¿Relaciones violentas? Entre el Estado y el discurso del poder legítimo: una aproximación crítica al abordaje del fenómeno de la violencia

Toda acción violenta (…) es concebida comúnmente como una señal de irracionalidad, barbarie y salvajismo desde el sentido común hegemónico. Cuando estos hechos aparecen en los medios de comunicación, sus actores son observados y descriptos como ‘salvajes’, ‘bárbaros’ o como ‘los inadaptados de siempre’. Por otra parte, los funcionarios públicos encargados de prevenir estos episodios entienden el fenómeno como el resultado excepcional de la acción de un pequeño grupo de ‘locos’. Este ejercicio de señalar a la violencia y a sus practicantes como elementos anómalos (…) genera una doble representación de la violencia y de sus actores. Por un lado, individualiza como ‘violentos’ a un pequeño y exclusivo grupo de sujetos, centralizando la mirada sobre una sola manifestación de la violencia y obviando otras. Por el otro, establece una concepción de los sujetos practicantes de acciones violentas como ‘irracionales’ (Alabarces, Garriaga y Moreira, 2008).

Resumen

El ensayo propone un abordaje teórico y reflexivo de la violencia, como fenómeno social que se centra en la dimensión de las prácticas sociales en interrelación con otros aspectos económicos, sociales, políticos y culturales que lo configuran. De esta manera, adoptando una perspectiva holística de análisis, que se aleja del discurso dominante de la violencia como práctica de violentos e inadaptados social que imparten el terror y mantienen en tensión el desempeño del ordenamiento social. Se avanza en una lectura crítica que se centra en sus dimensiones profundas, es decir, en la complejidad, desnaturalizando y problematizando las distintas dimensiones que subyacen al mismo. En esta dirección, el análisis se presenta desde las contribuciones de distintos teóricos a partir de los cuales se aborda una definición de la violencia en tanto práctica que se conjuga en la cotidianeidad de los individuos.


Palabras clave: Violencia. Prácticas sociales. Violentos/Inadaptados sociales. Ordenamiento Social.

Abstract

This paper proposes a theoretical and reflexive approach to violence in every social phenomenon that focuses on the dimension of social practices in interaction with other economic, social, political and cultural aspects that comprise it. Thus, adopting a holistic view of analysis, away from the dominant discourse of violence as violent practices and social misfits who convey terror and sustain in tension the performance of the social order; one critical reading that focuses on advancing its deeper dimensions, that is, in the complexity, denaturalizing and problematizing the different dimensions that underlie it. In this direction, the analysis is presented from contributions from different theories from which a definition of violence in every practice that is conjugated in the day-to-day life of individuals is addressed.


Keywords: Violence. Social practices. Violent / Social Misfits. Social Order.


Introducción

El presente ensayo propone un abordaje teórico y reflexivo de la violencia, noción ampliamente trabajada y estudiada por la tradición antropológica; a la vez que en diálogo abierto con otras disciplinas dentro del campo más amplio de la teoría social. La misma, se centra en la dimensión de las prácticas sociales en interrelación con otros aspectos económicos, sociales, políticos y culturales que la configuran. De esta manera, para abordar este fenómeno social se parte desde una perspectiva holística que se aleja del discurso dominante de la violencia como práctica de violentos e inadaptados sociales que imparten el terror y mantienen en tensión el desempeño del ordenamiento social.

Se concibe el fenómeno desde una lectura crítica que se centra en sus dimensiones profundas; es decir, en la complejidad, desnaturalizando y problematizando las distintas dimensiones que subyacen al mismo. En esta dirección, el análisis de la violencia se presenta desde las contribuciones de distintos teóricos y se remite principalmente a los sectores más desfavorecidos de la estructura social, dado que el discurso de poder castiga desproporcionadamente a estos sectores. Lo cual plantea la paradoja de que esos sectores vulnerables son los que reciben mayor violencia (que tiende a naturalizarse), y los que también, son vistos y asimilan las prácticas violentas. Por lo que se introduce otra noción central que debe ser aclarada; y es la que hace referencia a la pobreza en tanto reflejo de condiciones propicias que actúan fomentando y potenciando las mismas, en tanto expresión de esa ‘paradoja violenta’.

Autores como P. Bourgois, W. Benjamin, M. Taussig, S. Hughes, P. Townsend y C. Arteaga Conde, brindan herramientas sólidas para comprender las distintas dinámicas y aristas que conforman las relaciones de violencia en esos sectores-pobres; a la vez que permiten abrir el abanico reflexivo hacia el Estado. El cual adquiere un papel de suma importancia; ya que toma partido al actuar mediante la intervención pública, incidiendo sobre las condiciones de vida de sus habitantes. Lo que también se concibe como política social. 

A su vez, la importancia de revisar este fenómeno se impone ante el sello otorgado en tanto problemática social; de modo que no deben minimizarse las controversias que surgen en el intento de tratar de comprender a la práctica de la violencia, ya que entran en juego las concepciones morales y éticas que se instalan en la vida cotidiana como normas de conductas “correctas y leales”. Sin embargo, se entiende que el científico social adopta una posición en la que ningún aspecto adquiere mayor relevancia que otro, buscando comprender el significado que adoptan en las prácticas de los individuos.

De esta manera, para cumplir el objetivo propuesto, el ensayo sigue el siguiente camino argumentativo: en primer lugar, se aborda una definición de la violencia, en tanto práctica que reviste múltiples dimensiones que se conjugan en la cotidianeidad de los individuos. A la vez que se introduce el debate sobre la pobreza, de manera de clarificar los postulados según el cual la violencia se remite a los sectores más desfavorecidos de la estructura social. En segundo lugar se presentan a modo de ejemplo, experiencias de estudios etnográficos que ilustran el abordaje de la violencia en sectores populares-pobres; desde una perspectiva crítica que muestra la otra cara que el discurso de poder difunde. En tercer lugar, se expone un debate sobre el lugar que ocupa el Estado, enfatizando su accionar mediante las políticas sociales que lleva a cabo. Finalizando, por último, con una breve reflexión de las ideas expuestas de modo que permita plasmar el debate planteado, desde sus dimensiones y complejidad subyacentes.

Violencia: una noción amplia

Tal como se postuló en la introducción, la lectura crítica y reflexiva que se propone para entender el fenómeno de la violencia parte de una perspectiva holística en cuanto a su definición. Adopta otra manera de comprenderla, es decir, otra mirada frente a la que el discurso del poder e incluso el Estado legitiman y utilizan como instrumento de dominio; tal como lo señala Benjamin (1995).

La violencia, tal como expresa Bourgois (2009) ocupa una posición central en la organización y desarrollo de la vida cotidiana, de modo que expresa una tendencia generalizada a no reconocer dicho fenómeno; siempre presente. A su vez, se caracteriza por castigar principal y desproporcionadamente a los sectores estructuralmente vulnerables de la sociedad y

[f]recuentemente no es reconocida como violencia ni por las víctimas ni por los verdugos, que a menudo son uno y lo mismo. La omnipresencia de la violencia y las formas perniciosas en las que ésta se forma y se vuelve invisible o es malinterpretada tanto por protagonistas como víctimas precisa una aclaración teórica (Bougois,2009:29).

Similares postulados adopta Arteaga Conde (2013), quien en su reciente trabajo sobre “Violencia estructural en la vida de los migrantes en la ciudad de Cancún” señala que uno de los peligros más grandes del desarrollo de la violencia, es que tiende a volverse costumbre y como consecuencia, que se invisibiliza en los pliegues del ‘quehacer’ cotidiano.

Así entendida, puede verse cómo las relaciones violentas tienden a cristalizar principalmente en los sectores estructuralmente vulnerables; en aquellos individuos que se encuentran en situación de lo que habitualmente se reconoce como pobreza. Sin embargo, es menester dar claridad a este concepto, de manera que aporte mayor precisión para comprender el fenómeno de la violencia. Según Townsend (2003), asistimos a un período de internacionalización de la preocupación y de una necesidad de bases teóricas sólidas para definir la pobreza, dada la complejidad de aspectos que engloba. No obstante, las elites dominantes han buscado marginar el concepto y negar el fenómeno. Lo que se traduce en una debilidad para explicar las condiciones sociales en la que los individuos llevan a cabo sus prácticas. Por lo que, a la hora de analizar las relaciones de violencia que afectan principalmente a los sectores más desfavorecidos de la escala social, no debe dejarse de lado el análisis de las condiciones sociales (de pobreza) en las que interactúan y funcionan desarrollando el ambiente propicio tanto para ser víctimas y protagonistas del ejercicio de la misma.

Por lo que se vuelve necesario el reconocimiento de las relaciones sociales, políticas e institucionales subyacentes que elaboran exigencias, y que se imponen a los ciudadanos de determinada sociedad, y que los coloca en una posición social y material carentes de diversas maneras y recursos que se pueden observar, describir y medir. Así, puede afirmarse que:

[A]lguien vive en la pobreza si no cuenta con los recursos, o si éstos se le niegan, para acceder a tales condiciones de vida y así cumplir con su papel como miembro de esa sociedad. A la vez que los recursos están distribuidos selectivamente; los papeles y las obligaciones y costumbres sociales que la gente debe cumplir están definidos de modo injusto (Townsend,2003:450).

De este modo, se entiende que los sectores que viven y conviven con la pobreza, son más vulnerables a lo que se mencionó como paradoja de la violencia, en el sentido que son más propensos a sufrirla (aunque a su vez, a naturalizarla) y a conjugar esas prácticas violentas en el accionar cotidiano. Así, se desprende que “[l]a violencia no se concibe como natural ni propia del ser humano, más bien como construcción social y cultural que trasciende cualquier sociedad y eje histórico; ésta genera nuevos estilos de vida, nuevas relaciones sociales, expresa pautas culturales y morales que respaldan estructuras sociales desiguales (Arteaga Conde,2013:31)”. Todo lo cual se conjuga y adquiere mayor precisión teórica, al reconocer tres procesos de violencia que actúan en un nivel profundo.

Estos procesos hacen referencia a un nivel estructural, simbólico y normalizado. Enfocar estas tres categorías de violencia hace posible identificar los vínculos entre las manifestaciones y formas específicas de la misma, virtualmente infinitas que se presentan en la vida cotidiana y a lo largo de la historia. Categorías teóricas que se superponen en el análisis. El concepto de violencia estructural (Bourgois,2009), procede del marxismo y de la teología de la liberación y hace énfasis en la forma en que grandes fuerzas políticas y económicas históricamente arraigadas causan estragos en los cuerpos de la poblaciones socialmente vulnerables. Además, está modelada por instituciones, relaciones y campos de fuerza identificables, tales como el racismo, la inequidad de género, así como también los sistemas de prisiones.

El concepto de violencia simbólica, desarrollado por Bourdieu, hace referencia al mecanismo por el cual los sectores de la población socialmente dominados naturalizan el status quo y se culpan a sí mismos por su dominación; naturalizando los agravios que sufren y las jerarquías que los dominan. De modo que no participan del juego o de la lucha por imponer las definiciones. Y, el término de violencia normalizada destaca las brutalidades institucionalizadas que influyen en el proceso de producción y reproducción social. En consecuencia, se vuelve progresivamente invisibles los patrones sistemáticos de brutalidad llegando a rozar con la línea de la violencia simbólica  (Buorgois,2009).

De este modo, puede verse cómo interactúan analíticamente otros factores para comprender una práctica que se observa bajo los supuestos de criminalidad y delincuencia. Tal vez, allí resida la clave para comprender las causas y los efectos por los cuales se asocia a los sectores vulnerables en condiciones de pobreza con la primacía de las relaciones violentas. Percepción de la violencia que proyecta a los habitantes de esas zonas como desviados, indeseables; y por tanto, amenazantes. En palabras de Taussig: “Odiados y temidos, objetos de desprecio pero también de asombro, con el mal entendido como esencia física de sus cuerpos, son también, claramente, objetos de creación cultural, la pesada quilla del mal…” (Taussig,2002:31).

Indagar, por ende, la dinámica en la que individuos interaccionan bajo contextos que les hostigan y les reclama un constante ejercicio por salir adelante, encuentra en las acciones de violencia una práctica que casi nunca es reconocida como tal, y que otorga nuevas posibilidades y expectativas de vida. Se convierte en un factor más de la cotidianeidad, en que los individuos se apoyan de manera que refuerzan su dignidad personal; manifestándose de manera autónoma. Lo que hace visible la paradoja expresada en las primeras páginas del escrito. Claro ejemplo de ello, puede verse en las culturas populares o de la calle que se desarrollan en ese ámbito, que se exponen a continuación.

Experiencias de violencias: ejemplos etnográficos de estudio

Abordajes investigativos de antropólogos sobre la experiencia de la violencia en los sectores desfavorecidos estructuralmente y en condiciones de pobreza, resultan interesantes para observar cómo se conecta la noción amplia de violencia recientemente presentada con las distintas prácticas que llevan a cabo los individuos en la vida cotidiana. Particularmente dos estudios son los que se ilustran a continuación, como reflejo de la propuesta de este escrito.

Estos estudios, provienen de las investigaciones realizadas por Bourgois (2010) en relación a vendedores de crack de origen puertorriqueño ubicados en East Harlem, uno de los barrios más postergados de Nueva York; y de la investigación llevada adelante por Huges (1996), sobre el problema del hambre y la implicancia de discurso de poder de la medicina, en un barrio marginal de Brasil.

En el primero de los ejemplos, la intención inicial del autor era “[i]ndagar la totalidad de la economía subterránea (no sujeta a impuestos), desde la reparación de autos y el cuidado de niños hasta las apuestas ilegales y el tráfico de drogas” (Buorgois,2010:31). Sin embargo, esto lo fue llevando progresivamente a identificar prácticas y relaciones violentas que se constituían como un fenómeno histórico que se legitimaba en los pliegues de la naturalización. De este modo la violencia estructural, simbólica y normalizada se consolidaban como mecanismos de reproducción del entramado social. El consumo de drogas, representaba un síntoma y símbolo vivo de una dinámica de alienación y marginación social; a la vez que representaba la única forma de empleo igualitario para la población masculina del Harlem. Lo que desincentivaba y ocluía toda posibilidad de un trabajo legal.

Así, emergía una cultura callejera, una red compleja y conflictiva de creencias, símbolos, formas de interacción, valores e ideologías que eran tomados como respuesta a la exclusión de la sociedad convencional y a sus mecanismos y experiencias de opresión (Bourgois,2010). Una vez más, la paradoja planteada por la violencia se hace partícipe. La naturalización de la presión ejercida por la violencia distribuida por el barrio que castigaba a los habitantes, y éstos que adoptaban prácticas violentas que surgían de la economía del narcotráfico que, a su vez, representaba nuevas posibilidades para el éxito. Adoptaban actitudes agresivas de modo de cristalizar en líderes de una pandilla o en ejecutivo de la industria del narco; viviendo “empapados de violencia”. Además, utilizaban y actuaban violentamente para reforzar la credibilidad y la autonomía y desarrollo de la dignidad personal en esa cultura popular.

Por su parte, en su estudio Hughes identifica en la vida cotidiana de los habitantes brasileños expresiones de hambre y nervios que llegan a permanecer naturales y normales. Se generalizaba lo que denominaba Hambre Nerviosa (Hughes,1996). De este modo, los temas como la privación, la enfermedad, el hambre y hasta la muerte se relacionaban directamente al nerviosismo.  Proceso el cual significaba la medicación del hambre de la población, que ocultaba las relaciones sociales que estaban por detrás de la “enfermedad”. Evidencia de como se reproducían los tipos de violencia invisibles.

Así, la autora vio que esta situación conducía indudablemente una individualización de los problemas de los individuos, del hambre a la enfermedad. Que se plasmaba en una lucha ardua en el camino de la vida. Camino que se dividía entre fuertes y débiles – ricos y pobres; donde estos últimos se reconocían como no estar capacitados para esa lucha. De ahí la flaqueza y vulnerabilidad inherente que debía ser tratada por el discurso de poder de la medicina.

De esta manera, ambos ejemplos permiten señalar la necesidad de un abordaje crítico y amplio de las relaciones violentas que se expresan y objetivan en la realidad de los sectores desfavorecidos. La decisión de adoptar este esquema de análisis, brinda la potencialidad de no quedarse centrado en la dimensión que a primera vista se observa del fenómeno; y que es la interpretación que elaboran los juicios dominantes.

Estas dos aproximaciones de investigación nos llevan, además, a interrogar acerca del papel del Estado y su función con respecto a la problemática social de la violencia. Es un agente e institución que no puede obviarse si se desea ahondar en un análisis de la complejidad del fenómeno. De modo que su presente abordaje se desarrolla en el siguiente apartado.

El Estado. La intervención desde las políticas sociales

El Estado, siguiendo a Montagut (2008), se implica en cuestiones de violencia a través de la intervención pública en tanto que políticas sociales; con el objetivo de incidir en el bienestar de las personas:

Trata de mejorar el bienestar humano a través de la cobertura de las necesidades de los ciudadanos en aspectos como la educación, la salud, la vivienda y la protección social en general. Una definición operativa de la política social es la que la define como aquella política relativa a la administración pública de la asistencia, es decir, al desarrollo de servicios y prestaciones que intentan paliar determinados problemas sociales, o de una forma más modesta, perseguir objetivos que generalmente son percibidos como respuesta a tales problemas (Montagut,2008:19).

Por ende, se desprende que las políticas sociales inciden sobre la distribución de los recursos con la intención de combatir las desigualdades e intentando mejorar la posición y condición que los más desfavorecidos ocupan en el entramado de la estructura social; lo que lleva a reconocer el alto grado de contenido ideológico que adoptan. Cobra sentido la importancia que le otorga la agenda política al planeamiento y diseño de las mismas; que se manifiestan en el análisis de sus objetivos y logros, en los criterios de justicia social que persigue, y su relación con la viabilidad o posibilidad.

A su vez, la política social se constituye en tanto defensa de los derechos sociales. La modernidad trajo consigo la preocupación por mantener un mínimo de solidaridad y de justicia social con los menos favorecidos, atendiendo a las condiciones de vida y los efectos que ello implica entre los sectores pobres (Montagut,2009). La política social, de esta manera, intenta paliar las necesidades humanas, que se convierten en necesidades sociales; configurando los derechos de la ciudadanía. Puede verse la relevancia que esta forma de intervención pública estatal adopta en el cotidiano social y cultural, al tratar las desigualdades y problemáticas sociales. El Estado, se ve implicado en este vínculo como base de un modelo de organización social, político y económico; en el que el tratamiento del fenómeno de la violencia se incorpora como temática a ser abordada.

Sin embargo, el modelo que adopte la política social evidencia relaciones de poder y concepciones que el Estado elabora de las distintas problemáticas de la población. Esto plantea desafíos para tratar de lograr los mejores resultados. Es menester reconocer el lugar que ocupan los intereses políticos y económicos, así como la ideología de quienes ocupan el poder. Un ejemplo de esto, puede reconocerse con el estudio recientemente mencionado de Hughes. La situación del Hambre Nervioso niega toda responsabilidad de intervención del Estado debido a que, el hambre al ser tratada como un problema médico de enfermedad nerviosa, no lo sitúa como objeto de reclamos y demandas convirtiendo al problema social en responsabilidad de cada individuo en particular.

Por tanto, y a pesar de las distintas perspectivas y definiciones que se elaboran de las mismas, la política social constituye una vía efectiva para tratar las problemáticas sociales. La autora pone en evidencia la necesidad de una política social comprometida que tuviera por objetivo

[C]rear sociedad, crear ciudadanía más que ayudar a la cobertura de las necesidades. Políticas que fueran capaces de transformar, de modificar las estructuras sociales –ya sean económicas o políticas-. Una política que se diseñara para crear redes sociales, o lazos suficientemente fuertes para que los ciudadanos fueran responsables directamente de su futuro en cuanto personas (Montagut,2009:21).

Lo que da cuenta de una concepción superadora de una política en tanto paliativa, de determinadas personas con grados de vulnerabilidad; sino una concepción que se defina por referencia al empoderamiento de las mismas. Un enfoque que no se encuentre al servicio del sistema económico. Crear cultura y conocimiento, así, serían los ingredientes básicos de la política social.

En suma, la violencia comprendida desde un enfoque amplio, se constituye como desafío a ser abordado desde la intervención pública. Si bien, siempre queda abierta a distintas interpretaciones, el papel que le cabe al Estado se define ya sea por su acción u omisión; no pudiendo ser omitido en el análisis.

Reflexiones finales

Abordar críticamente el fenómeno de la violencia, requiere de una reflexión amplia y compleja que entienda al fenómeno desde sus múltiples dimensiones. Una lectura que busque comprender desde una aproximación distinta a las convencionales; problematizando y desnaturalizando los discursos dominantes que imponen su definición. En este sentido, este escrito intentó plasmar, desde un enfoque holístico, esas múltiples dimensiones que constituyen la noción de la violencia.

Para ello, se avanzó en el desarrollo de una definición de la misma comprendida en base a la cotidianeidad y el carácter en que se manifiesta principalmente en los sectores estructurales desfavorables. Definición, que se encuentra en relación a tres procesos de violencia que actúan a un nivel profundo; haciendo posible adoptar una perspectiva amplia del fenómeno. Al mismo tiempo, se introdujeron algunas líneas de debate en torno a la pobreza, reconociendo las condiciones sociales que esos miembros de la sociedad conjugan como experiencia que les niega los recursos necesarios para cumplir el papel que le exige determinada sociedad.

Así, se ilustraron a modo de ejemplo dos estudios investigativos que reflejaban el análisis de la violencia desde la perspectiva propuesta. Se resaltó la potencialidad del abordaje para identificar y reconocer la dinámica que conforma la práctica de la violencia; sus aspectos invisibles prácticamente no cuestionados en la acción cotidiana de los individuos. Lo que a su vez, pone de manifiesto lo que se concibe como paradoja en las relaciones de violencia; es decir, que los sectores vulnerables son los que reciben mayor violencia (que tiende a naturalizarse), y los que también, son vistos y asimilan las prácticas violentas.

Por último, se destacó la importancia que juega el Estado en la intervención sobre las problemáticas sociales mediante el diseño de las políticas sociales; y se planteó el desafío que representa para tratar el fenómeno de la violencia. Se considera que el papel del Estado es de suma importancia a la hora de analizar las distintas dimensiones que abarcan a la misma, ya que define condiciones objetivas de manera que es potencial agente de posibles violencias sobre la población (tal como es el ejemplo de la violencia normalizada), y de posibles acciones tendientes a disminuir las desigualdades.

En fin, las reflexiones expuestas, sin reconocerse completamente exhaustivas, se presentaron como una opción válida de problematización; de modo que el trabajo queda abierto a futura profundización y a la posibilidad de aportar conocimiento sobre la temática. Al mismo tiempo que se reconoce, que al tratarse de un fenómeno social de la realidad actual, continuamente presentará nuevos pliegues y se actualizará; demandando un constate ejercicio de abordaje, comprensión y estudio.

Referencias bibliográficas

Alabarces, P. Garriaga Zucal, J. & Moreira, V. (2008) “El aguante y las hinchadas argentinas: una relación violenta” en Horizontes Antropológicos, Porto Alegre, año 14, n 30, pp. 113-136.

Arteaga Conde, C. (2013) La violencia estructural en la vida de los inmigrantes en la ciudad de Cancún. México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.

Benjamin, W. (1995) Para una crítica de la violencia. Buenos Aires: Leviatán.

Buorgois, P. (2009) “Treinta años de retrospectiva etnográfica sobre las violencias en las américas” en J. L. García, S. Bastos & M. Camus (Eds.), Guatemala. Violencias Desbordadas, pp.19-43. Córdoba: Servicios de Publicaciones.

Bourgois, P. (2010) “Introducción. Etnia y clase: el apartheid estadounidense” en En busca de respeto, pp. 31-73.México: Siglo XXI editores.

Montagut, T. (2008) “¿Qué es política social?” en Política Social. Una Introducción, pp.19-29.Barcelona: Ariel.

Montagut, T. (2009) “Repensando la política social” en Documentación social, núm. 154. pp. 13-24.

Scheper-Hughes, N. (1996) “Nervoso. Medicina, enfermedad y necesidades humanas” en  Muerte sin llanto. Violencia y Vida Cotidiana en Brasil, pp.33-212. Barcelona: Ariel.

Taussig, M. (2002) “Cultura del Terror, espacio de muerte” en Chamanismo, colonialismo y el hombre salvaje. Un estudio sobre el terror y la curación, pp.25-59.Bogotá: Norma.

Townsend, P. (2003) “La conceptualización de la Pobreza” en Comercio Exterior, Vol. 53,Num.5, pp. 445-452.


[a] Estudiante de la Licenciatura en Sociología de la Universidad Nacional de Villa María – Sede Córdoba, Argentina. Contacto: franfalconier@hotmail.com