Introducción a la estructura religiosa de los Incas

Resumen

El imperio inca se denominó Tahuantinsuyu, que quiere decir región de los cuatro cuartos; hace referencia a las cuatro direcciones geográficas: norte, sur, este y oeste. Dentro de su organización se encontraba una estructura religiosa básica, el templo, sus trabajadores y los sacrificios, que se repetía en dicha extensión como modelo organizacional que presentamos de manera introductoria. Mencionaremos las principales construcciones religiosas, aquellas que destacan por su importancia mítico-histórica, como el oráculo de Huanacauri, el templo de Coricancha o el templo de Pachacamac. Analizaremos cómo funcionaban los templos, sus oficiantes y las mujeres encargadas de ellos. Por otro lado, analizaremos el papel de las acllas y sus categorías, teniendo en cuenta la edad y el linaje: mamacona, cayan huarmi, huaizuella, taqui aclla, uinachiay, taqui aclla, etc. Para terminar, hablamos del sacrificio, sus categorías, los objetos y seres sacrificados: hierbas, sebo, mullu, plata machacada, llamas, cuyes, etc.  

Palabras clave:Incas. Cosmovisión. Religión andina. Tahuantinsuyu.

Abstract

Tahuantinsuyu the Inca empire, which means the four quarters region was called; refers to the four geographical directions: north, south, east and west. Within your organization a basic religious structure, the temple, its workers and sacrifices, which was repeated in the extension as an organizational model presented in an introductory way he was. We mention the main religious buildings, those that stand out for their mytho-historical importance, as the oracle of Huanacauri. Coricancha temple or temple of Pachacamac. We analyze how they worked the temples, officiating and women responsible for them. On the other hand, we analyze the role of acllas and categories, taking into account the age and lineage: mamacona, cayan huarmi, huaizuella, taqui aclla, uinachiay, taqui aclla, etc. Finally, we talk about sacrifice, its categories, objects and slaughtered beings, plants, tallow, mullu, cuyes, etc.

Keywords: Incas. Cosmology. Andean Religion.Tahuantinsuyu.

Introducción

La división geográfica y poblacional del imperio inca se denominó Tahuantinsuyu. Podría decirse que corresponde a las cuatro divisiones o suyus de la geografía que dependía de los incas. Estas son:

El ayllu representaba la unidad económico-religiosa de las comunidades que estaban bajo el dominio inca.  Al frente de cada ayullu, además, estaba el curaca.  El ayllu era la unidad económico-religiosa de la comunidad, los intereses de un pueblo; y a su vez, de manera directa, los intereses del Inca. El curaca tenía la tarea de preocuparse por controlar el equilibrio de su comunidad, dentro de la gran extensión del Tahuantinsuyu, como uno más de los escalones de la vida incaica. Regía la unidad dentro de la diversidad como fundamento del bienestar del todo.

A lo largo de la historia del Tahuantinsuyu su extensión territorial creció, esta extensión ocasionó un amplio imperio formado por multitud de ayllus. Dentro de estos parámetros el curaca era un sencillo intermediario, con una mediación secundaria pues formaba parte de una organización mayor. Como individuo representante del bienestar de la comunidad, el curaca, era el único miembro de este sistema de organización que no trabajaba los campos, según las crónicas. Respecto al resto de los individuos, que componían la comunidad, no se distinguían por clases sociales. Igualmente, dentro de estas distribuciones, no existía la propiedad privada, pues, la tierra era comunal, pertenecía al pueblo o ayllu; aunque se distribuían parcelas de tierra para cada familia, chacras, lo cual permitía un mejor repartimiento de los alimentos por unidades familiares. Esta distribución estaba condicionada por el número de miembros que poseyese cada familia. Por ejemplo, en los censos que realizaba el Inca, una vez al año por las extensiones del Tahuantinsuyu, el Tucuricuc debía detallar aquellos miembros que formaban el ayllu, y tener un control de todo lo sucedido en el núcleo comunal: nacimientos, uniones, muertes, etc.

Los sectores mas cercanos al Inca no tenían obligaciones de trabajo comunal, mita, eran secciones que vivían de su proximidad al hijo del Sol. Este acoplamiento poblacional ha hecho pensar a muchos investigadores que la sociedad inca formó un utópico sistema basado en un gran cuerpo de funcionarios y el pueblo, todo ello formando un sistema de cooperación (Baudin, 1972).

Lo cierto es que existía una estructura jerárquica: Toda agrupación tenía un representante, que a su vez tenía un superior, que a su vez tenía otro superior, hasta llegar a los cuatro representantes de los cuatro suyus principales. Estas autoridades, que formaban la cabeza de las agrupaciones, poseían un grado de cercanía familiar al Inca. Los cuatro dignatarios gozaban de una cercanía muy próxima a la familia del propio hijo del Sol, siendo, normalmente, miembros cercanos a ella.

Para controlar el inmenso territorio inca se hacían visitas para censar y registrar lo que cada comunidad podía aportar para el bien de todos: alimentos, lana, etc. Para estas visitas estaba los encargados del inca y los quipucamayos que registraban los datos en el quipu.

El Tahuantinsuyu destaca por su alta capacidad de “gestionar” una gran dimensión territorial. Fue un gran imperio que respondió a una gran organización interna, flexible para adaptarse al amplio y diverso territorio que dominaba, pero estructurada de tal manera que no había ubicación que no fuese contabilizada y anexada bajo unos parámetros similares; los cuatro suyus podían tener sus devociones locales, pero, tenían que tener un templo para Inti y participar en el tributo anual para el sustento general. Estos contrastes territoriales, que originaron sistemas de explotación diferentes, y la red de caminos que se había desarrollado en tiempos pre-incas, produjeron intercambios de productos a lo largo y ancho del Tahuantinsuyu.

El ayllu cuando fue incorporado al poderío de los incas, al Tahuantinsuyu, en sus campañas de expansión territorial, sufrió grandes cambios en su estructura. El Inca toleró el culto a las divinidades locales, pero, a partir de entonces, habría que guardar un lugar privilegiado para la divinidad imperial, Inti. Igualmente, en cada zona del imperio tendría que alzarse un templo para los dioses “imperiales”, a modo de representación ideológica: El Sol, Inti, Viracocha (el dios ordenador) e Illapa (el dios del trueno, rayo y relámpago). Estos cambios se reflejaron también con el nuevo reparto de tierras que se ocasionó con la ascensión de los incas al poder. Las riquezas de las cosechas, a partir de entonces, se dispondrían en tres partes iguales: una para el Sol, o para la manutención de los sacerdotes y de las acllas, otra para el Estado, y la última para los ayllus; pues cada familia obtenía una asignación según el número de miembros que poseyese y sus necesidades.

El Inca era el hijo del Sol y de la Luna (Quilla), ordenador del mundo, encargado de distribuir la tierra y de vigilar la conducta y el bienestar de su imperio; como alimentador y protector de las poblaciones. Ser en el cual todas las fuerzas del mundo terrenal y celestial encontraban su equilibrio; por lo que su ausencia involucraba el desequilibrio para el Tahuantinsuyu. En las audiencias que él presidía se debía avanzar con los ojos bajos, los pies desnudos y un fardo sobre la cabeza en señal de sumisión y respeto. Esta es la descripción que narran las crónicas de la época colonial.

Presentamos una introducción a la estructura religiosa sustentada en una triada básica: los recintos religiosos, sus trabajadores y el sacrificio. Esta combinación representa una estructura que se repitió en los cuatro suyus que componían el Tahuantinsuyu.

Los trabajadores de los recintos religiosos

Para presentar los diferentes trabajadores que se empleaban en los templos analizaremos las crónicas y su información al respecto. Existió una gran división en los trabajos de los sacerdotes. Unos sacerdotes se dedicaban exclusivamente a limpiar el templo, otros a los sacrificios, inmoladores, adivinos, confesores, médicos, etc. Los textos narran que el sacerdote principal fue el Vilcanota o Vilcauma. Su residencia estaba en el templo de Coricancha, ubicado en Cuzco, capital del Tahuantinsuyu. Losayudantes que se encargaban del mantenimiento del templo, de los ritos y ceremonias que acompañaban al culto solar fueron los llamados tarpuntaes.

El papel principal que desempeñaron, dichos trabajadores religiosos, fue el de intermediarios del dios o ídolo al que servían. Las fuentes de la época describen que el método utilizado por éstos fue el de pregunta respuesta: los sacerdotes eran preguntados y respondían por medio de la divinidad. Pero, en estas consultas vaticinas existían limitaciones regidas por las diferencias sociales, pues no estaba permitido el acceso de los civiles a determinadas deidades o sitios sagrados. Por ejemplo, la consulta que predecía el futuro con el Vilcaoma era exclusiva del Inca, así como su confesión, por ser hijo del Sol. Sobre la directa relación entre el Inca y las divinidades, Pedro Cieza de León anotó la siguiente observación: “…yo he dicho mis pecados al Sol mi padre, tu río, con tus corrientes, llévalos velozmente al mar, donde nunca más parezcan” (Cieza de León, 2000:112).

La “confesión”[1] fue una de las prácticas más importantes realizadas por los sacerdotes en los rituales andinos. El ceremonial consistía en relatar al sacerdote aquello que el “arrepentido” pensaba podría romper el equilibrio dinámico del devenir diario de su ayllu.  Para asegurar un equilibrio constante, necesario para el desarrollo óptimo de la comunidad las personas que habían incumplido aquellos criterios que regían las relaciones mutuas recibían duras sanciones. De esta manera en la ritualidad andina la confesión significó la máxima expresión del individuo y su entorno natural. Con la confesión lo que se trataba de buscar era la falta que había provocado el mal: enfermedades, sequías, malas cosechas, plagas, etc.  Igualmente, fue un medio de control social, pues, el Inca se “enteraba” de las “cosas” del imperio. Las faltas más graves fueron: matar a un indio, quitar al prójimo su mujer, dar hierbas venenosas en las comidas para asesinar; y como falta gravísima, por atraer graves calamidades al ayllu, fue el descuido en la veneración de las huacas e ídolos.

Después de la confesión cada individuo de la comunidad se lavaba para que los males se fuesen con el agua, y se perdiesen en el mar (Cieza de León, 2000:112). La confesión era un ritual de purificación, pues, pensaban que el agua les limpiaba en su transcurrir, de camino hacia el mar, donde se perdían los males.

Los cronistas relatan que la consulta de los oráculos era un engaño, pues, los hechiceros[2] no solían acertar en sus predicciones. Por el contrario, todo este teatro espasmódico causaba un gran impacto emocional en las gentes que lo presenciaban, aterrorizadas del espectáculo divino, pues, se comprendía que era la propia deidad la que se estaba manifestando ante los asistentes. Si la consulta era acertada o no, carecía de importancia porque se presenciaba un acto divino.

De todos los oficios que se desempeñaban en los templos, el que más párrafos ocupó fue el de la utilización de jóvenes en los recintos religiosos. Estos efebos eran utilizados, según las crónicas, como empleados sexuales. Pedro Cieza de León escribió sobre el tema que en la zona de Puerto Viejo existieron santuarios donde tenían a niños desde edades muy tempranas vestidos de mujer y hablando como tales; utilizados sexualmente por los señores e Incas. Al igual, Fernández de Oviedo comentó que los caciques utilizaban chicos jóvenes vestidos de mujeres para el “pecado nefando” (Fernández de Oviedo,1992: 119).

En los templos había mujeres encargadas de cuidar al Sol, y a su hijo, el Inca. Estas féminas fueron escogidas a través de las visitas que los tukuricu realizaban por todo el Tahuantinsuyu.  El servicio de las acllas comprendía multitud de trabajos y oficios a realizar en las moradas divinas. Principalmente, se pude dividir el oficio de las acllas en dos grandes aspectos. Las mujeres que se encargaban única y exclusivamente del cuidado del astro; y aquellas que se dedicaban propiamente del Inca. Todas ellas tenían prohibido las relaciones con otros hombres, bajo pena de muerte. El cronista Pedro Cieza de León las comparó con las vestales de la antigua Roma, al respecto se puede leer lo siguiente: “…En los templos principales tenían gran cantidad de vírgenes muy hermosas, conforme a las que hubo en Roma en el templo de Vesta, y casi guardaban los mismos estatutos que aquellas…” (Cieza de León, 2000: 176)

Ilustración 1. Acllas. Felipe Huomán Poma de Ayala (1987).

Estas mujeres vivían en unas casas de recogimiento especiales, dentro de los recintos religiosos. Los recintos que se construyeron eran lugares de purificación, lugares prohibidos para el resto de los mortales; estancias de las divinidades. Según la edad, y la familia a la que perteneciesen, las acllas se ocupaban de los diferentes trabajos que se podían desempeñar en los templos. Las que servían directamente al Inca o a Inti tenían que poseer un cuerpo sin imperfecciones, sin taras que contaminasen la morfología que pertenecía a la divinidad; incluso algunas de ellas tenían que proceder de las panacas o descendencia real.

Existieron las siguientes trabajadoras: las acllas que estaban al servicio del Inca vivían en casas de recogimiento, aconsejadas y acompañadas por las mamaconas, que eran como las “matronas” de estos lugares. La mamacona se dedicaba a la enseñanza y resguardo de las más jóvenes. Fueron las encargadas de transmitir los conocimientos que requería el oficio a las recién agregadas. Normalmente, las casas que servían de aposentos a las acllas estaban vigiladas por indios viejos y por eunucos, pues, al pertenecer al hijo de la divinidad tenían que  vivir bajo un mayor recogimiento. Otra unidad aparte, que se analizará en párrafos posteriores, fueron  las mujeres de su padre, el Sol.

En segundo lugar se encontraban aquellas mujeres que se encargaban de alimentar al Inca. Éstas vivían bajo el mismo régimen de recogimiento que las primeras que se han analizado. Fueron las llamadas cayan huarni.

En tercer lugar, y bajo el mismo régimen de recogimiento, estaban las cocineras del Inca. Éstas no tenían que ser escogidas en las visitas que se realizaban por el Tahuantinsuyu, ya que podían ser hijas de familias pobres que las habían internado en estos recintos para que pudiesen trabajar y alimentarse.  Fueron las nombradas huaizuella .

Las crónicas sitúan en cuarto lugar a las jovencitas de nueve a catorce años que se dedicaban a entretener con danzas y bailes al Inca y a sus capitanes en las fiestas o reuniones. Vivían bajo el mismo régimen de recogimiento que las demás. Éstas eran llamadas taqui aclla.

Las vinachicuy se encargaban de hilar. Estas hilanderas tenían unos veinte años de edad, y estaban acompañadas por niñas de cinco a seis años que aprendían el riguroso oficio. Los finos trabajos que realizaban se utilizaban para vestir al Inca, y para las ofrendas de las deidades, por lo que su habilidad requería un conocimiento aprendido desde una temprana edad. Se aprecian multitud de alusiones a dicho oficio en las crónicas coloniales, pues, las telas que se realizaban fueron de una artesanía tan cuidada y delicada que impacto a los españoles cuando llegaron a Perú.

En sexto lugar estaban las casas de recogimiento que se alzaban para albergar a las mujeres que no eran de Cuzco. Estas féminas tuvieron un lugar excluido al hallarse como elemento extraño a la comunidad, pues, podrían provocar ciertos desequilibrios con su introducción en la capital del Tahuantinsuyu. El trabajo de estas féminas fue el de los cultivos de las chácaras del Inca.

En último lugar se encuentran las Hijas del Sol. Estas féminas fueron elegidas exclusivamente para el servicio del astro, bajo un régimen de severa castidad. El aislamiento de estas mujeres produjo que fueran llamadas por los españoles las “vírgenes del Sol”.  Las crónicas advierten que ni el propio Inca podía acceder a ellas. Principalmente, se encargaron de tejer las ropas de cumbi, muy delicadas y apreciadas entre los incas de la alta nobleza. Hacían también chicha para las ofrendas y sacrificios del Sol, y asistían de día y de noche al cuidado del templo de su señor. Eran renovadas cada tres años.

Según las fuentes documentales que se consulten, se puede apreciar que existieron dos maneras para reclutar a las féminas. Podían provenir de cualquiera de las cuatro partes del Tahuantinsuyu, o como narra Garcilaso de la Vega, por ejemplo, estas mujeres tenían que pertenecer a una panaca, tener sangre de los Incas: “no se sufría dar al sol mujer corrupta, sino virgen, así tampoco era lícito darse la bastarda con mezcla de sangre ajena” (Garcilaso de la Vega, 1996:168).  En las crónicas también se destaca que éstas debían haber mantenido celibato. Para poder asegurarse dicha castidad las crónicas advierten que fueron elegidas menores de ocho años.

Según algunos investigadores, como J. Larrea, cuando llegaron los españoles a las zonas que dominaba el Tahuantinsuyu, los edificios levantados en el Machu Picchu habían sido el lugar elegido para guardar, del extraño e invasor, a las mujeres del “Ordenador del Mundo”; escondrijo de las últimas consortes del Sol (Larrea, 1960:156).

Los templos o construcciones religiosas

El templo que mayor importancia tuvo en el Tahuantinsuyu fue el Coricancha. Básicamente por dos razones, la primera de ellas fue por su ubicación, en la capital del imperio inca, Cuzco, y por su morador, el dios sol, Inti. El Coricancha representó la “Meca” de la civilización andina, paradigma constructivo inca; suponemos que lugar de peregrinación similar a Tiahuanacu o Chavín de Huantar.

El Coricancha, tras la conquista de Cuzco, fue adquirido por Juan Pizarro. Éste, a su vez lo dono al padre Fray Vicente de Valverde, el cual construyó en sus cimientos el convento que albergaría desde entonces la sede de la orden de los Hermanos Predicadores, los dominicos.

Ilustración 2. Coricancha. Cuzco, foto María del Carmen García Escudero.

Pedro Cieza de León describió el templo de Coricancha de la siguiente manera:

Tenía este templo en circuito más de cuatrocientos pasos, todo cercado de una muralla fuerte, labrado todo el edificio de cantería muy excelente de fina piedra muy bien puesta y asentada... Había muchas puertas y las portadas muy bien labradas; a media pared, una cinta de oro de dos palmos de ancho y cuatro dedos de altor... (Cieza de León, 2001: 97-99).

El edificio estaba perfectamente labrado, como se puede apreciar en la actualidad, con piedra oscura, bien puesta y asentada; a pesar del gran tamaño de algunos de sus bloques. Las excavaciones más recientes, y los restos que hoy se pueden observar en lo que fueron los territorios andinos, recuérdese el megalitísmo de Tiahuanacu, exponen que la utilización de grandes bloques líticos fue una constante en las construcciones de la historia de las civilizaciones andinas.

Ilustración 3. Tiahuanacu. Bolivia. Foto María del Carmen García Escudero.

Ilustración 4 . Ollaytatambo. Perú. Foto María del Carmen García Escudero.

Ilustración 5 . Valle Sagrado, Perú. Foto María del Carmen García Escudero.

Ilustración 6 . Sacsahuamán. Cuzco, Perú. Foto María del Carmen García Escudero.

Los edificios tenían una situación privilegiada según el dios que los albergaba. Coricancha representaba el “ombligo del mundo”, el nexo de unión de los cuatro suyus que componían íntegramente el Tahuantinsuyu. Como centro del imperio destacaba en importancia, también, porque de él salían los ceques que recorrían las cuatro partes del imperio incaico. Estos ceques eran unas alineaciones que sirvieron a modo de calendario. Eran como manecillas de un reloj que marcaban los periodos en los que se plantaban las cosechas, se recogían, los solsticios, etc.

Ilustración 7.  Dos perspectivas del interior de Coricancha, Cuzco. Fotos María del Carmen García Escudero.

Por las fuentes sabemos que dentro de los muros del recinto había cuatro casas de pequeño tamaño (Ilustración 7) Las paredes internas y externas de la construcción las describen las crónicas de un rico chapado dorado, láminas de oro que cubrían las paredes (Cieza de Leon, 2007:46). El lujo de dichas paredes, además, lo añadían las piedras preciosas incrustadas, que junto con las láminas de oro, producían destellos multicolores al ser acariciadas por los rayos de Inti. Estas muestras de disonancias coloreadas simbolizaban la energía de Inti despedida hacia el cielo de Cuzco, la “capital del mundo”. Además de las decoraciones de oro, piedras preciosas y tejidos de cumbi, el Coricancha poseía rasgos de la arquitectura civil andina, como fueron sus techumbres. El investigador R. Lehmann- Nitshe escribió lo siguiente al respecto: “…Así que el conjunto arquitectónico puede compararse con los edificios de una chacra: en ella, galpones construidos hasta cierta altura de piedra maciza y más arriba de adobe y cubiertos de junco de totora como otras construcciones del Perú” (Lehmann-Nitshe, 1928: 54).

A continuación mostramos una descripción de las estancias que formaban el conjunto del Coricancha, realizada por el mismo R. Lehmann- Nitshe:

En el interior de la construcción, en las  casas que había edificadas, vivían las mujeres que servían al Sol: acllas. Las puertas que daban acceso a los aposentos de las acllas estaban custodiadas  para  evitar  e impedir  cualquier  contacto con  hombres; bajo castigo de  pena de muerte. Esta dura sanción era debida a que las mujeres que habían sido cuidadosamente elegidas pertenecían a Inti. Por lo tanto, tenían que llevar una vida de “pureza”, dedicada plenamente a su señor y dueño, el Sol. 

En uno de los recintos que formaban el conjunto arquitectónico se albergaba la gran figura  del Sol. Las crónicas dicen que era un gran disco hecho de oro y piedras preciosas (Kauffman, 2002, tomo V: 758). Este gran disco solar ha hecho pensar a los americanistas que se trata de la alegoría que hace referencia a los huevos que dieron vida en los Andes a la primera humanidad, la tesis la apoyan en los escritos de las Dioses y hombres de Huarochirí  (Kauffman, 2002, tomo V: 758; Lehmann-Nitshe, 1928, Ávila, 1975:35).  Por otra parte, podemos pensar que el gran ovalo trataría de mitos muy antiguos, que hacen referencia al huevo cósmico; similares a los mitos que existen en Asia.

El cronista Juan de Santa Cruz Pachacuti realizó un dibujo de un posible retablo que se hallaba en el Coricancha (lustración 8). El diseño muestra aquellas deidades que, posiblemente, fueron de mayor importancia. Los investigadores opinan que la ilustración se rige por la ley de analogía, y de lo opuesto/complementario; es decir, los dibujos de la derecha se complementan con los de la izquierda y viceversa.

Las fuentes documentales relatan que en la misma habitación, junto al gran disco solar, se disponían las momias de los Incas del imperio, y los grandes tesoros que el Tahuantinsuyu había anexionado en las campañas de expansión territorial. Además, albergaba huacas e ídolos  de las provincias conquistadas  a modo de conquista espiritual (Ondegardo, 1990). Inti permitió que las huacas de las  poblaciones conquistadas fuesen visitadas una vez al año, además de aceptar sus rituales y sacrificios locales.

Al igual que Coricancha e Inti destacaron en importancia ritual, el sacerdote que se encargaba de los rituales y cuidados de éstos, el Vilcaoma, representaba el cargo más importante. Cargo ocupado, normalmente, por un miembro de la familia real.

Viracocha fue una divinidad a la cual se adoro en los Andes desde periodos muy tempranos de su historia. En su honor también se erigieron grandes templos. Destacamos el templo situado en Cacha, la actual Raqchi. Según las fuentes dicha construcción fue un oráculo muy consultado por Pachacuted, al igual que había hecho su padre.

En las crónicas aparece, al igual, una reiterada alusión al templo de Pachacamac. El santuario estaba ubicado en la costa de Lima, y en él se veneraba al dios del mundo intra-terreno. La forma de la construcción era la de una pirámide escalonada. Desde tiempos pre-incaicos, al igual que el templo de Raqchi, recibió multitud de visitantes y devotos con una asiduidad constante. Según los textos de la época en el interior del santuario se albergaba la estatua de una zorra. Posiblemente, la estatua del templo simbolizaba al dios del inframundo. Este animal fue muy honrado en la cosmovisión andina, y  aparece en múltiples narraciones andinas, como por ejemplo, en Dioses y héroes de Huarochirí (Ávila, 1975:34).

En Tomebamba, en la zona del Chinchaysuyu, hacia la actual Quito, Huaina Capac quiso alzar una ciudad que tuviese el mismo esplendor que Cuzco. El cronista Pedro Cieza de León comenta en sus escritos que las piedras que se utilizaron para erigir el santuario fueron transportadas desde la ciudad de Cuzco. Además, el cronista describe como todo el edificio lo habían enriquecido con láminas de oro y piedras preciosas. En las paredes del interior había un laborioso trabajo en el que se apreciaban los diseños esculpidos de "ovejas", "corderos" y demás animales del mismo material; es más, según el erudito había gran cantidad de este metal precioso en objetos de lujo: vasijas, ollas, vasos, platos, etc. Creemos conveniente recalcar que dichas descripciones son bastante idílicas. Como el templo estaba alzado en honor a la divinidad principal andina, Inti, las crónicas relatan que había más de doscientas acllas, vigiladas por porteros eunucos.

Ilustración 8. Restos de construcción del Lago Titicaca. Foto María del Carmen García Escudero

El gran recinto religioso que albergo el Lago Titicaca fue objeto de devoción desde tiempos pre-incas. Este lugar representaba, para la cosmovisión andina, el origen de la vida tras el Diluvio.

Huanacauri fue la huaca más importante para los señores Incas, sobre todo por su oráculo, el cual fue muy frecuentado. Dicho oráculo representaba el sacrificio del hermano, Ayar Cachi o Ayar Ucho,  del primer fundador de la dinastía incaica, Manco Capac (Martín de Murúa,  2001:41). Se le mochaba en las fiestas más importantes del año, además de recibir grandes sacrificios y ofrendas.

Igualmente la huaca de Ancocagua fue muy visitada por su oráculo, y fueron múltiples los presentes que recibía. Al respeto el cronista Pedro Cieza de León dice las siguientes palabras “...oí decir que un español llamado Diego Rodríguez Elemosín sacó desta huaca más de treinta mill pesos de oro...” (Cieza de León,  2001:102).

Los sacrificios

Los sacrificios fueron la forma de contribuir a las relaciones de reciprocidad de la sociedad centro andina; entre otros rituales a tener en cuenta. El sacrificio era el sustento de los dioses y huacas del Tahuantinsuyu. Estos mensajes etéreos viajaban al plano celeste o inframundano, y los dioses, con sus dones, correspondían en el mantenimiento proporcionando prosperidad, salud, buenas cosechas, etc. En cierta medida la sangre atraía a la vida.

En general, lo que más llamó la atención a los cronistas fueron los ritos por los cuales se quemaban cosas, o se sacrificaba al “demonio”. Los sacrificios, además, también se realizaban de forma periódica para los malos augurios, las catástrofes meteorológicas, las fuertes sequías, las hambrunas, las epidemias, etc.

Un dato que aclaran las crónicas es que los animales sacrificados era los domesticados, no los silvestres. Al respecto Bernabé Cobo escribió lo siguiente: “… sacrificio de animales mansos y domésticos, que eran de los que sólo sacrificaban, y no de los bravos y monteses...” (Cobo, 1956:201). Por ejemplo, para saber que sacrificios agradaban al trueno, a cuyo cargo estaba el llover, helar y granizar, se hacía uno pequeño a modo de solicitación, “...para que declarase el trueno que sacrificio quería, echavan las suertes de conchas de la mar...” (Ondegardo, 1584:14-15). Pues las conchas eran consideradas hijas de la mar, madre de todas las aguas. Posiblemente, estos sacrificios eran tenidos como mediadores, un medio de comunicación con las deidades. Cada una de las deidades tenía asignado unos animales determinados, etc. según sus gustos particulares.

Hemos realizado una lista de aquellos sacrificios que con mayor porcentaje son mencionados en las crónicas. El sanco, por ejemplo, que era una mezcla de agua caliente, harina y sangre, era la comida de los dioses. En general las ofrendas que se realizaban en los rituales constituían el alimento de las deidades, al respecto Fray Juan San Pedro escribió lo siguiente: “…quemanla [la ofrenda] y dicen que aquel humo sube hasta el cielo a Ataguju y le da olor y esto hazen para pedir vida para ellos y para sus hijos y para sus ganados...” (San Pedro, 1992:163)

En primer lugar, escribía Pablo José de Arriaga, se sacrificaba la chicha, “...ella es el todo...” (Arriaga, 1968:209), como los “hechiceros”  la solían mezclar con otras sustancias el visitador añadió que “... beben la demás los hechiceros y les vuelven como locos...” (Arriaga, 1968:209). En segundo lugar se sacrificaban las llamas; el tercer sacrificio, de mayor frecuencia, fueron los cuyes. Plata machacada, coca, y la bira, que es el sebo del carnero, se quemaban delante de las huacas y conopas. También se sacrificaba maíz entero o molido junto a coca y sebo. Una frutilla medicinal que se llamaba espingo, y que traían de Chachapoyas, y el aut, altoptuctu, plumas coloradas, mullu, etc. (Arriaga, 1968:210). Igualmente muchos de estos “hechiceros” poseían un extenso conocimiento de las plantas medicinales para curar a sus enfermos. Lo que ha dado lugar a que en las crónicas de mezclen oficios, por ejemplo, no es los mismo un oficiante de medicina, que un oficiante de la lluvia, etc. Se generalizo, en muchos casos, con la palabra hechicero a diferentes oficios que requerían conocimientos distintos para ejercerlos.

En Cuzco se sacrificaba todos los días un carnero blanco e impoluto. Lo quemaban, junto con unas bolsitas de coca, como agradecimiento al dios Sol.

El sacrificio, a escala local, era  para las huacas particulares; y en el ámbito oficial se sacrificaba a las huacas principales del Tahuntinsuyu: Inti, Illapa, Viracocha, Quilla.

Se sacrificaban llamas macho, para que las hembras siguiesen pariendo, y así, no dañar la especie. Según el dios que recibiese el sacrificio la llama era de un color u otro. El color blanco, por ejemplo, correspondía a los sacrificios que se realizaban al Sol, y de diversos colores fueron las llamas que se sacrificaban a Illapa. A estos animales, antes del sacrificio, se los adornaban con flores, para engalanarlos como ofrenda divina que eran. Tras sacar al animal, y realizar una serie de vueltas en torno a la estatua de la divinidad, se le degollaba delante de la huaca y se esparcía su sangre. Posteriormente la carne era repartida entre los asistentes.

Para realizar los sacrificios se tenía al animal en ayunas. Una vez inmolado el animal, se analizaban las entrañas, si quedaban residuos determinados en el corazón, por ejemplo, se traducía como un presagio de malos augurios para el imperio. Los sacerdotes pensaban que algo malo iba a suceder en el Tahuantinsuyu, y realizaban los sacrificios correspondientes.

Igualmente, fue habitual ofrecer, en los rituales, figurillas de oro y plata hechas con harina de maíz, cualquier género de comida, cestillos de coca, sebo de llama, cabellos, sangre propia, o de los animales que sacrificaban, tejidos, etc. Todas las riquezas eran pocas para sus deidades, además, estas ofrendas eran intocables.

Ilustración 9. Ídolos para ofrendas. Museo del Templo de Coricancha. Cuzco. Foto María del Carmen García Escudero.

En las visitas realizadas en el Tahuantinsuyu, para la recogida de la contribución anual al imperio, se seleccionaban las ofrendas que más tarde se destinaban  a estos sacrificios y el mantenimiento del culto en general. El proceso se dividía por calles; así, por ejemplo, en la quinta calle se elegían las mujeres que serían destinadas al Sol.

Ilustración 10. Calles en las cuales se dividía a los individuos en las visitas del Tucuricuc.  Felipe Huoman Poma de Ayala.

Una vez al año se realizaba el sacrificio más importante del imperio, la capaccocha. Según las fuentes documentales las cuatro provincias que componían el Tahuantinsuyu se reunían y traían de cada región uno o dos niños, tejidos, ganado, mullu y demás ofrendas para efectuar dicha inmolación. Esta ceremonia se realizaba para que el Inca tuviese paz y bienestar durante su mandato; en todas las posesiones que dominaba. Se puede afirmar que esta gran ofrenda era la máxima expresión de clemencia del Inca hacia sus huacas y dioses. Para el investigador Willian Sullivan el acto de sacrificar niños, durante la capahucha, fue la forma de mandar mensajeros a las estrellas, pues, cada ayllu poseía una correspondencia en el cielo con una estrella. Estos emisarios pedían generosidad para mantener el equilibrio del Tahuantinsuyu (Sullivan, 1999:434-438).

Otros autores piensan que esta capaccocha o capahucha era una ofrenda que se donaba una vez al año para la manutención y mantenimiento de los diferentes cultos, un "diezmo" para el estamento religioso (Cieza de León,  2001:106).

Cuando comenzaba la época de cosechas se realizaban sacrificios, por lo que se reunía toda la comunidad, para pedir a las huacas fertilidad para sus chácaras. El pueblo hacía una contribución y se la entregaba al encargado de los sacrificios, para que demandase agua para sus campos.

Después de los rituales, con sus correspondientes sacrificios, se efectuaban grandes fiestas donde se bailaba y cantaba. Cada sacrificio tenía sus correspondientes taquis, acompañados de chicha en abundancia. Grandes festejos que duraban varios días, para celebrar el bien de la comunidad, el bien de sus huacas, en última instancia, de las relaciones de reciprocidad.

Conclusión

Las construcciones religiosas tenían una jerarquía, pues fueron los aposentos en la Tierra de las divinidades. No era lo mismo la morada que se construía para Inti, por ejemplo, que la realizada para una divinidad local. El dios era su morador, junto con los principales sacerdotes, antepasados, malquis, y huacas más importantes.  El templo más importante del imperio inca fue el Coricancha. Esta construcción estaba ubicada en la capital del Tahuantinsuyu, Cuzco, y era la residencia terrestre de Inti, o dios solar.  El sacerdote principal fue el Vilcanota o Vilcauma. Los ayudantes que se encargaban del mantenimiento del templo, de los ritos y ceremonias que acompañaban al culto solar fueron los llamados tarpuntaes.  

Existieron en los templos mujeres encargadas de cuidar al Sol, y a su hijo, el Inca. Estas féminas fueron escogidas a través de las visitas que se realizaban por todo el Tahuantinsuyu, cada cinco años por los Tukuricu. El servicio de las acllas  comprendía multitud de trabajos y oficios a realizar en las moradas divinas, por lo tanto, existía una división del trabajo por edades y ascendencia social.

Esta estructura religiosa, templo-oficiantes-sacrificios, fue extensiva a los cuatro cuartos el Tahuantisuyu como  máxima del poder incaico.

GLOSARIO

Acllas. Mujeres que vivían en los recintos religiosos. 

Ayar. Grupo de hermanos que comenzaron la dinastía “mítica” inca.

Ayllu. Grupo familiar extenso, base de la organización sociopolítica inca.

Curaca. Jefe o representante  del ayllu.

Chacra. Huerta asignada a las familias para su manutención. 

Chicha. Bebida fermenta de maíz. 

Fray Vicente de Valverde. Fraile que acompaño a Pizarro en la   conquista de Cajamarca y evangelización del Inca Atahualpa.  

Fray Domingo de Santo Tomás. Fraile que redacto un diccionario en quechua para poder conocer la lengua de los pueblos que tenían que ser evangelizados.

Huaco. Pieza de cerámica de factura delicada, a diferencia, por ejemplo, de las cerámicas para cocinar.

Idolatría. Culto hacia los ídolos indígenas llamados huacas

Mochar. Hacer saludo a las deidades. 

Pacaritambo. Cerro en el cual se ubica el origen legendario de los incas. 

Pachacuti. Concepto andino prehispánico que concibe un cambio en el espacio-tiempo. 

Pariacaca. Dios que manifiesta los poderes de la lluvia y del trueno en el texto, de los poderes del hanan pacha que vencen a los poderes del hurin pacha, personificados en Huallallo Carhuincho

Quipu. Sistema realizado con hilos y nudos que se utilizó para almacenar y contabilizar información. 

Taqui Onkoy. Fue un movimiento de liberación indígena.

Tambo. Almacén de alimentos. Estaban repartidos por todo el sistema vial incaico.  

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[1] Llamada así por los cronistas, suponemos que tendría otro nombre durante el periodo prehispánico. 

[2] En las crónicas, todos los rangos de trabajadores de la cosmovisión andina, los trabajadores de los templos, etc., fueron llamados hechiceros. Esto fue debido a que su oficio era el de “hechizar” a las poblaciones nativas a través de las directrices marcadas por el Diablo, según la visión de los cronistas.



[a] Doctora en Antropología Social, Profesora-investigadora adscrita al Área Académica de Historia y Antropología, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Correo-e: mariadelcarmen_garcia@uaeh.edu.mx.