Mad méx. Yendo de Tomorrow-morrow Land a Bartertown, pasando por la refinería Bicentenario

Mad Mex. Going from Tomorrow-morrow Land to Bartertown, through the Bicentenario refinery


Palabras clave: Refinería Bicentenario, desarrollo sostenible, contaminación, catástrofe  ambiental, petróleo.


Keywords: Bicentenario refinery, sustainable development, pollution, environmental catastrophe, oil.

Introducción

En la última parte de la trilogía futurista australiana Mad Max (Max el furioso), subtitulada como: Más allá de la cúpula del trueno (Beyond thunder doom, 1985), Max que, como siempre, se mete en líos con personas violentas en los lugares que visita, es desterrado al implacable desierto para que muera; pero después de recorrer una larga distancia es rescatado por miembros de una tribu de jóvenes y niños. Esta tribu representa quizás la última sociedad organizada que vive en forma pacífica, aislada como cazadores-recolectores en una especie de oasis en el interior de una cañada en pleno desierto, un lugar bastante conservado para la clase de mundo que quedó, devastado y contaminado por la guerra nuclear global que, de acuerdo con esa historia, ocurrió al final del siglo XX.

Estos jóvenes ingenuos y soñadores confunden a Max con un personaje mítico que, según una leyenda que les fue trasmitida oralmente, los habría de rescatar del olvido en donde quedaron (o fueron llevados, pues no se explica la razón de su paradero actual, excepto por las ruinas de un avión que se encuentra cerca de la cañada) y conducirlos a un lugar mejor, donde estarían acompañados con más personas y vivirían felices; un lugar imaginario que todos anhelan y llaman Tomorrow-morrow land (la Tierra del mañana-ñana, si se pudiera traducir así), un sitio del cual creen venir y en el cual recuperarían el conocimiento antiguo.

Por supuesto, Max con sus parcos y duros modos les dice que no existe tal lugar y que dejen de soñar. Les advierte que si salen del oasis en que viven tranquilos sólo encontrarán la muerte en el desierto o bien aquel lugar peligroso de donde a él lo exiliaron: un asentamiento humano, ubicado del otro lado del desierto: Bartertown (Pueblo trueque, llamado así por el tipo de relaciones económicas que sostienen sus violentos y desdeñables pobladores). Un pueblo polvoriento, maloliente, con agua contaminada, sin calles, rudimentariamente construido y sucio. Además, la gente que lo habita es hostil, sin civilidad democrática y está regido por una mafia abusiva que se impone constantemente con el uso de la fuerza. Apenas si hay escasas reminiscencias de tecnología (como el alumbrado público) que dependen del único atractivo que tiene el asentamiento y que es, a la vez, un emblema de la inmundicia en que vive la gente ahí: la producción de electricidad por medio de grandes biodigestores de biogás (metano) que obtienen a partir del metabolismo degradador de microbios que crecen sobre las heces de cerdos los cuales viven hacinados en grandes chiqueros, en un sistema de grutas y cavernas debajo del pueblo.

Algunos de los jóvenes de la tribu incrédulos y molestos por la negación de Max sobre su lugar profético y la recuperación del conocimiento, deciden ir sin permiso de la tribu, y de Max, en busca del pueblo, pues no creen lo que han oído. Al despertar y percatarse de su partida nocturna, Max y otros más deciden ir en una búsqueda arriesgada por el desierto y afortunadamente los encuentran y los rescatan de caer en un agujero entre las dunas. Max comprende que estos chicos pacíficos representan una alternativa a ese mundo hostil e incivilizado, por lo que toma la decisión de llegar a Bartertown con los jóvenes para rescatar a una persona que está prisionera ahí, una especie de ingeniero responsable de la tecnología del gas metano, el alumbrado público y la poca tecnología que queda, porque Max piensa que éste podría enseñar a los jóvenes a reconstruir una nueva sociedad, una sociedad fundamentada en el conocimiento.

Así, a lo lejos, sobre una colina se aprecian los faroles del pueblo. Max y sus jóvenes acompañantes se detienen a contemplar un momento. El más pequeño, un niño de unos cinco años, exhausto y somnoliento, todavía con algo de esperanza de que sus sueños no se desdibujen y sin comprender todavía el peligro inminente al que se encaminan, pregunta a Max si ese lugar, promisorio por su brillo nocturno, es Tomorrow-morrow land, a lo que éste le responde resignado: “No, es Bartertown”.

El mundo futurista en la época de la guerra fría

Ahora pasemos a la argumentación que explica el título de este ensayo. Han pasado más de dos décadas desde que el pensamiento colectivo en el mundo occidental logró desembarazarse de la visión pesimista de un mundo post-apocalíptico al que parecía que tarde o temprano íbamos a llegar. Esta fijación con el futuro sombrío se reflejaba de distintas maneras en películas (como Mad Max), libros y canciones hasta bien entrada la década de 1990. Todos los que vivimos en esa época estábamos condicionados psicológicamente a creer en la presunta e inevitable fatalidad de un inminente enfrentamiento bélico entre las superpotencias militares e ideológicas del planeta, mismas que se erigieron como antítesis desde la culminación de la Segunda Guerra Mundial: los Estados Unidos de América (EUA) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Esta confrontación, suponíamos la mayoría, traería como resultado la destrucción de las sociedades y las instituciones, con lo que eventualmente la civilización mundial habría de sucumbir en el fin de los tiempos. Todo parecía indicar que era cosa de esperar y verlo suceder.

Pero para tranquilidad de todos, las cosas cambiaron en pocos años. La caída del muro de Berlín y la reunificación de las dos Alemanias, la apertura electoral y revueltas populares en los países de Europa del Este y, lo más importante, el resurgimiento de los nacionalismos separatistas y los malos manejos administrativos del gobierno central soviético condujeron a la fractura económica, política y geográfica de la URSS, con el consecuente debilitamiento de la mayoría de los regímenes tercermundistas aliados. Tan tremendos y rápidos cambios dejaron a los EUA y sus aliados occidentales fortalecidos y sin oponentes reales. Casi de golpe, el fin de la guerra fría desactivó aquella visión corta y fatalista del porvenir. El cambio en el poder geopolítico trajo esperanza a los ciudadanos del mundo (aunque habría sido lo mismo de haberse impuesto la URSS sobre los EUA).

Pero aquella visión pesimista no estaba sola, sino que incluía lateralmente (quizás como efecto de la crítica académica y particularmente socialista, de ambos lados de la “cortina de hierro”, hacia las economías de mercado) una buena dosis de realismo ambientalista que hacía que la gente se preocupara de la manera en que las sociedades capitalistas estaban conduciendo a sus países al desastre ecológico por el desmedido despilfarro en la producción y el consumo, la imparable expansión de las ciudades, el uso voraz y destructivo de la biodiversidad (lo que convenientemente llamamos recursos naturales), así como una dependencia energética excesiva de los llamados combustibles fósiles (otra frase muy conveniente).

Pronto, los ideólogos del mundo industrializado capitalista maniobraron estratégicamente para hacernos ver las bondades de vivir bajo un único amo. Nuevas posibilidades económicas y de desarrollo tecnológico se abrieron o afinaron. La promesa de un nuevo mundo más seguro, sin cambios políticos y sociales violentos, sin grandes confrontaciones; un mundo próspero y democrático, donde los grandes problemas públicos como la falta de cobertura en la educación, en la salud, el desempleo, la contaminación y destrucción del ambiente iban a ir corrigiéndose sobre la marcha.

La voluntad de firmar acuerdos políticos multinacionales, como el protocolo de Kioto, sugerían a los ciudadanos de los países que se podía alcanzar un desarrollo económico y social de manera sostenible; este esquema comenzó a reproducirse en varias escalas regionales y casi universales. Los países signatarios de tales pactos empezaron a vender a los electores la fachada ecologista de que se preocupaban y ocupaban para evitar la catástrofe ambiental y conservar la biodiversidad. Esas campañas mediáticas y publicitarias llevadas a la gente con amplios recursos públicos, respaldadas con la buena voluntad de los científicos involucrados, tuvieron un resultado exitoso; pronto las personas en todo los países dejaron de empezar a preocuparse por la voracidad capitalista e iniciaron una transición lenta, pero continua hacia la adopción de este modo de vida. En pocos años, a los ojos de las personas, fue como si de pronto el mundo se hubiera vuelto más grande y tuviera más espacio para contener los agentes contaminantes; ahora parecía como si la polución estuviera más o menos controlada o bien parecía que sus efectos nocivos podrían ser amortiguados automáticamente por procesos naturales, sin que nosotros tuviéramos que comprometernos con más. Daba la impresión de que la sobrepoblación se resolvería simplemente otorgando más créditos para vivienda y construyendo más casas, haciendo más ladrillos, más acero y más cemento; anexando e invadiendo más terrenos aledaños a las ciudades o planeando nuevas urbes en sitios presuntamente susceptibles a desarrollarse, desmontando y devastando extensas áreas naturales.

La nueva visión suprema que llegó de un mundo económica y tecnológicamente globalizado nos invita a creer que no hay de qué preocuparse, pues la naturaleza aguanta mucho y aguanta para rato; sus límites de tolerancia parecen tener más capacidad que lo que en otra época pensábamos. Así, como efecto secundario del fin del mundo post-apocalíptico de la guerra fría, se diluyó la perspectiva ecologista de que hay un solo mundo y todos tendríamos la obligación de cuidarlo. Desapareció el remordimiento individual del ciudadano sobre el daño ambiental que imponemos por nuestras actividades y decisiones de manera cotidiana. En la práctica, no existe cosa alguna que se asemeje a lo que llaman pomposamente desarrollo sostenible. Los casos emblemáticos que han funcionado bajo ese esquema en pequeñas áreas rurales no se pueden extrapolar a toda una nación, al menos no a una nación capitalista.

Hoy, no hay algún país con grado mediano de desarrollo económico que no esté contribuyendo con toda su capacidad industrial y tecnológica a la catástrofe ambiental y entre más alto su desarrollo, peores son las consecuencias, como lo demuestran los casos más conspicuos de EUA y China, aun cuando aseguren tener programas económicos, ideologías y hasta culturas diferentes.

El México de hoy

Por supuesto, México no es una excepción en su adhesión a los cambios y a la modernidad internacional. En pocos años nuestro país se unió a varios tratados comerciales que le llevaron a comprometerse con un modo de producción en masa para la exportación y a la promoción de un acelerado consumo interno para satisfacción de los monopolios nacionales, las empresas trasnacionales y los acreedores mundiales. El Estado, antes revolucionario, cedió el control de los medios de producción a los particulares, lo que exigió un mayor consumo de energía, espacio y/o uso de la biodiversidad. Con estas acciones, se expandieron notablemente las ciudades, se incrementaron los servicios tecnológicos y creció una enorme red de carreteras. Se desmanteló el sistema de ferrocarriles y se promovió la cultura del automóvil particular y del transporte de carga y de pasajeros usando vehículos que operan con maquinaria de combustión interna, en favor de las grandes trasnacionales y en detrimento del ambiente y del patrimonio biológico.

Pero en México también se han usado las mismas artimañas propagandísticas que en los países capitalistas líderes para hacer creer a los ciudadanos en la falacia del desarrollo sostenible. El desarrollo económico y de la infraestructura de nuestro país sólo ha sido posible gracias a los enormes depósitos de petróleo, carbón y gas natural que hay en el subsuelo, cuya explotación desmedida ha sido el eje sobre el cual gira toda la conversión que ha hecho el Estado Mexicano desde hace más de 30 años, que llegaron al poder los gobiernos neoliberales. Estos gobiernos claudicaron, entre otras, a sus obligaciones para el cuidado del ambiente, lo cual compromete seriamente la posibilidad de que los mexicanos de las siguientes generaciones puedan llegar a usar, como se hace ahora, la diversidad biológica y factores físicos del medio para extraer beneficios. Eso es lo que se entiende por desarrollo sostenible.

El Gobierno de la República se planteó desde la administración anterior construir otra refinería para producir más combustibles para los vehículos con motores de combustión interna. Se ha iniciado ya en Tula en el estado de Hidalgo la construcción de este megaproyecto que tiene el nombre de Refinería Bicentenario. Se prevé que la producción superará los 270 millones de barriles diarios sólo entre gasolinas y diesel, que se destinarán en principio a consumo nacional. La inversión de este proyecto se calcula en unos 11 mil seiscientos millones de dólares (1), aunque como pasó con la tristemente célebre estela de luz que construyó esa misma administración en el Distrito Federal por el bicentenario, el presupuesto programado terminó casi cuadruplicándose; así que lo más seguro es que termine costando 15 mil, 18 mil o hasta 20 mil millones de dólares. Esta es una cantidad de dinero monstruosa, aproximadamente de una onceava a una sexta parte (según cuánto se gasten a la mera hora) de la deuda externa neta del sector público del país que era de 123.1 mil millones de dólares, al cierre del año 2012 (2). Esta refinería, que una vez construida no se abandonará, permitirá que sigamos contaminado la atmósfera por varias décadas, a pesar de sus sabidos y desagradables efectos como son enfermedades en las vías respiratorias, cambio climático y el tan temido calentamiento global, entre las principales. Y por supuesto, que nadie espere una reducción en el costo del combustible por producirse en casa; esa es justamente la ganancia del negocio, junto con un nuevo impulso a la industria de automóviles. Además, el robo hormiga en los ductos que actualmente existen es enorme por lo que el Estado pierde cuantiosas ganancias y no hay quién pare ese flagelo. Imaginemos qué pasará al ampliar las líneas de los ductos entre varios estados del país, simplemente no habrá quién las cuide. Pero si se decide transportar ese combustible en camiones cisterna hasta los puntos de venta en todo el país, sólo incrementaremos la contaminación. En resumen, la ventaja de la refinería es que tendremos combustibles a nuestra disposición para contaminar indiscriminadamente y a un precio monetario cada vez mayor (que aparentemente no parará hasta llegar a unos $15 ó $16 pesos por litro, que es el precio de referencia internacional) y con un costo ambiental sin precedentes. ¡Parece buen negocio!… para algunos.

¿Por qué no ocupar al menos parte de esa fortuna en la investigación en nuevas fuentes de energía o en el desarrollo de prototipos mucho menos contaminantes como los eléctricos, solares o de hidrógeno? Recuerde muy bien: porque no sería ningún negocio. México se ha atado incluso tanto como los países del Medio Oriente a la producción y comercialización internacional del petróleo. Se trata de una petroeconomía que además ha hecho ricos a unos pocos particulares (una petrocracia), los cuales participan en el sector secundario de esa actividad económica o bien en la exploración y, no conformes, ahora van por la apertura directa de la producción a la inversión privada. Sólo pocas personas se benefician del petróleo en México y no están dispuestas a perder su fuente de ganancias económicas y políticas. Probablemente ni siquiera cambiando de partido en el gobierno cambie la emergencia ambiental que vivimos, pues la única diferencia entre izquierda, centro y derecha era en el número de refinerías que los candidatos a la presidencia de la República que compitieron en 2006 o 2012, proponían construir. El petróleo ha sido la palanca del crecimiento económico, la causa del milagro económico de las décadas de 1960 y 1970, y a su vez la causa de la destrucción de la riqueza natural del país.

Así, nuestro país está siguiendo la suerte de los países capitalistas que han consumido gran parte de sus áreas naturales con su desarrollo imparable, como lo atestigua principalmente el continente europeo. Este desarrollo voraz difícilmente podría llegar a ser sostenible, porque siempre se privilegia el mercado y las ganancias económicas por encima de la estabilidad de los ambientes y ecosistemas naturales. La lógica es simple, siempre que haya qué elegir, lo primero es más importante.

Al menos hay algunas excepciones; los países que ya han tocado fondo con los problemas ambientales empiezan a dar pasos en reversa para garantizar la seguridad futura. Por ejemplo, a raíz de la fuga de material radiactivo de la planta de Fukushima debido al tsunami que golpeó Japón en 2011, esa nación y Alemania, dos de la mayores potencias económicas y tecnológicas del mundo, han declarado que cerrarán definitivamente las centrales nucleoeléctricas y harán los esfuerzos necesarios para pasar a utilizar otras fuentes de energía menos riesgosas. De hecho, esos mismos dos países son los que más han invertido en investigación e infraestructura urbana para incrementar el número de vehículos cuyos motores funcionen con electricidad. Alemania sola se ha propuesto un escenario para alcanzar una flotilla de coches eléctricos superior a un millón de unidades para reemplazar igual cantidad de vehículos de combustión, hacia el año 2015.

Algunas otras naciones ya están utilizando y exploran para mejorar la producción de biocombustibles como el etanol o el metano, pero con menor costo ambiental. Esto está pasando en varias potencias emergentes como Brasil, La India e incluso en China, aunque en una proporción muy baja; en cambio en México esto pasa sólo muy tímidamente a nivel de investigación en algunas universidades, básicamente públicas. Si bien hay una enorme capacidad intelectual en nuestro país para el desarrollo de tecnología limpia y amigable con el ambiente, lo cierto es que no hay ningún plan por parte del gobierno para echar a andar ideas ambientalistas. La UNAM por ejemplo, ya tiene un prototipo de vehículo eléctrico que piensa utilizar para labores cotidianas en sus campus, pero no hay el menor interés político o gubernamental para llevarlo masivamente al mercado nacional. Aunque parezca obvio, la razón no es la ignorancia; lo que pasa es que esa tecnología no deja dinero como la de combustión interna.

Los gobernantes de este país todavía no adquieren la sabiduría necesaria para dar marcha atrás a la destrucción del ambiente. La codicia los hace miopes. No se han percatado de que el hábitat que tenemos disponible para seguir existiendo está en este planeta y en ningún otro. El ambiente y las especies que lo habitan no van a durar para siempre y el dinero no servirá de nada después, cuando no tengamos cómo obtener beneficios porque no quede mucho allá afuera qué utilizar. Este inicio del año 2013 China ha padecido una grave crisis de contaminación del aire por tantas chimeneas de las industrias y vehículos de gasolina. Sus grandes ciudades de todo el país están cubiertas por una espesa nata de smog de una manera tan severa que, el mismo problema en la megalópolis del Valle de México, parece cosa de niños. El problema es que ese aire contaminado, al igual que el de la planta nuclear de Fukushima, viaja a otras latitudes. Igualmente pasa con el agua contaminada. Quizás los políticos de México y el mundo deberían hacer caso a la observación tan atinada que Asesino de cerdos (un personaje extraño que vive preso en los subterráneos de Bartertown, por haberse comido a uno de esos animales tan necesarios para la subsistencia del pueblo) hace a Max: “Recuerda, sin importar a dónde vayas, estás ahí”.

Parece muy obvio que los ingenuos ciudadanos de México, los que hemos sido despojados mediante un plan maestro de la conciencia ambiental al momento de sobrevenir el cambio de modelo económico y pasar a engrosar las filas de consumidores voraces del mercado, no nos dirigimos hacia construir una tierra próspera y de oportunidades en concordancia con el medio natural. Definitivamente, no vamos a la tierra prometida. Más bien, el mad (intentando significar otra acepción de la palabra: loco) Méx. se mueve velozmente con un motor de gasolina de 3.7 litros y a 225 caballos de fuerza, pero desbocados, en dirección a convertirse en algo similar a Bartertown. Como sea, una clase de gobierno ad hoc ya lo tenemos operando.

Referencias

Secretaría de Energía. 2012. Balance nacional de energía - México 2011, México. Disponible en: http://sener.gob.mx/res/PE_y_DT/pub/2012/BNE_2011.pdf [consultado el 15 de marzo de 2013].

Secretaría de Hacienda y Crédito Público. 2012. Comunicado de prensa - Las finanzas públicas y la deuda pública a noviembre de 2012, México. Disponible en: http://www.shcp.gob.mx/documentos_recientes_bliblioteca/comunicado_090_2012.pdf [consultado el 15 de marzo de 2013].



[a1]Biólogo por la UNAM. Lleva a cabo investigación histórica, sobre teorías evolutivas modernas, y epistemológica, para entender mejor el fenómeno natural de la evolución biológica. Disfruta de la divulgación de la biología y de las clases que imparte, así como también de las que cursa. Imparte las asignaturas Historia y filosofía de la biología, Evolución, Biología de procariontes y Teorías evolutivas contemporáneas, todas en la Licenciatura en Biología de la UAEH.
Cubículo 1 de Historia de la Biología. Centro de Investigaciones Biológicas, A.A.B. Instituto de Ciencias Básicas e Ingeniería. Correo-e: darwinianman@gmail.com

[a2]Bióloga por la UNAM. Realizó el Master en Contaminación Ambiental y el Doctorado en Ordenación del Territorio y Medio Ambiente en la Universidad Politécnica de Madrid, España. Realiza investigación en diversidad microbiana del agua y en la calidad de aguas residuales de reúso. Imparte las asignaturas Biología de procariontes en la Licenciatura en Biología y las asignaturas Microbiología ambiental y Biotecnología ambiental del Doctorado en Ciencias Ambientales, ambos programas académicos de la UAEH.
Laboratorio de Ciencias Ambientales. Centro de investigaciones Químicas, A. A. Q. Instituto de Ciencias Básicas e Ingeniería. Correo-e: ccoroneluaeh@gmail.com