"El grito", historia de nuestra fiesta nacional. Reseña a "la fiesta de la independencia nacional en la ciudad de México" de Verónica Hernández Márquez


Este texto, sobre la fiesta nacional, es una aportación a la historia de la vida cotidiana; sin embargo, tiene una profunda imbricación con la historia política. La autora se interesa aspectos de la convivencia social y al estudiar una sociedad influida por el antiguo régimen, toma en cuenta la intervención de la Iglesia católica, a pesar de ello, no se ocupa de fiestas privadas ni de las religiosas, sino de la fiesta cívica. Lo que nos da como resultado un libro de información muy completa sobre la génesis de la fiesta de Independencia.

Egresada de la UNAM, Verónica Hernández Márquez es doctora en Historia, estudió la licenciatura en Historia en la FES Acatlán, y el posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras. Se ha dedicado a la docencia en el nivel medio superior y licenciatura. En su libro, hace una reconstrucción interesante y amena; narra cómo detrás de ésta fiesta están los planes y los proyectos para la creación de una nación que se debatió por las pugnas entre liberales y conservadores. Todo ello le permite dar a conocer los aspectos que incidieron en la celebración de la Independencia de México y su proceso de institucionalización.

La cronología de este libro abarca desde la consumación de la Independencia en 1821 a 1887, año en que se consolida en el calendario nacional esa celebración. La delimitación temporal no impide retomar sucesos anteriores; se remonta a 1810, para exponer el contexto de la lucha por la Independencia.

Para explicar su objeto, la autora nos presenta un primer capítulo introductorio en el que resume la guerra de Independencia y las primeras conmemoraciones del “grito” de Dolores. En los capítulos segundo y tercero se ocupa de cómo los primeros festejos patrios realizados entre 1821 y 1863 tenían elementos contradictorios de antiguo régimen y modernidad. En el cuarto capítulo, Hernández Márquez muestra los festejos que auspiciaron por un lado los liberales y por el otro el Imperio de Maximiliano, en un contexto en el que el país estaba dividido por la Intervención francesa. El último capítulo señala cómo, en los albores del Porfiriato, se institucionaliza la fiesta de la Independencia nacional y adquiere un arraigo popular. Un apartado de consideraciones finales presenta una recapitulación de los aspectos tratados en el texto.

Hernández Márquez menciona en el primer capítulo que la celebración del grito de Dolores, empezó en una fecha muy temprana. La autora muestra que ya existía el interés por establecer un día para conmemorar el inicio de la lucha por la Independencia, a través de un análisis del documento de la conformación de la Suprema Junta Americana, donde Ignacio López Rayón planteó como fecha para celebrar el inicio de la lucha por la independencia el 16 de septiembre y estableció como días festivos los natalicios de Miguel Hidalgo y de Ignacio Allende 29 de septiembre y 31 de julio, respectivamente así como el día de la Virgen de Guadalupe (12 de diciembre). Posteriormente en 1813, Morelos, remplazó la junta creada por Rayón. En los Sentimientos de la Nación, se estableció como fecha para conmemorar el inicio de la lucha Insurgente el 16 de septiembre, fecha en la que se rendía tributo a los primeros próceres de la lucha (Hidalgo y Allende). La Constitución de Apatzingan reconoce a Hidalgo como la figura más destacada de lucha insurgente. Todos éstos antecedentes nos muestran la legitimidad que la lucha de Hidalgo tenía en el imaginario los insurgentes y cómo ellos lo reconocían como el antecedente del movimiento, estableciéndolo como Padre de la Patria, idea que retomaría el proyecto liberal.

La Guerra por la Independencia fue consumada por Iturbide, quien había batido a los insurgentes durante largos años, ello explica por qué la élite intelectual de la época fomentó valorar las acciones de Iturbide en favor de la Independencia, y así, Agustín de Iturbide quedó como Padre de la Patria, por encima de Hidalgo; el coronel José Ignacio Ormaechea alcalde de la Ciudad y José María Tornel y Mendivil, propusieron que le fuera conferido ese título, en consecuencia, se realizó una ceremonia de entrega de llaves de la ciudad a Iturbide, el discurso estuvo a cargo de José Miguel Guridi y Alcocer y se recitó una bella Oda pronunciada por Francisco Manuel Sánchez de Tagle.

La historiadora Hernández Márquez analiza en el segundo capítulo, titulado “Disputa política y conmemoración patriótica. 1821-1863”, las pugnas entre federalistas y centralistas, y después entre liberales y conservadores. En esa época se festejaba con una misa de acción de gracias, se trataba de un festejo elitista, la exploración de la autora da una visión de la diferencia de lo que nosotros concebimos como el festejo actual y lo que era de uso común en una sociedad apenas salida del antiguo régimen. José María Fagoaga, integrante de la Junta Provisional propuso al Congreso que promulgaba la Constitución que se festejara la consumación de la Independencia (27 de septiembre), la proclamación y el juramento por parte del ejército del Plan de Iguala (24 de febrero y dos de marzo respectivamente). Se propuso como héroes a Leonardo Bravo y a los fallecidos en la lucha (Hidalgo, Aldama, Allende, Abasolo, Morelos, Matamoros, Miguel Bravo, Galeana, Jiménez, Mina, Moreno y Rosales). Iturbide se ofendió por ésta elección de personajes, ya que esperaba que se le honrara al nivel de Bolívar. Dentro de los festejos se trasladaron los restos de algunos de los héroes a la ciudad de México, y sus nombres se escribieron con letras de oro en el salón de sesiones del Congreso. La primera conmemoración en la Ciudad de México, fue el 15 de septiembre de 1825, frente a Palacio Nacional, organizado por la Junta Patriótica, con bailes, un gran carnaval y un “grito”. Se festejaba con música y valses, el 17 de septiembre se hizo un funeral en la catedral Metropolitana, asistió a éste, Vicente Guerrero.

Esta descripción de la fiesta le permite a la autora abrir el paso al tercer capítulo, donde muestra que las formas de festejar no eran muy novedosas, ya que fueron muy parecidas a las fiestas virreinales. Explica que no hay una ruptura. Este capítulo intitulado “Organización y estructura de la festividad”, los festejos del México independiente fueron muy parecidos a los del virreinato; seguían haciendo misas de acción de gracias, aún se invitaba al clero para organizar la festividad. Los festejos pasaron a ser de la ciudadanía por medio de la formación de la Junta Patriótica que convocó a adornar los edificios; construir monumentos, cooperar en el auxilio de los niños huérfanos y las viudas a causa de la guerra, también se ayudó a la milicia. Se explica el funcionamiento de la Junta Patriótica, quiénes la integraban, dónde se festejaba y cómo sufragaban los gastos: “Uno de los medios a través de los cuales la Junta se allegaba recursos eran las corridas de toros y los bailes, siguiendo en ello la tradición virreinal” (Hernández, 2010: 122). Una figura señera en el festejo es el orador cuya función era instruir valores. Se consideró como héroes nacionales a Hidalgo y Morelos. El festejo más grande fue en la Alameda con orquesta, bailes, fuegos artificiales, poesía, teatro y una oración.

El capítulo cuarto se ocupa de “Las celebraciones republicana e imperial”, donde la autora se dedica a explorar las celebraciones durante la República y durante el Imperio. Nos habla de un país donde, por un lado está el Imperio de Maximiliano y por otro, los territorios controlados por los liberales. Durante ese lapso se festejaba de dos maneras muy diferentes.

La autora ilustra con dos ejemplos los festejos en el bando liberal. En la capital, la Junta Patriótica intervino en la organización cuando fue gobernador de la Ciudad de México Pedro María Anaya, el orador fue Francisco M. Olaguibel, se festejó en el Teatro Imperial a modo republicano, de una manera privada. Mientras tanto, en Durango donde se encontraban los liberales, estuvo presente Benito Juárez, se realizó un festejo muy sencillo, donde intervino la milicia que cantaba canciones patrióticas, se danzó tradicionalmente, criticando los gastos de la Monarquía.

El Imperio conmemoró de otras formas, Maximiliano festejó primero en Dolores, dio el “grito” y viajó después a la Ciudad de México donde ya se habían preparado bailes y conciertos; por primera vez el gobierno pagó las diversiones. Es muy bella la narración que hace Hernández Márquez sobre las diversiones y deja a la imaginación las emociones de las personas. (Hernández, 2010: 155). Además honró como héroes a Hidalgo y a Iturbide. Maximiliano creó el Estatuto Provisional del Imperio Mexicano, Servicio y Ceremonia de la Corte.

La autora compara el tipo de festejo que hay en la Republica y en el Imperio, además de los dos proyectos de nación diferentes, tenían ideas de festejo distintas. Por un lado la República insistía en la realización del festejo en un teatro, organizado por una junta de notables y que sólo era para una élite.

Curiosamente, el Imperio fue el primero en pagar las diversiones públicas y paradójicamente empezó a promover una fiesta popular, estableció una Junta Patriótica y una serie de “gritos”  a cargo del emperador. La manera de festejar del Imperio, sería la que privaría al triunfo de la Republica liberal.

El último capítulo se titula “Las fiestas de la patria”, en él se aborda la historia del  triunfo liberal, donde se enterró por completo la idea de que Iturbide podía ser el Padre de la Patria y se entronizó a Hidalgo, el héroe que gozaba de las simpatías de los liberales. En éste lapso se disolvió la Junta Patriótica, se encargaron los festejos al Ayuntamiento de la Ciudad. La consecuencia fue una gran fiesta en la Alameda donde Benito Juárez honró a Hidalgo, los estudiantes intervinieron por primera vez, desfilaron los militares, se inauguraron colegios y obras públicas. Se nombró como héroes de la patria a Hidalgo, Morelos, Allende, Aldama, Mina, Abasolo, Guerrero e Iturbide. En esta época empezó una secularización de la fiesta, ya que no participó el clero, es de resaltar que se dio el grito en la Plaza de la Constitución y en el Teatro Nacional.

Como conclusión, la autora nos explica la trayectoria de la Fiesta de Independencia Nacional desde el movimiento insurgente, como una conmemoración del antiguo régimen y cómo se fue convirtiendo poco a poco en la fiesta cívica que moldeó a la que nosotros tenemos en la actualidad.

La obra es un estudio histórico que relata amenamente las maneras de festejar y trasluce los sentimientos de las personas, en un momento que se buscaba una estabilidad para el territorio, explica las artes que se presentaban en las fiestas aspecto que le da una enorme riqueza al texto, particularmente en la descripción de la música y el teatro en los festejos. Todo ello hace de este libro una muy disfrutable referencia obligada para entender el festejo patrio.

Bibliografía

Hernández Márquez, Verónica, (2010) La fiesta de la Independencia Nacional en la Ciudad de México. Su proceso de institucionalización de 1821 a 1887, México: Rosa Ma Porrúa Ediciones.



[b] Estudiante de la licenciatura en Historia de México, Área Académica de Historia y Antropología, ICSHu, UAEH.