La identidad contra la identidad: versiones múltiples, mutaciones y traslaciones de un proceso inconcluso.
Identity Against Identity: Multiple Versions, Mutations and Transfers of an Unfinished Process

Resumen

En este ensayo se presenta una discusión con base teórica de la noción de identidad, así como los distintos enfoques que dan cuenta del debate conceptual relacionado con las diversas posturas epistemológicas y metodológicas al respecto. Asimismo, se pretende ubicar este debate en la reflexión sobre la articulación entre individuo y sociedad, a fin de configurar un modo de acceso válido a la comprensión, descripción o explicación del orden social.


Palabras clave: Identidad, Debate conceptual, Orden social

Abstract

This essay presents the theoretical development of the notion of identity, as well as the different approaches that account for the conceptual debate related to the various epistemological and methodological positions in this regard. It is also intended to locate this debate in the reflection on the articulation between the individual and society, to configure a way of valid access to the understanding, description or explanation of the social order.


Keywords: Identity, Conceptual debate, Social order

Introducción

En su obra, “Dar cuenta de sí mismo”, Judith Butler abre el segundo capítulo con la siguiente cita:

Si bien no puedo creer en una identidad que no sea la generada por el lenguaje a través del tiempo, puedo carecer, empero de convicción si hablo de mí misma en el lenguaje necesariamente estable de un sujeto sociologizado. Este “yo” descriptivo de sí mismo genera una incomodidad que ninguna teoría sobre su naturaleza construida puede apaciguar (…) Lo que pretende ser “yo” me responde, y yo no puedo creer del todo lo que le escucho decir (Riley, D., The Words of Selves, en Butler, J., 2016: 61).

Esta cita, que la mencionada autora coloca al inicio del capítulo, nos pone cara a cara frente a algunas dimensiones que son indicadoras de la complejidad del concepto de identidad. Por lo pronto, introduce el “yo”, pero también su objetivación; el lenguaje como lugar de lo “sociologizante”, y por lo tanto, de un poder (ajeno, preexistente, podría ser pensado como estructuración) a partir del cual se construye el “yo”. De la misma manera, con sutileza, incorpora la pretensión incómoda del “yo” descripto y como correlato, la creencia negada, al menos parcialmente (“no puedo creer del todo), que devuelve su reflexión al orden del lenguaje. Finalmente, da cuenta de la impotencia de la teoría, a la cual lejos de asimilar como limitación o insuperabilidad, podemos tomar en su capacidad de provocación, en su fuerza de concitar interés por asumir el reto, que tiene mucho de específico, pero también aquello de general que emerge de las posibilidades de la ciencia y la “concretitud compleja de la realidad a la que se desea describir, explicar, comprender o interpretar.

La pretensión de este trabajo es abordar de manera crítica un cierto conjunto de definiciones acerca de la identidad, descontando que el proceso por el cual la misma se conforma, al menos transitoriamente, tiene mucho de contingencia, demasiado de indefinición y una relación estructurante con el poder vinculado a la interpelación -en el fragmento se alude a una aparente autointerpelación, siempre que se acepte que para que exista un “yo”, es necesario un “otro”, bajo alguna disposición posible, como puede ser la de que el “yo”, sea posicional o relacionalmente, también un “otro”-, como reunión de atributos que sienta las bases del carácter elusivo y difícil de la identidad en su doble dimensión de acontecimiento o experiencia y su conceptualización. Esto, en virtud de que se pretende presentar una articulación conceptual que sirva de base para una posterior puesta a punto en relación con el orden empírico de la identidad, y en el intento de cobijar en el concepto su multiplicidad y dispersión, o hacerlo surgir cuando la exclusión como fenómeno de poder, trata de impedirlo a la luz de unas certezas que es enriquecedor incomodar. Es decir, ¿es posible hablar de identidad como proceso cerrado, o es necesario pensarla y disponerla como proceso en proceso continuo, sin clausura, sin cierre?

Con la pretensión de dar cuenta de un desarrollo de la noción de identidad nada homogéneo, bastante sinuoso y no carente de debates internos, ni de cautelas o tensiones epistemológicas, comenzaré por describir los que son considerados orígenes de los acercamientos académicos sistemáticos al proceso denominado “identidad”, sin dejar de reconocer que la preocupación filosófica por el “yo”, el “sí mismo”, el self y algunas inquietudes relativas a la relación entre ese “yo” y el “otro”, carga en sus espaldas centurias de antigüedad y, por lo regular, también una cierta provocación hacia la producción de conocimiento al respecto, frente a la cual esta propuesta pretende presentar un panorama teórico, que en congruencia con el tema, no se orienta a ser clausurada; todo lo contrario, se trata de reflexiones en aras de nuevas reaperturas.

La categoría analítica de identidad

De acuerdo con Vera y Valenzuela (2012), el tema de la identidad se constituye en un factor unificador de las ciencias sociales durante la década de los 90, del siglo pasado. Continúa siendo un tema de interés y debate, no sólo por su peso específico en tanto producción conceptual, sino por su interpelación a las ciencias sociales que se articulan problemáticamente a fin de consolidar enfoques teóricos y accesos empíricos pertinentes y válidos al respecto, objetivo que no puede sino mantenerse como horizonte. Como lo comentan los autores mencionados, el tema de la identidad:

[] aún continúa como importante foco de interés para antropólogos, geógrafos, historiadores, politólogos, filósofos, psicólogos y, por supuesto, sociólogos (Jenkins, 2004). Ha estado bajo escrutinio científico desde hace ya más de 5 décadas, desde que Erik Erikson publicó Childhood and Society en 1950(Vera y Valenzuela, 2012: 273).

Prosiguen detallando algunos de los desarrollos actuales, señalando los aportes que fundan posturas epistémico-teóricas y metodológicas en torno a la identidad[1]. De esta forma, mencionan definiciones consideradas relevantes y que han sido presentadas por varios autores. Entre ellos, Giddens, que de acuerdo con estos autores, señala que el concepto de identidad es un proyecto moderno del “Yo” para tener una narrativa propia, que le permita la autocomprensión y el control (de factores externos) en contextos de incertidumbre; Así mencionan que Giménez, desde el culturalismo, ubica el concepto de identidad en el entramado de la cultura y las subculturas, donde arraiga o participa, imposibilitado de emerger más que a partir de ese entorno; así mismo, refieren que Castells sostiene que se trata de un intento de construir sentido de parte de los actores sociales, a partir de priorizar algunos atributos culturales que permiten la autodefinición; similar a esta perspectiva, Colhoun menciona que el sentido y la experiencia conforman la identidad, presente en todas las culturas, pues todas suponen una relación entre el yo y el otro, siendo la identidad algo que se construye en relación con ese otro; ahora bien, Jenkis, entiende la identidad como comprensión de quiénes somos, siendo también producto de acuerdos y desacuerdos, negociable y cambiante (Vera y Valenzuela, 2012: 273).  

No se pretende, considero, ni por parte de los autores que realizan esta síntesis, ni por parte propia, agotar la gran cantidad de aportes que han servido a los fines de precisar (o in-precisar) definiciones respecto de la identidad, mucho menos de restringir la riqueza del debate, sino sólo mencionar a grandes rasgos aportaciones conceptuales destacadas que movilizan así mismo diversas formas de acceso a la comprensión, descripción o explicación de la identidad.

Uno de estos aportes, tiene que ver con una postura que cuestiona el uso de la categoría analítica como tal, lo que también tiene implicaciones para la arquitectura conceptual de las ciencias sociales en general y en particular de la sociología. Esta propuesta parte de su oposición a ciertas perspectivas que “esencializan la identidad. En este contexto, los autores señalan que el uso “fuerte” de la noción de identidad es propio de trabajos que tradicionalmente exploran temas de género, raza o etnicidad, desde la concepción que enfatiza la permanencia de lo esencial en el tiempo y el espacio, en referencia a ciertos rasgos que definen un núcleo duro de identidad. Esto tiene claras connotaciones epistémico-filosóficas, en virtud de su tendencia a “reificar” el concepto.

Vinculado a enfoques que rompen con esa tradición y que agrupan nuevos conceptos bajo la forma de visiones contemporáneas de la identidad, bebiendo de la multiplicidad, diversidad, transitoriedad y contingencia, entre otros atributos relativos a procesos de “identificación”, se reconoce el aporte de Bruebaker y Cooper, por ejemplo. Ubicados en el escenario de una teoría de la acción, los autores proponen utilizar conceptos como “identificación y “categorización.  Vera y Valenzuela, en este sentido, señalan que este par conceptual evita la ‘cosificación’ de la identidad: refiere a acciones y procesos, en tanto actividad desarrollada por los actores, en vez de una ‘sustancia’ o rasgo poseído(Vera y Valenzuela, 2012: 274).

Cabe mencionar que se reconoce a este aporte opuesto al tradicional, como construccionista y, por oposición al “uso duro” al que critica, se lo califica como una “acepción débil” de nociones vinculadas a la identidad. Considero, así mismo, que la señalada “debilidad” es su fortaleza, puesto que en general, renunciar a la cosificación del concepto es central en el quehacer científico que se cuestiona a sí mismo, tanto como al objeto de estudio.

Por otro lado, entra en juego otro concepto que denuncia el motivo no instrumental de la acción humana, presente en el enfoque tradicional con el que se está debatiendo; se trata de la “reflexividad” o “autocomprensión”, y tiene que ver con la subjetividad situada desde la propia “ubicación social” y desde la preparación para la acción.

En su conjunto, esta perspectiva actualiza un debate vigente que es indicador de la polémica -sana y vivificante frente a ciertos y no pocos anquilosamientos de la ciencia-, relativa no sólo a la identidad como fenómeno/proceso y como concepto, sino también a la discusión acerca de las ciencias sociales y su estatuto teórico-epistemológico.

Quisiera introducir otra perspectiva que, desde la negatividad, resulta enriquecedora. En el texto de Begoña González García, “Odiseo y el sujeto libre. El concepto de identidad en Adorno” (S/F),  algunas ideas sobre la dialéctica negativa adorniana, implican un abandono de ciertas comodidades filosófico-científicas, a fin de problematizar los problemas y volver al concepto contra el concepto. En este sentido, siguiendo a la autora, no existe para Adorno una pluralidad de sujetos de la modernidad, hay desde siempre una unidad plena y positiva, siempre dicha de forma afirmativa. Ahora bien, nos estamos trasladando de un plano conceptual a uno experiencial, en la medida en que el planteo de Adorno no se basa en una revisión teórica, sino en la dilucidación de la identidad como tal. Junto con el proyecto de la modernidad, aparece la idea de un sujeto libre, desvinculado; sin embargo, Adorno postula una dimensión ideológica vinculada al logos que, en realidad, implica la imposibilidad del sujeto libre. Así, hay un sujeto nunca determinado como tal completamente: un sujeto preso de un proceso por el que siempre se está determinando, sin clausura y sin conclusividad.

Como digno exponente de la escuela de pensamiento a la que pertenece, el proyecto de la filosofía para Adorno es crear, a partir del arte, un “asilo para la libertad”, pero lo hace de una forma dispersa y fragmentaria, con lo cual se rompe con la idea de identidad. Begoña González (S.F.) señala en el citado artículo, que en lo relativo a la dialéctica contra la identidad, la enfermedad de la razón es la razón misma, por ello la salida es la crítica de la razón a partir del concepto. Es decir, poner el concepto contra el concepto, vía la dialéctica. La dialéctica significa romper con la identidad impuesta, a partir de esa misma potencia acumulada en la coacción de la imposición. Así el concepto se determina por lo que le es exterior, hacia lo que se dirige, sin absorberlo, porque nunca es sólo él mismo. Adorno “dialectiza” a Hegel, escribe contra él y desde él (lo mismo que afirma Foucault, en “El orden del discurso”)[2], lo repliega en el ejercicio de volver el concepto contra el concepto.

En su pasaje de la dialéctica positiva a la dialéctica negativa, Adorno postula que es necesario escindir la razón de lo bueno, diluyendo la oposición entre lo dado y lo inventado: todo es inventado o histórico. De este modo, la labor de la filosofía es el tratamiento de la realidad como histórica. En este sentido, toda identidad es histórica (inventada) y no es necesario darle un tratamiento ético. Así, la postura que niega la existencia de un sentido dado previamente a la vida es la propuesta de la dialéctica negativa, a fin de evitar esa imposición y defender el enfrentamiento contra un mundo sin sentido. El sentido sería la recuperación de lo idéntico y a eso se opone Adorno, en la medida en que postula la lucha contra el triunfo de la identidad.

Entonces, la dialéctica negativa como dialéctica del concepto, posibilita la crítica del concepto por el concepto, lo que es posible por una fuente externa de conocimiento: la estética, como espacio de experiencias no incluida en la experiencia estética ortodoxa. Reivindica lo diferente, lo insoportable, lo desagradable: lo otro. Desde aquí, Adorno aprovecha la crítica de Horkheimer: el concepto nunca se agota en su mismidad, nunca puede reconciliarse consigo mismo. El concepto de objeto, el de sujeto, el de identidad mismo, nunca tienen que llegar a una unidad que los cosifique, que les impida volverse contra sí mismos: realidad avanza delante de ellos. La propuesta de Adorno es el antagonismo, llenar de contenido político al concepto y volverlo contra sí mismo; el campo crítico es el conceptual, crear conceptos y confrontarlos.

Sin embargo, si bien estas ideas implican un aporte valioso al tema que aquí se trabaja, existe un problema: llevada al extremo, la postura de Adorno también puede “esencializarse”, porque la negatividad llevada a su máxima expresión termina anulando cualquier compromiso, hasta consigo misma. Si la filosofía es territorio de un disenso necesario, entonces la dificultad planeada en la escritura y discusión de Adorno, desde las bases mismas de la negatividad y la dialéctica, conducen a extremar la aporía y quedar, quizás, en el terreno de una dificultad insuperable.   

La propuesta de Adorno es la deconstrucción, la destrucción planeada, la renuncia al éxito, la evitación de la armonía, de todo aquello que pueda ser ampliamente comprendido. Se posiciona contra el existencialismo, la fenomenología y el positivismo, porque revisten a la verdad de formas puras y no históricas. Así se postula imposibilidad de la identidad, en virtud de la inconclusión que la define.  

Estableciendo un diálogo por contrapunto con lo que se acaba de desarrollar, Taguenca Belmonte (2016), interesado en un acercamiento teórico a la identidad, no desde la ocurrencia empírica y sus múltiples manifestaciones, sino desde el orden conceptual, señala que la misma se construye de distintas formas, que demandan “adecuar las posibilidades heurísticas del concepto de una manera más precisa que las definiciones cerradas, pero sin posibilitar un acercamiento definitivo” (Taguenca, 2016:638). Precisamente, ese acercamiento nunca concluye en llegada, existe más bien una apertura y esta apertura es asimilable a la inestabilidad de un concepto que se despliega frente a su propia crítica, se abre a su propia negación, en virtud de interceptar una realidad posible nunca clausurada de forma definitiva.

En la misma dirección, el citado autor alerta sobre la contundencia de una paradoja insalvable inherente a la identidad: la identidad nunca es idéntica a sí misma, por un lado; por el otro, está atravesada por la pretensión de unicidad en la multiplicidad y en la pluralidad. En el caso del consumo, que para Taguenca (2016) es una dimensión central de la identidad, bien podría ser pensado como vinculado a la libertad de elección, aunque como advierte el autor, lejos de expresar la libertad de los individuos, oculta un orden de poder que irremediablemente compone gran parte del “ser en sí” involucrado en la identidad.  Paradojas de la identidad que nos mueven, como se verá a continuación, hacia otras y nuevas paradojas de la individualización, que se hace necesario explorar.

Individualización e identidad: la obligatoriedad de ser libre

En “El concepto de individualización en la sociología clásica y contemporánea (Zabludovsky, 2013), se aborda la individualización desde un enfoque sociológico y atendiendo al proceso histórico de diferenciación social que caracteriza a la modernidad. La autora se aparta de aquellos estudios que oponen al individuo frente a la sociedad o al estado, optando por el individualismo metodológico o por la preeminencia de las estructuras sociales.  Para ello rastrea los orígenes de los términos “persona” e “individualismo”, tarea para la cual revisa críticamentelos antecedentes que le permiten explicarlos fundamentos de esta terminología en la obra de sociólogos clásicos y contemporáneos como: Émile Durkheim, George Simmel, Norbert Elias, Zygmunt Bauman, Ulrich Beck, Gilles Lipovetsky y Robert Wuthnow” (Zabludovsky, 2013:230).

Contrapone de esta forma la noción de individualismo en Durkheim y Simmel, cada una con sus derroteros particulares en la obra de estos autores clásicos, con la más recientemente elaborada por Norbert Elias, la cual es reconocida como un importante aporte dentro de un conjunto de teorías generadas desde mediados del siglo XX, en las que el individualismo adquiere otras connotaciones.  Es necesario, sin embargo, aclarar que este autor recuesta sus formulaciones sobre algunas de las ideas que sostienen aquellos autores clásicos, así también las integra con cierta perspectiva weberiana, logrando una articulación conceptual que da cuenta del actual proceso de individualización. Puesto que existe una estrecha relación entre recientes (re)formulaciones acerca de la identidad y el desarrollo de teorías de la individualización, se exponen a continuación algunas de las ideas centrales de Elias, desde la mirada de Zabludovsky.

La autora plantea -a mi juicio, un planteo adecuado siempre que se lea en clave de la noción de foucaultiana de poder/control, a la que adhiero- que de forma similar a las formulaciones de Durkheim: Elias considera que la individualización es producto de una transformación social ajena al control de las personas y resultado de sus relaciones mutuas, que se produce a la par de la creciente diferenciación de las funciones sociales y el dominio cada vez mayor sobre las fuerzas naturales” (Zabludosvky, 2013:233). Gina Zabludosvky señala que para este autor, los procesos de individualización tienen que ver con: el tránsito de pequeñas asociaciones a grandes agrupaciones, conglomerados urbanos; el aumento de la movilidad; las tareas de protección y control, enajenadas de la familia o comunidad pequeña, para ser provistas por grandes agrupaciones estatales. Estas transformaciones se dan de forma tal que la cohesión de la pequeña comunidad se relaja y aumenta el peso de las decisiones individuales, se diluye la “perspectiva del nosotros” (Zabludosvky, 2013:234).

Así mismo, en sintonía con el pensamiento weberiano, Elias considera que “la diversificación social se produce con procesos paralelos de urbanización y burocratización” (Zabludosvky, 2013:234). En esta creciente diferenciación y autorregulación social, se obliga al hombre a decidir. Considero que esto aparece como una paradoja, en la medida que las personas son sometidas y obligadas a decidir: en el origen de una aparente libertad, la dominación y el sometimiento. El ser humano se mueve así entre el bienestar y la desdicha: tiene libertad de elección y es feliz de hacerlo, pero, por otro lado, los objetivos inalcanzables para muchos, generan frustración y dolor. Esta tensión atraviesa el concepto y la experiencia misma de la identidad.

De acuerdo con lo que se viene planteando, la individualización es una estructura de personalidad propia de las sociedades industrializadas, que es sentida como un “ideal del yo”, que busca diferenciarse de los demás. Se experimenta como natural, pero también coloca a los sujetos frente a una “sociedad carcelera” que obliga a contener los propios anhelos dentro de su estructura e impide la realización interior de la persona. Las personas, por el alto grado de individualización, se sienten emocionalmente como sujetos aislados frente al resto del mundo, como nómadas; se perciben solos e imposibilitados de hacer su propia vida. Viven sus elecciones en un mapa de posibilidades desperdiciadas, sometidos a la contención de los impulsos. En tal sentido, Zabludovsky puntualiza:

Las pretendidas divergencias entre los requerimientos individuales y los colectivos, entre la propia personalidad y las estructuras sociales, forman parte de los problemas internos de las sociedades industrializadas altamente diferenciadas, donde la necesidad de estar solo va de la mano de la necesidad de pertenecer a la sociedad (Zabludosvky, 2013: 238).

Y continuando su análisis de las ideas de Elias, la autora señala que su crítica problematiza los enfoques que contraponen lo individual a lo social, puesto que para entender la relación entre un “yo” y el “nosotros”, es preciso repensar las ciencias sociales que enfocan esta aparente dicotomía y se niegan a abordar la concepción de lo humano, desde ambos polos y de manera articulada. En este sentido, los conceptos de las ciencias sociales deben abordar al individuo, desde la interdependencia de grupos como familia y sociedad, que no pueden pensarse ajenos a él.

De la individualización a la sociedad individualizada

Bauman abre “La sociedad individualizada(2001), afirmando que la sociedad es un “enorme artilugio, un poder que nos preexiste y nos subsistirá. Y poco más adelante, con clara impronta marxista, señala que los hombres hacen su vida en condiciones que no manejan, ni eligen. Prosigue con un potente diagnóstico acerca de las condiciones de esta modernidad tardía, indicando que existe una individualización por decreto, impuesta. De acuerdo con el autor, se nos hace creer que elegimos libremente; lo anterior, en virtud de que la hegemonía ideológica aparece pegada a la vida misma, como unas ciertas indicaciones u orientaciones frente a las cuales, dado que se trata de la vida ordinaria, no hay casi resistencia. La idea de hegemonía (y su naturalización acrítica, agrego) es inseparable del poder y del dominio.

En ese mismo tono, cierra su obertura a la citada obra, con afirmaciones que bien podrían ser una respuesta a la pregunta sobre la forma en que la conceptualización de identidad vinculada a los actuales procesos de individualización, resulta ser una puerta de acceso a la explicación en el marco de las ciencias sociales en general, y en particular desde la reflexión filosófico-sociológica, de lo social. Un orden social que, siguiendo al autor, ya no necesita panópticos, ni grandes y aparatosas tecnologías de control materializadas en una arquitectura de vigilancia; un orden social en el que la vida se resuelve con “flexibilidad”, “ligera de equipaje”, “con reencarnaciones continuas”. En este escenario, ubica a la sociología como una suerte de deconstrucción que nos permite dispersar los ejes narrativos de la historia tal como nos ha sido contada, e incluso la narrativa de este presente, al cual el autor problematiza desde diversos ángulos y perspectivas (Bauman, 2001: 24).

Prosigue desplegando el potencial político de su trabajo, como una velada invitación a ubicar en el discurso sociológico y de la vida misma, una cierta restitución de aquello que los discursos dominantes pretenden excluir y, desde esa exclusión, desde ese silenciamiento, postular su desaparición

En tanto que la esfera pública ha sido furtiva pero ininterrumpidamente colonizada por intereses privados podados, despojados y limpiados de sus conexiones públicas y listos para el consumo (privado), pero no precisamente para la producción de lazos (sociales), este efecto se puede describir también como una descolonización de la esfera pública (Bauman, 2001: 24).

Esa descolonización de la vida pública encuentra en el consumo un complejo escenario donde Bauman emplaza los procesos de individualización, sus lógicas de actuación y sus dinámicas concretas. De acuerdo con el autor, la identidad se ha convertido en un prisma a través del cual se descubren, comprenden y examinan todos los demás aspectos de interés de la vida contemporánea. El proceso político, por ejemplo, se teoriza desde los derechos humanos y desde la política de la vida, es decir desde la identidad, su construcción, negación y afirmación. Así, la identidad tiene un potencial analítico y conceptual más fuerte que el que muestran sus resultados actuales, y el discurso de la identidad tiene una posición central para realizar un seguimiento de sus bases experimentales y a través de ellas, de su raíz estructural. La postura para el análisis tiene que trascender lo que es visible, para adentrarse en lo que no se ve, tal como rescata de las ideas de Heidegger, es necesario salir de lo rutinariamente dado y ver “el mundo como tal se me revela cuando las cosas van mal” (Bauman, 2001: 162).

En ese análisis, las condiciones de la vida actual, que el autor caracteriza como continuamente “precarizada” retomando a Bourdieu, hacen de la “inestabilidad”, la “blandura” y la “flexibilidad”, factores desencadenantes de ansiedad, un sentimiento que atraviesa el “yo” en la sociedad postmoderna y, por lo tanto, la conformación de su identidad. Otras eran las condiciones de la modernidad que, al poner al mundo en movimiento, abrió la posibilidad de transformarlo: lo dado, puede ser transformado, la predestinación se cambió por el proyecto de vida, y la naturaleza humana como algo dado y con lo que se nacía, trocó en identidad, que “uno tiene que cortar y ajustar.

Bauman se remonta a las antesalas de la modernidad y señala que los filósofos del Renacimiento, alabaron los nuevos panoramas que abrieron a lo inacabado. Se postulaba la autoconstitución y la autoafirmación. Rousseau mencionaba la perfectibilidad como el único atributo no elegido con que la naturaleza dotó al humano. El ser humano podía hacerse a sí mismo, ya no dependía por completo de la “Providencia”, ni de un destino prefijado. Con criterio y razón, podía diseñarse un nuevo escenario más sólido y durable.

En lo que hace al pensamiento filosófico, de la mano de Kant, la razón emerge contra el oscurantismo y el optimismo depositado en ella, como indica Bauman, la convertía en un instrumento para comparar opciones y hacer mejores elecciones; sin embargo, no todos compartían ese optimismo. Rousseau veía un panorama diferente y ya anticipaba una idea que Bauman explora en su obra: la obligación de elegir, la falsa libertad. Y quizás, comenta Bauman (2001: 165), “la libertad recién inaugurada tenga que ser usada para las personas en vez de por las personas”.

En este nuevo contexto, “el carácter incompleto de la identidad, y en especial la responsabilidad de hacerla completa, están de hecho íntimamente relacionados con todos los demás aspectos de la condición moderna” (Bauman, 2001: 165). La identidad no es un asunto privado, y sería trivial decir que la individualidad se forma desde lo social. Pero es necesario señalar el reverso de esta idea: “la forma de nuestro carácter social y por tanto de la sociedad que compartimos depende a su vez de la manera en que se enmarca la tarea de la «individualización» y en que se responde a ella” (Bauman, 2001: 165).

De esta forma, siempre siguiendo a Bauman, la individualización se resuelve desde un proceso que convierte la identidad entendida como “algo dado” en una tarea a ser ejecutada, razón por la cual sus ejecutores, los actores sociales, se mueven en condiciones que no manejan y desde las cuales deben no sólo cargar con la responsabilidad de realizar la tarea impuesta y con sus consecuencias, sino también con sus efectos colaterales. La modernidad reemplaza la determinación de la posición social, por una autodeterminación compulsiva y obligatoria. En los devenires de la historia, el estamento fue reemplazado por la clase y así el individuo “compelido” a tener lo que otros tienen para lograr pertenecer, presionado socialmente a imitar estilos de vida, en los cuales reconocerse y ser reconocido. En definitiva, a “aculturarse”, puntualiza Bauman. Mientras que el estamento era una adscripción, pertenecer a una clase implicaba esfuerzo para conseguir logros. En palabras del autor: “se apremia y empuja a los individuos «desincrustados» a utilizar su nueva capacidad y su nuevo derecho a la autodeterminación en la frenética lucha por la «reincrustación», y no había escasez de «huecos» en los que incrustarse, esperando y fáciles de adaptar” (Bauman, 2001: 167).

Para Bauman, clase y género se parecían mucho a “hechos de la naturaleza” y la tarea dejada a los individuos era incorporarse amoldándose al nicho asignado y comportándose como lo hacían los integrantes ya establecidos con anterioridad. En la “modernidad líquida”, los placement (colocaciones) se funden con los places (sitios) y es poco o nada lo que puede hacerse para “atar el futuro” obedeciendo con diligencia a los estándares en vigor (Bauman, 2001: 167). No sólo las trayectorias están sujetas a un cambio que no manejamos, sino que también las metas u objetivos son móviles, la “desincrustación” obliga a transitar permanentemente hacia algún nicho, pero no existe incrustación final, razón por la cual el modo permanente de vida de los individuos es estar desincrustados de manera crónica.

Bauman recurre al pensamiento weberiano de principios del siglo XX, para señalar que, de acuerdo con él, la racionalidad instrumental era el principal factor regulador de la conducta humana en la modernidad: daba la posibilidad de elegir los mejores medios para un fin. Esta idea, fuera cierta o no en su época, se evapora en esta modernidad tardía sobre la que reflexiona el autor y a la que ha dado en llamarle “modernidad líquida”, como ya fue apuntado. Retomando aquello que se comentó más arriba, este sentimiento de ansiedad constitutivo de la individualización postmoderna, tiene fuentes y vigorizadores diversos, puesto que no sólo son los medios los que la generan hoy en día, sucede lo mismo con los fines, en la medida en que también son difusos e inciertos.

Concluye transitoriamente, afirmando que el problema de los hombres y mujeres actuales es qué identidad elegir y como mantenerse alerta a un posible cambio que deje a esa identidad elegida fuera del mercado. Ahora bien, siempre en la línea del pensamiento de este autor, yo afirmaría que esa elección se vincula con lo que podríamos denominar como una “libertad de encuesta”: no existe la opción de una respuesta abierta, sino que se obliga a elegir, paradoja mediante, entre opciones previamente diseñadas. Detrás del diseño de opciones, un poder difuso -no por ello menos efectivo, sino todo lo contrario- navega sin bandera a la vista.

Bauman, citando a los destacados analistas culturales Zbyszko Melosik y Tomasz Szkudlarek, problematiza algunos aspectos paradójicos de la identidad que se vinculan con lo que afirmamos más arriba acerca de las contradicciones inherentes al concepto y a su experiencia concreta. Así, comenta, que “es una maldición de toda construcción de la identidad el que «pierdo mi libertad cuando llego a la meta; no soy yo mismo cuando me convierto en alguien». Prosigue:

Según la célebre reflexión de Christopher Lasch, las "identidades" que se buscan en estos tiempos son tales que "se puedan adaptar y desechar como quien cambia de traje"; si son «libremente elegidas», la elección «ya no supone compromisos y consecuencias», y por tanto «la libertad de escoger equivale en la práctica a abstenerse de hacer una elección»", o por lo menos, quisiera añadir, de hacer una elección vinculante (Bauman, 2001: 170).

Cuando el autor recurre a Bourdieu, lo que hace en varios pasajes de su obra, es insistente en sostener lo que aquél afirma acerca de la precariedad y su omnipresencia en las escenas de la vida actual y en la lógica que les subyace. Vincula esta precariedad a la existencia de una fragilidad de los puntos de referencia y una “inquietud endémica”, como fenómenos que acosan a la consciencia y a la inconsciencia. Corona este pensamiento con la aseveración de que la falta de asidero y de control del presente, impiden proyectar a futuro; así mismo las catástrofes colectivas o sociales, son vividas por cada individuo, como si le cayeran al azar.

Es contundente, cuando afirma, siguiendo a Ulrich Beck, que:

[…] no hay soluciones biográficas a la contradicción sistémica, si bien son estas soluciones las que se nos apremia o engatusa a descubrir o inventar. No puede haber ninguna respuesta racional a la creciente précarité de las condiciones humanas mientras dicha respuesta haya de limitarse a la acción del individuo; la irracionalidad de las posibles respuestas es inevitable, dado que el ámbito de la política de la vida y el de la red de fuerzas que determinan sus condiciones son, pura y simplemente, incomparables y extremadamente desproporcionados (Bauman, 2001: 172).

De esta forma, revisando ideas de varios pensadores cuya postura crítica comparte, Bauman afirma que se está derrumbando la comunidad y entre las ruinas de lo que solía ser, crece la identidad como individualización. Sentencia: “La identidad brota en el cementerio de las comunidades, pero florece gracias a su promesa de resucitar a los muertos” (Bauman, 2001: 174).

Una actual construcción política-cultural de la identidad la ofrece como máscaras para usar y descartar, al tiempo que oculta el entramado de poder que la constituye bajo la apariencia de una libertad que no lo es y de la obligatoriedad de una elección, que tampoco lo es. Podríamos sintetizar la lectura de la identidad que realiza Bauman, con el señalamiento acerca de que es más adecuado hablar de identificación que de identidad, para dar cuenta de un proceso interminable, constante, en la medida en que las “guerras de la identificación no son contrarias a la tendencia globalizadora ni se interponen en su camino: son un vástago legítimo y un compañero natural de la globalización y, lejos de detenerla, le engrasan las ruedas” (Bauman, 2001: 175).

Así, Bauman nos devuelve a algunas de las nociones que han sido generadas, algunas de las cuales ya han sido presentadas aquí, para dar cuenta del estatuto conceptual de la identidad y de su correlato epistemológico, pero también de su ocurrencia concreta en el escenario actual.

Quizás sea Bauman el que más explícitamente señala la posibilidad de desandar los trayectos y derroteros de la identidad, para comprender que la propuesta de la individualización que hoy parece marcarla a fuego, se constituye en una articulación adecuada, en la medida en que es conceptualmente pertinente para comprender una experiencia actual, al menos como una posibilidad (habrá otras lecturas, otras interpretaciones que analizar o revisar) de explicación de lo social.

Así también, desde la reflexión que propone Martuccelli en su trabajo “La individualización como macrosociología de la sociedad individualista” (2010), en diálogo con lo ya desarrollado aquí, aunque con distintos recursos heurísticos, apunta a señalar que la tensión entre individuo y sociedad, entre el sujeto y la estructura, se constituye en lugar provechoso para instalar una articulación no reduccionista, dinámica y multidimensional. Señala acertadamente: “La individuación, el estudio del tipo de individuo que es fabricado estructuralmente en una sociedad, aparece como una vía posible para refundar una macrosociología tras la crisis de la idea de sociedad y en medio del actual proceso estructural de singularización” (Martuccelli, 2010: 27).

En este sentido, dirá Martuccelli (2010), un conjunto de pruebas[3] permite describir y analizar una arquitectura estructural, frente a la cual los individuos superan o no dichas pruebas a partir de una ecología social personalizada, es decir, singularizándose. De forma cercana a la comparación que construye y analiza Bauman, este autor afirma que, en la sociedad industrial, los individuos fueron “societalmente” producidos, de manera generalmente homogénea; sin embargo, en la modernidad tardía, lo que prima es la singularización.

Finalmente, existen algunos elementos probatorios en las perspectivas actuales, que podrían llevarnos a pensar no en un círculo que cierre y encapsule ideas o la potencia explicativa, pero sí en un repliegue que permita interrogarnos cuánto hay de masificado en la producción de esa singularidad y las condiciones bajo las cuales los individuos construyen una identidad que nunca llega a ser clausurada, ni en versión conceptual, ni en versión experiencial, atendiendo a las relaciones de poder en las que ambas se inscriben como tales.

A modo de conclusión

Lo que ha sido expuesto apunta a generar incomodidad con relación a ciertas certezas; también a procurar una renuncia a esencialismos y a reificaciones, en las cuales lo que se pretende es encarcelar fenómenos y procesos diversos, multiformes, cambiantes, mutantes e incluso caminantes; en otras palabras, una renuncia a ciertas fijezas y exclusiones que contravienen los fundamentos epistemológicos de un conocimiento relacionado de manera compleja con la complejidad y la ocurrencia, con situaciones, actores y contextos particulares.

En este sentido y puesto que este trabajo se perfila hacia su articulación (posterior, aún en desarrollo) con la reflexión específica sobre la identidad de género, se pretende posibilitar un diálogo con la propuesta de la interseccionalidad en el campo de los estudios feministas y de género. Valga aclarar que también el género es un lugar de articulación entre el orden social y la condición individual. Mara Viveros en el artículo titulado “La interseccionalidad: una aproximación situada a la dominación”(2016), en el cual realiza una revisión de los orígenes y el devenir de esta perspectiva, señala que la misma se aproxima a las identidades como múltiples y fluidas, en el marco de la noción foucaultiana de poder. Así se pone el énfasis “en los procesos dinámicos y en la deconstrucción de las categorías normalizadoras y homogeneizantes” (Viveros, 2016: 7). Desde esa óptica me posiciono para analizar las identidades de género, en un trabajo que he comenzado y que pretende dialectizar las articulaciones de las nociones de identidad, confrontándolas con el orden empírico.

Hasta el momento sólo tengo un punto de partida en este sentido, cuyo centro es pensar la identidad como inconclusión, en tanto proceso y como ficción, en tanto producto. Así, postulo que la idea de la identidad como idéntica a sí misma, su significado fundado en la persistencia, en la coherencia y en una estabilidad interna que se presenta como clausurada en sí misma y hacia el exterior, es un efecto discursivo y asume tal coherencia interna y durabilidad temporal en tanto se vale de fundamentos hegemónicos que dan lugar al discurso sobre la identidad. Lo antedicho es un punto de partida, como ya lo mencioné, de un trabajo en desarrollo acerca de la identidad de género. Desarrollo en el cual, la reflexión sobre nociones de identidad resulta un ingreso general necesario, que luego podrá especificarse en clave de género.

Considero que los aportes actuales que han sido presentados aquí, más allá de que se comparta o no la totalidad de las ideas que sostienen la estructura teórica desde la que emergen, tienen un punto de convergencia o apuntan -marcada o sutilmente- a la riqueza y el potencial que entraña descentrar lo centrado, trasladarse a los márgenes, analizar lo que se deja por fuera y molestar al concepto para formular nuevas articulaciones que permitan dar cuenta (y crear) nuevas configuraciones de sentido.

Referencias

Bauman, Zygmunt (2007). La sociedad individualizada, Madrid: Cátedra.

Butler, Judith (2012). Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad, Buenos Aires: Amorrortu.

Foucault, Michel (1970). El orden del discurso. Buenos Aires: Tusquets

González, Begoña (s.f.). “Odiseo o el sujeto libre. El concepto de identidad en Th. W. Adorno”, Nómadas. Revista crítica de Ciencias Sociales y jurídicas, pp. 1-13, [en línea]. Disponible en: http://www.infoamerica.org/documentos_pdf/adorno01.pdf  [10 de octubre de 2017].

Martucelli, Danilo (2010). “La individuación como macrosociología de la sociedad singularista”, Persona y sociedad, Vol. XXIV, Núm. 3, pp. 9-29, [en línea]. Disponible en: http://www.uff.br/observatoriojovem/sites/default/files/documentos/Martuccelli_La_individuacion_como_macrosociologia_de_la_sociedad_singularista.pdf  [15 de octubre de 2017]

Taguenca, Juan Antonio (2016). “La identidad de los jóvenes en los tiempos de la globalización”, Revista Mexicana de Sociología, Vol. 78, Núm. 4, pp. 633-654, [en línea]. Disponible en: http://www.revistas.unam.mx/index.php/rms/article/view/57234/50780 [2 de octubre de 2017]

Vera, José Ángel y Valenzuela, Jesús Ernesto (2012). “El concepto de identidad como recurso para el estudio de transiciones”, Psicologia & Sociedade; 24 (2), pp. 272-282, [en línea] Disponible en:            http://www.scielo.br/pdf/psoc/v24n2/03.pdf  [10 de octubre de 2017]

Viveros, Mara (2016). “La interseccionalidad: una aproximación situada a la dominación”. Debate feminista, Núm. 52, México: Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG), Universidad Nacional Autónoma de México, pp1-17, [en línea] Disponible en: www.sciencedirect.com [10 de octubre de 2017]

Zabludovky, Gina (2013). “El concepto de individualización en la sociología clásica y contemporánea”, Política y cultura, Núm. 39, pp. 229-248, [en línea] Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=26727013011 [10 de octubre de 2017]

[1] Como se verá, hacia el final de este trabajo y como resultado de la articulación presentada, propongo continuar problematizando al concepto, al modo en que lo plantea la postura de Adorno, que considero central.

[2] En “El” orden del discurso, Foucault reconoce los aportes invaluables del pensamiento hegeliano, no sin subrayar que es imposible salir del mismo, pero también que es posible replegarlo, hablar con Hegel, desde Hegel y contra Hegel, confrontar su lógica con sus propias concepciones. Así lo dice: […] escapar realmente a Hegel supone apreciar exactamente lo que cuesta separarse de él; esto supone saber hasta qué punto Hegel, insidiosamente quizás, se ha aproximado a nosotros; esto supone saber lo que es todavía hegeliano en aquello que nos permite pensar contra Hegel; y medir hasta qué punto nuestro recurso contra él es quizá todavía una astucia que nos opone y al término de la cual nos espera, inmóvil y en otra parte” (1992: 45). Considero que es importante atender a esta afirmación, en la medida en que la potencia dialéctica parece impregnar mucho de la actual mirada crítica sobre el concepto de identidad.

[3] El concepto de prueba es presentado en este artículo como “desafíos históricos, socialmente producidos, culturalmente representados, desigualmente distribuidos, que los individuos están obligados a enfrentar en el seno de un proceso estructural de individuación” (Martuccelli, 2010: 22).

 

[a] Estudiante del programa de Doctorado en Ciencias Sociales, catedrática de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH) e-mail: sonia.sanahuja@gmail.com