El autor y el estado creativo

Resumen

Partiendo de ciertas preguntas sobre lo que motiva a un artista a crear, en este ensayo se analizan las opiniones de diferentes autores sobre lo que entienden por estado creativo. A través de las teorías de Marc Augé sobre la producción de imaginarios, se ofrece una posible explicación de por qué en ciertas formas actuales de creación artística la autoría de la obra no está claramente definida.


Palabras clave: autor, estado creativo, imaginarios, creación.

Abstract

Beginning with certain questions about what motivates an artist to create, this essay analyzes the opinions of different authors about the creative state. Through the theories of Marc Augé concerning the production of the imaginary a possible explanation of why in certain current forms of artistic creation authorship is not clearly defined is offered.


Keywords:author, creative state, imaginary, creation.

Recuerdo mi decepción cuando, de niño, después de cruzar la frontera de A con B, el paisaje, visto por la ventanilla del autobús, continuaba siendo el mismo. Sólo al despertar, por el frío, después de unas horas de sueño, me daba cuenta del cambio operado: nieve, distinta vegetación, rótulos en otra lengua… Desde entonces, he cruzado a menudo esa frontera y siempre intento mantenerme despierto para tratar de descubrir el punto en el que empieza tal transformación, pero sólo tras descabezar un sueño, aunque breve, veo un nuevo paisaje y sé positivamente que estoy viajando.[1]

Miquel Barceló. Cuadernos de África.

Con esta cita de Barceló quiero señalar la dificultad que supone para los propios artistas definir el momento en que se produce la chispa que activa la creación. La frontera que separa el estado cotidiano del estado creativo, ese viaje que comienza inesperadamente, es difusa y difícil de describir, pero también es sumamente reconocible.

Se parece al estado que muchos místicos alcanzan cuando tienen contacto con lo divino. ¿Qué es lo que empuja al artista a tomar un pincel o a escribir? ¿Qué relación mantiene el artista con la obra mientras trabaja en ella? ¿Por qué sufre o disfruta en el proceso? ¿Qué siente al ver su obra finalizada? Si lográramos acercarnos a esas respuestas conseguiríamos, como dice Ricardo Sanmartín en el libro Meninas, Espejos e Hilanderas, comprender lo que el arte nos dice del hombre y la cultura cuando lo estamos creando.[2] Los mismos artistas a los que Sanmartín entrevistó, coinciden en que les cuesta explicar la creación: “Aunque la describan como un proceso, en realidad la creación sucede en un instante […] Más que un proceso es una serie relativamente desordenada de ellos”.[3] Instantes en los que se encuentra la memoria con el deseo, donde el presente pierde sentido y la realidad se confunde con el sueño.

Watzlawicken su libro titulado ¿Es real la realidad? se refiere al presente como algo sin dimensiones pero que es el punto temporal único en el que, como dice él, “sucede todo cuanto sucede y cambia todo cuanto cambia”.[4] Para él sólo en circunstancias insólitas, y únicamente por fugaces instantes, se puede concebir la esencia del tiempo. Este instante místico o presenteeterno, como lo llama, podría parecerse al estado creativo en el que se encuentra el artista cuando descubre una nueva posibilidad en su trabajo. En una de sus biografías, Arthur Koestler, escribiendo desde una cárcel española durante la guerra civil de 1936, encuentra y describe así esos instantes: “son absolutamente reales; no, son mucho más reales. De hecho, su característica más importante es la impresión de que este estado es mucho más real que cuanto se ha vivido hasta entonces”.[5]

Este presente eterno, este momento místico, dice que es alcanzado en momentos de total laxitud pero también en momentos de gran peligro. El dolor es también otro de los detonantes de la creación. Desde un punto de vista fisiológico es útil para advertir al cuerpo que está sufriendo un daño. Cuando aparecen la memoria y la razón lo transforman en sentimiento, propiciando las condiciones para crear,[6] pero es la imaginación la que convierte ese sentimiento en algo que puede ser idílico o monstruoso. La razón, pues, en ese estado creativo, se desvincula del artista, tanto para que aparezcan los “cantos de sirenas” que decía Max Ernst como los “monstruos” de Goya.

(a)El sueño de la razón produce monstruos. Fco. de Goya, 1799. (b)Collage de la serie Une semaine de bonté. Max Ernst, 1934. (c)Deviltake a head in theair. OdilonRedon, 1876.

Odilon Redon, artista simbolista considerado precursor del surrealismo, decía que había tenido que enfrentarse a las “torturas” de la fantasía para llegar a “provocar en el espectador esa incertidumbre que mora en los márgenes de su conciencia”.[7] Es decir, compartir sus torturas para que descubramos las nuestras, menos visibles. Él mismo dice que le condujeron al mundo de los sueños, pero que, según sus palabras, tuvo que “guiarlas en función de las leyes artísticas”.[8] En definitiva, nos comparte sus torturas y sus monstruos en una dolorosa lucha consigo mismo.

Menos dramáticamente Umberto Eco lo dice así: “La persona forma en la obra su experiencia concreta, su vida interior, su espiritualidad inimitable, sus reacciones personales en el ámbito histórico en el que vive, sus pensamientos, sus costumbres, sentimientos, ideales, creencias, aspiraciones… en la obra se exhibe; se muestra como un todo.[9]

El pintor Wassily Kandinsky, coetáneo de Redon, consideraba al artista como un medio que materializa, empleando la lógica y la intuición, un espíritu ya existente de carácter cósmico.[10]

La autoría de la obra no corresponde al artista sino al espíritu. Podría decirse que el hecho creativo es un estado en el que el artista no sólo pierde conciencia del tiempo y el lugar, sino también de él mismo y de la autoría de la propia obra.

Sin querer profundizar todavía en la creación de los mitos (que desde luego guardan muchas similitudes con la creación artística) Lévi-Strauss señala en la introducción de Mito y significado que los mitos despiertan en el hombre pensamientos que le son desconocidos[11] y de esta misma manera explica su relación con su propia obra. “Siento que los libros son escritos a través de mí y luego, cuando terminan de atravesarme, me siento vacío: nada ha quedado en mí”.[12]

En el prólogo de este mismo libro Héctor Arruabarrena sospecha lo mismo: “Ante la específica incertidumbre de la autoría y de la identidad, quizás no sería demasiado temerario afirmar que el autor material e individual de una obra no existe; debido al extrañamiento de su obra, él sólo percibirá reflejos e ilusiones y la referencia al autor permanecerá mediatizada a partir de su misma génesis”.[13]

García Hernández encuentra en Duchamp un artista no tan preocupado por la autoría de la obra de arte. Para Duchamp, “lo verdaderamente trascendente es el acto de crear y no el creador”.[14] Lo que en definitiva nos interesa en este ensayo es ese instante de la creación y cómo se confunden en él la realidad y la no-realidad. Más que confundirse muchos artistas hablan de “ruptura” entre una y otra; de una grieta entre la realidad y la ficción.

Dice así un artista entrevistado por Ricardo Sanmartín en el capítulo Crear y Recordar: “ya no he sabido muchas veces si estaba dentro o fuera de la realidad. Adquirí una manera de ver las cosas y de comportarme, adquirí una mirada, y la línea aquélla divisoria de la realidad y de la ficción de alguna manera se había quebrado”.[15]

La narración la encuentra Marc Augéentre la ficción y lo real. “La narración juega con la realidad ambiente, se acerca a ella, se desliza en ella por un instante para luego alejarse. […] El narrador tiene la libertad de dejar vagabundear su imaginación”.[16] No existe la narración sin narrador, independientemente de que sea o no el autor del relato original, como tampoco existen dos narraciones iguales. El narrador acompaña la narración y la narración acompaña al narrador. Por ello podría considerarse a ésta como el conjunto de obra y artista en estado creativo ya que se hacen presentes los dos en el mismo momento. El narrador se deja llevar por ese momento mágico en el que reproduce el relato pero a la vez inventa, improvisando según su imaginación y acompañándola con palabras; el pintor lo hace con líneas o colores.

Sobre esto dice Roger Caillois en su Antología de lo fantástico: “Lo fabuloso es un universo maravilloso, que se adapta al mundo sin cuestionarlo ni incrementar su conexión. Lo fantástico, por el contrario, desvela un escándalo, una grieta, una extraña rotura insoportable para el mundo real. Hay que tener en cuenta que en un mundo cada vez más extraño, lo fantástico carece de todo sentido, en un mundo de maravillas lo extraordinario pierde su poder”.[17]

Lo fantástico, que nace en el interior del artista, sacude la realidad y la pone en duda; lo fabuloso simplemente exagera la ya existente. El Bosco y Botero, podrían ser respectivamente dos ejemplos de estas dos maneras de entender la realidad: Botero la exagera; El Bosco la crea. En esta oposición entre lo fantástico y lo fabuloso que se plantea en la anterior cita se podría ver el anuncio del mundo actual “simulado” del que habla Baudrillard[18]. “En un mundo de maravillas lo extraordinario pierde su poder”, dice Caillois, como si nada fuera extraordinario ya, en un mundo donde la realidad estuviera siendo sustituida por su propia representación.

(a)Mano. Fernando Botero, 1998. (b)El jardín de las delicias (detalle). Hieronymus Bosch, 1504.

Podríamos profundizar en estos asuntos de la representación de la realidad, pero me gustaría introducir ciertos aspectos de la creación que tienen que ver con lo colectivo, con la capacidad que tiene la sociedad de influir en el imaginario individual del artista-creador. Para Marc Augé existen tres focos de producción de imaginarios [19] que interactúan constantemente y que han estado conviviendo más o menos armónicamente durante toda la historia. Añado el gráfico:

El imaginario individual nos permite crear una historia o una imagen, representar una fantasía o un sueño a través de palabras, colores o movimientos corporales. Es una forma directa de creación literaria, de creación artística.

El imaginario y memoria colectivos nos ha enseñado, consciente o inconscientemente, una serie de relatos que forman parte de nuestro inconsciente individual. Aquí se encuentran los relatos bíblicos, las tradiciones, los ritos y las creencias religiosas. Lo que está bien y lo que está mal; lo que es real y lo que no es real.

La creación-ficción la define Marc Augé, como toda creación más o menos colectiva de relatos que sabemos que no son ciertos pero que todos conocemos.

El acto creativo del artista sería un producto del imaginario individual, que está influenciado por los otros dos e influyéndolos simultáneamente. Uno alimenta a los otros y es alimentado por ellos. Dice Augé que hoy en día ha cambiado la relación de estos tres polos. Actualmente encontramos en el polo de la creación-ficción los mitos paganos, el cristianismo y hasta los grandes relatos de la modernidad. En algún momento de la historia, cada uno de ellos formó parte del imaginario colectivo, y afectaban (y eran afectados) tanto por el imaginario individual como por la creación-ficción de una manera más o menos armónica. Al convertirse los relatos de la modernidad en ficción, el imaginario colectivo quedó sin reemplazo y la ficción, entonces, ha ocupado su lugar. El imaginario individual sólo tiene relación con esa nueva ficción y, según Augé, eso ha provocado la desaparición simultánea de la historia y de lo que nos interesa aquí: el autor.

Tal vez sea por esto la proliferación en las últimas décadas de colectivos artísticos que no se preocupan por la autoría de la obra y sí por el trabajo colectivo. Muchos de ellos mantienen el total anonimato y otros diluyen la autoría entre todo el que quiera asumir el nombre. Es el caso del famoso graffitero Banksy, cuya identidad se desconoce; del colectivo Yomango, que convierte en su propia marca, cualquier otra cuyos productos hayan sido robados, sustituyendo la etiqueta original por la etiqueta Yomango; el colectivo alemán Súper héroes precarios que actúan enmascarados; o Luther Blissett, grupo abierto a quien quiera usar su nombre (ya apropiado de un jugador de fútbol jamaicano) para realizar sabotajes informativos.

(a)Súper héroes precarios. (b)Yomango. (c)Luther Blissett

Respecto a uno de sus últimos trabajos “Q”,[20] una novela histórica sin autor y que puede ser reescrito por quien quiera, dice uno de sus múltiples colaboradores en una entrevista: “No creemos en la idea de un genio individual. Un escritor es un fenómeno colectivo, aunque escriba solo. Finge estar inspirado, cuando en verdad el texto que acaba vendiendo ha sufrido muchas manipulaciones, del editor o del mismo autor en varios momentos. El escritor no es más que el catalizador final de las historias. Esto no es una idea nueva. Homero, Shakespeare, el folletín francés, Salgari… son autores colectivos. La Biblia es de autor colectivo. Dios es un autor colectivo”.[21]

Las obras de Luther Blissett juegan con la creación de mitos, inventando personajes e insertándolos en los medios de comunicación, dejando que ellos se encarguen de darles vida. Sobre los mitos y la autoría de los mismos Lévi-Strauss escribe: “El mito no posee autor, pertenece al grupo social que lo relata, no se sujeta a ninguna transcripción y su esencia es la transformación. Un mutante, creyendo repetirlo, lo transforma”.[22]

Referencias

Augé, M., La guerra de los sueños. Ejercicios de etno-ficción, Gedisa Editorial, Barcelona, 1998.


Barceló, M., Cuadernos de África, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.


Baudrillard, J., Cultura y simulacro, Editorial Kairós, Barcelona, 2007.


Blissett, L., Q, Grijalbo/Mondadori, Barcelona, 2000.


Bourriaud, N., Estética relacional, Adriana Hidalgo Editorial, Buenos Aires, 2008.


Eco, U., La definición del arte. Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1970.


García Hernández, J. M., Nietzsche, Kandinsky y Duchamp: una interpretación antropológica de la obra pictórica, UPN, México, 2005. (Colección más textos, nº. 11).


Lévi-Strauss, C., Mito y significado, Alianza Editorial, Madrid, 1990.


Monteverde, E., Los fantasmas de la mente. Ensayo sobre imaginación y demencia. Editorial Paidós Mexicana. México, 2005.


Sanmartín, R., Meninas, espejos e hilanderas, Ensayos de antropología del arte. Editorial Trotta, Madrid, 2005.


Schurian, W., Arte fantástico, Taschen, Madrid, 2006.


Watzlawick, P., ¿Es real la realidad? Confusión, desinformación, comunicación, Herder Editorial, Barcelona, 1979.


[1]Barceló, 2004, p. 29.

[2]Sanmartín, 2005, p. 9.

[3]ibíd., p. 199.

[4]Watzlawick, 2009, p. 242.

[5]Koestler, Arthur, The invisible Writing, Macmillan, Nueva York, 1969, p. 429 (citado por Watzlawick, op. cit., p. 244).

[6]Monteverde, 2005, p. 21.

[7]Schurian, 2006, p. 42

[8]ibíd., p. 42.

[9]Eco, 1970, pág. 31.

[10]Kandinsky, 1980 (citado por García Hernández, 2005, p. 95).

[11]Lévi-Strauss, 1990, p. 22.

[12]ibid., p. 21.

[13]ibid., p. 10.

[14]García Hernández, 2005, p. 98.

[15]Sanmartín, 2005, p. 199.

[16]Augé, 1998, p. 132.

[17]Caillois, Roger, L´imagefantastique, s. f.(citado en Walter Schurian, 2005, p.15).

[18]Baudrillard, 2007.

[19]Augé, op. cit., pp. 76-77.

[20](Blissett, 2000).

[21]Martínez, G. “Pero, ¿quién es Luther Blissett?”. Revista Tentaciones (suplemento de El País), 17 de noviembre, 2000).

[22]Lévi-Strauss, 1990, p. 9.



[a] Profesor de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.