Las conductas de riesgo en mujeres y hombres jóvenes como objeto de estudio
Risk behaviors in women and young men as object of study

Resumen

El objetivo de este ensayo es reflexionar metodológicamente sobre el vínculo entre las variables cognitivas, neurobiológicas y psicosociales con las conductas consideradas de riesgo para la salud de mujeres y hombres jóvenes. El análisis de los diversos factores que influyen dichas conductas y el uso de abordajes multidisciplinarios, presenta implicaciones profundas en la explicación causal de los procesos o fenómenos biopsicosociales tales como el control de la agresividad y la violencia, además de determinar la planeación de riesgos y las estrategias de prevención de problemas de salud pública.


Palabras clave: conductas de riesgo, jóvenes, factores psicosociales, psicobiología, multicausalidad.

Abstract

The aim of this essay is to reflect methodologically on the link between cognitive, neurobiological and psychosocial variables with behaviors considered to be risk factors for the health of young women and men. The analysis of the various factors that influence these behaviors and the use of multidisciplinary approaches has profound implications for the causal explanation of biopsychosocial processes or phenomena such as the control of aggressiveness and violence, as well as determining risk planning and strategies for prevention of public health problems.


Keywords: risk behaviors, young people, psycho social factors, psychobiology, multicausality.

Introducción

Las conductas de riesgo en las personas adultas jóvenes pueden afectar su salud física y mental en diferente grado, además de convertirse en problemas sociales y de salud púbica. Según la Organización Mundial de la Salud –OMS- las conductas de riesgo se pueden definir como comportamientos “arriesgados” con base en datos epidemiológicos y sociales. Modificar las conductas de riesgo constituye la meta primordial de la prevención de la enfermedad, habiendo sido utilizada tradicionalmente la educación para la salud para alcanzar esa meta. Dentro del marco más amplio de promoción de la salud, la conducta de riesgo puede ser considerada como una respuesta o mecanismo, para hacer frente a condiciones de vida adversas. Por otro lado, las estrategias primarias de respuesta a estas conductas incluyen el desarrollo de habilidades de vida y la creación de entornos que apoyan la salud (WHO, 1998).

La OMS identifica varios riesgos de morbilidad y mortalidad que afectan inmediatamente la salud de los adultos jóvenes (18 a 35 años), entre los cuales se encuentran: traumatismos no intencionados y actos de violencia que generan altas cifras de discapacidad, muerte y homicidios; trastornos mentales y neurológicos como las principales cargas de morbilidad en jóvenes y asociados a la depresión y el suicidio; problemas de salud sexual y reproductiva causantes de infecciones de transmisión sexual, abortos peligrosos, embarazo no planeado, mortalidad y morbilidad materna e infantil; infección y enfermedades relacionadas con el VIH; la desnutrición que afecta el potencial de crecimiento y desarrollo, el consumo de alcohol y drogas ilícitas como el factor con mayores riesgos sanitarios para los jóvenes, ya que aumenta el riesgo de traumatismos y actos de violencia; prácticas sexuales de riesgo; problemas de salud mental, la salud sexual, reproductiva y las infecciones por VIH que a la vez se relacionan con el consumo de drogas inyectables. Además, se considera que existen riesgos sanitarios que comprometen una etapa adulta saludable y productiva, ya que algunos de los comportamientos iniciados durante la adolescencia tienen importantes consecuencias para la salud en la edad adulta madura (OMS, 2011). Para 2012, la OMS consideró preocupante el aumento de ciertas conductas de riesgo para la salud en los jóvenes de algunos países de Europa y Norteamérica, por ejemplo, el sobrepeso de jóvenes, el alto consumo de alcohol y el inicio temprano de las relaciones sexuales (OMS, 2012).

Breve panorama mexicano en cifras

Entre otras características, estas conductas presentan un diferencial por sexo, es decir, según se trate de hombres o mujeres se pueden presentar manifestaciones de conductas de riesgo especializadas, independientemente del contexto o ambiente en el que se desarrollan. Para el caso mexicano, las estadísticas del Instituto Nacional de Estadística –INEGI- (INEGI-INMUJERES, 2016) reflejan tales especializaciones en las experiencias y vida de las personas jóvenes, por ejemplo en el ámbito de la educación, señalando que de las personas de ambos sexos con edad adecuada para estudiar la educación media superior y/o carreras cortas después de la secundaria, y que no asiste a la escuela (37%), la población masculina señala como el principal motivo de ello, a que no le gustó estudiar o no quiso hacerlo, o ya logró su meta educativa; la primera causa de inasistencia mencionada por las mujeres es la falta de dinero o trabajo. Así mismo, el 10.1% de las mujeres dejó la escuela porque se embarazó o tuvo un hijo y 13.1% lo hizo debido a que se casó o unió. Relacionado con ello se reporta que, para el ciclo escolar 2014/2015, el abandono escolar en los diferentes niveles educativos es más alto para la población masculina, siendo significativo a partir de la secundaria, donde cinco de cada 100 alumnos y tres de cada 100 alumnas abandonan la escuela; para la educación media superior aumenta a 14 por cada 100 hombres y 11 por cada 100 mujeres. Así, se observan patones de especialización por sexo en las trayectorias escolares que afectan de manera diferenciada la asistencia a la escuela de mujeres y hombres jóvenes.

Sobre el menor acceso a servicios de salud a nivel nacional, destaca que son los grupos de edad de 10 a 19 años y de 20 a 29 años, que sumados significan 35.1% de la población total en 2015, los que participan menos (34.2%) en el conjunto de la población afiliada a servicios de salud (INEGI-INMUJERES, 2016). Además, los/as jóvenes se relacionan de manera diferente según el sexo con diferentes problemas de salud pública vinculados con las conductas de riesgo. Por ejemplo, la mayor proporción de casos de VIH se presenta entre la población de 25 y 39 años (54.7% en hombres y 48.2% en mujeres), presentando una disminución en la incidencia de casos diagnosticados y notificados en los jóvenes de 15 a 24 años de edad a partir de 2013, pasando de 6.9 casos por cada 100 mil a 4.1 en noviembre de 2015.

Por otro lado, según cifras recogidas en 2014 y 2015 a nivel nacional, la prevalencia de “alguna vez” en el consumo de cualquier droga entre los estudiantes de secundaria y bachillerato es de 18.6% para los hombres y de 15.9% para las mujeres. En particular, para los hombres, la prevalencia total se modifica de 12.8% en secundaria a 28.4% en el bachillerato. Para las mujeres, el aumento es del 12.1% al 21.9 por ciento. Además del consumo de drogas médicas fuera de prescripción que oscila entre 5 y 8%, siendo ligeramente mayor en las mujeres, la prevalencia de consumo de drogas ilegales en hombres es de 16.6%, y crece de la secundaria (10.9%) al bachillerato (26.2%) 2.5 veces. En las mujeres, tal prevalencia es de 12.5% y entre la secundaria y el bachillerato sube de 9.3% a 17.7%. Estos patrones diferenciados de consumo producto de la variable sexo, también se reflejan en el uso de un tipo u otro se sustancia, mostrando que para los estudiantes de bachillerato, la droga más utilizada es la marihuana: hombres 22.5% y mujeres 13.9%. Por su frecuencia en su consumo, las otras dos drogas preferidas por los hombres son los inhalables y la cocaína; mientras que para las mujeres son los inhalables y los tranquilizantes (INEGI-INMUJERES, 2016).

Respecto de este breve panorama sobre conductas y riesgo y su diferencial por sexo, cabría comenzar a reflexionar sobre qué tanto de estas cifras puede ser causado por las características específicas de la biología humana de cada uno de los sexos y qué tanto pueden reflejar la socialización y el aprendizaje de los ambientes humanos. La OMS considera en la génesis de estas problemáticas a factores sociales, económicos y culturales como los principales responsables, y pone énfasis en el enfoque de determinantes sociales de la salud y la enfermedad (2011).  Paralelamente, las cifras sobre las causas de muerte en hombres y mujeres de este grupo de edad, apuntan hacia reflexiones específicas en torno a, por ejemplo, la impulsividad y la toma de decisiones en relación con las conductas de riesgo: entre la población de 15 a 29 años, las tres principales causas de muerte en ambos sexos son agresiones, accidentes de tráfico de vehículos de motor y lesiones auto infligidas intencionalmente. Como cuarta causa de muerte aparece la enfermedad por VIH -virus de la inmunodeficiencia humana- en los varones y la insuficiencia renal en las mujeres. Para la población masculina, la tasa de fallecimientos por homicidio es de 30 por 100 mil hombres y para la femenina de 3.9 por 100 mil mujeres. Para ambos sexos, las tasas más altas se presentan en los grupos de 15 a 29 y de 30 a 59 años de edad. Respecto a las defunciones por suicidio, a nivel nacional, se presenta una tasa de 5.3 decesos por cada 100 mil habitantes ‒80% corresponden a hombres y 20% a mujeres‒. Por estratos de edad, la tasa de muertes por suicidio más elevada ocurre en el grupo de 15 a 29 años (INEGI-INMUJERES, 2016).

Las tendencias por sexo de los datos y su implicación en términos de problemas sociales y de salud pública, hacen necesaria la reflexión sobre la causalidad de estos fenómenos que agrupamos en las llamadas conductas de riesgo para la salud. En este sentido, las causas de tales cifras podríamos agruparlas en procesos, variables o factores biológicos, personales y sociales, tratando de identificar cuáles serían las principales determinantes de estas conductas especializadas por sexo en los jóvenes. Cabe mencionar, que los patrones de comportamientos interpersonales diferenciados por sexo, no se presentan únicamente en las conductas de riesgo, sino en otras esferas de la actividad social y en fenómenos particulares. Por ejemplo, si se considera que las mujeres de entre 20 y 39 años son las que mayor aportación realizan a las labores domésticas y de cuidados, con un equivalente a 56.3 miles de pesos per cápita anuales –según las cuentas satélite utilizadas para hacer los cálculos del valor y aporte del trabajo doméstico a la economía nacional-; en comparación con los varones con edades de entre 12 y 19 años, siendo los que menos contribuyen a estas actividades con un valor neto per cápita de13.6 miles de pesos. De igual forma, un análisis por edad muestra que entre los 20 y 29 años se observa una mayor proporción de hombres que han sido víctimas de algún delito (33.9%), mientras que entre las mujeres el porcentaje más alto se presenta entre los 30 y 39 años de edad. La distribución por tipo de delito y sexo de la víctima muestra diferencias: respecto al delito de lesiones, 61.5% de las víctimas son varones y 38.5% mujeres; en el otro extremo, 80 de cada 100 víctimas de los denominados “otros delitos” corresponden al sexo femenino ‒aquí se incluyen el secuestro y los delitos sexuales, como hostigamiento, manoseo, exhibicionismo, intento de violación y violación (INEGI-INMUJERES, 2016).

Por lo tanto, las diferencias por sexo resultan claras y significativas en diversos temas y dimensiones personales y sociales, lo que invita a consultar el conocimiento existente sobre las diferencias entre mujeres y hombres para tratar de comprender tales prevalencias en las conductas de riesgo y el papel que se juega en el ellas, ya sea como actor, participante o evitando estas experiencias; incluso, si se juega el rol de víctima, agresor u observador en las posibles conductas violencias y/o delitos relacionados.

Factores Neurobiológicos

Desde la perspectiva neuro biológica, se ha puesto de manifiesto la contribución de diversas estructuras cerebrales que participan de manera específica en distintos procesos cognitivos, mismos que se reflejan en la conducta de los individuos, tal es el caso de las denominadas conductas de riesgo (Blakemore, 2012).

Para englobar a los procesos que se relacionan con la programación, regulación y control de la conducta voluntaria y dirigida a metas, se ha acuñado el término de Funciones Ejecutivas (FE).  Dichas funciones poseen un patrón de desarrollo relativamente tardío, ya que las estructuras anatómicas que sustentan estos procesos de alto orden cognoscitivo aún no terminan de consolidarse hasta pasados los 20 años de edad aproximadamente, lo cual explicaría la susceptibilidad de los jóvenes a cometer conductas de riesgo (Luna, Padmanabhan & O’Hearn, 2010). Durante la adolescencia existen diversos patrones de maduración en la estructura cerebral, hay cambios significativos tanto en el desarrollo de la sustancia gris en Corteza Pre Frontal (CPF), como de la sustancia blanca. Esta etapa de la vida tiene un papel fundamental en la consolidación de las FE, puesto que los diversos circuitos de la CPF aún están madurando (Anderson, Jacobs & Anderson, 2008).

La participación de las estructuras cerebrales de la CPF en procesos que se relación con las conductas de riesgo ha sido corroborada mediante estudios de casos con pacientes con lesiones cerebrales focales y estudios con Resonancia Magnética funcional (RMf) que permiten ver patrones de activación ante diversas tareas cognoscitivas en vivo. En humanos, las alteraciones delas áreas de la CPF se puede caracterizar por la inhabilidad de organizar y planificar actividades futuras, capacidad disminuida para responder al castigo, modales estereotipados, conductas socialmente inadecuadas, así como una evidente falta de preocupación por los otros (Adolphs, 2003). De forma particular, las diversas regiones de la CPF contribuyen de manera específica a diversos procesos, por ejemplo:

  1. La CPF Dorsolateral (CPDL se ha relacionado con funciones de muy alto nivel, dentro de este sustrato se ubican funciones como la metacognición, la cognición social, establecimiento de metas, diseño y programación de planes, selección de comportamientos precisos, flexibilidad Cognoscitiva, organización de respuestas eficaces, resolución de problemas.
  2. La CPF Ventro Medial (CPFVM) ha sido vinculada con capacidades de la toma de decisiones de riesgo, regulación de la conducta emocional, el autocontrol, detección de errores y solución de conflictos (Anderson, Jacobs & Anderson, 2008).
  3. Asimismo, la región de la CPF Orbital (CPFO) se ha relacionado con el automonitoreo de errores, auto regulación, control inhibitorio procesamiento de los matices negativos/positivos de las emociones, razonar sobre los estados mentales de otras personas (Adolphs, 2003).

En relación a la mayor predisposición de los hombres respecto a las mujeres de cometer conductas de riesgo, la perspectiva neuro-biológica centra su análisis en diversas variables orgánicas: diferencias anatómicas y funcionales a nivel cerebral, el papel de las hormonas, etc.  En el campo de las neurociencias, mediante el uso de técnicas de neuroimagen estructural y funcional se han señalado diferencias entre hombres y mujeres. Stoltenberg, Batien & Birgenheir (2008) señalan que existe un mayor volumen de la corteza pre-frontal en mujeres con respecto a hombres, lo cual podría asociarse con las diferencias entre sexos en el control de impulsos, ejecución de tareas cognitivas, procesamiento emocional, razonamiento y toma de decisiones relacionadas con la corteza pre-frontal. Campbell (2006) plantea que la causa de que los hombres estén envueltos en actos de agresión se debe a sus bajos niveles de inhibición cognitiva. Los hombres presentan una inhibición muy débil ante eventos peligrosos o ante una agresión, mientras que las mujeres poseen una mejor capacidad de inhibir su conducta ante este tipo de estímulos. El autor señala que no hay diferencias en la frecuencia e intensidad del enojo en hombres y mujeres, solo difieren con la capacidad y modo de expresarlo, algo bastante relacionado con el proceso inhibitorio, concluyendo que esto puede deberse a que las mujeres poseen mayor densidad en zonas orbitofrontales por lo que podrían tener un control superior de sus emociones y conductas.

De igual manera, diversas investigaciones señalan diferencias en el procesamiento cognoscitivo en procesos como la inhibición cognitiva, planeación y toma de decisiones de riesgo (Campbell, 2006). Stoltenberg y Batien (2008) plantean la relación entre el sexo, la impulsividad (evaluada a través de la tarea Stop signal) y su relación con una escala de riesgos de salud en adultos jóvenes, encontrando que menores niveles de inhibición cognitiva están asociados con un mayor riesgo de problemas con el consumo de alcohol y tabaco en ambos sexos, sin embargo, los hombres se ven mayormente afectados.

Factores Psicosociales

Desde una mirada psicosocial, se considera que la construcción de la identidad de los sujetos mediante el proceso de socialización y el aprendizaje o presión para cumplir con los roles estereotipados para hombres y mujeres (Ramírez, 2005; Ochoa, Parra & García, 2006), puede estar relacionada con la toma de decisiones vinculadas a las conductas de riesgo de las personas jóvenes (De Keijzer, 1995; Stern, 2007).

La categoría de análisis género abona al entendimiento de las dinámicas interpersonales y sociales, ya que describe cómo género resulta un elemento constitutivo de las relaciones basadas en las diferencias que distinguen los sexos, y además, una forma primaria de relaciones significantes de poder (Scott, 1990). Debido a ello, este concepto permite comprender la experiencia de las personas, gran parte del orden social y la influencia de las prácticas presentes y pasadas en las que hombres y mujeres –y entre cada grupo-  viven y se relacionan entre sí. Ayuda a entender, cómo al nacer macho o hembra de la especie humana, -con las diferencias biológicas de cada caso- se viven las vidas, se goza, se sufre, se enferman los cuerpos, se proyectan deseos y sentidos de vida, y también cómo es que se muere (Scott, 1990; Connell, 2003). Desde el ámbito de la salud pública, al formar parte de los procesos de salud-enfermedad-atención, el género se convierte en un determinante social de la salud y la enfermedad (López, Blanco, Garduño, Granados, Jarillo, López, Rivera, & Tetelboin, 2010).

Para el caso de las mujeres, los elementos dominantes de género instaurados en su subjetividad y “normalizados” (Guinsberg, 1996) en sus contextos sociales, se traducen en mandatos específicos que “ponen en práctica” las características, atribuciones y roles que se creen exclusivos o propios de mujeres, y que se pueden traducir en decisiones asociadas a conductas de riesgo. Por ejemplo, los embarazos no deseados y las infecciones de VIH (Stern, 2007) producto de la falta de establecimiento de límites por ser “buena mujer”, miedo al rechazo de la pareja por no ser “sumisa”; además, existen ideas erróneas en torno al amor romántico y la dependencia emocional de la pareja, la tolerancia al maltrato y las relaciones ideales (Ruíz y Fawcet, 1999), entre otras, que pueden afectar la toma de decisiones en torno a la autonomía y/o la pro-actividad en las relaciones grupales, cuando por ejemplo, se realizan conductas de riesgo. Aunado a ello, y en términos de la falta de autocuidado que puede potencializar el efecto de las conductas de riesgo, tanto para las mujeres jóvenes como para las adultas, el ser las principales encargadas del trabajo doméstico puede incidir negativamente sobre su salud y en la utilización de servicios sanitarios, aún más cuando trabajan remuneradamente (Fernández, Schiaffino y Martí, 2000). Tal y como lo señala la OMS (2009), las mujeres viven más que los hombres, pero esos años suplementarios no siempre se acompañan de buena salud; además, las mujeres y las niñas frecuentemente afrontan problemas tales como la discriminación, la violencia y la pobreza, mismas que aumentan su riesgo de mala salud.

Desde las experiencias de muchos hombres, pero siempre en relación con lo que se considera femenino en la actualidad occidental, Bonino (1998) utiliza seis enunciados que reflejan algunas de las creencias matrices de la masculinidad dominante y sus ideales/mandatos, mismos que organizan en muchos casos la subjetividad masculina. Estas creencias se relacionan con problemáticas de los hombres o malestar emocional que aparece cuando no es posible su cumplimiento, pero también, cuando se interpretan estos roles sociales puede haber comportamientos de riesgo relacionados con la misoginia, la homofobia, la falta de autocuidado y el abuso de sustancias, la competencia y la violencia entre hombres, además del establecimiento de relaciones tóxicas y/o abusivas entre hombres y hacia las mujeres:

  1. No tener nada de mujer;
  2. ser importante;
  3. ser un hombre duro;
  4. mandar a todos al demonio;
  5. respetar la jerarquía y la norma;
  6. ser sensible, empático e igualitario (Bonino, 1998).

Exceptuando el último mandato referido a un nuevo “eje” subjetivo producto de los cambios históricos que también genera malestar ante su incumplimiento (ser sensible empático e igualitario), los actos relacionados con los ideales estereotipados de género para los hombres se relacionan con conductas de riesgo, y se pueden comprender desde la Triada de la violencia masculina (Kaufman, 1985), la que esquematiza la direccionalidad de la violencia producto de los mandatos mencionados en tres direcciones: el maltrato auto-infligido o falta de autocuidado que tiene su máxima expresión en el suicidio; la violencia organizada que es realizada por grupos formales, informales, criminales y las guerras, y; la interpersonal, donde se ubican las riñas entre conocidos, desconocidos, el abuso doméstico y los homicidios, entre otras formas de violencia.

De esta forma, las conductas de riesgo implicadas en la idea más común de “ser hombre”, además de afectar la salud de los propios hombres llegando en ocasiones a grados mortales, resultan un riesgo para la salud de las mujeres y de otros varones (de Keijzer, 1995). En ese sentido, y junto con los planteamientos neurobiológicos expuestos páginas arriba, la identidad de género y los roles masculinos estereotipados pueden considerarse como otra hipótesis útil para explicar las estadísticas de este ensayo sobre las conductas de riesgo en jóvenes y su diferencial por sexo.

Conclusiones

Resulta conocido para la labor de investigación en el campo de la salud mental, que es necesario revisar las teorías, investigaciones, modelos explicativos y metodológicos que ameriten los objetos de estudio construidos por el campo de conocimiento de práctica o interés. En ese sentido, la elección de los abordajes teórico-metodológicos y técnicos más adecuados para el proceso de investigación se corresponderá con las dimensiones de estudio de la salud-enfermedad-atención, ya sea en grupos, casos particulares o en las instituciones y sus servicios.

Además de estas dimensiones de la investigación determinadas por el objeto de estudio, resulta destacable lo mencionado por Guinsberg (2007), sobre la existencia de ciertas visiones biologistas o psicologistas que pretenden enfrentar los problemas relativos a la salud mental con la exclusión de otros marcos causales o explicativos. Plantea a un biologicismo u organicismo dominante que sólo considera a una causalidad de tal tipo en el proceso salud-enfermedad, con desconocimiento o disminución del valor de los factores sociales y/o psíquicos en los mismos; por lo tanto, si las causas productoras de las patologías son orgánicas, las respuestas provendrán desde esa mirada. De igual forma, en una postura psicologista donde todas las explicaciones se remiten únicamente a los factores psíquicos, se eliminan o reducen las responsabilidades sociales u orgánicas, y en este caso, también se quita toda causalidad psico-patológica a la realidad histórica-social. Así, las posturas biologistas y psicologistas sirven como cobertura para mantener la realidad imperante, actuando como claros instrumentos de reproducción de las condiciones de vida que afectan la salud de las personas.

Desde esta reflexión, el abordaje de las conductas de riesgo en adolescentes debe partir de una mirada sobre su causalidad sin exclusiones biologistas, psicologistas o tal vez, sociologistas, éstas últimas centradas en los procesos sociales sin considerar la presencia de los factores biológicos o psicológicos individuales en casos particulares. Por lo tanto, para abordar la causalidad de las conductas de riesgo como objeto de estudio, por lo menos habría que partir desde dos dimensiones de la realidad: las causas neuro biológicas de los individuos y los ambientes psico-sociales en los que se desarrollan los sujetos.

Sólo baste mencionar dos ejemplos para ilustrar lo expuesto. Primero, es posible considerar un enfoque ecológico para el abordaje del desarrollo humano (Bronfrenbrenner, 1987), lo que implica a un ambiente multinivel del desarrollo, a partir de un conjunto de estructuras jerarquizadas e interrelacionadas donde habita e interactúa el sujeto y su biología; en éste, las estructuras o niveles más cercanos al sujeto son la familia, escuela o trabajo, las que a su vez están contenidas en una serie de relaciones sociales que median entre estos grupos primarios y las instituciones locales, estatales, comunitarias u otras; además, todos estos niveles del desarrollo se encuentran dentro una dimensión macro, es decir, un sistema mayor donde se ubicarían los factores socioeconómicos y culturales.

Otro posible acercamiento a la multicausalidad a partir de varios niveles de la realidad, pero identificando las principales determinantes del estado de la salud, la enfermedad y su respuesta social organizada, es un enfoque de Determinantes sociales de la salud, mismo que recupera las dimensiones estructurales e interaccionales de los sujetos y los grupos, para comprender las manifestaciones de los procesos sociales en la afectación de los cuerpos de las personas, ya sean diagnosticadas por el campo médico o que se presente como normalizaciones; este enfoque de salud que considera múltiples niveles sociales, comprende a la realidad biológica (o por lo menos las formas de sus manifestaciones) como influenciada por procesos sociales ( López, et al 2010).

Considerando lo anterior, y con alertas sobre abordajes confusos en torno a la causalidad de las conductas de riesgo, resulta de suma importancia valorar en su justa medida y forma la influencia de cada uno de los factores o procesos implicados, ya sean estos del ámbito biológico, psicológico o social. De esta manera, en la construcción de los objetos de estudio o en su interpretación, se evitarán las miradas biologistas, psicologistas o sociologistas que ofrecen explicaciones parciales y excluyentes de otras dimensiones de la experiencia humana.

Una mirada de investigación que contempla a sujetos biopsicosociales en vez de individuos unidimensionales, provee de abordajes tendientes a describir y analizar los objetos de estudio particulares con un mayor alcance científico; a su vez, la producción de conocimiento de este tipo permite una mejor comprensión de los problemas salud y en esa medida, facilita la toma de decisiones públicas para la el diseño, implementación y evaluación de las acciones públicas. En este caso, las dirigidas a la prevención de los problemas de salud y sociales vinculados a las conductas de riesgo de las personas jóvenes.

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[a] Profesor Investigador de Tiempo Completo de la Escuela Superior de Actopan, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Correo electrónico: fernando_bolaños@uaeh.edu.mx

[b] Profesor Investigador de Tiempo Completo de la Escuela Superior de Actopan, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.