Plástico. Un idilio tóxico

Plastic. A toxic love story


Palabras clave: Polímeros, derivados del petróleo, plastificantes, química verde.


Keywords: Polymers, petroleum derivatives, plasticizers, green chemistry.

 

 

 

La labor de los periodistas y divulgadores científicos es esencial para acercar la ciencia a la vida cotidiana de los ciudadanos. Para una ciencia como la del medio ambiente, cuyo objeto de estudio está intrínsecamente ligado al factor humano, tender este puente es indispensable. Rachel Carson cambió el modo en el que la población veía a los pesticidas en la década de los sesenta del siglo pasado, y a su obra Primavera silenciosa [1] se atribuye el origen del movimiento ecologista. Más recientemente, Marie-Monique Robin sacó de los laboratorios y de las oficinas gubernamentales temas tan espinosos como el impacto de los organismos transgénicos en la salud humana y en el medio ambiente [2], así como las deficiencias en los sistemas de regulación de las sustancias químicas[3], y los acercó a la persona común y corriente en libros y documentales exitosos.

El libro de Susan Freinkel, Plástico – Un idilio tóxico (Tusquets Editores, México, 2012), sigue con esta tradición y cuenta el romance que la humanidad mantiene con los plásticos desde la invención del celuloide (en 1869) hasta la actualidad. Esta periodista estadounidense se valió de una investigación sólida, enriquecida con numerosas anécdotas y entrevistas, que presenta de una manera amena y fluida para un público amplio y no forzosamente interesado en temas ecológicos.

Los plásticos, también llamados polímeros, son materiales compuestos por largas cadenas de unidades repetidas (monómeros) que están unidas entre sí. Además de ser moldeables, estas moléculas gigantes tienen propiedades muy diversas, tales como su ligereza, estabilidad, capacidad de aislamiento térmico y eléctrico, entre otras. Tal versatilidad se traduce en un sinnúmero de aplicaciones y en una producción mundial que alcanzó los 280 millones de toneladas en el año 2011 [4]. Quienes dicen que nos encontramos en la era del plástico están en lo cierto.  

La autora usa como pretexto ocho artículos que nos son familiares –el peine, la silla, el frisbee, la bolsa de perfusión intravenosa, el encendedor desechable, la bolsa del supermercado, el envase de bebidas y la tarjeta de crédito– para exponer la historia de los plásticos con todos sus claroscuros. Así, la autora inicia el relato con el celuloide, cuya síntesis fue impulsada por la necesidad de encontrar sustitutos de materiales naturales como el marfil o el carey, codiciados para la manufactura de objetos populares hacia finales del siglo XIX tales como las bolas de billar, las peinetas femeninas y, en general, los artículos de tocador. Como suele suceder al inicio de los idilios, la humanidad rebosaba de optimismo al conocer a los plásticos, que de inmediato fueron considerados una versión mejorada de los materiales naturales. Todavía hacia 1945, los plásticos eran vistos como el material con el que se construiría el mundo colorido e incorrosible del futuro: un mundo en el que las naciones serían independientes de la distribución azarosa de los recursos naturales. Cuando se dejó de buscar que los plásticos imitaran la apariencia de la madera o el marfil, su maleabilidad y bajo costo los convirtió en el medio por excelencia del diseño industrial. La banal silla plástica de jardín es un ejemplo casi inmejorable de diseño y funcionalidad puestos al alcance de las masas. La prosperidad económica norteamericana de la posguerra y el bajo costo de los plásticos democratizaron un sinnúmero de productos y construyeron una numerosa clase media, ávida por consumirlos.

La bolsa de perfusión intravenosa, al igual que dispositivos médicos tales como las incubadoras, los  miembros artificiales y las máquinas cardiopulmonares, es también parte de la cara luminosa de los plásticos, la que ha contribuido a aumentar la esperanza de vida humana. No obstante, la autora nos presenta uno de los principales problemas relacionados con los plásticos y que se derivan de plastificantes como los ftalatos, que dotan de flexibilidad a los materiales a base de PVC. Los ftalatos pueden constituir hasta un 50% del peso de los plásticos de uso médico y, dado que no están químicamente unidos a las cadenas poliméricas, se desprenden fácilmente de ellas; por ejemplo, existen casos documentados de desprendimiento durante transfusiones sanguíneas o diálisis de riñón. Ahora sabemos que los ftalatos son disruptores endocrinos, es decir, sustancias que imitan a las hormonas o que interfieren con su función.  También pertenece a este grupo el bisfenol A, el monómero con el que se obtiene el policarbonato usado para fabricar biberones, lentes para anteojos y discos compactos, entre muchos otros productos. Se ha demostrado que los disruptores endocrinos pueden cambiar drásticamente los sistemas reproductores en fetos de animales si se les expone a ellos durante periodos críticos de su desarrollo, incluso a concentraciones muy bajas. Dado que la exposición humana a los disruptores endocrinos es cada vez mayor, se les ha asociado al deterioro en la salud reproductiva mundial, que se evidencia por tasas elevadas de infertilidad masculina y cáncer testicular, así como por niveles bajos de testosterona y de cuenta espermática.

La elevada estabilidad de los plásticos, su omnipresencia en el planeta y su difícil reciclaje son otros de los factores que han traído desencanto en nuestra relación con estos materiales. A diferencia de la madera y el papel, los plásticos no se biodegradan, y solo se fragmentan lentamente por fotodegradación. Por esta razón, se han detectado al menos cinco vórtices oceánicos en los que flotan plásticos provenientes de todo el orbe, y sus efectos apenas empiezan a ser estudiados. En lugares cercanos a estos vórtices, aves, peces, cetáceos y tortugas, entre otros animales marinos, enferman y mueren porque han ingerido plástico o se han enredado en él. Los fragmentos plásticos en los océanos son cada vez más abundantes debido a la creciente producción de plásticos, a lo cual ha contribuido, a su vez,  la fabricación desmesurada de artículos desechables o, peor aún, de un solo uso. Los artículos cuyos costos ambientales son mayores que su utilidad y la necesidad que supuestamente satisfacen, como los encendedores y las bolsas camiseta, representan la faceta más odiosa de nuestra dependencia de los plásticos. 

Para Susan Freinkel, el romance que inició hace un siglo con los plásticos es una relación malsana, con un impacto a largo plazo que nunca previmos y sin divorcio posible. Para recomponer esta relación tendremos que hacer cambios drásticos en nuestros hábitos de consumo, cada vez más orientados a satisfacer necesidades emocionales. Habrá que pensar en el ciclo de vida de los plásticos antes de comercializarlos, y hacer uso de las herramientas de la química verde para sustituir plastificantes peligrosos como los ftalatos por otros inofensivos y tanto o más eficientes. La responsabilidad ampliada del productor puede contribuir a alcanzar este objetivo, ya que obliga a los fabricantes a hacerse responsables de sus productos al término de su vida útil y los incentiva a concebirlos con menor impacto ambiental. Sin duda, también tendremos que considerar a los biopolímeros para ciertas aplicaciones, y disminuir la presión que ejercemos sobre los recursos no renovables por medio de la explotación de fuentes alternas de materias primas, como la basura.

Indudablemente, esta es una historia apasionada y fascinante, sin final feliz pero con detalles muy reveladores acerca del afán humano por poseer objetos. Para la autora, no se trata de prescindir de los materiales, sino de “redescubrir que su valor no reside tanto en la cantidad de objetos que poseamos como en la forma en que nuestras posesiones nos conectan entre sí (…) y con el planeta, que es la única fuente de toda nuestra riqueza”. 

Bibliografía

[1]Carson, R. 2010. Primavera silenciosa. Editorial Crítica, Barcelona.

[2]Robin, M.M. 2010. El mundo según Monsanto. Editorial Quinteto, Barcelona.

[3]Robin, M.M. 2011. Notre poison quotidien. La responsabilité de l'industrie chimique dans l'épidémie des maladies chroniques. Éditions La Découverte, París.

[4]PlasticsEurope. 2012. Plastics - the Facts. An analysis of European plastics production, demand and waste data for 2011. PlasticsEurope – Association of Plastics Manufacturers, Bruselas. Disponible en: http://www.plasticseurope.org [consultado el 15 de marzo de 2013].

[5]Yarsley, V.E., Couzens, E.G. 1945. Plastics. Penguin Books, Middlesex. Citado en Thompson, R.C., Moore, C.J., vom Saal, F.S., Swan, S.H. 2009. Plastics, the environment and human health: current consensus and future trends. Philosophical Transactions of the Royal Society B. Biological Sciences 364: 2153-2166.   



[a]Doctora en microbiología y biotecnología por el Institut National des Sciences Appliquées de Toulouse, Francia. Profesora investigadora del Área Académica de Química. Sus intereses de investigación principales son el tratamiento biológico del agua y la biodegradación de moléculas xenobióticas. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2.