Una obra clásica y su persistencia feminista. Reseña del libro El segundo sexo de Simone de Beauvoir


Simone de Beauvoir, a través de su obra El segundo sexo (1949), abrió todo un panorama de la condición (subordinada) de la mujer ante el hombre y buscó hacer conciencia acerca del “cuerpo vivido”; por eso afirmó: “No se nace mujer, se llega a serlo”. De esta manera hizo una profunda reflexión —quizá hasta un reclamo a la sociedad— sobre la impostura de los roles establecidos por una cultura patriarcal. Con argumentos sólidos y una investigación extensa, cuestionó la supremacía del hombre y reflexionó sobre el papel asignado a  las mujeres. Hasta la fecha es el texto más consultado para realizar investigaciones sobre la situación de las mujeres en la sociedad.

En El segundo sexo, considerado como el primer texto filosófico sobre la condición de las mujeres, Simone de Beauvoir realizó un estudio acerca de la manera en que éstas viven una existencia degradada debido a la opresión que es ejercida a partir de la cultura, la religión, la ideología, las supersticiones y la literatura. Para su análisis desarrolla una serie de categorías, a partir de los roles asignados a las mujeres por la propia sociedad, a los cuales nombra como universos, y los explicaen cuatro apartados: Formación, situación, justificaciones y hacia la liberación.

La formación

En este apartado Simone de Beauvoir expone cómo se va transitando en diversos periodos de aprendizaje en la propia familia. Época de conocer y reconocer el mundo a través de códigos, normas no escritas, rituales; pero, antes que todo, la primera enseñanza es el reconocerse como hombre o como mujer, para ello, tanto el padre como la madre llevan a cabo, de manera cotidiana, las enseñanzas del “deber ser”, lo que será reforzado por otros grupos o instituciones que, al igual que la familia reforzarán las estructuras hegemónicas de la sociedad patriarcal.

Iniciándose la conformación de la persona-mujer (del género),  a partir de lo biológico y siguiendo con lo social: la genitalidad y la incorporación de los comportamientos exigidos por ser niña o por ser niño. Beauvoir explica cómo las mujeres, desde su más tierna infancia han sido preparadas para ser madres, sus juegos infantiles con otras niñas estarán centrados en “la casita”, los juegos de té, y las muñecas.  En esa primera etapa, su espejo le revela múltiples reflejos:

Bien señala la filósofa francesa:

La niña será esposa, madre y abuela; cuidará su casa exactamente  como lo hace su madre, y a sus hijos así como ella ha sido cuidada; tiene doce años y su historia ya está escrita en el cielo; la descubrirá día a día, sin hacerla jamás; es curiosa, pero se siente espantada cuando evoca esa vida cuyas etapas han sido ya todas previstas y hacia lo cual cada jornada la encamina ineluctablemente (Beauvoir, 2009:44).

Hará referencia a la mujer joven y destacará dos aspectos: la pasividad y la  feminidad; el descubrimiento de su cuerpo y del erotismo, además de la espera del hombre son los hechos que marcan su juventud. Nuevamente las clasificará:

De manera muy puntual, crítica y clara, ella indica: “Para la joven hay un divorcio entre su condición propiamente humana y su vocación femenina, y por  eso la adolescencia es para la mujer un momento tan decisivo y difícil. Hasta entonces era un individuo autónomo y ahora tiene que renunciar a su soberanía” (Beauvoir, 2009:80).

Al hacer referencia a la iniciación sexual, indica que la mujer lo debe hacer, según los requisitos patriarcales, en el matrimonio. La mujer que ha perdido su virginidad fuera del matrimonio es nombrada caída, derrotada, a diferencia del hombre quien suma a sus victorias el poseer a las mujeres y en códigos de guerra se atribuyen ataques, sitios, defensas, derrotas y capitulaciones.  Diferenciación del varón y la mujer en el  simbolismo social de la pérdida de la virginidad. Tabúes, prohibiciones y exigencias del mundo patriarcal: 

Todo “tránsito” es angustioso a causa de su carácter definitivo e irreversible; transformarse en mujer es romper con el pasado, sin apelación, pero ese tránsito preciso es más dramático que ningún otro, pues no sólo crea un hiato entre el ayer y el mañana, sino que arranca a la joven del mundo imaginario en el cual desarrollaba una parte importante de su existencia, y la precipita en el mundo real  (Beauvoir, 2009: 124).

En estos universos, la teórica advierte que al  mundo femenino se le imponen límites, al mundo viril se le ofrece ventajas, la elección precisa es la que esté dispuesta a vivir: el sacrificio o el dominio, si se considera capaz de esto último adoptará entonces una conducta viril:

Lo que le da un carácter viril a las mujeres enclaustradas en la homosexualidad no es su vida erótica que, por el contrario, las confina en un universo femenino, sino el conjunto de responsabilidades que se ven obligadas a asumir por las circunstancias de prescindir de los hombres. Su situación es opuesta a la de la cortesana que adquiere a veces un espíritu viril a fuerza de vivir entre los machos —como Ninón de Lenclós—, pero que depende de ellos (Beauvoir, 2009:165).

La situación

En este universo, ella advierte formas diferentes de vida, espacios donde transita su existencia, las mujeres son nombradas, restringidas, estigmatizadas pero, sobre todo, exigidas en su ser y hacer, nombrándolas y etiquetándolas para los “otros”. Por ello, el matrimonio es reconocido como justificación social de la existencia de la mujer. La sujeción al hombre es garantizada a cambio de ser dueña de una parcela del mundo llamada “hogar”. La inmanencia. Mujer sirvienta de su propio reino.  El cuerpo como moneda de cambio: obtiene un hogar, se da en servicio al hombre. La mujer que “no hace nada”, salvo lustrar, lavar, planchar, cocinar, ordenar, limpiar y, cuando termina, sobreviene como recompensa a su magnífica obra la “dicha de la contemplación”. Mujer subordinada, sirvienta, parásita, su trabajo cotidiano carece de valor en la esfera pública mientras que en la esfera privada… pasa lo mismo.

La mujer casada cierra las ventanas de su reino para evitar que entre el polvo y, mientras, la vida está  afuera.

Enamorada, generosamente entregada a él realizará sus tareas llena de alegría, pero le parecerán insípidos yugos si las cumple con rencor. Nunca tendrán en su destino un papel esencial y en los avatares de la vida conyugal no serán una ayuda. Por lo tanto necesitamos ver cómo se vive concretamente esa condición esencialmente definida como el  “servicio” del lecho y el “servicio” de la casa donde la mujer solo encuentra su dignidad si acepta su vasallaje (Beauvoir, 2009:215).

De igual manera advierta la presencia de la madre abnegada y tierna por naturaleza. La que se ofrendará a sus hijos y buscará en ellos su propia felicidad, porque así lo ha establecido la sociedad, por lo tanto, cumplirá con su rol.

Pero advierte la existencia de lo contrario, la “mala madre”, quien ve en sus hijos un fardo, a quien culpa de sus limitaciones y falta de libertad; su hostilidad puede convertirse en agresividad hacia ellos, tomando revancha del mundo, de sus hijos, de ella misma. Así la Mater dolorosa, nombrada así por Beauvoir, representa el término que refleja en toda su naturaleza el sacrificio y la victimización que ella misma provoca y difunde. La manipulación llevada al grado de la perfección.

Destino fisiológico, vocación “natural”, el amor materno en función a la situación de la mujer; por lo que se puede hablar de la inexistencia del “instinto maternal”.

La madre como reproductora del sistema patriarcal tendrá trato diferenciado hacia su hijo y su hija. Al varón lo sueña y le exige ser líder, héroe, superior, es trascendente;  a la hija la condena a repetir su propia historia de abnegación y sumisión. Así, transita por el camino pendular entre el orgullo que le puede generar al hijo y la limitación que le provoca  a la hija. La filósofa advierte: “Ya se ha visto que la inferioridad de la mujer provenía originalmente de que desde un comienzo se limitó a repetir la vida, en tanto el hombre inventaba razones para vivir,  más esenciales a sus ojos que la pura facticidad de su existencia. Encerrar a la mujer en la maternidad sería perpetuar esa situación” (Beauvoir, 2009:296)

Justificaciones

Simone de Beauvoir enumera diferentes modos de ser mujeres, que la sociedad aprueba pero al mismo tiempo no comprende, juzga y deja cautiva en estereotipos. Entre ellos, podemos mencionar:

La narcisista. La mujer se sabe y se hace objeto, huye de la generalidad de ser una entre millones iguales, necesitan ser admiradas y escuchadas. El éxito de su existencia depende de la cantidad de hombres sometidos bajo su poder.

La enamorada. Su destino es el hombre soñado desde la infancia, al cual se someterá de manera de manera voluntaria para alcanzar su felicidad, intenta ser todo para él, cambia, se transforma.

La mística. El amor sublime, el amor divino hace presencia en lo terrenal y la mujer cede ante él, se otorga, se anula y se aniquila.

Hacia la liberación

Finalmente, la filósofa reconoce a la mujer independiente, a quien se visualiza autónoma. Decide en función a sus propias necesidades. Busca el progreso y el equilibrio entre su vida profesional y afectiva, se reconoce como ser sexuado y hace uso de su sexualidad con responsabilidad aún a sabiendas que en una sociedad patriarcal se expone al señalamiento pero eso no la incomoda, dada la seguridad que tiene de su valía como persona.

Con los “apartados” anteriores, Simone de Beauvoir busca explicar y explicarse el mundo femenino que ha sido construido a partir de una diferenciación dicotómica excluyente donde ella es “el otro”, donde ella sirve a “los otros”, y donde ella es un “ser para los otros”.

Sin duda, sus propuestas siguen siendo básicas para comprender, explicar y tener un punto de partida certero si se pretende estudiar la condición de las mujeres.

 

Beauvoir, Simone de (2009) El segundo sexo. Cátedra: México.


[a] Maestra en Ciencias Sociales. Profesora del Área Académica de Ciencias de la Comunicación, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. sil.hor@gmail.com