La universidad y su devenir formativo

Resumen

La Universidad como institución social y formativa ha transitado por diferentes momentos históricos y sociales que han configurado su devenir y su presente. De ahí que para entender la instauración de la Universidad como institución social y formativa tenemos que remontarnos a su devenir histórico. El presente artículo da cuenta de ello, situando su estudio en tres periodos: la Edad Media, abarcando principalmente del siglo XI en adelante, que fue cuando surge la corporación universitaria, la Edad Moderna (siglo XV al XVIII) y la Contemporánea (siglos XVIII y XIX). Con este trabajo se brinda una breve mirada retrospectiva acerca de las diferentes relaciones funcionales que históricamente ha mantenido esta institución con la sociedad que le brinda su razón de ser.


Palabras clave: Universidad. Saberes. Función social. Ideología

Abstract

The University as a social and formative institution has traveled through different historical and social moments that have shaped its future and its present. Hence, in order to understand the establishment of the University as a social and formative institution, we have to go back to its historical development. The present article reports on this, placing its study in three periods: the Middle Age, mainly covering the Eleventh century and onwards, which was when the university corporation, the Modern Age (Fifteenth to Eighteenth Century) and the Contemporary Age (Eighteenth and Nineteenth Centuries). This work gives a brief retrospective look at the different functional relationships that have historically maintained this institution with the society that gives it its raison d'être.


Keywords: University. Knowledge. Social function. Ideology


Introducción

Históricamente las instituciones universitarias han poseído una estrecha relación con la sociedad, las cuales, como producto de un largo proceso, se han convertido en  aliadas perfectas de los cambios sociales que  han caracterizado a cada época y sociedad; a tal grado que las influencias de estas variaciones sociales se han hecho  recíprocas, es decir una modificación social propiciada por la clase dirigente afectaba e influía para que se suscitara un cambio universitario, al mismo tiempo que éstos ejercían su influencia en la misma sociedad.

La  universidad no inicia como una institución totalmente consolidada, sino que paulatinamente fue adquiriendo la importancia que hoy día posee para la sociedad, sobre todo cuando las clases dirigentes empezaron a darse cuenta del potencial ideológico que ella poseía, a pesar de no estar institucionalizada y de no contar con  todo el reconocimiento social.

La universidad nació a partir de una necesidad de enseñanza, ya que como veremos  más adelante, ésta posee sus raíces precisamente en la enseñanza de  las artes liberales (gramática, retórica y dialéctica),  así como de otras disciplinas como jurisprudencia, medicina y teología (Alighiero, 1998:228), pues como menciona Gonzáles Cosío “…no se entendería el origen de las universidades, si no se admitiera que éstas fueron el centro de reunión de los intelectuales que tenían entonces, como deberían tener quizá hoy, vocación para el pensamiento y la enseñanza” (Gonzáles, 1972:8).

Con el paso de los años, la enseñanza no solo continuaría presente en las universidades, sino que se iría convirtiendo en su “razón de ser”, a tal grado de que aquella ha formado una parte fundamental de la misión de ésta. Debido a ello, la característica de “brindar enseñanza”, se encuentra presente en todas y cada una de las universidades existentes en el mundo, ya que como precisa Ortega y Gasset:

…cualquiera que sean las diferencias de rango entre ellas, todas las universidades europeas ostentan una fisonomía que en sus caracteres generales es homogénea… Encontramos, por lo pronto, que la  universidad es la institución donde reciben la enseñanza superior casi todos los que en cada país la reciben. (Ortega y Gasset, 2000:257)

Al irse adaptando la universidad a las necesidades e intereses que establecen las clases dominantes, implica no sólo los cambios de planes de estudio, los objetivos, funciones…, sino  que abarca algo más complejo: la de fungir como un reproductor de la ideología dominante, lo que conlleva que al adaptar sus acciones educativas a esta ideología, reproduce las condiciones sociales y culturales que ésta  establece como legítima, pues como menciona Bourdieu:

…las diferentes acciones pedagógicas y, de esta forma, de los productos de esta acción pedagógica (individuos educados) constituyen uno de los mecanismos, más o menos determinantes según el tipo de formación social, por los que se halla asegurada la reproducción social, definida como reproducción de la estructura de las relaciones de fuerza entre las clases  (Bourdieu, 1996: 51).

Sin embargo, para lograr que la universidad, como continuidad de los objetivos formativos que se plantea el Sistema Educativo, asegure la reproducción social dominante, es necesario hacer uso de un elemento sumamente importante: la ideología, entendiéndola como “…el sistema de ideas, de representaciones que domina el espíritu de un hombre o un grupo social, en donde dichas  representaciones surgen de la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia“ (Althusser, 2000:47), ya que precisamente a través de ella se inculcan las visiones  dominantes, y por consiguiente ‘legitiman’ las acciones que éstas emprenden en y para la sociedad, contribuyendo de esta manera a aceptar-reproducir lo que ellos establecen.

Pero, ¿por qué brindarle tanta importancia a la ideología a tal grado de designarles propiamente estas funciones de “reproducción ideológica” a instituciones sociales específicas, como el Sistema Educativo?, ¿cuál ha sido la importancia de que la Universidad  se adecuara a la ideología del poder dominante? Sin duda son preguntas cuyas respuestas las podremos encontrar en su mismo devenir histórico, ya que a través de éste podremos darnos cuenta, al menos de dos aspectos que van ligados a ella desde su creación misma: la universidad representa un gran potencial ideológico, y por ende es capaz de ser “productora académica y cultural”, al igual que puede fungir como “reproductora social e ideológica” como parte de la sociedad en que ésta se encuentre.

Para analizar lo anterior, el presente ensayo brinda una breve mirada retrospectiva acerca de las diferentes relaciones funcionales que históricamente ha mantenido la universidad con la sociedad. Para ello se divide este estudio en tres periodos: la Edad Media, abarcando principalmente del siglo XI en adelante, cuando surge  la corporación universitaria, la Edad Moderna (siglo XV al XVIII) y la Época contemporánea (siglos XVIII  y XIX).

Edad Media. Origen de las universidades

Hoy en día, las universidades se encuentran consolidadas como instituciones sociales, concebidas como una “institución educativa, del saber y de la cultura“ (Muñoz, 2009:11), sin embargo para comprender el por qué de sus cambios estructurales, organizacionales, funcionales que han marcado el sustento de esta institución, se hace necesario remontarnos a su pasado, pues son las ubicaciones espaciales y temporales las que les brindar su razón de ser.

Las universidades nacen en la Edad Media, como parte de la enseñanza que en esa época se ofrecía. Durante  la Edad Media, la educación de más predominio fue, en un primer momento, la “bíblico-evangélica”, la cual era brindada por los mismos sacerdotes de las iglesias, enseñanzas que como menciona Alighiero, naturalmente eran impartidas a través de “…salmos y sagradas escrituras en general, más la ley eclesiástica y alguna fabulosa vida de santo…”, dejando a un lado a la educación clásica, que era legado de la cultura “helenístico-romana” (estudio de los clásicos) (Alighiero, 1998: 190), aunque como veremos más adelante, ésta no fue omitida totalmente. El predominio de esta enseñanza se suscitó sobre todo si tomamos en cuenta que la educación que se impartió en esta época estuvo a cargo de la  iglesia, ya que en esos tiempos  era “… ésta… la que organiza cultura y escuela”, sin embargo es oportuno cuestionarnos ¿por qué la Iglesia fue asumiendo el manejo de las escuelas y,  por ende, determinando este tipo de enseñanza?

Pues bien, no hay que dejar de tomar en cuenta que esta institución, la iglesia, era quien  en esa época se situaba como el poder dominante; sin embargo uno de los factores contundentes que propició que la iglesia asumiera el manejo de las escuelas se debió al hecho que fue en las mismas iglesias en donde se concentró la necesidad de educar a las personas que las conformaban, ya que la mayoría de estas personas carecían de algún tipo de “instrucción” (Alighiero, 1998: 180), es decir no sabían leer ni escribir.  Por lo tanto, no fue nada casual que las primeras enseñanzas brindadas a grupos de personas hayan surgido en los monasterios. Cabe aclarar que estas enseñanzas, en un primer momento, eran impartidas  únicamente para y por el clero, pero debido a la demanda de las que fueron objeto estas enseñanzas, posteriormente se hace la apertura hacia los laicos, aunque por la tendencia  que poseían estos estudios después formarían parte propiamente del clero, ya que las circunstancias así lo propiciaban, pues si querían ser instruidos no tenían otro medio más que  ingresar a las filas de éste, pues como bien precisa Alighiero: “Uno y otro concilio aconsejan además permitir a los muchachos que han llegado a los dieciocho años, escoger entre el matrimonio y sacerdocio. Así, la formación de sacerdotes era también un posible camino de instrucción de los laicos“.  (1998:181)

Con el paso de algún tiempo, la Iglesia autorizó que la formación  que recibían los clérigos, aunado con algunos laicos, se le añadieran los estudios que eran llamados trivium y quadrivium, los primeros se referían a las tres artes de la elocuencia, que se obtiene con la gramática, escribir y pronunciar correctamente; la dialéctica, demostración de las cosas; y con la retórica, el adorno de las palabras. Mientras que los segundos consistían  en el estudio de la aritmética, geometría, astronomía y música (Alighiero, 1998: 197). Así fue como  las escuelas que se ubicaron en los monasterios empezaron a experimentar dos tipos de cambios: se le añadían otros tipos de conocimientos distintos a los eclesiásticos,  al mismo tiempo que se les iba permitiendo que cada vez más laicos recibieran este tipo de estudios, inclusive a “niños de grupos subalternos”. Aunque esto  haya significado  “…más aculturación que instrucción”. (1998: 199)

No obstante, pese a que la educación brindada hacia los clérigos o los laicos, haya implicado una aculturación, pues “se trataba en efecto de un saber que, aunque fundado en las artes liberales, consistía sin embargo en la doctrina cristiana y culminaba en la teología…” (Alighiero, 1998: 223). Es importante reconocer que  dichas condiciones propiciaron significativos cambios, ya que como señala este mismo autor “…dada la ignorancia, y quizás también la escasez de sacerdotes, se procuró su instrucción creando verdaderas y propias escuelas en las parroquias y reclutando libertos, para que fueran al mismo tiempo clérigos y siervos…” (1998: 200), ello sin pensar que con la formación de estos personajes, estaban cimentando  el surgimiento de la corporación universitaria, ya que serían precisamente los clérigos o los laicos, quienes se encargarían de brindar y recibir enseñanza fuera de la Iglesia, características claves que propiciaron la concentración de cada vez más estudiantes en estas corporaciones.

La formación de esta corporación dio inicio  cuando en 1179, el papa Alejandro III en Francia, indicó que la iglesia no debía interponerse como un obstáculo en la enseñanza que quisieran brindar los clérigos o los  laicos hacia las otras personas que no habían podido recibir esta instrucción, denunciando:

… severamente los casos de simonía escolástica, o sea la venta de la licentia docenci, y los obstáculos a los que, con la debida licencia, quisieran enseñar libremente; y ordenaba que el magischola  no podía impedir a ningún clérigo, que tuviese capacidad, enseñar a otros… (Alighiero, 1998: 224)

Este acontecimiento fue crucial, poco a poco estos personajes fueron adquiriendo los elementos necesarios así como cierto prestigio intelectual que años adelante les permitiría la conformación de las que serían llamadas “universidades”.

La fundación de la universidad difiere, en parte, de la actual concepción que tenemos de ella, vista ésta como una institución social, autónoma y formadora de profesionales. Si nos remontamos a sus orígenes, nos podemos dar cuenta que el surgimiento de las universidades esta muy ligada a dos aspectos muy importantes e interdependientes: los intelectuales y las corporaciones, en donde la iglesia,  por supuesto, también tuvo mucho que ver.

La universidad no aparece como una institución ya propiamente formada, pues sus inicios se sustentan en las corporaciones, es decir la universidad nace como una corporación. Las corporaciones eran agrupaciones que defendían ciertos intereses sociales, éstas se formaban con la reunión de personas que compartían un mismo oficio u ocupación. En el caso de la corporación universitaria surge debido a la agrupación de personas dedicadas al oficio del saber y enseñar, o sea de maestros, pero también se encontraban presentes los estudiantes; es por ello que Jacques Le Goff, menciona que:

El siglo XIII es el siglo de las universidades porque es el siglo de las corporaciones. En cada ciudad donde existe un oficio que agrupa a un número importante de miembros, éstos se organizan para defender sus intereses e instaurar un  monopolio en su beneficio… (2001: 71)

La corporación universitaria, poco a poco,  empezó a aglutinar a personas que tenían por oficio el saber y enseñar, es decir una organización de intelectuales y de personas con deseos de conocer y aprender. El nombre de ‘universidad’, surgió ya que las enseñanzas que se brindaban en estas corporaciones eran válidas en cualquier parte, es decir eran un studium generale (Alighiero, 1998:228).

Indudablemente, los intelectuales fueron   piezas claves para el surgimiento de la corporación universitaria, por tal razón, es necesario tener en cuenta, primeramente, qué se entendía  por “intelectuales”;  así tenemos que,  ubicándonos  en esta época medieval:

Este tipo (de intelectuales) se anuncia en la Alta Edad Media, se desarrolla en las escuelas urbanas del siglo XII y florece a partir del siglo XIII  en las universidades. El término  designa a quienes tienen por oficio pensar y enseñar su pensamiento. Esta alianza de la reflexión personal y de su difusión en una enseñanza caracterizaría al intelectual… (Le Goff, 2001: 21)

Por ende la clave la seguimos encontrando en la enseñanza. Asimismo, es importante tomar en cuenta que el intelectual se desarrolla en y con las ciudades durante el siglo XII, ello debido a la “función comercial, industrial y a la división del trabajo” que instituyó con la fundación de las  ciudades (Le Goff, 2001: 25); condiciones que permitieron la apertura para que los intelectuales se instalaran como un trabajador más, cuyo  oficio a desempeñar sería el de escribir y enseñar. Cabe mencionar que el término de intelectuales se utilizaba también para designar a los “maestros libres” (Alighiero, 1998: 227), con los cuales comienza la historia de las corporaciones universitarias, llamados  precisamente libres porque  comienzan  a enseñarles a personas ajenas a la Iglesia, es decir a los laicos. Estos maestros libres, eran los clérigos y los laicos que fueron formados en las escuelas religiosas, pero que ahora extendían sus conocimientos a espacios diferentes al lugar en donde fueron formados, pues como específica  Alighiero:

Con su licentia docendi concedida por el  magischola y enseñando fuera de las escuelas episcopales y a menudo, para evitar la competencia directa, fuera de los muros de la ciudad,…satisfacen  las exigencias culturales de los nuevos grupos sociales… (1998: 227)

Grupos sociales que eran conformados por la inmensa mayoría de las personas que no pretendían tomar partido por la vida religiosa.  El primer caso de estas enseñanzas se efectuó en Italia. Dicho suceso tuvo tal éxito que las demás comunidades europeas empezaron a hacer lo mismo (Alighiero,1998: 227). Ahora bien, el fin que perseguían los intelectuales, era brindarles un servicio a los demás,  situándose como un  trabajador más, esto es comprensible sobre todo si tomamos, como menciona Alighiero, que “…el intelectual urbano del siglo XII se considera y se siente como un artesano, como un hombre de oficio comparable a los otros habitantes de la ciudad, su función es el estudio y la enseñanza de las artes liberales” (1998:68).

Hecho que implicó, una reestructuración social, ya que ahora la preparación intelectual no sería brindada tan sólo por y a los eclesiásticos, aunque todavía no fuera del todo accesible, sin embargo tal situación implicó el comienzo de muchos beneficios, ya que ello permitiría tener un poco de más acceso para diferentes grupos sociales, pues  remontándonos en años anteriores nos daremos cuenta que “…las universidades están pobladas por una minoría, una élite intelectual y social…” (Le Goff, 2000: 246), ello tal vez  por el peso que poseía el aspecto económico,  y además por que a pesar de que las universidades se abrieron hacia los laicos, no todos podían asistir a estas corporaciones, debido a que las estratificaciones sociales que existía en la Edad Media no lo permitían, pues no todos los habitantes podían acceder a esta oportunidad, ya que cada uno de los grupos sociales contaba con una función determinada.

Las universidades, conforme les fueron incorporando la enseñanza de otras ciencias, quedó dividida en “facultades”, las cuales eran cinco: de artes liberales, teología, medicina, derecho canónico y derecho civil (Le Goff, 2000: 246). A finales del siglo XIII aparece la figura del rector de la facultad de las artes, paulatinamente el rector se consolida como la cabeza de la Universidad, una vez consolidado su poder, aparece la limitación de tal ejercicio, así tenemos que en un primer momento los rectores podían reelegirse, pero sus funciones tan sólo duraban tres meses (Le Goff, 2001:78).

Asimismo estas corporaciones universitarias poseían ‘privilegios corporativos’, tales como el derecho de huelga y de secesión (transportarse de un lugar a otro), la concesión de los grados universitarios; tenían sus propios estatutos, en los cuales se regulaba los programas de enseñanza, los exámenes, el calendario del año universitario (Le Goff, 2000:246).

Con ello nos podemos dar cuenta que la corporación universitaria fue adquiriendo no sólo reconocimiento social, sino también un determinado poder, debido a que su constitución le brindaba los elementos necesarios para convertirse en un aliado del poder hegemónico, pues a éste le convenía que la Universidad  agrupara a cada vez más estudiantes y que fuera, en esos momentos, la única corporación que impartiera estas enseñanzas, pues así lograría expandir su ideología, por eso es que Bourdieu menciona que  con el surgimiento de las universidades medievales, el poder hegemónico logra tener un instrumento de reproducción social, pues:

…con la aparición de un control jurídicamente sancionado de los resultados de inculcación (diploma) complementa  la especialización de los agentes, la continuidad de la inculcación de la cultura legítima y la homogeneidad  del modo de inculcación… (Bourdieu, 1996: 97)

Hasta aquí hemos visto que la enseñanza es el punto central de las corporaciones, sin embargo, ¿qué es lo que se enseñaba?, ¿cómo se enseñaba?, o bien ¿quién o quiénes determinaban los contenidos de enseñanza?

Con  respecto a lo primero, anteriormente se mencionó que las universidades estaban constituidas de cinco facultades: artes liberales, teología, medicina, derecho canónico y derecho civil; las facultades superiores eran las de derecho, medicina y teología. Siendo por lo tanto estas ciencias las que se encargaban de satisfacer las necesidades y los deseos intelectuales. Como nos damos cuenta, la ‘teología’ todavía se constituía como una de las enseñanzas que se brindaba en los espacios universitarios, aspecto que denota  la estrecha relación que aún existía entre iglesia-universidad debido a que los orígenes de las universidades se encuentran precisamente en el poder episcopal.

Ahora bien, el “método”, es decir la forma en que se transmitían a los estudiantes estas enseñanzas, se basó fundamentalmente en la escolástica y la dialéctica, ambas íntimamente relacionadas.

El escolasticismo consistía en lecturas y meditaciones. Utilizaba  la razón teológica (la cual surgió en el siglo X en Reims, al norte de Francia, con Gerberto de Aurillac, mediante el estudio de la lógica de Aristóteles), es decir una “razón iluminada por la fe”. Así, pues, el proceder de este método, de acuerdo con Le Goff, se basaba en:

…cuatro momentos: el primero es la lectura de un texto (lectio),… el segundo es el planteamiento (quaestio) de un problema que en  su origen se había planteado en la lectura; la discusión de ese tema (disputatio), constituye el cogollo del proceso, el paso esencial del tercer momento, y por último viene la solución (determinatio), que es una decisión intelectual… (2000: 248).

Este método  se ponía en práctica con base en la lectura de un texto, por eso se dice que el instrumento fundamental de las universidades medievales fueron los libros, ya que a través de ellos los maestros se apoyaban para brindar las enseñanzas y lograr los aprendizajes:

…en las universidades, la Biblia sólo ocupa un puesto esencial en la facultad de teología… los libros se convierten en un instrumento esencial y los maestros y estudiantes deben ser provistos de manuales para estudiar el programa… (Le Goff, 2000: 247)

Pero ¿cuáles eran los libros que utilizaban si ya no era la Biblia propiamente? Pues bien, algunos de los libros que utilizaban los maestros y estudiantes eran los de Platón, Aristóteles (recordemos que debido a él se estableció el uso de la razón teológica), Cicerón, Euclides y Tolomeo. Aunque cabe mencionar que la utilización de los libros varió de una Universidad a otra, por citar un caso especificado por Le Goff tenemos que “… en la Universidad de París todo Aristóteles casi es comentado, mientras que en Bolonia sólo se explican resúmenes de Aristóteles y se insiste en cambio en la retórica con Cicerón…” (2001:81).

Con base en todos estos acontecimientos fueron surgiendo las corporaciones universitarias, sin embargo es importante mencionar que  las primeras corporaciones que se formaron, fueron la de Salerno y de Bolonia, ambas ubicadas en Italia:

…En Salerno, antes del año mil, existía una tradición de práctica médica, que fue tomando poco a poco las características de una verdadera escuela teórica y que dos siglos después fue reconocida como studium generale, o sea, cuyos títulos eran válidos en todas partes, es decir una Universidad. Y un hecho determinante fue que en Bolonia, en la segunda mitad del siglo XI, empezó la enseñanza del derecho romano,… con el cual se considera que empieza la historia de las universidades medievales (Alighiero, 1998: 228).

En España surge la Universidad de Salamanca y Palencia; en Francia se establece la de Montpellier y la de Soborna de París  y en Inglaterra la Universidad de Oxford y Cambridge (López, et. al., 1990:220).

Cabe aclarar que con este dato podemos deducir que las universidades medievales empiezan a surgir a mediados del siglo XI, pero, es en el siglo XII y específicamente en el siglo XIII cuando las universidades se encuentran organizadas y estructuradas como corporaciones universitarias que es precisamente por medio del cual adquieren su reconocimiento social.

Época moderna. La universidad como institución social

Los sucesos históricos están interrelacionados. Sin embargo, a pesar de esta relación, existen ciertos hechos, situaciones que marcan y distinguen  una época de otra; así tenemos que si  la Edad Media se caracterizó por tener a la religión como la base  de la sociedad europea, el comienzo de la Época Moderna (siglo XV al XVIII aprox.) se distingue precisamente por la decadencia paulatina del poder eclesiástico.

Asimismo, hay que considerar que los  cambios sociales propician, a la vez, transformaciones en las estructuras de los ámbitos económicos, políticos, culturales y, por supuesto, educativos. La Época Moderna estuvo permeada por muchos e importantes acontecimientos, tales como “…las reformas religiosas y sociales (Renacimiento y Reforma) que ponen en juego los fundamentos morales y políticos de las viejas sociedades…, el rechazo del mundo medieval y el encuentro con civilizaciones de otros continentes...” (Alighiero, 1998: 303); de la misma forma esta época estuvo marcada por el principio y expansión de las ideas ilustradas, así como el surgimiento de varias revoluciones sociales como la revolución inglesa, norteamericana y francesa, las cuales provocaron  que existieran cambios  en la estructura de la sociedad.

Hechos  que  marcaron los indicios de un largo periodo que se caracterizaría por la paulatina deslegitimación social, económica, religiosa, política y cultural que se le atribuía a la iglesia, ya que como menciona Ruggiero Romano “uno de los elementos esenciales en la aceleración del desarrollo europeo, a partir del siglo XVI, consiste en la disociación cada vez más deliberada entre la realidad laica y la religión” (Romano, et.al., 1992:74).

Pero, ¿cuáles fueron los cambios que produjeron estas nuevas ideas renacentistas en el ámbito universitario?,  sobre todo tomando en cuenta  que la institución universitaria en la Edad Media, significó para la iglesia,  un punto crucial en la fundamentación de la ideología eclesiástica.

Uno de los cambios que empezaron a implementarse, como resultado  del transcurrir de los tiempos, fue la introducción de la corriente  humanista.  Corriente  que por un lado surgía de acuerdo con las reestructuraciones sociales que se iban implementando en ese momento y, por el otro, fundamentaba los cambios que empezaban a suscitarse; debido a ello no fue nada extraño que dicha afiliación humanística se le considera como uno de los inicios del saber laico y de la reflexión crítica que posteriormente tendría gran peso en la vida social (Romano, et.al., 1992: 142), sobre todo por la influencia que ésta causó en algunas prácticas y creencias sociales que se mantenían en años anteriores.

Los cambios que proclamaba la corriente humanista respecto al tipo de enseñanza  desarrollada en la Edad Media se manifestaron, como era de suponerse,  en el contenido  y en el método de enseñanza y, por ende, en la misma ideología de las personas que enseñaban, llamados humanistas, los cuales poseían una forma de pensar distinta a los intelectuales medievales, sobre todo considerando que, como indica Alighiero:

…el humanismo surge en declarada polémica contra la cultura de los cenobios (monasterios) y de las universidades, contra su tradicional clasificación de las ciencias,… contra la ignorancia de los clásicos y el uso generalizado de manuales y compendios, contra las metodologías obsesivamente repetitivas, contra la disciplina severa hasta lo sádico… (1998: 277).

Los  saberes que ahora se considerarían importantes y necesarios eran los que dieran como resultado algo práctico y visible, transcurriendo de un plano teórico a uno práctico, ya que lo práctico y visible si pueden ser aspectos comprobables, demanda que desde esos años adquirió importancia, ya que, de acuerdo con Ruggiero  Romano, tenemos que:

…lo  que caracterizaba el tipo de saber de tales clases es su adhesión a las necesidades y objetivos de los hombres que la componen… supeditan, deliberada y colectivamente  su actividad intelectual a exigencias prácticas. (Romano, et.al., 1992: 173)

Por lo tanto, no se hace extraño que los cambios en los contenidos también implicaran modificaciones en los modos de enseñanza que se realizaba en la Edad Media, pues como apunta Hale Rigby:

…los humanistas subrayaban la necesidad de estudiar los textos como un todo, junto con un análisis del estilo y conocimiento de los tiempos en los que se habían escrito. La intención era la de comprender a un escritor en función del por qué, cómo y cuándo escribió… Ello significaba un abandono de la gramática y de la dialéctica y una radical valoración de la retórica, el estudio de la literatura y la filosofía con el fin de comprender lo que habían dicho realmente los grandes hombres y de ser capaz uno mismo de escribir y hablar elocuente y oportunamente… (Hale, 1986: 342).

A partir de entonces, el saber que predominó en la mayoría de las universidades, fue precisamente aquel que conjugó los principios humanísticos, esto es, aquel que mezcló el aprecio por las artes, la comprensión y crítica de los libros antiguos que se estudiaban, ya que como afirma Alighiero:

…los centros de su elaboración cultural ya no son las universidades, sino las nuevas academias, libres congregaciones de letrados, que oponen sus lecturas de los clásicos y sus desinteresadas investigaciones innovadoras a las cansadas réplicas del saber universitario; y a la universidad no le queda más que adecuarse al  nuevo curso de la cultura o bien caer en una decadencia irreversible… (1998: 280).

Esto  explica, claramente, que la universidad no puede mantenerse al margen de los cambios sociales, sobre todo porque se hace, cada vez más, necesario para los poderes hegemónicos que las enseñanzas legitimen las  condiciones sociales que propician los cambios que vayan sucintándose; por eso el punto de partida de la época moderna, estuvo caracterizada por los nuevos saberes que se implementaron, pues como apunta Romano Ruggiero “…la época que ha tomado el nombre de ‘moderna’ se distingue, sin duda alguna, por una progresiva aceleración del saber, por una especie de creciente incremento de la funcionalidad práctica de la inteligencia…” (Romano, et.al., 1992:170).

Hasta aquí hemos mencionado las consecuencias que propició la decadencia que empezó a experimentar la iglesia como poder hegemónico con el surgimiento de las ideas  renacentistas y reformistas en las universidades, sin embargo, la deslegitimación se profundizó aún más con la llegada de la Ilustración en el siglo XVIII.

La Ilustración, fue una época en donde surgieron varias ideas que pusieron  en crisis las prácticas sociales implementadas por parte de la Iglesia, es decir empezaron a surgir ciertas teorías que sustentaban nuevas formas de gobernar el país, los derechos de las personas, la limitación de poder por parte de la monarquía, la limitación del poder de la iglesia tan sólo en los ámbitos eclesiásticos, incredulidad acerca de  ciertas creencias sociales, entre otros cambios. Es por ello, que “… la Ilustración implicó una seria crisis de la concepción del Estado, la autoridad civil, religiosa y científica y de las relaciones entre el individuo y la sociedad”. (Medina, 1976: 8)

Por lo tanto, si durante el Renacimiento, las universidades  tuvieron  que adherirse a los nuevos cambios que se implementaron con la introducción del humanismo, ahora tenían que acoplarse a las nuevas demandas que establecían las ideas iluministas. De ahí que precisamente las universidades empezaran a impartir conocimientos (enseñanzas) con un sentido más utilitario, ya que precisamente con estas ideas se pretendía, de acuerdo con Medina Haro “...combatir la cultura meramente teórica y  proponer otra que resulte útil y eficaz…” (1976: 8), hecho que anunciaba que ahora el predominio de los saberes que se implementaban en las universidades, girarían en torno a  las ciencias prácticas y así fue, ya que como explica esta misma autora, hubo “una fuerte labor en pro de las ciencias: matemáticas, historia natural, física, química, mineralogía, metalurgia y economía civil y sus métodos de observación y experimentación…” (1976: 40)

Esta idea del predominio de los “conocimientos utilitarios” se acrecentó aún más, con el surgimiento de las revoluciones norteamericanas y francesas (Alighiero, 1998: 392), las cuales se suscitaron debido principalmente a las circunstancias de inconformidad social, pero sobre todo a causa de la influencia de la Ilustración y el impulso que se estaba efectuando del sistema de producción industrial.

Así, tomando en cuenta que estas eran las ideas que fungían como dominantes, así como a las nuevas necesidades sociales que empezaron a tener demanda a raíz  del predominio del sistema industrializado, no fue nada extraño que las universidades ya no fueran las únicas instituciones que brindaran educación superior, pues prosiguiendo con Alighiero, nos menciona que en 1794 (Francia):

…se abre la escuela Politécnica que prepara a los altos niveles de todas las especialidades de la ingeniería; y en octubre de 1795 se abre el Instituto Nacional de Ciencias y Artes, destinado a perfeccionar las ciencias abstractas mediante investigaciones continuas, la publicación de descubrimientos, la correspondencia con sociedades francesas y extranjeras (Alighiero, 1998: 397).

Para consolidar los cambios sociales suscitados, los ilustrados, como los ideólogos de estos cambios, establecieron que debería de existir un órgano encargado de manejar  y brindar  la educación de todas las personas, siendo por lo tanto ajeno a todo tipo de religión. Dicha idea fue adquiriendo grandes aceptaciones y fue entonces cuando la función de impartir educación a la población fue asignada directamente al Estado. En fin, retomando a Alighiero, la idea que a este respecto los ilustrados defendían, se puede apreciar en el siguiente párrafo:

La importancia de la educación y de la instrucción requiere la suprema vigilancia de un autorizado ministerio de Estado, un ministerio que pueda ser escuchado por el soberano… En cada estado es necesario un ministerio de gran autoridad para la educación y la instrucción. (Alighiero, 1998: 387)

Hecho que implicaba que la educación empezara a verse como un derecho regido por el Estado y estuviera a disposición de lo que determinara éste. Anexo a este panorama social-académico que se vivía en Europa, no fue nada casual que a principios del siglo XIX, se implementaran dos reformas universitarias: una, la de Wilhelm Von Humboldt (Prusia) y otra, la de Napoleón I (Francia) marcando, cada una por su lado,  de acuerdo con Neave, acontecimientos claves para el desarrollo de las universidades modernas. (2001:63)

Las reformas de Napoleón I en Francia se dieron entre 1806 y 1808, estas reformas consistían en la creación de una “Universidad Imperial”, con la cual se pretendía que ésta fuera la encargada de brindar educación a todo el imperio, al mismo tiempo que debería de responder a las necesidades y mandatos de éste; por lo tanto, como afirma Neave,  el “…modelo napoleónico si bien se atenía al principio de la meritocracia en la vida nacional, debía garantizar la unidad política y la estabilidad de la nación, expresada como unidad histórica y geográfica”. (2001:65)

La Universidad Imperial o modelo napoleónico, tiene sus orígenes cuando Napoleón I expide el 10 de mayo de 1806 la ley relativa a la Universidad, en la cual en uno de sus artículos señala que “será formado, bajo el nombre de Universidad Imperial, un cuerpo encargado exclusivamente de la enseñanza y de la educación pública en todo el imperio”. Sin embargo, la ratificación de esta función universitaria se llevó a cabo con el Decreto librado el 17 de marzo de 1808. A partir de entonces la Universidad Napoleónica se encargaría de  “formar a quienes habrían de ocupar  los diferentes cargos civiles o religiosos del imperio”. (Moreno, 2004:9)

Por otra parte, las reformas de Von Humboldt se implementaron en 1807 en Prusia (Alemania), casi simultáneamente con la de Francia,  estas reformas consistieron en un modelo de relación entre enseñanza e investigación, con el fin que la “Universidad estuviera siempre en una relación estrecha con la vida práctica y las necesidades del Estado” (Marsiske,1996:637)  Cabe señalar que dicha reforma se suscita en los años en que precisamente las universidades corren el peligro de ser clausuradas, debido a las ideas ilustradas que se implementaron en el siglo XVIII.

Con esto nos podemos dar cuenta que ambas reformas presentan una diferencia más de forma que de fondo, ya que mientras la Universidad Imperial de Napoleón asumía una dependencia directa con el Estado, la Universidad de Prusia de Von Humboldt no incluía dicha dependencia, pues lo que se pretendía era limitar el papel del Estado a la procuración de los medios para que tales instituciones alcancen los fines planteados; pero en lo que sí no queda duda alguna es que ambas reformas, como bien lo especifica Guy Neave,  apuntaban hacia un solo objetivo, “instaurar a  las universidades como instituciones de servicio público” (2001:64)

Es por esta razón principalmente por la cual se consideran a estas reformas como “acontecimientos claves para el desarrollo de las universidades modernas” ya  que instauraron funciones que de ahí en adelante formaron parte esencial de las universidades de todo el mundo. Por poner un ejemplo, mencionaremos a las universidades mexicanas, específicamente la UNAM, “la cual a partir de 1910 (por influencia de Ezequiel A. Chávez, colaborador de justo Sierra, la universidad incorporó los Centros e Institutos de Investigación) resulta ser una síntesis tanto del modelo napoleónico en lo que se refiere a lo escolar, como del alemán en lo que toca a la organización de la investigación y docencia” (Moreno, 2004: 10).

Fue desde aquellas reformas, cuando las universidades empiezan a ser controladas y supervisadas por el Estado, situación que indudablemente marcó un parteaguas en el devenir de la universidad; pues como menciona Neave “…la universidad [europea] fue asimilada a un sistema nacional de supervisión y control ejercido a través de la promulgación de leyes, decretos o la circular del ministerio”. (2001: 66)

Leyes que, naturalmente, plasmaban los objetivos que pretendían alcanzar la recién formada clase dirigente, la burguesía; puesto que al integrarse las universidades al Estado, éstas adquirieron determinadas funciones acordes con los intereses y necesidades que se desglosaban de las demandas que se requerían para consolidar la reciente  formación de los Estados-Nación, ya que para esta formación se hacía necesaria la ayuda y colaboración de medios que internalizaran y propagaran la ideología de esta nueva etapa social,  siendo precisamente las universidades, de acuerdo con  Neave, una de las instituciones más adecuadas para el logro de estos objetivos:

…la universidad se incorporó en el ámbito coordinador del Estado, no tan sólo como un símbolo, sino también como un resguardo de la identidad nacional, como un instrumento para preservar la cultura y, a través de la unificación de esa cultura, como una muestra de la pretensión de un país a ocupar un lugar entre las naciones… (2001: 65).

La razón es clara.  Bien se sabe que para la conformación de los Estados-nación, es decir la agrupación de las personas en un  espacio geográfico limitado, era necesario que dichas personas se sintieran parte e identificadas con ese espacio, que les debería de brindar todos los servicios necesarios, siendo por supuesto, uno de estos servicios la educación superior, de ahí la exigencia de que la universidad fuera un servicio público. Por otro lado, al mismo tiempo que la universidad brindara este servicio educativo, propagaría la ideología de una identidad nacional, ideología que estuvo controlada por el Estado, pues era necesario para la consolidación de los Estados-Nación. Motivos suficientes por los cuales la universidad empezó a consolidarse como una institución social y sobre todo como un aparato del Estado.

Fue así como la universidad se convirtió, poco a poco, en lo que Althusser llama  un “aparato ideológico del Estado”; teniendo por tarea, la realización de dos aspectos muy importantes: uno, lograr  el reconocimiento explícito de la cultura dominante como cultura legítima y dos,  mantener un orden social  que  legitimara la nueva estructura social dominante (Bourdieu, 1996).

Una vez que las universidades pasaron a formar parte del Estado, la función de ésta naturalmente se modificó, y precisamente uno de los aspectos que formó parte de esta reestructuración funcional  fueron los saberes que se impartían en dichas universidades; así tenemos que si ya en la época de  expansión y apogeo  del iluminismo, el conocimiento que se consideraba como válido era el ‘conocimiento útil’, fue en estos años (finales del siglo XVIII) cuando dichos conocimientos empezaron a adquirir una verdadera fuerza, ello debido a que las condiciones sociales así lo requerían, ya que el aspecto económico empezaba a  vislumbrarse como un potencial directo del  progreso.

Precisamente una de las tantas demandas que ocasionó este cambio social consistió, básicamente, en contar con personal altamente preparado y sobre todo especializado en los conocimientos útiles, entre los cuales se deducen las ciencias exactas como las matemáticas, física… el predominio de lo científico; demandas que la universidad, por supuesto, se encargaría de cubrir, además como apunta Crossman:

…el capitalismo industrial necesitaba la implantación de la educación tanto para los grados primarios como para los superiores. El nuevo trabajador debía saber leer y escribir y los técnicos nuevos debían de poseer una sólida educación científica, cualidades que sólo podían obtenerse mediante la intervención y el auxilio de un gobierno central… (Crossman, 1978:157)

De esta manera, poco a poco, la universidad fue convirtiéndose en un órgano encargado de satisfacer las necesidades que emanaba de la clase dirigente, esto es, una institución encargada de preparar a las personas en ocupaciones útiles que determinaba el Estado, sobre todo si tomamos en cuenta que ahora los cargos políticos ya no eran una mención divina, sino era obtenida y delegada por el pueblo, de ahí la exigencia de que las personas estuvieran preparadas y fueran conocedoras de los problemas y ocupaciones que necesitaba el Estado.

Siglos XIX / XX. La Universidad  ante la  ciencia y la tecnología

En el apartado anterior, se hizo mención del surgimiento de la revolución industrial y algunos de los cambios que este suceso provocó en la sociedad, incluyendo las modificaciones  en funciones y saberes que experimentó la universidad, las cuales  no solamente se desarrollaron en estos años, sino que siguieron dando pauta para la apertura de otras reestructuraciones sociales. Sin embargo, si bien es cierto que el sistema de producción industrial se suscitó en la Época Moderna, es en los siglos XIX y XX  cuando se consolida.

La Revolución Industrial (1750-1900) fue la base de las transformaciones económicas, políticas, culturales y educativas  que marcaron el comienzo de otra etapa por la que  transcurriría la  sociedad mundial. Pero, ¿por qué se dice  que la revolución industrial fue la base de todos los cambios sociales que surgieron posteriormente?

La revolución industrial implicó que la sociedad, a partir de entonces estuviera marcada por continuos cambios, tanto en lo económico como en lo social, por ejemplo  Fernández (1981:34) menciona que “…con la industrialización aparecen nuevos grupos sociales, empresarios y banqueros como elementos innovadores, obreros industriales como mano de obra…”.

Aspecto que indudablemente propiciaron modificaciones en las estructuras sociales y sobre todo en las formas de pensar de las personas, ya que con estos sucesos se rompían con las ideas  que tan sólo los mandatarios de Dios podían ocupar cargos importantes dentro del Estado, hecho que condujo, de acuerdo con este mismo autor que “…en el gobierno empezaban a colaborar los hombres salidos de las  universidades, los negocios fueron administrados por empresarios audaces e imaginativos…”. (Fernández, 1981: 34)

Razón principal por la cual empezó a existir entre los jóvenes  más motivación para estudiar y tener una preparación, fue entonces cuando la educación comenzó a verse como un medio para ascender en la escala social, su consecuencia lógica fue que las universidades comenzaran a tener más demanda estudiantil ya que los jóvenes entraban a las universidades con el interés de prepararse y aspirar de esta manera  a un puesto político o empresarial.

Fue por tanto en esta época cuando las universidades comenzaron a experimentar una serie de cambios trascendentales en su vida académica y social, ello como una de las demandas de la nueva sociedad industrial que se estaba formando, pues como lo menciona Avanzini (1990: 178) “…la necesidad de viaje, del comercio, los menesteres de la clientela burguesa, fundadora de escuelas, cambian, sino las estructuras, al menos la naturaleza de una estructura de una parte de la enseñanza…”. Y así ocurrió. Las universidades, al ser vistas como una institución en donde se preparaban a las personas que se encargarían de administrar y hacer progresar a  las industrias, las empresas, era necesario que cambiara, por una parte el contenido de  los saberes que enseñaba (plan de estudios) y por la otra, las carreras que ofrecían, debido a que ahora eran otras las exigencias, tales como ingenieros, economistas, científicos; es decir, las universidades tenían que adaptarse a la nuevas necesidades sociales, ya que prosiguiendo con Avanzini tenemos que “…no existía en las instituciones universitarias y escolares ligadas por el siglo XVI, con qué formar los ingenieros, los oficiales de los ejércitos de sabios, los dirigentes de la economía…”.  (Avanzini, 1990: 178).

Como consecuencia, ahora la tarea era incluir dentro de su oferta educativa dichas carreras y así  posteriormente, como señala Alighiero “…dentro de la Universidad, las ciencias matemáticas y naturales acaban por separarse del todo del tronco de las viejas artes liberales…” (Alighiero, 1998: 451).

De esta manera es posible darse cuenta, que el medio que posee, en este caso,  la universidad para satisfacer las exigencias educativas dominantes son los saberes, manteniéndose éstos supeditados a las directrices que marquen los intereses hegemónicos. Esto no resulta extraño ya que es precisamente por este elemento, por el cual la universidad se sitúa como uno de los aparatos ideológicos del poder dominante, pues como bien lo menciona Bourdieu:

… en la medida en que impone como digna de la sanción universitaria una definición social del saber y de la manera de manifestarlo, ofrece uno de los instrumentos más eficaces para la empresa de inculcación de la cultura dominante y del valor de esta cultura. La adquisición de la cultura legítima y de la relación legítima con la cultura se regula tanto, y si no más, que por el condicionamiento de los programas, por el derecho consuetudinario que se forma en la jurisprudencia de los exámenes y que debe lo esencial de sus características a la situación en la que se fórmula (Bourdieu, 1996:192).

Pero, dentro de tal necesidad y demanda de este tipo de preparación universitaria, surge una interrogante, ¿por qué, en estos años, las clases dirigentes, esto es,  los burgueses apoyaron la idea de que sus empleados contaran con algún tipo de preparación? Pues bien, el motivo consistió en que estas personas tuvieran los conocimientos necesarios para echar a andar máquinas cada vez más novedosas y complejas;  adquirieran los conocimientos técnicos y científicos  necesarios para servir a una de las tantas empresas industriales que en ese momento se encontraban en auge, pues como precisa  Alighiero:

Después, a medida que la ‘modernísima ciencia de la tecnología’ lleva a una cada vez más rápida sustitución de instrumentos y de procesos productivos se plantea el problema de masas obreras que no estén fosilizadas en operaciones repetitivas de máquinas obsoletas, sino que estén disponibles para el cambio tecnológico… Es entonces cuando los filantrópicos, los utopistas e incluso los mismos industriales, se ven obligados por la realidad a plantearse el problema de la instrucción de las masas obreras de acuerdo con las nuevas necesidades de la moderna producción de fábrica… (1998: 425)

Cabe hacer notar que ya en estos tiempos empezaban a diferenciarse dos tipos de educación: por un lado, una educación mínima para los obreros (saber leer y escribir) —esto tan solo por que tenían que enfrentarse  al manejo de nuevas maquinarias— y, por el otro, una educación universitaria-superior para los que se encargarían de manejar los asuntos económicos, políticos, mercantiles, administrativos de las industrias y/o empresas. Pongamos un ejemplo, Alighiero  señala que en uno de los párrafos de la Ley de Francia del 1° de mayo de 1802, se establecía respecto a la instrucción popular que “…leer y escribir y hacer cuentas son las necesidades de todos, y son también los únicos conocimientos que es posible dar  mediante una instrucción directa y positiva a los habitantes de la ciudad y del campo…“ (Alighiero, 1998: 397). Por lo tanto, queda claro  que la educación que recibió más apoyo y financiamiento por parte de la clase dirigente, fue la educación básica de los obreros.

Otra de las causas que también propició que  la clase burguesa apoyara la demanda de la educación básica de la población, se debió sobre todo por que la educación era considerada como un elemento del bienestar social, es decir   “la educación (era vista como) el método fundamental del progreso y de la acción social” (Alighiero, 1998: 497); sin embargo, dentro de esto, no se debe olvidar un aspecto muy importante y es respecto a que a la burguesía, ahora como clase dominante, le convenía apoyar a la educación popular, ya que sería uno de los medios por los cuales consolidaría su naciente poder hegemónico, pues “… la ideología de la clase dominante no se convierte en dominante por gracia divina, ni en virtud de la simple toma del poder del Estado. Esta ideología es realizada, se realiza y se convierte en dominante con la puesta en marcha de los Aparatos Ideológicos del Estado…“ (Althusser, 2000: 83)

Fue así como en  estos años las necesidades educativas estaban perfiladas  en dos vertientes. Una, la proliferación de  mano de obra eficiente (educación básica); dos, la preparación de los economistas, de los científicos para inventar más maquinarias necesarias para la elaboración de productos o bien para la formación de los líderes sociales y empresariales.

No obstante, para comprender el porqué de la expansión de la educación científica o bien tecnológica, es importante no perder de vista la presencia de un suceso  primordial, el cual fue crucial en el desarrollo de los hechos que caracterizaron al siglo XIX   y parte de lo que son los tiempos actuales. El suceso al que me refiero es indudablemente al apogeo que adquirió  la corriente positivista. (Abbagnano, 1995:536). El positivismo fue concebido por dos personajes: Saint-Simon y Augusto Comte, sin embargo, es  con este último con quien se expande dicha corriente (Comte, 1979:15)

La razón por la cual anteriormente mencioné que el positivismo vino a “reforzar” los cambios que se estaban efectuando en el Sistema Educativo, fue porque esta corriente no proclamaba en sí cambios opuestos a los que en esa época se vivía, sino por el contrario proclamaba la legitimación de éstos. Inclusive Comte consideraba como elementos claves para el establecimiento y consolidación del nuevo orden social a los sabios y a los industriales. Los primeros eran los dedicados al estudio de la ciencia (Comte, 1979:72) y los segundos los encargados de llevar a la práctica el estudio de los primeros, ya que en palabras de este autor “…a los sabios le corresponde iniciar la primera serie de trabajos, pues una vez que ellos hayan sentado las bases, corresponderá a los industriales más importantes organizar el sistema administrativo…“ (Comte, 1979:73)

Al paso de los años, las necesidades empiezan a ser cada vez más complejas, ya no solamente son la preparación de los lideres empresariales y los obreros, maquinarias, estrategias económicas, etc.; se añade la necesidad de acumular capital para conseguir la compra de los productos y maquinarias, pretendiendo con ello su expansión extraterritorial, surge así, el mercado mundial, pues, como indica Fernández “…los productos de las grandes potencias industriales llegan a todas partes, apoyados en la revolución de los transportes, nuevos procesos de fabricación y revolucionarias innovaciones tecnológicas…” (Fernández, 1981:232). A este nuevo matiz del cambio industrial se le conoce como capitalismo.

Ante las nuevas exigencias inevitables que implicaban los nuevos acontecimientos,  las universidades muy pronto se convirtieron en semilleros de ingenieros, economistas, mercantilistas, administradores, etc., ahora la demanda ya no sólo consistía  en la preparación técnica, sino que también se le añadía la necesidad de que éstas fueran cada vez más cortas; un ejemplo de ello lo podemos encontrar en Estados Unidos, ya que en este país a mediados del siglo XX (1966) se crean los llamados “Institutos Universitarios de Tecnología” (IUT), los cuales brindaban  formación técnica y corta (dos años) (Avanzini, 1990:192).

Pero los cambios nunca se acaban ni se detienen. Así tenemos que a raíz de la tan mencionada revolución industrial no sólo se propició el surgimiento del capitalismo, el mercado internacional, sino que éste a la vez produjo el advenimiento de otros sucesos, entre los cuales el más notable es la globalización, el cual ha propiciado la existencia de otras modificaciones  tanto en lo económico, político, cultural como en lo educativo.

A manera de conclusión

A lo largo de este recorrido histórico hemos podido analizar el surgimiento y consolidación de la universidad como una institución formativa y social, denotando con ello que las relaciones funcionales que ésta ha venido manteniendo con la sociedad en el devenir de los años, no difiere del todo, siempre han mantenido una característica en común: adaptarse a los intereses y necesidades sociales que son generados o priorizados por los poderes hegemónicos.

Asimismo, es importante señalar que el medio por el cual la Universidad como institución y estructura, ha podido implementar los cambios acaecidos en cada época, es a través de los saberes; no por nada como señala Ibarra Colado, retomando a Foucault “los saberes surgen porque existen problemas o exigencias que los generan“ (2003:59). Por lo tanto,  los saberes son los dispositivos de poder que históricamente han permanecido en alianza con esta institución para poder consolidar los intereses y necesidades que cada época considere prioritarios.

Gracias a estos dispositivos, a los entramados históricos que marcaron su devenir esta Universidad hoy en día posee un digno reconocimiento ya que, pese a esta carga histórica y social que posee, también podemos decir que dicha institución no sólo  se ha venido desempeñando como reproductora social e ideológica de la clase dominante, sino también se ha situado como una productora social e ideológica emanando de ella las más duras críticas y sólidas propuestas contra hegemónicas; siendo el elemento clave en todo ello, los sujetos educativos que le brindan la razón de ser de esta magnifica institución formativa, la universidad.

Así, de acuerdo con los entramados y estructuras sociales actuales que históricamente se han construido, la universidad se enfrenta a desafíos que le permitan posicionarse o reposicionarse como la institución social y formativa que implica en sí misma, algunos de los cuales pueden ser:

Desafíos que se tendrán que enfrentar, cuyo sello brindado será marcado por los actores que la integran y que son precisamente quienes ejecutan su accionar y forjan su identidad.

Referencias

Abbagnano Nicola y Visalberghio A. (1995). Historia de la pedagogía, México: Fondo de Cultura Económica.

Alighiero Manacorda, Mario (1998). Historia de la educación 1 y 2, México: S. XXI.

Althusser, Louis (2000). Ideología y aparatos ideológicos del Estado, México: Quinto Sol.

Avanzini, Guy (comp.) (1990). La pedagogía desde el siglo  XVII hasta nuestros días, México: Fondo de Cultura Económica.

Bourdieu Pierre y Passeron Jean-Claude (1996). La reproducción, México:Fontamara.

Comte, Augusto (1979). Ensayo de un sistema de política positiva, México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Cousin, Víctor (2000). “Universidad y sociedad”, en Bonvecchio Claudio (comp.). El mito de la universidad, México:  S. XXI, México.

Crossman, R.H.S.  (1978). Biografía del Estado Moderno, México: F.C.E.

Fernández, Antonio (1981). Historia Contemporánea, Barcelona: Vicens-vives.

Gonzáles Cosío,  Arturo (1972). México: cuatro ensayos de sociología política, México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Hale Rigby, John (1986). La Europa del Renacimiento, 1480-1520, México: S. XXI.

Ibarra Colado, Eduardo (2003). La Universidad en México hoy: gubernamentalidad  y modernización. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa y Unión de Universidades de América Latina.

Le Goff, Jacques (2000). La Baja Edad Media, México: S. XXI.

_____________  (2001). Los intelectuales en la Edad Media, Barcelona: Gedisa.

López Reyes, Amalia y Lozano Fuentes, José Manuel (1990). Historia Universal, México: C.E.C.S.A.

Marsiske, Renate (1996). “La Universidad Alemana de 1810: ¿reforma o fundación?“ En  González González, Enrique (Coord.). Historia y Universidad. Homenaje a Lorenzo Mario Luna,  México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Moreno y de los Arcos,  Enrique (2004). “Sobre la Universidad” en Paedagogium. Revista Mexicana de Educación y Desarrollo, Año 4, No. 23 mayo-junio.

Muñoz García Humberto (Coord.), (2009). La Universidad Pública en México, México: Miguel Ángel Porrúa.

Neave, Guy (2001). Educación superior: historia y política, Barcelona: Gedisa.

Ortega y Gasset, José (2000). “El significado de la universidad”, en Bonvecchio Claudio (comp.). El mito de la universidad, México:  S. XXI.

Romano Ruggiero y Tenenti , Alberto (1992). Los fundamentos del mundo moderno, Edad Medía tardía, Reforma, Renacimiento, México: S. XXI.


[a] Maestra en Educación. Profesora de tiempo completo adscrita al Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Correo-e: magaly.haragon@gmail.com

[b]Doctora en Ciencias en Planificación de Empresas y Desarrollo Regional, Profesora de tiempo completo adscrita a la Facultad de Contaduría y Administración de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Correo-e: romavesa205@yahoo.com.mx

[c]Maestra en Estudios avanzados de Derechos Humanos y estudiante en el Doctorado en Estudios avanzados de Derechos Humanos. Profesora de tiempo completo adscrita al Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Correo-e: isabeltallavas@gmail.com