Otomíes del Valle del Mezquital: retos ante la preservación o la transformación de una cultura

Antecedentes institucionales

Desarrollo Infantil Taxadhó A.C., es una  asociación civil que forma parte la micro-región Ixmiquilpan de la Fundación Fondo Para Niños de México, la cual a su vez es una célula de la Fundación Internacional Child Fund International. Su oficina micro-regional se ubica en la misma ciudad del Estado de  Hidalgo.

El objeto social de estas organizaciones es: promover y mejorar el desarrollo integral de los niños de comunidades en situación vulnerable y de sus familias, por medio de programas y servicios de educación, salud y nutrición, contribuyendo así a la ruptura del círculo sociocultural de la pobreza Estos programas están divididos, para su aplicación, en tres rangos de edad: infantes (0 a 5.11 años), niños (6 a 12.11 años) y adolescentes (13 a 18.11 años), y cada uno de los rangos tiene programas específicos diseñados y aplicados de acuerdo con las competencias que se pretenden estimular en cada etapa de desarrollo.

Estas organizaciones tienen presencia en El Valle del Mezquital desde 1995 hasta 2015, trabajando de manera permanente y constante a través de los sistemas denominados Patrocinio Nacional e Internacional. Algunos de los programas aplicados son: Alfabetización Tecnológica, Leer Para Transformar, Programa de Estimulación Oportuna, Programa de Desarrollo de Habilidades, Radio Comunitaria y Jóvenes en Acción. Todos tienen la premisa de ofrecer modelos alternativos a la educación tradicional, ya que ésta tiene la característica de mantener el status quo de estas comunidades bajo el paradigma tradicional de la desigualdad de clases. La idea es que se logren empoderar  los niños y los jóvenes de estas comunidades a fin de que sean capaces de solucionar sus necesidades más apremiantes a partir de sus propios recursos, sus ideas, su pensamiento crítico y reflexivo y manteniendo su estructura cultural. Actualmente cuenta con más de 1,200 afiliados en la sede local y a nivel nacional son más de 40,000 beneficiarios.

Resumen

En el presente texto se expondrán los puntos de vista del autor derivadas de ocho años de experiencia trabajando en estas comunidades y los más de veinte años de experiencia de la Asociación Desarrollo Infantil Taxadhó A.C.


Palabras clave: Comunidades indígenas, condiciones de pobreza

Abstract

In this text the views of the author derived from eight years of experience working in these communities exhibited and more than twenty years’ experience of AC Taxadhó Child Development Association


Keywords: Indigenous communities, Poverty

Contexto Social

El Valle del Mezquital, es una macroregión que se encuentra en el Estado de Hidalgo, México, es de clima semidesértico, con variaciones extremas entre el frío y el calor; hay escasa precipitación y la vegetación es principalmente xerófila. La temperatura promedio es de 18°C. La precipitación anual promedio es de 409 milímetros (Moreno, 2006). Abarca los municipios de Zimapán, Nicolás Flores, Tecozautla, Tasquillo, Ixmiquilpan, El Cardonal, Huichapan, Alfajayucan, Santiago de Anaya, Nopala, Chapantongo, Chilcuautla, Mixquiahuala, Francisco I. Madero, San Salvador, Actopan, Tepetitlán, Tezontepec, Tetepanco, Ajacuba, El Arenal, Tula de Allende, Tlaxcoapan, Atitalaquia, San Agustín Tlaxiaca, Tepeji del Río y Atotonilco de Tula.

Durante muchos años la población se dedicó principalmente al pastoreo y al cultivo de tierras de temporal, pero actualmente hay regiones que cuentan con grandes áreas de cultivo regadas con aguas negras provenientes de la zona metropolitana. Estas aguas negras permiten a la población el uso de algunas hectáreas de terreno para el cultivo de maíz, frijol, picante y tomate, lo que soporta una dieta basada en tortilla, salsa, sopas, frijol, arroz, nopales y algunas verduras y flores silvestres como flor de garambullo, sábila, quelites, hongo de maíz y palma.  Se cultivan también forrajes como avena y alfalfa. Derivado de éstos cultivos, se concentra la actividad productiva de la gente en actividades agrícolas además de la cría de animales de traspatio como pollos, cerdos, vacas, borregos y reses. Debido a la falta de oportunidades laborales bien remuneradas frecuentemente se da la emigración de miembros de la familia o familias enteras a Estados Unidos o a ciudades del norte de México.

Históricamente, la región ha sido azotada por condiciones de pobreza y alta marginación: en las estimaciones de la pobreza en México que se calcularon a partir de las bases de datos del Módulo de Condiciones Socioeconómicas de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (MCS-ENIGH) que realizó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) entre agosto y noviembre de 2012, la región del Valle del Mezquital arrojó que del 50 al 70 por ciento de los habitantes de las comunidades del Valle del Mezquital se encuentran en situación de pobreza. Los indicadores que fueron tomados para este censo fueron: ingresos, carencias sociales, rezago educativo, seguridad social, espacios de vivienda, servicios básicos y alimentación (CONEVAL, 2012).

Las causas del fenómeno de pobreza son multifactoriales y arcaicas: El Valle del Mezquital fue dominado por los españoles en 1531, cuando gran parte del territorio había sido dividido en jurisdicciones llamadas Encomiendas, las cuales fueron repartidas como premio a quienes habían participado en La Conquista. La labor evangelizadora fue llevada a cabo por los franciscanos y posteriormente por los agustinos quienes aparte de introducir la religión utilizaron la mano de obra de los indígenas para la construcción de conventos como el de Ixmiquilpan y el de Actopan (Moreno, 2006). Durante el tiempo en que se desarrolló este proceso de evangelización y extirpación de las creencias religiosas tradicionales, de alguna manera los otomíes mantuvieron vigentes sus cultos practicándolos en secreto. Esto derivó en un sincretismo ideológico que permanece hasta nuestros días, en el que perduran manifestaciones prehispánicas empapadas de catolicismo. Por ejemplo, podemos encontrar festividades llamadas Zi Nana Mehay en las que se ofrenda a la tierra por ser dadora de vida y en el mismo ritual rezar padresnuestros para el Santo Patrono de la localidad. De esta forma se corresponde a lo que ofrece la naturaleza de la misma forma que se ha hecho desde hace cientos de años y al mismo tiempo se invoca a las deidades traídas por el cristianismo.

Después de los conquistadores españoles, arribaron nuevas formas de opresión: la aparición de acaparadores, llamados resgatones y agiotistas se mantuvo de manera explícita durante años y se ha mantenido hasta la fecha bajo la apariencia de empresas benefactoras de la región. La producción de mercancías, como las artesanías de ixtle, ha sido manejada y explotada por empresarios externos o bien, personas de las mismas comunidades que se han aliado con grupos de poder económico y político, esto ha construido un círculo económico en el que la fuerza de trabajo y la expresión artística se fuga del entorno y enriquece a otros, mientras que se condena a los pueblos a continuar con su empobrecimiento. Por otro lado, hay muchos que renuncian al status quo y deciden emprender sus esfuerzos en otros lugares: el INEGI reporta que para el año 2011 la emigración ascendió a casi 70,000 personas en el estado de Hidalgo y aunque esta cifra únicamente representa un poco más del 2 por ciento de los emigrantes a nivel nacional, esto se magnifica en las comunidades que es de donde surge la mayoría de ellos. En El Valle del Mezquital hay comunidades que prácticamente dependen del capital de las remesas, lo  que conlleva a que el imaginario de éxito de los adolescentes se construya a partir del sueño americano

Por otro lado, el fenómeno de la pobreza también ha evolucionado con el tiempo. Mientras que en su explicación más básica se refiere a la carencia de bienes y servicios, en la actualidad también se puede entender como la falta de vías y conocimientos para mejorar las condiciones de salud, educación, relaciones afectivas y proyectos personales y sociales. Se puede observar con claridad el impacto comercial que tienen las remesas provenientes de Estados Unidos. El dinero fluye. Se construyen casas enormes y es común encontrar en las calles camionetas lujosas al igual que aparatos de alta tecnología como tablets y celulares. Sin embargo, las condiciones de salud, nutrición y educación siguen a la baja; por ejemplo, en un estudio realizado por Enutrica, empresa de consultoría en nutrición, activación física y salud; en los niños menores de 5 años de 18 comunidades del Valle del Mezquital, en el año del 2012 se encontró que el 80% padece alguna tipo de malnutrición, y el 10% padece sobrepeso y obesidad y sólo un 10% están en un peso y talla normal. Dentro del grupo de desnutrición la prevalencia de desmedro fue del 17% en niñas y en los niños del 20% (Enutrica, 2012). Esto evidencia que el fenómeno de la pobreza va mucho más allá de la posesión de bienes económicos, permea lo psicológico y lo ideológico, lo cual da como resultado a personas que tienen dinero pero que continúan viviendo en un estado de pobreza

Usos y costumbres

Es importante mencionar a manera de introducción que el término Usos y costumbres ha sido acuñado por las instituciones oficiales para referirse al conjunto de leyes comunitarias que aplican los grupos indígenas de forma local aun cuando éstas no están redactadas en los documentos institucionales. Es una expresión que conocen y comprenden los habitantes de El Valle, aunque no sea frecuente que lo utilicen. Sin embargo, hay muchas personas también que consideran que es una palabra despectiva hacia los pueblos indígenas, ya que ha sido una forma de hacer menos a las leyes ancestrales, al contrastarlas con las leyes públicas impuestas por el Estado. Es por ello que en este documento se utiliza la expresión de usos y costumbres por ser el más difundido, pero también se habla de leyes locales o leyes internas para hacer referencia a lo mismo.

La acepción que se tiene de los Usos y costumbres se refiere a normas de carácter religioso, moral o social, los cuales buscan reconocer y otorgar el carácter jurídico a los sistemas normativos indígenas. El ejercicio de estas leyes locales está reconocido en instrumentos jurídicos vinculantes como el Convenio 169 de la OIT (1981) y el artículo 2° constitucional (2001), o declarativos como los Acuerdos de San Andrés Larraínzar (1996), y la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas (2006). La fracción II del artículo 2° constitucional dispone que los pueblos indígenas podrán aplicar sus sistemas normativos (o derecho indígena) en la solución de sus conflictos internos, siempre y cuando dichas normas y procedimientos no sean contrarias a los principios generales de la Constitución, y de manera relevante, en contra de la dignidad de las mujeres (Díaz, 2007).

El origen de estas leyes locales se remonta al periodo prehispánico y han sido el fundamento del orden social durante muchos años. La llegada de los recursos legales modernos hizo que estos reglamentos se volvieran ambiguos y fuera influídos por leyes ajenas al entorno, desencadenando así una serie de malinterpretaciones que corrompieron los principios básicos de la armonía comunitaria.

Sin embargo, a pesar de ello, la resistencia ideológica de los pueblos otomíes ha logrado que de manera implícita (en ocasiones extraoficial), las leyes locales sean respetadas y se sigan conservando, a pesar de la dificultad que tienen las sociedades globalizadas para entenderlas.

Al igual que en todos los procesos evolutivos, en la práctica de estas leyes locales dentro de un mundo posmoderno, se han dado circunstancias que fortalecen y mantienen las prácticas tradicionales, resguardando así su identidad cultural, pero por otro lado, han frenado el desarrollo social en ámbitos como la educación y la salud. A continuación, en el punto medular de este texto, se expondrán algunos de estos fenómenos, con una opinión respetuosa pero también crítica, a fin de poder proponer las mejores formas de adaptar estas leyes locales a las condiciones posmodernas.

Beneficios de los usos y costumbres en las comunidades Otomíes del Valle del Mezquital

Resistencia al embate posmoderno

En el mundo posmoderno la globalización ha inundado hasta los rincones más alejados de la sociedad. Los ecos provenientes de diversas regiones saturan al Yo comunitario y éste ha tenido que fragmentarse en un estado multifrénico en el que el individuo no posee una sola personalidad sino se relaciona con los demás por medio de fragmentos de identidad que se adaptan a los diferentes contextos (Gergen, 1991). La cultura es una combinación de elementos propios y recursos ajenos al entorno impulsados por los medios de comunicación. Los jóvenes de estos pueblos ya conviven con la internet y demás herramientas tecnológicas, las cuales les abren la puerta a la realidad global que comparten con jóvenes de las grandes ciudades. Esto se puede observar en el lenguaje, personas que han emigrado a los Estados Unidos no sólo retoman palabras del inglés para convertirlos en los modismos del spanglish, incluso han fusionado vocablos del hñahñu con el español y el inglés dando paso a modos nuevos y únicos de comunicación.

También podemos observar esta fusión de identidades locales y externas, en la integración de equipamientos tecnológicos en las prácticas tradicionales agrícolas, en la vestimenta (por ejemplo una señora hilando ixtle con su vestimenta de manta y sus tenis Nike), en la ejecución de las fiestas tradicionales (por ejemplo, al finalizar los cantos en honor al Santo Patrono, puede haber un baile con música electrónica).  En resumen, en todas las prácticas sociales.

Sin embargo, a partir de lo inevitable que es el ingreso de estas comunidades a la realidad global posmoderna, hay en el otomí un sentido de resistencia en el cual intenta que lo viejo no se pierda. Las personas mayores se esfuerzan en transmitir las tradiciones ancestrales a las nuevas generaciones; los niños y los jóvenes comprenden el idioma otomí aunque ya no lo hablen todo el tiempo; existen academias y grupos especializados en la enseñanza del idioma; hay delicias culinarias de antaño que se pueden seguir disfrutando en sus recetas originales (por ejemplo la molienda del cacao en San Nicolás); las formas organizativas que se tienen en la actualidad son las mismas de hace muchísimos años y quien quiera participar en las decisiones del pueblo, debe acatar estas formas; aún hay mayordomos, a quienes se les inviste de una autoridad espiritual equiparada con la de un sacerdote; permanece el respeto hacia las personas mayores a quienes se les nombra dadá o nanáy se les otorga el valor de la credibilidad y la experiencia; podemos encontrar aún rituales como las ofrendas a la madre tierra como el Zi Nana Mehay antes mencionado o la recreación de combates rituales como los Naranjazos de la comunidad del Espíritu, Alfajayucan, en donde cada año escenifican la idea mesoamericana de la creación del mundo de la misma forma que se ha hecho desde hace más de mil años, como lo demuestran las pinturas rupestres de la comunidad Danzibojay.

Todo esto preserva una riqueza de valor incalculable que ha soportado los embates del tiempo y que ha permitido que lo otomí persista en su esencia.

Protección comunitaria y sentido de comunidad.

En la sociedad actual, unos de los valores más resguardados son la preservación de los derechos individuales y la protección de la vida privada y esto conlleva a que cada persona se retraiga en sus ámbitos familiares y personales y se desentienda de los intereses colectivos (Villoro, 1999). En este empeño, el clima se torna competitivo e indiferente. El ideal del hombre exitoso protagoniza la construcción de los programas educativos, de los proyectos; cada individuo trabaja por su propia cuenta y permanece impávido ante las necesidades del otro.

Sin embargo, ciertas comunidades indígenas como la otomí, haciendo uso del sentido arraigado de comunidad, se esfuerzan por mantener intereses compartidos y luchar por alcanzarlos. El concepto de Asamblea tiene un peso socio-histórico que regula las acciones de los pueblos; las reuniones comunitarias tienen lugar cada semana y en ellas se debaten las principales necesidades colectivas y ninguna decisión se toma sin tomar en cuenta a la Asamblea que es la comunidad en general. Las sesiones de estas reuniones son largas, la participación es libre, cada quien expone sus puntos de vista y todos las escuchan a pesar de la diversidad de ideas. El otomí tiene fama de ser de pensamientos férreos, de emitir comentarios directos e incisivos, en ocasiones tiene dificultad para abandonar una postura. Los trabajos que se emprenden deben ser aprobados por todos y cada individuo en la comunidad debe participar de manera activa, so pena de ser multado o sancionado por la Asamblea. Por ejemplo, cuando alguna institución comercial foránea pretende abrir una sucursal en las cercanías de la comunidad, antes de hacerlo tiene que pedir la aprobación del pueblo y después de llevarlo al consenso público, casi siempre toman decisiones de participar de alguna manera en las actividades de la institución. Cuando esto se decide, se delegan funciones y todos los habitantes, sin excepción, tienen que trabajar, ya sea para hacer faenas o para participar con algún negocio de beneficio comunitario. Las ganancias económicas o en especie que se obtengan siempre son reportadas en la Asamblea y todos deben quedar conformes con el uso de los recursos. En otras ocasiones se forman comités específicos para cada situación que acontezca en el pueblo, hay comités de deportes, de fiestas, de agua potable, de negocios diversos, de obras públicas, etcétera.

Por otra parte, también se cuenta con autoridades locales de conciliación. Cuando alguna situación ilegal sucede al interior del pueblo, antes de ser llevado a las instituciones municipales, el juez conciliador local, el delegado, y su equipo de trabajo deciden qué sanción tendrá el infractor. Esto controla en gran medida el comportamiento de los habitantes de la comunidad, ya que la impunidad no es algo que suceda con frecuencia en estos contextos.

Cerco comunitario ante la delincuencia.

La situación de la violencia derivada del crimen organizado y de la guerra contra el narcotráfico comenzada en el año 2006 es algo que se vive en prácticamente todo el territorio nacional. Oficialmente, en el Valle del Mezquital no existe la presencia de los cárteles de las drogas, sin embargo sí se han identificado actividades delictivas de al menos dos células criminales, principalmente enfocadas al narcomenudeo y a la extorsión. En el mapa Áreas de influencia de cárteles en México sitúa al estado de Hidalgo, en especial la zona del Valle, como un territorio en disputa en el que no se han hecho visibles los estragos que han acontecido en otras regiones del país. Esto se debe a diversos factores, pero se piensa que es decisiva la organización local de las comunidades que no han permitido la entrada de estos grupos basándose en el ideal de la autodefensa.

En estos pueblos existe la figura de los guardias comunitarios, quienes son personas que se capacitan y organizan para vigilar el orden de las calles; los otomíes tienen fama de ser celosos de su territorio y lo defienden con fuerza cuando hay posibilidad de amenaza de cualquier grupo o persona externa. Existen bastantes hechos en los cuales se ha puesto en manifiesto la dureza con que castigan a los delincuentes. En Ixmiquilpan es común que cuando se detiene a algún infractor, se le exhiba en las plazas públicas y se le amedrente al interior de las comunidades antes de ser puesto en las manos de las instituciones municipales. Hay una especie de acuerdo implícito en el cual los cuerpos policiacos respetan estos procedimientos y no intervienen hasta que el pueblo así lo decide. Estas acciones se han puesto en tela de juicio en diversos debates públicos en los que se critica esta costumbre al considerarla como un ataque a los derechos humanos, sin embargo, a pesar de la polémica, es claro el obstáculo que esto representa para quien quisiera alterar el orden público. 

Retos de transformación en los usos y costumbres

Paternalismo de programas.

Una estrategia que le ha funcionado muy bien a los grupos hegemónicos ha sido el ofrecimiento indistinto de programas paternalistas en los que se regalan bienes materiales a los pueblos vulnerables. Este ofrecimiento brinda una sensación de bonanza, de gratitud, y a cambio se les pide regularmente a los habitantes unirse a alguna causa política. Con el paso del tiempo, estos modelos se han perfeccionado y en el sexenio de Carlos Salinas, tuvieron su mayor auge con el nacimiento del programa Solidaridad. Los principales beneficiarios son los pueblos indígenas, pues se tiene la idea de que son los de convencimiento más fácil, y para los partidos políticos, esto se traduce en miles o millones de votos electorales. Con el paso del tiempo la estrategia se ha normalizado a tal grado de ser lo esperado. En la idiosincrasia otomí (así como de cualquier otro grupo vulnerable), los programas sociales se convirtieron en un dador de quien se recibe poco y no se le devuelve nada; y así sexenio tras sexenio, cada gobernante implementa los mismos programas con diferente nombre en los que se condena a los indígenas a un estado de improductividad disfrazada de negocio redituable. Actualmente es el programa Prospera (antes Oportunidades, antes Solidaridad), el que cada mes otorga cierta cantidad de dinero a cada habitante de estas comunidades con la única condición de asistir a unas pláticas que la mayoría de las veces sólo cumplen con el requisito, sin tener indicadores reales de impacto que evidencien alguna mejora en las condiciones del lugar. Con recibir un poco de dinero la situación no cambia en nada y al ser una situación normalizada, el retirar dichos programas sería atentar contra el equilibrio comunitario.

No todos los programas son paternalistas. Han surgido una gran diversidad de propuestas, principalmente no gubernamentales, las cuales buscan empoderar a los pobladores por medio de procesos formativos de enseñanza-aprendizaje. Sin embargo, a menudo el más grande obstáculo al que se enfrentan al querer implementarse, es precisamente la ideología pasiva de las comunidades. Esperan que las instituciones “les den algo”, quitándoles así la posibilidad de generar su propia riqueza a partir de su propio esfuerzo. En el momento que las comunidades se convencen a sí mismas de que la función de las instituciones es darles cosas y dinero, ellas mismas obstaculizan su propio desarrollo.

Prioridad a desarrollo urbano y económico.

Aunado al punto anterior, la preocupación de los Comités Comunitarios ha sido mayormente la gestión para la obtención de bienes materiales; esto no es del todo negativo: es comprensible que ante una historia de carencias se busque subsanar antes de cualquier otra cosa las necesidades básicas de la población. La mayoría de las solicitudes que elaboran en La Asamblea van encaminadas hacia el alumbrado, banquetas, pavimentado, pintura o algún material para la ampliación de construcciones de la comunidad; pero por el lado negativo, son muy pocas las solicitudes que busquen la mejora en sus servicios educativos, procesos de aprendizaje, capacitación o formación ciudadana.

Esto da resultados positivos en el área de infraestructura, pero se limita a un desarrollo parcial el cual no ofrece opciones integrales de progreso. Cuando aparecen propuestas alternativas por parte de las instituciones (principalmente no gubernamentales), éstas se encuentran con resistencia surgida de las tradiciones locales enfocadas al desarrollo de infraestructura. Si retomamos la idea de que la pobreza va más allá de la carencia de bienes materiales, podemos llegar a la conclusión de que, si bien en muchos lugares ya son atendidas las necesidades básicas, aún se mantiene el estado de carencia en cuanto a los procesos psicoeducativos y de desarrollo social.

Poca apertura al cambio en procesos educativos.

Los programas tradicionales están diseñados sobre ideas arcaicas acerca del mantenimiento de las relaciones de poder, en las que ideológicamente los oprimidos <<alojan>> al opresor mientras se encuentran en lo bajo de la jerarquía social y en cuanto logran romper esta sumisión, se convierten en opresores (Freire, 2001). En muchas comunidades del Valle del Mezquital ha sucedido que programas educativos gubernamentales extraen a los miembros más destacados del pueblo para formarlos como elementos clave para el mantenimiento del modelo hegemónico. Por ejemplo, el programa Misiones Culturales creado en 1923 bajo el mandato de Álvaro Obregón, tuvo la finalidad de que algunos niños de la comunidad fueran reclutados en internados en donde se formaban como profesores; a menudo se les obligaba a olvidar su primera lengua y hasta sus tradiciones y, para cuando regresaban a sus lugares de origen, tenían la encomienda de contagiar de “civilización” a sus paisanos. Cabe mencionar que en Zacualtipán se estableció la primera sede de este programa.  

Por otro lado, en el país aún predomina, y en especial en las zonas más marginadas, el modelo de educación tradicionalista, el cual consiste en que un maestro, a quien se le atribuye la posesión de <<la verdad absoluta>>, expone la clase desde el frente, cede la palabra, observa, llama la atención a los alumnos “indisciplinados”, motiva a participar, después silencia a quien haga ruido, y finalmente aprueba o reprueba según su criterio (Beltrán, 1995).  Este modelo afecta la libertad de pensamiento del alumno, y sin pensamiento libre difícilmente se pueden generar acciones libres, ya que toda acción comienza en la mente. En la escuela tradicional el conocimiento no se construye, sino es dado del maestro al alumno, sin pasar por un proceso de reflexión y análisis; la mayoría de los conceptos son aprendidos de memoria, sin que el estudiante los conciba como aplicables en su vida cotidiana, lo que repercute en desánimo y deserción escolar. La creatividad del alumno es nulificada desde el momento en que se le implantan las eternas prohibiciones de la educación formal y no formal.

Se reconocen evidencias de que, en los países desarrollados, la sociedad ha evolucionado de una sociedad industrial a una sociedad del conocimiento, en la que la educación adquiere un papel económico protagónico y se le demanda a los individuos mayores habilidades y aptitudes. Este nuevo modelo fue la respuesta a las necesidades cambiantes de la sociedad global, y ha requerido modificaciones en los procesos educativos (Esteve, 2003);  el alumno ya no es un receptor pasivo de conocimiento, sino que es protagonista de su propio aprendizaje; el profesor ya no se dedica a exponer sus clases, sino sólo es facilitador y el mismo alumno construye su conocimiento con sus propias herramientas y habilidades, esto significa que el profesor evalúa a cada alumno de manera diferente, lo que rompe totalmente con el esquema tradicional de calificación. También se le motiva a que reflexione, sea crítico, a que experimente, a que aprenda a pensar, a emitir sus opiniones las cuales merecen ser respetadas. Este modelo busca democratizar las clases y se respeta a la diversidad cultural (a diferencia del método tradicional, en la que se siguen estereotipando a los grupos étnicos o religiosos minoritarios). La relación maestro-alumno no es jerárquica, en la que hay un superior y un inferior, sino es lineal: profesor y alumno trabajan a la par, y el profesor sólo observa y facilita el aprendizaje del alumno, acercándole herramientas y dándole una estructura, pero evita el ambiente de subordinación (Tejada, 2000).

Los programas que ofrecen la Asociación Desarrollo Infantil Taxadhó A.C. y otras instituciones alternativas, trabajan bajo este modelo pedagógico, y en los más de veinte años aplicándose en la región del Valle del Mezquital se han enfrentado a una resistencia de cambiar los métodos ya conocidos. Las expectativas educativas de los padres de familia principalmente se dirigen a lo escolarizado ya que esto simbólicamente representa un progreso socioeconómico y un sistema disciplinario para sus hijos. La escuela en su forma tradicional está tan arraigada que es necesario que las nuevas iniciativas contengan estrategias que integren las actividades a la vida social y así poco a poco sean parte de la cotidianidad comunitaria.

Cerrazón a trabajo con otras comunidades.

Este no es problema viejo.  Antiguamente las leyes locales consideraban importante la unión entre pueblos; si las comunidades eran muy amplias se elegía a un representante por Manzana y a un solo delegado que representaba a todas las Manzanas. Bajo este modelo permanecieron comunidades como San Nicolás, Remedios y El Alberto, pero la mayoría de las restantes han optado por separarse, obteniendo autonomía en sus decisiones y representantes aparte, encaminándose también a actividades independientes y distantes.

Esto a primera vista pareciera una consecuencia lógica en la evolución de los pueblos, pero diferentes analistas de la cultura otomí, consideran que esto ha llevado al debilitamiento del sentido cultural y a la facilitación de los procesos de manipulación y alienación de sus habitantes.

Por tomar un ejemplo, en la novela <<La nube estéril>> de Antonio Rodríguez, (escritor portugués, periodista, investigador y luchador social),  se narra el conflicto entre dos pueblos vecinos que estaban en las mismas condiciones de pobreza y que en algún momento tienen la oportunidad de trabajar en conjunto para la excavación de un pozo de agua que beneficiaría a ambos pueblos. Sin embargo, finalmente se separaron los esfuerzos, se tapó el pozo y los únicos beneficiados fueron los acaparadores que comerciaban los productos de ixtle de los habitantes (Rodríguez, 1976).

Conclusiones

Las leyes locales (también conocidas como usos y costumbres), son un corpus jurídico legal que data de las épocas prehispánicas, el cual guarda formas de organización, cultura, identidad y una sabiduría acumulada; es importante su ejercicio y reconocimiento legal por parte de todos los aparatos institucionales. Son también el mayor ejemplo de una resistencia consciente ante los embates de la posmodernidad y todos los abusos a los que estos pueblos han estado expuestos. Sin embargo, dentro de estos pueblos existen también elementos que han frenado propio desarrollo. En todas las tradiciones se acarrean los valores sociales, pero también los vicios que se repiten una y otra vez. Es importante que los agentes externos a las comunidades, sobre todo los que promueven acciones educativas, sepamos combinar el profundo respeto a las tradiciones locales, con estrategias que brinden nuevas opciones a una realidad que tantas veces ha sido castigada. No se debe trastocar la esencia de los pueblos, pero sí se debe encontrar la forma de incorporar nuevas fortalezas a las nuevas generaciones, que les permitan responder a las expectativas de las nuevas sociedades del conocimiento. Debemos comprender que no están peleados los elementos ancestrales con los modelos pedagógicos innovadores, los cuales intentan romper con estas relaciones de poder que toman desventaja de los pueblos indígenas ante los grupos hegemónicos.

Referencias bibliográficas

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Link de acceso


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[a]Desarrollo Infantil Taxadho A.C. Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo