La cultura Otomí y el Antropólogo Hidalguense Raúl Guerrero Guerrero
Otomí Culture and the Anthropologist from Hidalgo Raúl Guerrero Guerrero

Resumen

El investigador hidalguense Raúl Guerrero Guerrero dedicó su vida (entre otras cosas), al estudio y difusión de la cultura otomí del estado de Hidalgo, tanto del Valle del Mezquital (de donde él era oriundo) como de la Sierra Madre Oriental en su porción conocida como “Otomí-Tepehua”. Gran parte del conocimiento que ahora se tiene sobre la historia y la vida cotidiana de este pueblo (presente y vivo desde tiempos ancestrales) se debe a él. Este artículo ofrece un panorama sucinto de su obra sobre los otomíes y constituye un reconocimiento a su labor como pilar fundamental de la antropología mexicana.


Palabras clave: Raúl Guerrero Guerrero, otomíes, Valle del Mezquital, Sierra Oriental de Hidalgo.

Abstract

The researcher Raúl Guerrero Guerrero dedicated his life (among other things), to the study and dissemination of the otomí culture of the state of Hidalgo, both in the Valle del Mezquital (where he was originally from) and in the eastern Sierra Madre in its portion known as "Otomí-Tepehua". Much of the knowledge we now have about the history and daily life of this people (present and alive since ancient times) is due to him. This article offers a succinct overview of his work about the otomíes and constitutes an acknowledgment of his work as a fundamental pillar of the mexican anthropology.


Keywords: Raúl Guerrero Guerrero, Otomíes, Valle del Mezquital, Sierra Oriental de Hidalgo.

INTRODUCCIÓN

El estudio sobre la cultura otomí o hñä-hñu fue una constante en la obra del profesor Raúl Guerrero Guerrero, uno de los más prominentes antropólogos que ha dado el estado de Hidalgo. No sólo promovió la investigación etnográfica de este grupo, sino también se encargó de difundir sus modos de vida, incluyendo su gastronomía, música, festividades, artesanías, medicina, poesía, cuentos y leyendas. Basta citar algunos de sus libros para darnos cuenta de esto: Los otomíes del Valle del MezquitalEl pulque, Panorama geoétnico de las artesanías en el estado de Hidalgo y Otomíes y Tepehuas de la Sierra Oriental de Hidalgo.

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Mujer otomí tejiendo ixtle en telar de cintura
Foto Arturo Vergara H.

            El acercamiento del profesor Guerrero al estudio del grupo otomí fue de manera temprana, pues el lugar donde él nació (Alfajayucan, Hidalgo, 1912) se encuentra en el corazón de la zona otomí del Valle del Mezquital en el centro de México. Como él mismo menciona, fue invitado por Manuel Gamio a participar en la investigación etnográfica y folklórica de los otomíes del Valle del Mezquital en el año de 1950. Dos años después el gobernador hidalguense Quintín Rueda Villagrán creó el Patrimonio Indígena del Valle del Mezquital, al que se integró el profesor Guerrero por invitación del ingeniero Pedro Pablo Rivera Flores (Guerrero, 1983:15). A partir de entonces dedicó su vida al estudio de este grupo étnico.

Todavía en la actualidad están presentes las temáticas relacionadas con los otomíes que planteó inicialmente el profesor Guerrero, como el origen y la antigüedad de este grupo, la relación de los otomíes con los chichimecas y los tepehuas, su cultura material y sus formas de vivir y de pensar.

LOS OTOMÍES HISTÓRICOS

Raúl Guerrero mencionó con toda claridad que “la historia prehispánica del grupo Otomí es muy oscura” (Guerrero, 1983:67). Uno de los principales problemas que abordó fue la antigüedad de los otomíes, logrando ubicarlos como uno de los grupos más antiguos de Mesoamérica, pertenecientes a la cultura arcaica (según Manuel Gamio) y habitantes de la zona de Copilco y Cuicuilco (Guerrero, 1983:103-104).

La antigüedad de los otomíes llevó al profesor Guerrero a estudiar el grupo lingüístico otopame y su distribución, llegando a determinar el origen de la lengua otomí alrededor de 3,500 a.C.

Los otomíes, según el mismo Raúl Guerrero, provenían del Occidente de México o bien de la Costa del Golfo, y a pesar de ser en sus inicios cazadores recolectores, poco a poco fundaron aldeas e iniciaron el cultivo del maguey, descubriendo el pulque y el aprovechamiento de las fibras textiles (Guerrero, 1985a:29).

Anterior a la fundación de Tula existió un asentamiento otomí llamado Mahmení, que significa “Lugar muy poblado” (Guerrero, 1983:95). Posteriormente, con la caída de esta ciudad, se dieron una serie de migraciones y desplazamientos de población en el centro y norte de México. Estas migraciones masivas eran tanto de grupos aldeanos como de cazadores-recolectores del norte, los que en su mayoría se dirigieron al centro de México (López, 1993:130).

De acuerdo con Ixtlixóchitl, después de la caída de Tula penetraron al centro de México tres grupos: los tepanecas, los acolhuas y los otomíes. Una vez iniciada la oleada migratoria de grupos del norte al sur, hubo desplazamientos del oeste al este, es decir, los pueblos sedentarios reaccionaron ante la extensión de los chichimecas de Xólotl y se movieron hacia el oriente, ocupando tierras de los chichimecas. Estos pueblos eran agricultores (Ixtlixóchitl, 1975).

En un principio los otomíes se establecieron en la región de Xilotepec-Chiapan y posteriormente Xaltocan, al norte de la cuenca de México, llegó a ser su cabecera entre los años 1220 y 1398. Con la caída de Xaltocan, provocada por Azcapotzalco, unos otomíes se extendieron a la región de la Teotlalpan, que comenzaba en el extremo norte de la Cuenca de México y abarcaba parte del Valle del Mezquital, e incluía los actuales municipios de Atitalaquia, Atotonilco, Mixquiahuala, Tezontepec, Ajacuba, Pachuca, Zapotlán y la región de Ixmiquilpan, incorporando a los actuales Chilcuautla y Alfajayucan. Esta región contenía en su mayoría una población de lengua otomí.

Otros otomíes huyeron hacia las provincias de Metztitlán y Tutotepec, al que pertenecían los poblados de Tenango y Huehuetla, aunque Tenango llegó a ser parte de los pueblos en encomienda de Metztitlán en el siglo XVI (Lorenzo, 2001).  

El profesor Guerrero dejó en claro que los otomíes ocuparon primero el Valle del Mezquital y luego fundaron los señoríos otomíes independientes de Metztitlán y Tutotepec. (Guerrero, 1985a:30).

Con estos desplazamientos sobrevino un periodo de reacomodo poblacional, algunos señoríos incorporaron nueva población modificando su composición étnica y otros más se desintegraron. Esto trajo como consecuencia, por un lado, un carácter militarista que infundieron los grupos migrantes y, por otro, el retroceso de la frontera norte de Mesoamérica.

OTOMÍES Y CHICHIMECAS: UNA HISTORIA COMÚN

Otomíes  y chichimecas compartieron una historia común, a tal grado que se les llegó a confundir. Su vecindad permitió la mutua adopción de elementos culturales y por esta relación el profesor Guerrero también se ocupó de los chichimecas.

El concepto chichimeca es problemático, ya que según Pedro Carrasco (1986:300-301), con él se designa tanto a los pueblos del norte como a las características culturales de los cazadores-recolectores. En general existen tres significados en relación a este término: los pueblos nómadas cazadores del norte, los pueblos de cultura mesoamericana con antecedentes nómadas y pueblos distintos como los tolteca-chichimecas.

Como vimos, al desintegrarse Tula se incorporaron migraciones chichimecas de cazadores-recolectores a Mesoamérica. Uno de estos grupos fueron los llamados chichimecas de Xólotl, posiblemente de filiación chichimeca pame. Éstos tuvieron contacto de inmediato con otomíes y nahuas, lo que facilitó su incorporación a la vida sedentaria. Con Tlotzin, hijo de Nopaltzin y nieto de Xólotl, se inició la llamada “aculturación” chichimeca, el uso de prácticas agrícolas y la adopción de la lengua náhuatl. Sin embargo, algunos chichimecas permanecieron en su condición de nómadas, o bien, se dedicaron a la agricultura, pero sin olvidar sus actividades de caza, pesca y recolección.

Los chichimecas pames ocuparon partes septentrionales de Xilotepec, Ixmiquilpan y Metztitlán, como vemos, zonas eminentemente otomíes. Los chichimecas pames están considerados dentro de un área de transición entre los cazadores-recolectores y los agricultores, ya que se considera que adquirieron conocimientos, cultura e idioma otomí (Carrasco, 1986:305-307).

A su vez, los otomíes por su situación de vecindad, aceptaron rasgos culturales chichimecas, como el arco y la flecha, el horno subterráneo, la pintura facial a rayas, los dioses del tipo Mixcóatl, la elaboración del pan de mezquite, la cestería en espiral, entre otros.

Así, existió una fuerte relación o influencia entre otomíes y chichimecas, por lo que existió un doble carácter de la cultura otomí, mezclando elementos mesoamericanos propiamente otomíes, y elementos del norte de México de los chichimecas cazadores. Es por esto que se confundía usualmente a los otomíes con los chichimecas, ya que fueron el grupo del Altiplano que más asimiló elementos de los cazadores-recolectores. Del mismo modo, los chichimecas lograron adoptar algunos rasgos de la cultura y costumbres de los grupos otomíes sedentarios.

Posteriormente, con el predominio de la Triple Alianza en la Cuenca de México, la Teotlalpan pasó a sus dominios, de manera que cuando llegaron los españoles todos los grupos otomíes estaban bajo el poder de la Triple Alianza, a excepción de los señoríos independientes de Metztitlán y Tutotepec (Carrasco, 1986:273).

En suma, al desintegrarse la ciudad tolteca la frontera norte de Mesoamérica se retrajo hacia el sur y los otomíes septentrionales ocuparon el norte de la Cuenca de México y la Teotlalpan. En el periodo que va de la caída de Tula a la conquista, los otomíes se extendieron hacia el este conformando los señoríos de Metztitlán y Tutotepec e incorporando a su cultura muchos elementos de los chichimecas cazadores-recolectores. Éstos, a su vez, migraron al centro de México, se hicieron sedentarios y adoptaron la lengua, las costumbres y la cultura otomí y nahua.

CULTURA MATERIAL OTOMÍ

En cuanto a la cultura material otomí, es difícil definir a nivel arqueológico un asentamiento de este grupo debido a la falta de evidencia en estructuras piramidales, cerámica o escultura. El profesor Guerrero explicó esto de la siguiente forma:

“Que nuestros otomíes no hayan dejado obra material de su cultura en el Valle del Mezquital, consistente en una pirámide o esculturas en piedra, por ejemplo, debe hacernos recordar que, si en efecto constituyen un remanente de la población arcaica del Valle de México y que estuvieron asentados en Cuicuilco, sufrieron primero la acción del fuego en la erupción del volcán, luego emigraron a lugares inhóspitos, en donde más tarde fueron invadidos por los Tolteca y luego los Chichimeca; más tarde por los Mexihca, quienes cambiaron la toponimia otomí por la nahoa; después sobrevino la conquista hispana y continuaron sojuzgados, y en el México independiente han seguido sufriendo el desprecio o la indiferencia de los criollos y mestizos” (Guerrero, 1983:105).

            El grupo otomí, como bien lo mencionó el profesor Guerrero fue desde sus inicios sojuzgado y desplazado, y bien esta consideración debe tomarse en cuenta para explicar la ausencia de evidencia material prehispánica. Un ejemplo característico es el señorío de Metztitlán, donde la población mayoritariamente otomí no construyó un centro político, sino más bien la población vivía en casas dispersas ubicadas en las laderas de los cerros. De acuerdo con esto, podemos suponer que no sólo la amenaza de las frecuentes inundaciones, sino también el continuo asedio al que se vio sujeto este señorío independiente por parte del ejército mexica fue lo que ocasionó este tipo de patrón de asentamiento.

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Mercado tradicional, Ixmiquilpan, Hgo.

La falta de evidencia material de los otomíes históricos contrasta con la cultura dinámica y viva de los otomíes actuales, lo que llevó al profesor Guerrero a hacer un símil con fotografías fijas y de movimiento:

“… sus manifestaciones culturales, en lo material, en lo estético, en su situación con relación al espacio, se interrumpieron y quedaron estampadas como en una fotografía fija. Más en las manifestaciones de su cultura espiritual, dinámica, situada en el tiempo, no sucedió lo mismo, sino que su proyección, a manera de fotografía de movimiento, siguió una evolución determinada… [logró] alcanzar niveles elevados” (Guerrero, 1983:104).

Los otomíes eran cultivadores expertos (información obtenida de la Relación de la Alcaldía Mayor de Metztitlán y su Jurisdicción (1986); Carrasco, P. (1986); Cubillo Moreno, G. (1991); Galinier, J. (1987); González, L. (1993); Ixtlixóchitl, Fernando de Alva (1975); López, L. (1993); Quezada, N. (1993);  Sahagún, fray Bernandino (1989); Torquemada, Fray Juan de (1978).) Dice Sahagún (1989), que complementaban su alimentación con la caza, la recolección de hierbas y raíces y la pesca. Entre sus cultivos se encontraban: maíz, frijol, chile, calabaza, nopal, tomate, chayote, camote y jícama y explotaron extensamente el maguey, además cazaban venados, liebres, conejos, aves acuáticas y patos silvestres. Los productos de la caza y la recolección se destinaban al autoconsumo y llegaron a domesticar al perro y al guajolote. Emplearon la coa para plantar y sus instrumentos de caza eran redes, anzuelos, cañas, lanzas, lazos y cerbatanas. Su vestido consistía en huipiles y naguas de algodón y de ixtle (fibra de maguey), además elaboraban mantas y manteles. Fabricaban esteras con fibras de maguey. El tributo consistía en mantas, arcos, flechas, algodón, maíz, chile, aves y otros animales, además de servicio personal a los señores.

Su organización social se basaba en los calpullis (unidad de parentesco y económica) y cada pueblo estaba constituido por varios calpullis. La propiedad de la tierra era comunal y servía tanto para el autoconsumo como para el pago de tributo. La sociedad estaba dividida en nobles que eran los gobernantes, los sacerdotes y los tributados, y la gente común, es decir, los trabajadores y los tributarios. Su patrón de asentamiento era disperso (aunque en casos como Xilotepec y Chiapan se concentraba la población en centros urbanos). En general la habitación consistía en casas bajas y pequeñas con cimientos de piedra, muros de adobe y techos de paja o pencas de maguey.

El gobierno era dirigido por un tlatoani y los cargos eran hereditarios. Existía un consejo consultivo para la toma de decisiones y gobernantes o señores mayores que eran los dirigentes y señores menores que eran los jefes locales. Entre los funcionarios públicos se encontraban los calpixques y los recolectores de tributo. Los otomíes realizaban alianzas temporales entre pueblos con fines de conquista. Se hacía la guerra para obtener tributo, o bien, para liberarse de él. Las armas de guerra eran el arco y la flecha, que fueron adoptadas de los chichimecas, además mazos con puntas de pedernal, hondas, tiraderas, lanza dardos, lanzas con filos de navajas y rodelas hechas de cañas macizas y fibra de maguey.

Los otomíes adoraban a elementos de la naturaleza como cerros, cuevas, manantiales, árboles y fuego. Tenían un culto especial a la luna. Entre sus dioses se encontraban: Yocippa, dios del fuego, Otontecuhtli, primer señor de los antepasados y la Diosa Madre asociada a la tierra y a la luna. Sus lugares de culto fueron las cuevas y las cimas de los cerros.

En la actualidad, los grupos otomíes retoman mucha de su herencia prehispánica en sus actividades económicas diarias, sus artesanías, su indumentaria, alimentación, festividades y ceremonias, juegos y diversiones.

No podemos dejar de mencionar el importante trabajo que el profesor Guerrero llevó a cabo en relación a la cultura del maguey y del pulque, que se muestra en su libro El Pulque (Guerrero, 1985b). En éste trata no sólo de la planta y la bebida, sino también todo lo relacionado al folklore y el arte popular, incluidas las deidades prehispánicas, los ritos católicos, los tinacales, las pulquerías y los juegos, principalmente en conexión con el grupo otomí.

VIDA COTIDIANA Y PENSAMIENTO OTOMÍ

Muchos de los aspectos de la vida cotidiana de los otomíes actuales que esbozó en un principio el profesor Guerrero todavía hoy se discuten y adquieren un nuevo significado, por ejemplo a través de la “Antropología de la Noche” desarrollada por Jacques Galinier. El pensamiento otomí relacionado a las supersticiones de lo nocturno, la oscuridad, las sombras, la luna y los seres de la noche, fue estudiado por el profesor y su esposa Rosalía Rosado de Guerrero, he aquí algunos ejemplos:

            Un aspecto por demás interesante fue el que desarrolló la señora Rosalía Rosado sobre la vida sexual de la mujer otomí del Valle del Mezquital, que inicia con la pubertad y da paso al noviazgo y después a la vida conyugal. El embarazo y el parto constituyen entre los otomíes, eventos fundamentales en su vida y sus creencias (ver por ejemplo los trabajos de Noemí Quezada sobre amor, sexualidad y erotismo).

El carácter mágico de la medicina tradicional merece también un lugar especial en el trabajo del profesor Guerrero. Numerosas son las enfermedades que los otomíes nombran como “mal del aire” (cefalea, vómito, indigestión, alta temperatura), “mal de ojo” (conjuntivitis), “mal de espanto” (terror nocturno, malestar general), “mal de insulto” (parálisis facial) y “mal gálico” (sífilis). Los curanderos, brujos y parteras intervienen para curar y contrarrestar estos males, empleando hierbas y prácticas de magia y hechicería.

No cabe duda que Raúl Guerrero fue además un gran estudioso de la poesía y los cantos otomíes, y se encargó especialmente de recopilar la música y los cantares de este pueblo (Guerrero, 1995).

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Casa otomí de pencas de maguey. Santiago de Anaya, Hgo.
Foto Arturo Vergara H.

Aunque su interés principal fueron los otomíes del Mezquital (probablemente por ser oriundo de Alfajayucan), dedicó varios trabajos etnográficos a los otomíes serranos, especialmente en su libro Otomíes y Tepehuas de la Sierra Oriental del estado de Hidalgo. En él, se ocupa en describir los aspectos culturales de estos grupos, habitantes de los actuales municipios de Tenango de Doria, San Bartolo Tutotepec y Huehuetla, donde los otomíes conviven con los tepehuas. Las características del hábitat serrano hace visibles las diferencias de la cultura material respecto a los otomíes del semidesierto, cuya separación ocurrió hace siglos debido principalmente a las incursiones mexicas en el actual territorio hidalguense. Algunas diferencias idiomáticas también dan cuenta de esta separación física y temporal de los dos grupos otomíes hidalguenses.

En esta región el folklore asimila características de la huasteca vecina, por ejemplo Guerrero registró una versión local del tradicional huapango huasteco “El Querreque”.

Describió minuciosamente el carnaval de San Bartolo Tutotepec, donde las personas bailan con atuendos charros y máscaras. Dio cuenta de una interesante ceremonia en la iglesia del barrio de San Miguel donde se intercambian mayordomos. También narró las formas que el Xantolo (fiesta de difuntos) asume en la región otomí-tepehua. Baños de temazcal, baile “el volador” y algunos otros rasgos culturales locales llamaron poderosamente su atención.

MANERA DE CONCLUSIÓN

El profesor Raúl Guerrero conoció, vivió y experimentó la cultura otomí. Fue un incansable investigador que recorrió el Valle del Mezquital y la Sierra Otomí-Tepehua reconociendo los sabores, los olores y los sonidos del pueblo otomí, estudiando su paisaje, su historia y su cultura material y espiritual; pero a la vez lamentándose de la pérdida de muchos de los elementos culturales que definieron por siglos a este grupo, en especial lo relacionado a su música tradicional. En palabras del mismo Guerrero: “La tristeza me invadió al observar cómo en un lapso tan corto, digamos de veinte años a la fecha, era posible que se hubiera perdido casi absolutamente, una de las mejores y más bellas muestras del sentimiento estético musical del pueblo otomí del Mezquital…” (Guerrero, 1983:245).

Como hemos visto, numerosos son los temas que trabajó Raúl Guerrero Guerrero con relación al grupo otomí, que ahora merecen una revisión a la luz de nuevos datos.  Utilizando los métodos de investigación antropológica tradicionales como la observación participante, planteó las bases para el estudio de esta rica cultura que hoy en día sigue tan viva como una fotografía de movimiento.

REFERENCIAS

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Cubillo Moreno, Gilda. (1991). Los dominios de la plata: el precio del auge, el peso del poder. Empresarios y trabajadores en las minas de Pachuca y Zimapán, 1552-1629. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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Torquemada, Fray Juan de. (1978). Monarquía Indiana. Miguel León Portilla (selección, introducción, notas). México: Universidad Nacional Autónoma de México.

 

[a] Dra. en Historia. Profesora investigadora del Instituto de Artes de la UAEH. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel I alorenzo@uaeh.edu.mx

[b] Dr. en Historia. Profesor investigador del Instituto de Artes de la UAEH. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel I. vergarah@uaeh.edu.mx