La Catedral de Tulancingo: Arquitectura al servicio de la devoción

Resumen

La construcción de grandes obras siempre ha involucrado la participación de varios sectores de la población, en el caso de la arquitectura religiosa, la iglesia requirió del apoyo de autoridades y feligreses para edificar sus templos y conventos. La grandeza de los mismos se consideró reflejo de la piedad y estabilidad económica de las ciudades que los construyeron. A lo largo de los tres siglos que duró el virreinato los estilos arquitectónicos fueron cambiando, sin embargo, siempre estuvieron al servicio de la gloria de Dios. La transformación de esta antigua iglesia franciscana en un magnífico templo neoclásico es prueba de esto.


Palabras clave: evangelización, franciscanos, arquitectura, neoclásico, devoción, economía

Abstract

The construction of large works has always involved the participation of various sectors of the population, in the case of religious architecture, the church required the support of authorities and parishioners to build their temples and monasteries. The greatness of these was considered reflection of piety and economic stability of the cities that built them. During the three centuries that lasted the viceroyalty the architectural styles were changing, however, they were always at the service of the glory of God. The transformation of this old Franciscan church in a magnificent neoclassical temple is proof of this.


Keywords: evangelization, franciscan, architecture, neoclassical, devotion, economy

Introducción

La ciudad de Tulancingo está situada al sureste del estado de Hidalgo, a 45 km. de Pachuca, su capital, y a 90 km. al norte de la ciudad de México.  Se asienta en el centro de un amplio valle que limita al norte y al oriente con la región de Tenango de Doria conocida como Sierra de Oriente, al poniente con la Sierra de Pachuca, al sureste con el estado de Puebla y al sur con los llanos de Apan.  A medio camino hacia la costa del Golfo y en dirección al norte, ha sido paso obligado de muchos viajeros y comerciantes durante siglos.

En el centro de esta ciudad desde hace más de doscientos años se alza orgullosa, su catedral.  Larga e interesante es la historia de esta iglesia cuyos antecedentes se remontan al siglo XVI, cuando los franciscanos fundaron la Doctrina de San Juan Bautista Tullantzinco.  El antiguo templo construido por los hermanos menores  fue totalmente transformado a finales del siglo XVIII y se convirtió en catedral a mediados del siglo XIX.  El periodo en el que se llevó a cabo la reedificación del edificio fue uno de los más virulentos que ha sufrido el país, pues son los años en los que se gesta y se lleva a cabo la guerra de independencia. La catedral es el edificio más importante de la población y uno de los pocos vestigios del pasado que quedan en esta población.

La economía de la región

El desarrollo económico de la región durante la época prehispánica se basó principalmente en la agricultura y el comercio debido a la fertilidad de sus tierras y a su situación geográfica.  En sus campos se cultivaban maíz y hortalizas; sus habitantes comerciaban con las poblaciones de la sierra y con las de las grandes ciudades de Texcoco, Tlatelolco y Tenochtitlan. La organización territorial prehispánica se basaba en el calpulli, que más tarde se transformó en barrios y parcialidades. Las dos parcialidades de Tulancingo eran Tlaixpa, de población otomí y Tlatoca de población nahua.  Después de la conquista se estableció en la región una nueva forma de administración y tenencia de la tierra, la encomienda,[1]ésta otorgaba al encomendero el derecho de administrar los productos de la tierra y los servicios de los indios que la habitaban.  Le encomienda de Tulancingo  fue otorgada a Francisco Vargas por el propio Hernán Cortés, sin embargo, al no ser autorizadas las encomiendas por el emperador, ésta le fue retirada. Cortés insistió ante el emperador, argumentando que la encomienda era la única manera de recompensar a los soldados que participaron en la conquista, pues no había otra manera de hacer producir la tierra y  ésta, además, era la única forma de cristianizar a los indios. El emperador realizó una consulta por medio de su Audiencia y de algunos religiosos quienes finalmente determinaron que la encomienda era la única manera de hacer mercedes a los conquistadores, a los pobladores de la Nueva España y a la Corona. En 1526 se otorgó la encomienda de Tulancingo a Francisco Terrazas, a quien Bernal Díaz del Castillo[2] señala como persona prominente y mayordomo de Cortés.  La encomienda tuvo que compartirla con Francisco de Ávila (o Dávila), uno de los primeros pobladores de la región.  A Terrazas le correspondió la parcialidad de Tlatoca y a Dávila la de Tlaixpa. 

Durante la colonia, la economía de la región se basó en la agricultura y la ganadería, la mayor parte de las tierras pertenecían a españoles.  Fray Agustín de Vetancurt,[3] en su Teatro Mexicano menciona que existían 38 haciendas y ranchos donde se recogía abundante trigo, maíz, lenteja, y se criaba ganado mayor, mulas y caballos. En la zona también se introdujo la cría de ganado menor, principalmente ovejas.  A finales del siglo XVIII, la economía seguía basándose principalmente en la agricultura, la ganadería y el comercio. Además de las actividades mencionadas, en la población se elaboraban mantas de algodón, productos de lana y también se realizaban diversos artículos de barro.

Evangelización

La población fue evangelizada por los franciscanos, los frailes empezaron a visitar Tulancingo  desde Texcoco a partir de 1526.  Fundaron una primitiva ermita en el barrio de Zapotlán en la zona sur de la población, dos años más tarde iniciaron la construcción del convento y de su iglesia en el centro de la población a la que llamaron San Juan Bautista Tollantzinco.   El gran conjunto conventual que construyeron incluía un hospital, la capilla de la Tercera Orden, la ermita de El Calvario,  una gran huerta y un atrio que servía también de cementerio.  El conjunto fue descrito por algunos de los cronistas religiosos de la orden y también por autoridades civiles que visitaron la población. Fray Alonso Ponce, visitó el conjunto el 16 de enero de 1585 y lo describió así: “El convento está acabado, con su iglesia, claustro, dormitorios y huerta, en que hay muchos nogales y se cogen muchas nueces (…)”.[4]En 1740, Villaseñor y Sánchez, contador general y cosmógrafo del Reino de la Nueva España, al realizar la descripción general de los reinos y provincias de la Nueva España y sus jurisdicciones, escribió lo siguiente sobre el conjunto conventual de Tulancingo: “es guardianía y casa de voto de la Provincia del Santo Evangelio, cuyos religiosos en suficiente número administran la doctrina y sacramentos a esta feligresía, cooperando igualmente algunos eclesiásticos seculares que en ella tienen domicilio”.[5] Durante el largo periodo que los seráficos permanecieron en Tulancingo, inculcaron entre la población varias de sus devociones.  La más notoria y que prevaleció a través del tiempo fue la de San Juan Bautista, quien sigue siendo el patrono de la ciudad.  Otras las conocemos sólo a través de las cofradías que fundaron y de las que queda constancia en el archivo parroquial. 

Las autoridades civiles y los franciscanos mantenían una estrecha relación que se manifiesta en la certificación anual que debía enviar el Alcalde Mayor de Tulancingo al Provincial de la orden, en ella informaba sobre la administración de los sacramentos que realizaban los frailes en la población y los pueblos sujetos a la cabecera. Los frailes permanecieron en Tulancingo hasta 1754, año en el que la Doctrina fue secularizada. La parroquia de San Juan Bautista de Tulancingo se fundó el 16 de noviembre de 1754, su primer párroco fue el licenciado don Rafael Vértiz Castorena.  Para cumplir con los requisitos de su nueva misión, la antigua iglesia fue ampliada. En 1780 “…se edificó, a costas de la primitiva, una iglesia de mayor amplitud y sólida construcción, el presbiterio de la cual se ajustó a una artística perspectiva que tenía la firma de José Pavón, con fecha 1778 (…)”[6].  

En 1788, el Cabildo de Tulancingo, a través de su presidente municipal, Francisco Antonio del Llano y Sierra[7] solicitó a la Academia de San Carlos la elaboración de un proyecto para la reconstrucción de su parroquia.  Algunas fuentes señalan que la vieja iglesia había sufrido daños debido a un incendio, sin embargo, esto no ha podido confirmarse.  Cualquiera que haya sido la razón, lo cierto es que, el insigne arquitecto don José Damián Ortiz de Castro, quien era ya entonces Maestro Mayor de la Catedral y de la Ciudad de México, elaboró el proyecto para la reedificación de la parroquia, mismo que le valió ser nombrado Académico de Mérito de la recién fundada Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos.

Contexto social

La reedificación de la parroquia de Tulancingo se llevó a cabo  durante los últimos años del virreinato y los difíciles años de la guerra de independencia.  En este periodo la ciudad se vio afectada por los acontecimientos que alteraban el orden en  todo el territorio.  A finales del siglo XVIII, el Reino de la Nueva España era una nación próspera y gozaba de una cierta estabilidad económica, política y social que permitió que sus instituciones educativas se encontraran a la vanguardia en el continente.  Sin embargo la desigualdad social que existía entre los diferentes estratos de la sociedad y la dependencia con la Metrópoli,  provocaban malestar y disturbios en todo el reino.  En aquellos días, los territorios que hoy forman el estado de Hidalgo disfrutaban de tranquilidad y prosperidad basada principalmente en la agricultura, la ganadería,  la minería y el comercio.  A pesar de esto los  años de malas cosechas y los conflictos sociales no estuvieron ausentes en esta parte del país.   La situación geográfica de la ciudad la colocó en muchas ocasiones en el centro de violentos enfrentamientos.  Las ideas independentistas prosperaron  y se manifestaron anticipadamente a través del arte, principalmente en la arquitectura. 

La Academia de San Carlos y el proyecto de Tulancingo

La Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos, se había convertido en el órgano rector que tenía a su cargo la aprobación de los proyectos constructivos.  Antes de su fundación eran los gremios quienes resolvían sobre esta actividad.  En 1780, -un año antes de la fundación de la Academia-, el virrey don Martín de Mayorga, dispuso que para obtener licencia o permiso de construcción, los maestros del gremio informaran sobre las obras a la Junta de Policía.  La Academia reforzó y consolidó estas ideas de control, que estaban orientadas a suprimir los vestigios del barroco y favorecer el retorno a las “formas clásicas” y el “buen gusto” que impondría el Neoclásico de acuerdo a la mentalidad ilustrada de entonces.[8]   Este cambio de paradigma que se manifestó primero en el aspecto artístico, derivó en grandes cambios políticos y sociales en las siguientes décadas.

La Academia cifraba en la enseñanza de la arquitectura sus más altas expectativas, por medio de la instrucción orientaría el gusto hacia los modelos clásicos, y al regular la construcción favorecía la difusión y asimilación de los mismos.  La creación de esta institución que regularía la construcción, propició que los maestros de arquitectura de la ciudad solicitaran que se les admitiera y reconociera como académicos de mérito, ya que estos eran profesores examinados y reconocidos públicamente.  Desde la Academia habían surgido las más duras críticas en contra de la arquitectura de la ciudad y de los maestros mayores que no se apegaban a las reglas del arte clásico.  Los académicos pensaban que muchos de los edificios públicos eran desproporcionados, se alzaban a alturas imprudentes y carecían de gusto en la decoración de las fachadas.  Criticaron la mezcla de órdenes y la disposición asimétrica de puertas y ventanas.  La censura de la Academia llegó a tal punto que en los estatutos se establecía que “(…) ningún Tribunal, Juez Magistrado ni Ayuntamiento o Comunidad podrían conceder título o facultad para tasar, medir, ni dirigir fábricas a persona alguna que no sea Director o Académico de Mérito de Arquitectura (…)”[9].  Esta disposición monopolizó las actividades y centralizó el poder en un reducido y privilegiado grupo de académicos.  Sin embargo, esta censura se aplicaba únicamente en la capital, en la provincia, el Ayuntamiento o Cabildo, podían nombrar a otras personas para ejercer estas funciones; quienes no fueran académicos, debían ser examinados por la Academia, de lo contrario serían suspendidos de sus labores por un tiempo.  Los encargados de llevar a cabo la censura fueron los académicos de mérito, los supernumerarios, los agrimensores, los tasadores y los veedores, de ellos los que gozaban de mayores distinciones   como las de acudir a las Juntas Públicas y tener allí voz y voto eran los académicos de mérito.   La Junta de Policía del Ayuntamiento era otro organismo que también intervenía en la sanción y censura de las construcciones.  La Junta recibía los planos de las construcciones y los turnaba a la Academia para que esta acreditara a los maestros aprobados y se otorgara entonces la licencia de construcción.  La Junta ejercía un férreo control sobre los arquitectos, podía retirarles sus títulos e impedirles ejercer su arte; para recuperarlos debían ser verificados por la Junta de Gremios y pagar por ello.   Por su parte, la Academia, si rechazaba algún proyecto, se le podía prohibir al autor dirigir  obras, citarlo a un examen o comisionar a alguien de la Academia para que reformara o realizara nuevos planos.  Los miembros de la Academia intervenían también en la elección de materiales para construcción, poniéndolos de moda, como sucedió con el uso  de la piedra, cantera y  mármol de colores en el interior de los templos.  Propusieron además el uso de nuevos materiales como el yeso, sobre cuya utilización en la arquitectura escribió un tratado el arquitecto don José Damián Ortiz de Castro.

El Neoclásico se impuso sobre el Barroco dando lugar a innumerables transformaciones, las antiguas construcciones barrocas e incluso las anteriores fueron revestidas con el nuevo estilo que era auspiciado por la Academia y sus arquitectos.  Este cambio de modelo estilístico ocasionó la destrucción de muchos retablos barrocos.  La sociedad novohispana aceptó el nuevo estilo como presagio de los inevitables cambios que se avecinaban y como una innovación relacionada con el progreso y a la vez el retorno a un estilo más puro. Los excesos del barroco se consideraron de mal gusto.  En muchos templos de todo el territorio los altares y retablos barrocos fueron sustituidos por neoclásicos.   En el caso de la parroquia de Tulancingo, toda la construcción fue modificada; de acuerdo con Israel Katzman (2002: 48), en el proyecto de Tulancingo  se incorporaron por primera vez  un pórtico clásico adintelado y un frontón en una iglesia.  

Don  José Damián Ortiz de Castro /Biografía y obra

José Cosme Damián Ortiz de Castro fue un distinguido arquitecto que vivió en la Nueva España durante la segunda mitad del siglo XVIII.   Participó en la reforma de la ciudad de México emprendida por el virrey Juan Vicente Güemes Pacheco y Padilla, segundo conde de  Revillagigedo, dicha reforma convirtió a la ciudad de México en la ciudad de los palacios. Ortiz de Castro colaboró con su maestro   Miguel Constanzó en la construcción numerosas obras y fue un distinguido profesor de la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos.  Hasta hace pocos años su nombre y su trabajo eran poco conocidos fuera de los círculos especializados; el hallazgo en el 2007 de la cápsula del tiempo depositada por él en 1791, en la torre oriente de la Catedral Metropolitana, y la restauración de estas torres proyectadas por él, han contribuido a la revaloración de este insigne arquitecto.

José Cosme Damián Ortiz de Castro, nació el 28 de septiembre de 1750, en San Gerónimo Coatepec, hoy Coatepec, Ver., y  murió en la ciudad de México el 6 de mayo de 1793.   Elizabeth Fuentes Rojas, quien ha realizado diversos estudios sobre la Academia de San Carlos, afirma que José Cosme Damián Ortiz de Castro fue hijo de Don José Martín Ortiz, maestro de arquitectura y de Doña Albina María Zarate; quienes    comprobaron que estaban limpios de toda mala raza de moros e  indios y que no habían sido penitenciados por el Santo Oficio de la Inquisición ni otro tribunal.[10] Se sabe que tuvo dos hermanos, don Francisco Ortiz, quien fue un distinguido alumno de la Academia de San Carlos y Pedro Antonio.  Ambos colaboraron en la dirección de la construcción de la parroquia de Tulancingo después de la muerte de su hermano.  Se conocen pocos datos sobre la vida de este notable arquitecto antes de su llegada a la ciudad de México. En 1783 obtuvo un premio de siete pesos por sus trabajos en la Sala de Principios.[11]  Dos años más tarde, el director de la Academia, don Jerónimo Antonio Gil en su informe fechado el 4 de abril de 1785, lo menciona como ayudante del profesor de Arquitectura y Geometría don Miguel Constanzó,  y hace notar que  “a cumplido así mismo con su obligación bien y exactamente baxo las órdenes del referido Dn. Miguel, ayudándole a demostrar las lecciones de Geometría.[12]

Sus obras

En 1772 trabajó como ayudante del capitán de ingenieros y brigadier Miguel Constanzó en las obras de ampliación de la Casa de Moneda, y en 1779 en las de la fábrica de pólvora de Santa Fe.  De 1780 a 1793 realizó diversas reparaciones y obras menores en varias partes de la ciudad. Solicitó el nombramiento de Maestro Mayor de obras de la Ciudad de México en 1781, para lo cual afirmó haber realizado sin pago alguno, el blasón público que conmemora la caída de Tenochtitlan, y que se encuentra expuesto en la esquina de la Iglesia de San Hipólito,[13] mejor conocida  como la de San Judas Tadeo.  Este monumento en su parte posterior, conserva el relieve de un pliego en el que debió anotarse la donación, en la parte superior del mismo se aprecia el rostro de un hombre, la imagen está muy deteriorada, la nariz casi ha desaparecido, aún así, alcanza a percibirse un rostro serio rodeado de una abundante cabellera. Manuel Toussaint, en su libro Arte Colonial en México,[14] menciona que es un retrato de Ortiz de Castro,  y que en su momento pudo leer el documento que daba fe de este hecho, el cual sin embargo no se conserva.

En 1785 Ortiz de Castro escribió acerca de los beneficios que aportaba el uso del yeso en la construcción, material que había empleado en las obras de la Real Casa de Moneda.[15]  Un año después ganó el concurso organizado por el Cabildo Catedralicio para concluir la fachada y las torres de la Catedral Metropolitana, por lo que recibió el nombramiento de Maestro Mayor de la Catedral; sus planos fueron elegidos por Gerónimo Antonio Gil y Antonio González Velázquez, y fueron de los primeros proyectos neoclásicos aprobados por la Academia como institución reguladora de la construcción.[] Introdujo además como innovación constructiva el uso del hierro como parte de la estructura de los campanarios.

En el  año de 1787 construyó los Portales de la Sangre de Cristo, pertenecientes al Convento de San Agustín.  Al siguiente año, el 12 de abril, presentó los planos de la iglesia de Tulancingo, para obtener el grado de Académico de Mérito, grado que le fue otorgado el 6 de diciembre del mismo año.[17]  Ese mismo año, elaboró el plano del sitio de Nipaltongo, terreno que la Academia había comprado para edificar su escuela, el cual posteriormente fue adquirido por el Tribunal de Minería para construir el edificio que proyectó posteriormente Manuel Tolsá.  En 1790 dirigió las obras de empedrado de la Plaza Mayor y al año siguiente, en colaboración con Miguel Constanzó, construyó las fuentes colocadas en sus esquinas y la pila pública cercana al convento de la Merced.  Fue registrado en la lista de los profesores facultados para evaluar obras arquitectónicas emitida por la Academia en enero de 1791.[18] Trabajó en 1792 con Ignacio Castera en las obras para terraplenar y dar cauce a los desagües de calles y plazas de la ciudad.[19] Ese mismo año, la Junta de Policía impidió que construyera una obra por no haber presentado los planos correspondientes. Murió el 6 de mayo de 1793, y fue, en opinión de Manuel Toussaint  “…el más notable arquitecto mexicano de su época…”.[20] En el Archivo General de la Nación se han localizado además tres planos fechados en 1791 de la Iglesia de San Juan Bautista Ajalpan de Tehuacán, hoy estado de Puebla y cinco planos fechados en 1792 del cuartel de milicias de la ciudad de México. [21]  Se desconoce la razón por la cual el ya reconocido arquitecto don José Damián Ortiz de Castro decidió realizar el proyecto para la reedificación de la parroquia de Tulancingo, y presentarlo para obtener el grado de Académico de Mérito de la Academia.  El control que ejercía la Academia sobre las construcciones arquitectónicas se relajaba en la provincia debido a que era imposible ejercer  control sobre tan vasto territorio.  Sin embargo Tulancingo se localiza a 90 kilómetros de la ciudad de México y es paso obligado hacia la costa del Golfo de donde era originario Ortiz de Castro.  Sólo podemos suponer que el Ayuntamiento de la ciudad pidió consejo y apoyo a la Academia y que Ortiz de Castro al conocer la población y la parroquia se interesó por el proyecto. El gobierno local pidió que por razones económicas se utilizaran los muros de la vieja parroquia, este inconveniente fue salvado exitosamente por Ortiz de Castro.

La Catedral de San Juan Bautista

El proyecto para la reedificación de la parroquia de Tulancingo fue presentado a la Academia por Ortiz de Castro el 12 de abril de 1788, en septiembre del mismo año fue aprobado por Miguel Constanzó quien opinó al respecto: “todo tiene adecuadas proporciones y juiciosa composición, la aplicación del sujeto me es ampliamente conocida y su idoneidad lo hacen acreedor a la distinción a la que aspira.[22]  A finales  de este mismo año, le fue otorgado por el virrey don Manuel Antonio Flores el nombramiento de Académico de Mérito. El proyecto realizado por este insigne arquitecto amplió la construcción de la  iglesia en más de 300 metros: aumentó la altura de los muros, se añadieron los cruceros, la cúpula y el vestíbulo; se incorporaron además dos torres campanario.  La iglesia tiene una planta de cruz latina, su portada, de fina cantera gris se caracteriza por su sobriedad y sencillez.  Para solucionar la dificultad que representaba lo estrecho del antiguo templo con la nueva altura del proyecto neoclásico, el arquitecto Ortiz de Castro proyectó los grandes cubos de las torres fuera de los paramentos del templo para ganar distancia en la horizontalidad. [23]  El amplio frontón denticulado de estilo neoclásico y forma triangular descansa sobre un friso y cornisa de gran sencillez. En el tímpano se ubica un bloque sin tallar en el que antiguamente estaba tallado el escudo de España, el cual fue removido durante la Primera República.[24]  Debajo de esta cornisa se ubica un entablamento con juego mixto de entrantes y salientes en cuyo costado izquierdo se ubica un reloj.  Está sostenido por un par de columnas jónicas, una a cada lado del espacio porticado y cuatro pilastras, dos a cada lado de 17 metros de altura con capiteles de estilo jónico también.  Las columnas exentas enmarcan un angosto nártex donde la puerta se abre bajo un capialzado sin mayor ornato que una sencilla moldura donde estaba inscrita la fecha en que el templo fue erigido en catedral (1864).  La cornisa del frontón se prolonga para integrar las torres logrando que el lienzo frontal sea un cuadrado perfecto de 29 metros por lado hasta el vértice superior del frontón.  Las torres son cuadradas con campanarios que tienen vanos alargados de medio punto, están coronados por pirámides de forma octagonal rematadas con esferas.  La altura total del piso hasta la terminación de los pináculos es de 41.3 metros. La torre sur se terminó hasta finales del siglo XIX.   El resto de la portada es casi lisa, sólo muestra en el dintel el relieve de un cordero echado, símbolo de Jesucristo, rodeado por un resplandor, en la parte inferior se encuentran en medio de medallones las letras: B C P E E O M, que simbolizan los siete sacramentos.  

 

José Damián Ortiz de Castro. Parroquia-Catedral de San Juan Bautista. 1788. Tulancingo, Hgo. Fotografía. Revista Horizontes, edición dedicada a Tulancingo. Julio, 1907. Archivo fotográfico del Sr. Ignacio Villegas Macedo. 

 

El templo tiene una planta de cruz latina, consta de una sola nave que se prolonga hasta los 58 metros para dar cabida a la portada, un ábside poligonal y un crucero de 40 metros de largo por 12 de ancho.  La nave se encuentra dividida por pares de intercolumnios de estilo jónico con cornisa, frisos y arquitrabes.  Desde cada par de los capiteles de las pilastras arrancan arcos fajones de medio punto con detalles neoclásicos, como las almohadillas, estos arcos dividen la nave en cinco partes y sobre estos emergen las bóvedas de arista que presentan incrustaciones de cantera en las nervaduras.  En su clave tienen grabada la fecha de su construcción. En el transepto, las cubiertas son de cañón corrido.  La cúpula colocada sobre el transepto se levanta sobre un cimborrio muy peraltado en el que se abren ocho vanos para ventanas que se observan desde el interior y el exterior, está rematada con una linternilla que alcanza la altura de 54 metros.  El interior de la cúpula está pintado de blanco y decorado con cuatro parejas de amorcillos (putti) que flotan alrededor de una guirnalda de florecillas doradas que a su vez rodean un aro de con motivos geométricos sobre un fondo verde.  El retablo principal sigue la forma poligonal del ábside, es de estilo neoclásico y está dedicado a San Juan Bautista.  El ábside está cubierto por una bóveda en forma de media naranja en cuyo centro se colocó una imagen de la Virgen de la Asunción.  La ubicación y el tamaño de esta imagen han ocasionado que algunos investigadores, como el doctor en arquitectura Luis Ortiz Macedo, consideren que la catedral está dedicada a ella.  A ambos lados del crucero se ubican las capillas de la Epístola y del Evangelio, ambas  ostentan retablos neoclásicos.  El coro se alza a 18 metros sobre el acceso, en los muros laterales, sobre la cornisa, se ubican los vanos de las ventanas que permiten la iluminación.  La cubierta del coro también es una bóveda de arista en cuya unión central tiene una sencilla clave pinjante como en las bóvedas de la nave principal. 

El atrio, rodeado de una alta reja de herrería está dividido en tres partes: central, norte y sur.  El central desemboca en la escalinata que baja al nivel de la calle; en la parte norte se localizan dos capillas, la de San José y la de la Inmaculada Concepción.  Las dos fueron iniciadas en el siglo XIX y se concluyeron a principios del siglo XX. Se ubica también en esta zona el obelisco mausoleo del Pbro. Nicolás García de San Vicente (1795-1843), notable educador originario de Acaxochitlán y quien vivió gran parte de su vida en Tulancingo. En la parte sur se levanta una cruz atrial que fue donada por el Ing. Luis Roche en la década de los ’80, es una copia de la cruz cogollada de Zempoala.  En esta parte del atrio se encontraba la Capilla de la Tercera Orden y se localiza la entrada al claustro.   El claustro también fue modificado por el proyecto neoclásico, la esquina noroccidental se sacrificó para construir la escalera que conduce al coro. Está formado por dos cuerpos horizontales alrededor de un patio central; cada crujía cuenta con cinco arcadas con arcos de medio punto y sencillas columnas toscanas que se corresponden con el claustro alto.

La construcción de este magnífico templo se inició en 1789, las fechas labradas en las claves de los arcos fajones y formeros  nos permiten constatar la rapidez con que fue cerrándose la bóveda.  La primera fecha inscrita se encuentra en el ático del retablo, 9 ber 30 de 1793; en el primer arco  que cubre el ábside está inscrita la fecha Octubre 4 de 1800; en el segundo, Noviembre 5 de 1800; en el tercero Diciembre 12 de 1800 y en el último Enero 31 de 1801.  En el crucero sur la clave tiene inscrita la fecha  Julio 10 de 1801 y el del norte Abril 22 de 1801.  En la bóveda del sotocoro está inscrita la última fecha, Abril 24 de 1819. Transcurrieron 18 años antes de que pudiera terminarse el coro.  La parroquia fue consagrada y se abrió al culto el 6 de enero de 1806. Transcurrieron tan sólo 17 años, entre el inicio de la reedificación y la consagración del templo. Lo anterior demuestra el interés y la cooperación que debió existir entre el gobierno local, las autoridades eclesiásticas y los feligreses para llevar a buen término esta magna obra.  Las lápidas de cuatro tumbas que se localizan en el sotocoro, son también evidencia de las aportaciones que debió haber hecho la familia de La Torre,  para tener el honor de que algunos de sus miembros fueran  enterrados en el interior del templo. “Entra figura 2”

El arte,  la fe y los mecenas

Se dice que la fe mueve montañas…, lo cierto es que ha impulsado la construcción de grandes obras a lo largo de la Historia. A la devoción de miles de creyentes se debe la monumentalidad de muchos santuarios.  Desde las añejas catedrales góticas hasta las más vanguardistas, la devoción popular ha sido el motor que ha propiciado y costeado la edificación de innumerables templos.  La Iglesia católica motor de la conquista del Nuevo Mundo, se sintió obligada a impresionar y a convencer a los no creyentes, la arquitectura fue el instrumento adecuado. Los primeros misioneros franciscanos levantaron humildes iglesias como la primitiva de San Francisco de México, sin embargo pronto se dieron cuenta de que las edificaciones no correspondían a las exigencias de la tarea evangelizadora, por lo que siguieron el ejemplo de agustinos y dominicos y levantaron grandes templos tipo fortaleza.  La arquitectura que se desarrolla en la Nueva España se adapta a los materiales disponibles, a las condiciones geográficas y a la mano de obra indígena.  El Nuevo Mundo es el campo ideal de experimentos constructivos, se probaron nuevas técnicas y materiales, se crearon nuevas formas, como las capillas abiertas y los grandes atrios. Durante este periodo, la población indígena que participó en la construcción de estos enormes conjuntos no siempre lo hizo de manera voluntaria.  A partir de que la fe cristiana fue ganando adeptos, la devoción sustituyó a la obligación; la mano indígena se hizo presente enriqueciendo y transformando los modelos europeos.   Encomenderos y frailes se disputaron el trabajo indígena.

“Durante el siglo XVII  la construcción de grandes obras  gozó del fuerte impulso dado por la iniciativa particular debido a que la formación de capitales era ya un hecho sólido y frecuente”.[25]  Muchas de las obras iniciadas en el siglo anterior se concluyeron, otras se continuaron y se iniciaron además nuevos proyectos, como el hermoso templo de San Agustín, hoy Biblioteca Nacional.  Destaca durante este siglo la construcción de conventos de monjas, a los que estaban destinadas las mujeres de familias distinguidas que no se casaban.  Este hecho contribuyó a la suntuosidad de muchos de estos edificios, la advocación de los mismos obedeció con frecuencia a las devociones de sus benefactores.   La secularización de los conjuntos construidos por el clero regular transformó los valores que hasta entonces habían regido a la arquitectura religiosa novohispana, se pasa del templo adusto y propicio para la experiencia mística, a un nuevo recinto sacralizado por la sustancia divina, pero entregado al gozo de la experiencia estética.  Los nuevos programas del clero secular coadyuvaron con su integridad formal y la novedad de los estilos arquitectónicos a transformar el espacio urbano creando un nuevo paisaje.[26]El arte religioso de todos los credos y de todas las épocas, (…) no puede aceptar una contemplación desinteresada”[27]

Conclusiones

La construcción de este hermoso templo que más tarde se convirtió en catedral sólo fue posible gracias a las aportaciones que realizaron los habitantes de la ciudad y de las comunidades que dependían de esta cabecera.  Estas se hicieron en metálico, en especie y en mano de obra, hombres, mujeres y niños contribuyeron en su construcción.  La designación de la parroquia de Tulancingo como sede del obispado significó el reconocimiento al desarrollo regional que había alcanzado la ciudad, la cual compitió con otras como Tula, Actopan y Huejutla para obtener este honor.  El convento de Tula,  de acuerdo a la clasificación de los conventos franciscanos realizada por George Kubler,[28] fue considerado de primera clase, mientras que el de Tulancingo se clasificó como de tercera, categoría que abarcaba los templos pequeños de construcción permanente pero simple.   El antiguo convento de Tula alcanzó su designación como sede de su obispado casi cien años después que la parroquia de Tulancingo.  Desafortunadamente el desarrollo regional que había alcanzado la región y que hizo posible la construcción de esta magnífica iglesia se estancó a partir de la segunda mitad del siglo XX, Tulancingo, ha dejado de ser la segunda ciudad en importancia en el estado de Hidalgo.

Ilustraciones y fotografías

 

José Damián Ortiz de Castro. Parroquia-Catedral de San Juan Bautista. 1788. Tulancingo, Hgo. Fotografía. Revista Horizontes, edición dedicada a Tulancingo. Julio, 1907. Archivo fotográfico del Sr. Ignacio Villegas Macedo. 

 

 

José Damián Ortiz de Castro. Catedral de San Juan Bautista. Nave principal. 1788. Tulancingo de Bravo, Hgo. Fotografía de María Esther Pacheco Medina. Octubre, 2008.

 

 

José Damián Ortiz de Castro. Catedral de San Juan Bautista. Torre de la capilla de la Tercera Orden, Seminario Conciliar y Colegio Guadalupano. Fotografía. Fuente: Revista Horizontes, número dedicado a Tulancingo, Julio 1907. Acervo del Señor Ignacio Villegas Macedo.

 

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[1] Encomienda: forma de tenencia de la tierra.  Las encomiendas podían otorgarse por más de una vida, es decir, los hijos y a veces hasta los nietos, podían disfrutar de sus beneficios.

[2] Bernal Díaz del Castillo

[3] Fray Agustín de Vetancurt. Teatro Mexicano. 4 p.t.2. Tratado Segundo. Capítulo I. Tulantzinco XIII, párrafo 142, p. 63.

[4] Antonio de Ciudad Real, Tratado curioso y docto de las Grandezas de la Nueva España…, pp. 131, 132.

[5] Joseph Villaseñor y Sánchez, Theatro Americano, Capítulo XXV, p. 143.

[6] Luis Azcué y Mancera. Catálogo de Construcciones Religiosas del Estado de Hidalgo. Tomo II, pp. 487, 488.

[7] AAASC, documento 135.

[8]

[9] Elizabeth Fuentes Rojas, La Academia de San Carlos y los constructores del Neoclásico, p. 22.

[10] Elizabeth Fuentes Rojas. “José Cosme Damián Ortiz de Castro”,  La Academia de San Carlos y los constructores del Neoclásico, p. 275. Demostrar la limpieza de sangre era requisito imprescindible para ser nombrado académico de mérito de la Academia de San Carlos.

[11] Archivo de la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Carlos de la Nueva España.- Borrador de la lista general que se remitió a España comprensiva de todos los sugetos, que salieron premiados, desde la primera distribución.

[12] Archivo de la Antigua Academia de San Carlos.- 1785.- Representación del Director General, sobre gratificaciones a los tenientes y demás que han servido en la Academia.

[13] Guillermo Tovar de Teresa. Repertorio de artistas en México.  Tomo II. pp. 454.

< class="francesa"p>[14] Manuel Toussaint. Arte Colonial en México, pp. 219, 220.

[15]  Archivo de la Antigua Academia de San Carlos. México, 24 de octubre de 1785. Doc. 153

[16] AGN. Ramo: Obras Públicas en General, núm. De inv. 773-A. México, 22 de abril de 1787, hoja 20

[17] Archivo de la Antigua Academia de San Carlos. Doc. 267

[18] Justino Fernández. Guía del Archivo de la Antigua Academia de San Carlos, Doc. 660, p 77.

[19] Raquel Pineda Mendoza. Catálogo de Documentos de Arte en el Archivo General de la Nación. Ramo Obras  Públicas. Doc. 003. p 15.

[20] Manuel Toussaint. Arte Colonial en México. p. 219.

[21] Archivo General de la Nación. Grupo documental: Mapas, planos e ilustraciones. Ramo: Clero Regular y Secular, México, 1792, vol. 464 A, f. 3-5 y 12-13

[22] Justino Fernández. Guía del Archivo de la Antigua Academia de San Carlos, pp. 32, 33.

[23] Luis Ortiz Macedo, El arquitecto José Damián Ortiz de Castro y la catedral de Tulancingo, en: Javier Cortez Rocha, Coordinador, José Damián Ortiz de Castro: Maestro mayor de la catedral de México, 1787 – 1793, p. 100.

[24] No se han localizado imágenes de este escudo.  La Catedral de Puebla en su fachada poniente ostenta uno de estos escudos.

[25] Elisa Vargas Lugo, Portadas religiosas de México. UNAM, México, 1969,pág. 70.

[26] Enrique X. De la Anda Alanís, Historia de la Arquitectura Mexicana. La Arquitectura del Virreinato, p. 94.

[27] Paul Westheim, Arte, Religión y Sociedad, p. 17.

[28] George Kubler. Arquitectura Mexicana del siglo XVI, pp. 69, 71.


[a] Profesora Investigadora del Instituto de Artes de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Maestra en Estética y Arte por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Líneas de investigación: Arquitectura novohispana y Neoclásica; Escultura y pintura virreinal; Élites de poder.