Reseña a Las muchas muertes de Pancho Villa de Elman Trevizo

Muchísimas gracias a Elman Trevizo, poeta y escritor mexicano, por participar en la XXVIII Feria Universitaria del Libro, que organiza nuestra universidad, la Autònoma del Estado de Hidalgo. Elman ha ganado tres premios nacionales: el Norma-Ferial de novela Juvenil, el Valladolid de las Letras y el Premio Nacional Punto de Partida, de poesía. En esta ocasión me referiré al libro Las muchas muertes de Pancho Villa, un texto cuya narrativa fresca, amena, acerca a los jóvenes a la vida de uno de los personajes más polémicos de la Historia de México: Pancho Villa.

Se trata de la historia del personaje a quien el autor denomina como Doroteo Rosas Parra, un niño-adolescente a quien le gusta mucho la fotografía y que le saquen fotos. Tiene su cuarto atiborrado de imágenes de él mismo. “Las fotografías te van a sacar de tu cuarto”, le decía su mamá al ver las imágenes de Doroteo quien cantando, sonriendo, enojado, chimuelo y hasta, escribe Elman, “sacándose los mocos” se veía por aquí, allá y acullá.  Cuando sea grande, pensaba Doroteo, voy a convertirme en un fotógrafo famoso y rico, viajaré por todo el mundo enseñando a la gente todo lo que vea y grabe en mi cámara.

Pero sus sueños no se realizaban. Pese a sus esfuerzos por ahorrar haciendo mandados, cortando la hierba de jardines, cargando bultos, etc, no era fácil comprar una cámara. Aunque, ya saben, la magia de las circunstancias cambia las cosas y eso pasó en el caso de Doroteo gracias a la imaginaciòn de Elman Trevizo. Una tarde, una señora “misteriosa” según califica el narrador, le dijo que lo iba a contratar para que juntara para su cámara, sabedora de los deseos de “Doro”. Alicia Perea era el nombre de esa señora que gustaba de dar de comer a las palomas y Doro se unió a Alicia en la tarea de alimentar y, junto con ella, de inventar historias, entre ellas darles un nombre a las palomas y toda una trayectoria de vida.

Pero Doro se aburrió y le dijo a Alicia que se iba a jugar futbol, lo cual era una mentira. Entonces aquella señora misteriosa le dijo algo que cambió esta historia. Le confió un secreto de esos que cambian la vida. Un secreto de Pancho Villa. El ofrecimiento atrapó a imaginación y el interés de “Doro” quien comenzó a recibir fragmentos de lo que supuestamente era el diario de Pancho Villa y que Alicia Perea tenía en su poder por no sé qué circunstancias.

Así nuestro personaje principal, Doroteo Rosas, comenzó a conocer a Pancho Villa, quien en el diario en cuestión se presentó así:

Mi nombre es  Doroteo Arango Arámbula. Desde muy pequeño me decían de muchas formas, menos por mi nombre. Así fui acostumbrándome a tener un nombre diferente cada día, hasta que crecí y decidí que la gente me llamara Pancho Villa. ¿De dónde tomé el nombre?, nunca lo voy a decir. A veces les cuento a mis amigos que se lo robé a un muerto, o que así se llamaba un padrino mío.
De dónde lo saqué no importa. Ahora es mío. Y quien me lo quiera quitar, pues que se atreva a plantarse frente a mí y decírmelo. ¡Faltaba más! este nombre me va a hacer famoso. Por ese nombre los chamacos dirán: “Cuando sea grande quiero ser como Pancho Villa, dejarme crecer el bigote y montar mi caballo”.
Los niños me quieren reteharto. Me siguen a todos lados. Hasta podría tener mi ejército de puros escuincles. Pero para qué arriesgarlos. ¡Qué disfruten su niñez! Ya les tocará a ellos hacer algo para cambiar el mundo.
Yo disfruté de mi infancia. Desde que era un taponcito andaba en el campo ayudando a recoger el rastrojo, a escardar los surcos para el año siguiente, a levantar la siembra... de todo hacía.
Cuando se metía el sol, regresábamos a nuestras casas todos mugrosos y chamuscados. Algunas veces amontonados en las carretas, oliendo los sobacos de los demás, y otras veces, pues a pie, así, lento, disfrutando del atardecer y del zumbar de los mosquitos que nos picaban en los brazos y la cara. Aunque parezca que lo cuento con tristeza, no es así. Fueron años felices los que pasé en esos campos. Hice muchos amigos en Río Grande, mi pueblo.
Cuando en las tardes llegaba a la casa, mi mamá me tenía una ollota de frijoles y a veces hasta preparaba una cazuela de arroz con leche. Ella sabía que me gustaba mucho. Hubiera querido ser chino porque ellos comen harto arroz. Aunque andan diciendo por ahí que los chinos me caen mal. No es cierto. Son historias que se han inventado. Hasta dicen que éstos hicieron túneles en todos los pueblos para esconderse de mí. Siempre habrá un bocón a quien se le suelte la lengua y diga tarugadas.
Cada vez que escuchen algo así, pues vénganme a preguntar. Hay confianza. Claro, mientras sean gente de bien, yo platico con ustedes. A mí no me gustan esas personas abusonas que se aprovechan de los demás. Para ellos nunca estoy. Si permitiera eso de la gente, pues me seguiría llamando Doroteo Arango y seguiría trabajando la tierra, en vez de moverme de un lugar a otro, tratando de cambiar las cosas malas que suceden en el mundo.

También supo nuestro “Doro” que si Villla entró a Columbus, en Estados Unidos, fue porque lo traicionó una persona que les había vendido municiones. Cuando llegaron a buscar al traidor, encontraron a su hermano menor pero éste, platica Villa, no tenía la culpa de lo que había hecho su hermano. Cuando ya íbamos a regresar a México, escribe Pancho Villa, el ejército, junto con todos los habitantes del pueblo, empezaron a dispararnos. “Entonces nos prendimos y arrasamos con todo lo que encontramos a nuestro paso.”

El lugar quedó en llamas. Algunos villistas fueron aprehendidos.

Nos separamos y yo me quedé con Joaquín y Bernabé. Luego ellos fueron a un pueblito por una enfermera para que me curara la herida. Ella me platicó que al lugar en donde estábamos le dicen La Cueva del Coscomate. Era un sitio muy amplio y los dos meses que estuve allí han sido muy tranquilos. Lo único que me incomodaba era no saber en dónde estaba el resto de mi ejército, pero ya por fin lo encontré.
Aquí estamos para seguir dando batalla. Tampoco los que nos persiguen se dan por vencidos. Me buscan hasta por debajo de las piedras o en cada grano de arena del desierto. Pero yo he estado arriba de las rocas, montado en mi caballo Grano de Oro, viendo cómo pasan las caravanas, dirigidas por un tal general Pershing. No he tenido el gusto de conocerlo, pero ya llegará el momento.

Alicia Perea le entrega la anhelada cámara fotográfica a “Doro” y a éste le van intrigando cada vez más las acciones de Pancho Villa y se entera por los diarios que le entrega Alicia de muchas de sus obras, de la creaciòn de escuelas, de la ayuda a las madres solteras, del reparto de tierras que hizo a campesinos, de su amor a Chihuahua, a tal punto éste que aunque nació en Durango, en el pueblo La Coyotada, llegó a decir que amaba tanto a Parral, que hasta ahí mismo se moriría. Y ahí se muriò porque un 20 de julio de 1923 fue asesinado al pasar su coche por el Callejón denominado Gabino Barreda. Iba el general manejando su coche Dodge. Recibió cinco balazos. Se afirma que las declaraciones de Villa a un periodista norteamericano en el sentido de que si fuera necesario volvería a tomar las armas, decidieron a los hombres del poder, en ese momento Plutarco Elías Calles, a ordenar su asesinato, del cual se señalò al diputado de Durango, Jesús Salas Barraza y a Melitón Lozoya,

Pero el personaje del relato de Elman, Doroteo Rosas, acompañado por su amigo Andrés, va al callejón y allí, los dos adolescentes, son testigos, al caer la noche, de la siguiente escena:

De unos balcones que habían crecido en las casas de adobe, salieron doce hombres con pistolas, apuntando hacia un coche antiguo que estaba dando la vuelta en la esquina, brincando entre las piedras que tapizaban el callejón. Conforme el coche se acercaba, los hombres se ponían más nerviosos, sin dejar de apuntar con sus armas de cañón largo.
El coche empezó a cruzar con lentitud el puente de un arroyo sin mucha agua. Era una noche muy oscura y unas nubes muy negras cerraban el cielo atrás del coche, cuando éste estaba a unos metros de los hombres, desde los balcones, dispararon toda su carga contra los ocupantes, haciendo que el auto chocara contra el árbol de las enredaderas. Los hombres siguieron disparando hasta que dejaron como coladera la carrocería. El sonido era ensordecedor. Entre los disparos se escuchó el ladrar quejumbroso de los perros.
Todos los que estaban en la calle salieron corriendo víctimas del pánico… luego hubo un largo silencio. Del coche salía humo. Todo el ambiente se impregnó del olor a pólvora. En ese justo momento se abrieron las puertas del coche. De éste bajó un hombre con el brazo ensangrentado y se perdió entre las calles, huyendo.
Todo era desolación. Sólo un sacerdote y una señora se acercaron  a ver los cuerpos. Asustado, Doro reconoció el cuerpo  inerte de Pancho Villa, pues era igualito al de piedra, parecían gemelos.
-¡Está muerto, Padre! ¡Mi general está muerto!-dijo la señora llorando, abrazándose al cuerpo del sacerdote; él se acercó para cerrarle los ojos con la mano a Villa. El cuerpo del general estaba lleno de sangre, a un lado estaba otro hombre muerto que ni Andrés ni Doro reconocieron. Cuando los dos amigos voltearon a los balcones, los hombres que habían disparado ya no estaban.

Los jóvenes se aterrorizan aunque regresan al lugar. Doroteo con la cámara que le dio Alicia, trata de retratar aquellas escenas pero se da cuenta de que es una ficción, una realidad mezclada con la fantasía, unos fantasmas que amenazan con llevárselos también a ellos, como se llevan a la “señora misteriosa”, Alicia Perea.

De ahí el nombre del libro Las muchas muertes de Pancho Villa porque cada noche en Parral, en el callejón Gabino Barreda, vuelve a morir Villa, una y otra vez lo asesinan y mueren también quienes pasan por ahí, personajes del pueblo que a partir de entonces, se vuelven los fantasmas de la historia de Elman Trevizo.

Bibliografía

Trevizo, Elman (2010) Las muchas muertes de Pancho Villa. México: Ediciones B.



[a] Profesora-investigadora del Área Académica de Ciencias de la Comunicación, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Reseña leída en la XXVIII Feria Universitaria del Libro, UAEH, agosto 2015.