principalmente de IgA, que constituyen la defensa primaria del cuerpo para la invasión de agentes patógenos, principalmente en el tracto respiratorio superior (Stern, et al, 2001). El Dr. Montes, jefe del área de Inmunología del Hospital General de la Ciudad de México de la Secretaría de Salud, se ha referido a ellas (IgAs) como un “portero que tiene como tarea controlar la primera puerta de entrada de agentes agresivos del sistema inmunológico” (Nov., 2002, Comunicación personal).

A pesar de que tenemos todo este equipo en nuestro organismo, frecuentemente lo que las personas reportan verbalmente no refleja exactamente lo que están sintiendo, por lo cual a veces es necesario recurrir a otras claves de las emociones para poder entenderlas claramente. En 1983 Ekman, Levenson y Friesen (Papalia y Wendkos, 1996) realizaron una investigación que llevaron a cabo en dos fases y para su realización reclutaron actores profesionales. En la primera, se les pedía que “pensaran” en una experiencia emocional personal que reflejara cada una de las emociones que se iban a investigar. En la segunda, el investigador principal entrenó a cada actor para que representará una expresión facial determinada, sin pedirles que sintiesen de una manera especial, sólo les dijeron que contrajeran algunos músculos faciales. En ambas fases se registraron las respuestas del sistema nervioso autónomo: tasa cardiaca, temperatura de las manos, resistencia eléctrica de la piel y tensión muscular del antebrazo. Con los resultados se realizaron dos descubrimientos: primero que aunque el corazón latía rápidamente, tanto en la ira como en la felicidad, lo hacía más rápido en la ira, esto es, las respuestas fisiológicas eran diferentes según la emoción que se experimentara, lo cual significa que recibimos retroalimentación de nuestro organismo, y que es diferente para diferentes tipos de emociones. El segundo, aunque no muy claro, fue que cuando los individuos se limitaron a mover sus músculos faciales, generaban señales fisiológicas musculares de emoción más pronunciadas que cuando sólo pensaban en experiencias emocionales. Estos descubrimientos nos ayudan a tener una idea más clara de qué pasa entre nuestro cerebro y nuestro cuerpo, al que pertenece realmente el cerebro.

Se han monitoreado muchas de las funciones corporales con el fin de entender mejor la cognición humana. En la actualidad, gracias a los avances tecnológicos, podemos registrar las diferentes respuestas y así relacionar, en una persona, la emoción que experimenta con los cambios que presenta su cuerpo y complementar los reportes que brinda; el monitoreo fisiológico es una de las técnicas más usadas para evaluar el impacto emocional. En el campo terapéutico estos índices se han utilizado para trabajar la técnica de retroalimentación biológica y enseñarle al paciente a controlar sus reacciones fisiológicas, mediante modernos y sofisticados aparatos, encontrándose muy buenos resultados (Domínguez, Márquez, Meza, y Pérez, 1995; Gevirtz, 1999; Gruber y Taub, 1998; Mccraty, et al, 1995). Regularmente se hace un registro que sirve de línea base, en la que el paciente únicamente observa los datos o el puntaje obtenido, y posteriormente se le enseña alguna técnica para relajarse y lograr que note los cambios fisiológicos que ocurren gracias a esto. Un ejemplo es el estudio que realizó Richard Gevirtz (1999) con pacientes que tenían síndrome de colon irritable, una enfermedad muy común en las salas de urgencias y que se ha asociado al proceso de rumiación a nivel psicológico. Entrenó a los pacientes mediante la técnica de respiración diafragmática y monitoreo su tasa cardiaca, mostrándoles cómo manteniéndose tranquilos podían modificar sus estados fisiológicos, en especial el funcionamiento de su intestino. Al mismo tiempo aprendieron la técnica cognoscitiva de detención del pensamiento y a observar cómo esto les ayudaba a modificar sus síntomas, mediante la retroalimentación biológica. Los pacientes mejoraron notablemente.

Otra prueba son los estudios realizados en pacientes afectados por dolor crónico, en los cuales ya empieza a considerarse como un elemento importante la contribución de los componentes afectivos y sociales (Apkarian, Bushnell, Treede, & Zubieta, 2005). El grupo de Meagher (Meagher, Arnau y Rudy, 2001) mediante sus estudios ha demostrado que observar fotografías afectivas, tener o no una historia traumática, o un nivel alto de estrés actual, puede cambiar la percepción del estímulo doloroso, mostraron a los participantes imágenes de contenido desagradable y encontraron que en particular las que ilustraban dolor en otros seres humanos aumentaban la intensidad subjetiva del dolor, más aún, las fotos placenteras no produjeron efectos significativos. Además los resultados mostraron que los procesos emocionales no solo modifican la percepción del dolor, sino también involucran mecanismos fisiológicos relacionados con la modulación descendente de las señales nociceptivas (Meagher et al, 2001).

Uno de los marcadores más utilizados para proporcionar retroalimentación biológica es la temperatura periférica de la piel (Eckman, et al, 1983 en Papalia y Wendkos, 1996) tanto en la investigación como en la clínica, no sólo por su cómodo manejo sino también por la relativa facilidad con que los sujetos aprenden a controlarla; ésta puede ser registrada en los miembros superiores e inferiores, en las narinas o en las orejas. En estado de tensión o estrés la temperatura de los miembros disminuye generalmente, porque el flujo sanguíneo se dirige a los grupos de músculos largos. A medida que nos relajamos, el flujo que va hacía las extremidades aumenta, elevando la temperatura nuevamente (Domínguez, et al, 1995; Stern, et al, 2001).

Los investigadores, para poder comprender cómo y por qué cambian estas medidas han creado un protocolo llamado Perfil Psicofisiológico del Estrés (PPE), a través de él se registran este marcador y se monitorea en diferentes condiciones y así se verifican los cambios existentes. De acuerdo a exámenes clínicos hechos con personas sanas, se ha observado que se mantienen ciertas peculiaridades en estas medidas (Palsson, 1998), por lo cual, de acuerdo con Cortés, Cruz, Domínguez, Olvera, Onofre, y Verduzco (1999) se establecieron cuatro categorías clínicas para asignar un valor a cada perfil a partir de las variaciones en la respuesta fisiológica de la temperatura periférica bilateral de la piel y son las siguientes:

El registro que se obtiene junto con estas categorías ayuda al investigador a establecer el estado del paciente y de ahí partir para el cambio que la persona necesita, además sirve para hacer un pronóstico clínico en relación a la facilidad o dificultad del paciente, para lograr la regulación de sus respuestas psicofisiológicas. Se considera que esta técnica es más concluyente que las comparaciones estadísticas, porque admite una relación significativa entre los eventos emocionales y los corporales como un índice confiable del impacto emocional.

Las emociones, la modulación del afecto y las conductas sociales interpersonales son procesos psicológicos que ocurren como respuesta ante eventos o desafíos ambientales (internos y externos) y frente a otras personas. Dichos procesos moldean nuestro sentido de identidad (“si mismo”) y contribuyen a adquirir habilidades para construir relaciones significativas y determinar la sensación de seguridad en diversos contextos o con personas especiales. Aunque podemos observarlos objetivamente y pueden describirse subjetivamente, en situaciones clínicas constituyen un interjuego complejo entre nuestra experiencia psicológica y su regulación fisiológica.

Este interjuego psicológico-fisiológico depende de la comunicación bi-direccional dinámica entre los órganos periféricos y el Sistema Nervioso Central que conecta al cerebro con estos órganos. Por ejemplo los circuitos neurales que suministran la comunicación bi-direccional entre cerebro y corazón, pueden determinar tanto un aumento rápido en la frecuencia cardiaca (FC) para permitir comportamientos protectores de lucha/huida o una disminución rápida en la misma, para dar paso a interacciones sociales empáticas o compasivas. Las reacciones fisiológicas periféricas pueden iniciarse cerebralmente al detectar señales de peligro en el ambiente pero también a partir de cambios en el estado fisiológico que retroalimentan al cerebro y alteran nuestra percepción del mundo.

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[a] Profesor Investigador de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.