Reseña del libro "Arqueología y patrimonio en el estado de Hidalgo"



Dedicado a la memoria del doctor Jaime Litvak, quien originalmente fungía como co-coordinador, el libro Arqueología y Patrimonio en el Estado de Hidalgo reúne las contribuciones de 21 autores que han trabajado en los últimos años temas de arqueología y patrimonio cultural del estado de Hidalgo. El libro se compone de 17 artículos que en primera instancia buscan ser útiles a los alumnos de la licenciatura de Historia de México de la UAEH, pero por sus alcances, resulta también de utilidad a todos los interesados en las disciplinas que tienen como objeto de estudio la historia, la arqueología, y el patrimonio cultural del estado de Hidalgo. Los autores no sólo pertenecen al Área Académica de Historia y Antropología de la UAEH, sino también a otras instituciones nacionales desde donde se estudian estos temas. Dada la dificultad de reseñar todos los artículos en unas cuantas cuartillas, nos referiremos sólo a los que consideramos más representativos.

El artículo “Importancia del acervo paleontológico del estado de Hidalgo para el estudiante de Historia”, de Miguel Ángel Cabral Perdomo, pretende acercar los temas de la paleontología a los estudiantes de ciencias humanas, no por ser objeto directo de su interés, sino debido a que muchos restos encontrados en Hidalgo están asociados a evidencias de actividad humana. El artículo contribuye a dilucidar algunas confusiones sobre el quehacer de los paleontólogos y da cuenta del gran reservorio de restos fósiles que existe en el estado de Hidalgo. Se trata de una buena introducción a los no especialistas pues muestra los restos paleo-biológicos más comunes así como las localidades y regiones donde éstos se encuentran.

El artículo “Estudio del fenotipo craneal aplicado a la resolución de preguntas arqueo-históricas: el caso Tula Hidalgo. Implicaciones en la historia biológica del hombre”, de Mirsha Quinto-Sánchez y Antonio González-Martín, se parece al anterior en cuanto que atrae a los tradicionales estudios de la historia humana, las nuevas propuestas, paradigmas y metodologías para la mejor comprensión del pasado. El artículo aporta información generada en el estudio morfológico de cinco cráneos procedentes de Tula del periodo epiclásico para inferir información respecto al comportamiento migratorio y social de estos grupos. Aunque esto no es nuevo en el ámbito de la antropología física, si representa un importante avance al mostrar las nuevas posibilidades a partir del uso de tecnología de punta y el empleo de sofisticados programas informáticos.

El artículo “Estado del arte en las manifestaciones rupestres del Valle del Mezquital”, de Aline Lara Galicia, es una revisión general de los principales trabajos que han centrado su atención en el arte (gráfico) rupestre que existe en varias regiones de Hidalgo, especialmente en el Valle del Mezquital, realizado en distintos momentos de la historia por los grupos hñahñú, chichimeca y nahua. Este trabajo hace énfasis en la gran diversidad de enfoques, metodologías, temporalidades, interpretaciones y alcances de los estudios de los autores que se han acercado a este interesante, y todavía poco conocido tema. Entre las propuestas de la autora, resaltamos la que señala que el arte rupestre debería estudiarse y entenderse como un lenguaje que implica un código, cuya comprensión nos permitiría “leer” los paneles rupestres al modo de un sistema de escritura ideográfica susceptible incluso de ser fonetizado.

El artículo “La secuencia de explotación de obsidiana de la Sierra de las Navajas, Hidalgo”, México, de Alejandro Pastrana, muestra la gran importancia que a lo largo de más de tres mil años ha tenido el yacimiento que se encuentra al centro del triangulo que forman las poblaciones de Pachuca, Tulancingo y Huasca. Resalta la importancia de éste, el principal yacimiento mesoamericano de obsidiana, cuya principal característica es su tonalidad verde-dorada; que ha sido explotado de forma sucesiva por las principales culturas del centro de México. Este artículo muestra las posibilidades económicas, políticas y culturales de la obsidiana, usada profusamente hasta su sustitución paulatina por el hierro europeo. Características físico-geológicas del yacimiento, proceso extractivo, manufactura de objetos, actividades habitacionales y formas de transporte, son algunos de los aspectos analizados. A partir de la cronología de los periodos teotihuacano, tolteca, azteca y colonial temprano, esta contribución permite entender las diferencias entre las formas de organización y los fines que cada sociedad imprimió en el trabajo de la obsidiana. Por ejemplo, mientras que para el Estado mexica se trató de un trabajo en serie, estratégico y obtenido como un producto del trabajo tributado, en la fase de explotación tolteca esta metrópoli no tuvo un control directo sobre la explotación de la obsidiana, pues la obtenía a través del tributo de poblaciones ubicadas en las proximidades al yacimiento, por lo que existió una organización gremial de gran escala que entregaba productos terminados a Tula.

El artículo “Tula: en las fuentes y en la arqueología”, de Luis Manuel Gamboa Cabezas y Nidia V. Vélez Saldaña, nos recuerda cómo a lo largo de siglos Tula fue confundida con Teotihuacán: desde la mención de la primera en el códice Chimalpopoca, pasando por autores coloniales como Torquemada hasta Humboldt, quien en el siglo XIX escribió que las pirámides de Teotihuacán eran obra de los toltecas. Es hasta 1857, tras los trabajos de Deseiré Charnay, que se empieza a comprender que Tula no es Teotihuacán. En el siglo XX Wigberto Jiménez Moreno, a través de un estudio comparativo, propone y logra el reconocimiento de los especialistas de la Tula hidalguense como la Tula mítica. Posteriormente los arqueólogos establecen la cronología de Tula y su clasificación en los periodos Pardo, Corral, Corral Terminal, Tollan, Fuego y Palacio. En el trabajo se determinan los aspectos por los que es posible identificar el continuum entre Teotihuacán y Tula y se establecen las diferencias y semejanzas entre estas dos metrópolis en cuanto al uso de materiales, organización política, estructura poblacional, etc. Otros temas que figuran en el artículo son los sitios que dieron origen a Tula Grande, las características de sus principales estructuras, el intercambio comercial a partir de la presencia de cerámicas de diferentes regiones de México, la organización alfarera por barrios, las distintas áreas (públicas, privadas, civiles, religiosas) y en general la magnificencia de la capital tolteca.

En el artículo “La caída de los centros provinciales toltecas, el caso de Atotonilco de Tula, Hidalgo”, de Miguel Guevara Chumacero y Patricia Castillo Peña, se cuestiona, a partir del análisis arqueológico, la tesis del supuesto colapso poblacional de la zona de influencia de Tula, cuando esta metrópoli entró en crisis (entre 1150 y 1350); a partir del estudio de cuatro provincias toltecas: Apaxco, el Pedregal, la Ahumada y San Miguel Eyecalco-Santa María. Se describen las principales características de cada uno de estos sitios, sus semejanzas y diferencias con la metrópoli. Reflexiona sobre las implicaciones arqueológicas en función del tipo de abandono de los sitios. Según los autores, el error de considerar un vacío demográfico en este periodo es metodológico, pues se basó en la identificación de un tipo cerámico, pero es posible que el complejo Tollan haya continuado en uso en las regiones de Temazcalapa y Zumpango-Pachuca, aún después de la caída de Tula, pues no hay un vacío demográfico, sino una continuidad poblacional y una reorganización política acompañada sólo por la caída de los centros provinciales y su dispersión en un patrón de asentamiento distinto.

En el artículo “Las comunidades artesanales del asentamiento de Tepetitlán, Hidalgo”, se realiza una evaluación teórico-metodológica de la “arqueología de las comunidades”, considerada por los autores más como una arqueología temática que como un posición teórica, cuya utilidad radica en que el estudio de lo que ocurre en las comunidades rurales permite comprender mejor el funcionamiento de las metrópolis. En un segundo apartado se analiza el caso de Tepetitlán, tributario de objetos elaborados primero a Tula y luego a Tenochtitlán, como un ejemplo de cómo las unidades estatales del pasado delegaron en unidades periféricas la elaboración de artículos de consumo masivo y cómo la especialización artesanal puede ser producto del empoderamiento político-territorial de las urbes. A partir tanto de la arqueología como de la analogía etnográfica, con el apoyo de documentos coloniales, los autores identificaron la vocación artesanal de las comunidades de Tepetitlán, cuyos objetos tenían una estrecha vinculación con el cultivo del maguey y del procesamiento de sus derivados, por lo que los autores identifican un “modo de vida magueyero”; sin embargo, las labores de producción agrícola detectadas rebasaban las necesidades alimentarias de cada unidad doméstica por lo que estos excedentes debieron haber sido objeto de tributo. La explotación del maguey propició el desarrollo de otras manufacturas líticas (cepillos, raspadores, cuchillos y navajas prismáticas) así como productos textiles (fibras duras) asociados a esta actividad, por la presencia de malacates para hilado.

El grado de inserción de Tepetitlán en la economía e ideología de Tula se refleja también en la reproducción a menor escala, de algunos monumentos públicos como son los altares en el centro de los patios. Los autores resaltan sin embargo el hecho de que no existió un sistema de explotación a la comunidad, pues ésta muestra también signos de opulencia como la presencia de vasijas tipo plumbate importadas del Soconusco. El artículo reconoce sin embargo los límites de la arqueología de comunidades, pues si bien permite comprender mejor la importancia económica, ideológica y conductual de los sujetos periféricos, no permite vislumbrar con claridad temas de ideología y política. Nosotros señalamos aquí que aunque sólo se menciona de manera marginal, el trabajo alfarero relativo a los productos del maguey, también fue y sigue siendo importante en la región.

En la colaboración titulada “De la identidad a la inestabilidad. Reflexiones sobre el hñahñu prehispánico”, de Fernando López Aguilar, cuestiona muchos supuestos relativos a los hñahñu históricos, entre otros: 1) La supuesta antigüedad de este pueblo en el centro de México esgrimida por Manuel Gamio, cuando la arqueología habla de una real presencia otomí sólo a partir del Clásico. 2) Los muchos prejuicios vertidos sobre los otomíes en las descripciones coloniales tempranas que al parecer se originaron sólo a partir de la conquista española. 3) La supuesta marginalidad de los hñahñu, cuando algunos documentos mencionan grandes adquisiciones de terrenos y fondos para la construcción de iglesias como la de Orizabita. El autor se pregunta entre otras cosas: ¿Porqué si se supone una zona marginal, en la época de expansión mexica, muchas barrancas del Mezquital se cubrieron de pinturas rupestres donde se representan pirámides aztecas, el ritual hñahñu del xocohuetzi, escudos como los de la Matricula de Tributos, juegos de pelota y deidades gigantes identificadas con los wemá? ¿Por qué siendo una zona marginal, los aztecas fundaron algunos centros ceremoniales alrededor del cerro Hualtepec para rememorar la mítica peregrinación azteca y construyeron un sitio parecido al templo mayor de Tenochtitlán en el cerro Tezcal? ¿Por qué en el Hualtepec se celebraron dos fuegos nuevos? ¿Por qué después de la conquista española bultos sagrados del templo mayor fueron enterrados en el Cerro del Elefante, cerca de Tunitltlán, donde existía una importante zona arqueológica?

Más argumentos en contra de la marginalidad del territorio otomí son: al final del periodo azteca existieron cabeceras duales como Tlazintla e Ixmiquilpan. En estos casos, los conventos se fundaron entre las dos cabeceras. Los bautizados de la parte de Ixmiquilpan llevaban nombres en náhuatl y los de Tlazintla en otomí. Además, las cabeceras duales tenían un gobernante con vínculos con la familia de Moctezuma y sus herederos tuvieron encomiendas hasta el siglo XVIII. La encomienda de Xilotepec, importantísimo reino otomí, la tuvo un hermano del virrey Mendoza y la Malinche.

El autor acaba reconociendo que el acercamiento a la historia hñahñu desde la arqueología ha significado una ruptura de prejuicios, pero no necesariamente el encuentro de soluciones. A nuestro juicio, este interesante artículo cae en el error de dar demasiada importancia a algunas comunicaciones personales de hñahñus ilustrados contemporáneos. Por ejemplo, creer que en algún lugar de Alfajayucan se encuentra la tumba de Cuauhtémoc; por otro lado, no es a Huitzilopochtli a quien se reverencia en los murales de Ixmiquilpan, sino a Tezcatlipoca. Finalmente, reconoce que la mirada distorsionada de lo otomí fue en parte culpa de la antropología, pues durante algún tiempo asumió que el hñahñu era incapaz de producir cultura.

En “El modo de vida precolombino de los otomíes de la región de Tula”, de Patricia Fournier y Maira Martínez Lemus, se da cuenta del trabajo arqueológico de más de tres lustros, que surge como respuesta al reto lanzado por Pedro Carrasco -el primer autor que definió a grandes rasgos la etnohistoria otomí- , quien recomendó la realización de este tipo de estudios para entender mejor el desarrollo de los hñahñu en el panorama del altiplano central de México. Entre otras cosas, el trabajo permite apreciar cómo esta actividad ha contribuido a afinar la secuencia cronológica regional, estableciendo complejos cerámicos propios de varias de las fases, aportando a su vez información sobre múltiples aspectos del desarrollo de las poblaciones en la región desde la época teotihuacana hasta la mexica (entre otros, lítica, cerámica, arquitectura, arte rupestre, aspectos de antropología física, sociales, comerciales e incluso ideológicos). Contribuye a identificar a los otomíes prehispánicos del Valle del Mezquital no solo con base en las analogías etnográficas, pues muestra por ejemplo cómo a partir del estudio de los vestigios relacionados con la explotación del agave -planta lunar en la cosmovisión otomí y determinante en el modo de vida de este grupo-, es posible observar elementos de su cosmovisión como el culto a Sinana. El artículo se centra en las tendencias de desarrollo del modo de vida otomí en los periodos clásico, epiclásico y posclásico temprano, combinando una gran cantidad de técnicas y métodos: excavación arqueológica, análisis tipológicos de colecciones, análisis de genética poblacional, activación neutrónica de muestras de obsidiana, fechamientos por radiocarbono, etc.

El artículo aporta también de información sobre el desarrollo histórico de Teotihuacán y su relación con Tula, referenciando a la mayoría de los autores que han estudiado el caso. Menciona y describe los sitios otomíes de la zona de influencia de la capital tolteca como Chingú, el Tesoro, el Calvario, Ozocalpan, El Huizachal, Chapantongo, Tepetitlán, San José Atlán, Xiti, La Mesa y por supuesto Tula. A diferencia del artículo anterior, sitúa el inicio de la cultura otomí en el epiclásico con la tradición cerámica Coyotlatelco, confirmada con análisis de ADN. Al final, el artículo da algunas pistas para comprender la problemática sociocultural actual de los otomíes y en general del Valle del Mezquital

Dentro del apartado de Patrimonio, el artículo “Estrategias de planeación: propuesta para el plan de manejo de la zona arqueológica de Tula Hidalgo”, de Julieta García García, es un ejemplo de aprovechamiento sustentable del patrimonio cultural. Responde a la recomendación de la UNESCO de que los sitios declarados como Patrimonio Cultural cuenten con un plan de manejo para su correcta operación. El artículo narra el proceso de conformación de dicho plan para el caso de la zona de Monumentos Arqueológicos de Tula, resaltando el hecho de que este patrimonio debe ser potenciador del desarrollo social de la región en que está enclavado. En dicho proceso, innovando una metodología propia, se involucró a un grupo heterogéneo de actores (instituciones y personas) que debían definir de manera colegiada cómo conservar y operar el sitio arqueológico que incluyese todas las esferas de funcionamiento.

El artículo “El patrimonio cultural como constructo social”, de Juan Luna Ruiz, pone en tela de juicio la idea de que el patrimonio cultural lo es per se. Señala los procesos sociales en los que los bienes reunidos a lo largo de la historia expresan las maneras desiguales en que son producidos y usufructuados por los distintos estratos sociales. El autor recuerda cómo para algunos estudiosos, el patrimonio cultural como lo concebimos no se produce en todas las culturas o periodos históricos. Es un artificio creado con fines determinados por lo que puede cambiar de acuerdo a con nuevos criterios e intereses, por lo que la reproducción y constitución cotidiana del patrimonio es desigual y se da en función de las visiones del mundo procedentes del universo social al que pertenecen. En este sentido, los conceptos culturales son siempre cambiantes, no son nociones que nacieron de una vez y para siempre. Es por ello que por mencionar un caso, la construcción del patrimonio cultural que realizan las clases dominantes contribuye a reproducir las desigualdades culturales. El autor cuestiona concepciones tradicionales sobre el patrimonio cultural como aquella que lo concibe como un acervo, concepción inoperante y estática, pues coloca al patrimonio cultural al margen de conflictos de clases y grupos sociales. Con la historia de “la piedra que pateó el viejo”, el autor muestra cómo un hecho o mito sufre una sobreposición interminable de discursos interpretativos en función de los acontecimientos que forman parte del proceso de formación de la identidad del grupo que la posee. De esta forma, el patrimonio cultural no nace como tal, pues esto depende de quién, cuándo, cómo y dónde se le da ese valor, de modo que los objetos patrimoniales adquieren valor en función de su biografía social y del sistema cultural que le otorga determinados significados. Generalmente, este periplo implica al objeto primero como sagrado, después como mercancía y finalmente como bien inalienable.

Bibliografía

1. Moragas Segura, Natalia y Manuel Alberto Morales Damián, coordinadores (2010) Arqueología y patrimonio en el estado de Hidalgo. México: Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.



[a]Profesor-investigador del Instituto de Artes, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. <<