Una visión constructivista en los estudios de género

Resumen

El concepto de género surge en los años setenta en el contexto de la crítica feminista para explicar, desde una nueva perspectiva, las diferencias entre mujeres y hombres, sobre las que se ha justificado a lo largo de la Historia la discriminación contra las mujeres. Para ello argumentaron una diferencia natural, biológica, que asignaba a las mujeres una naturaleza distinta a la de los hombres. Además, las mujeres eran consideradas seres inferiores, de ahí que se constituyeran en sujetos dependientes y subordinados, siempre sujetos a tutela y vigilancia y cuya principal función quedaría relegada a la reproducción y al ámbito del hogar y la familia, mientras que los hombres estaban destinados a regir la sociedad, participar en la política y el espacio público, escribir la historia y desarrollar la cultura y la ciencia. Respecto de estas ideas, el movimiento feminista y su pensamiento fue construyendo una alternativa: las discriminaciones contra las mujeres no pueden explicarse por diferencias biológicas. Por ello, es imposible hablar de categorías universales absolutas e inmutables de femineidad y masculinidad. Se habla de continuos, de grado o de intensidades de características estereotípicas en ambos sexos, las que son independientes, de los órganos sexuales y de los aspectos meramente biológicos. Sin embargo, precisamente género se refiere a la construcción relativa de los géneros: tanto de hombres como de mujeres y ambos son, precisamente, susceptibles de ser analizados desde esta perspectiva.


Palabras clave: Género, discriminación, diferencias biológicas, categoría, estereotipos

Abstract

The concept of gender emerged in the 1970s in the context of feminist criticism to explain, from a new perspective, the differences between women and men, on which discrimination against women has been justified throughout history. They argued for a natural, biological difference, which gave women a different nature than men. In addition, women were considered inferior beings, hence they were subordinate and subordinate subjects, always subject to guardianship and surveillance and whose main function would be relegated to reproduction and to the home and family, while men were destined To govern society, to participate in politics and public space, to write history and to develop culture and science. With respect to these ideas, the feminist movement and its thought was building an alternative: the discriminations against women can not be explained by biological differences. For this reason, it is impossible to speak of absolute and immutable universal categories of femininity and masculinity. It is spoken of continuous, degree or intensities of stereotypical characteristics in both sexes, those that are independent, of the sexual organs and of the purely biological aspects. Gender, however, refers to the relative construction of the genders: both men and women, and both are precisely capable of being analyzed from this perspective.


Keywords: Gender, discrimination, biological differences, category, stereotypes

Introducción

Fue en 1955 cuando John Money adopto el término de género con el fin de utilizar un concepto inclusivo que pudiera distinguir la femineidad o el ser femenino y la masculinidad o el ser masculino del sexo biológico (lo femenino y lo masculino). El constructivismo en el estudio de la sexualidad enfoca la subjetividad y las relaciones humanas y como dice Zsass (1995) “Esta corriente señala que lo varia de una cultura a otra no son solamente los comportamientos sino los significados de las prácticas sexuales. Para este enfoque, la sexualidad es primordialmente una construcción sociocultural e histórica que cambia según la época, la religión del mundo, la cultura, la clase social…”. En nuestra cultura, el género se establece como un esquema clasificador en función de la reproducción y pudiera concebirse el género como dice Cole (1996), “como un esquema continuo de categorización social de los individuos, para describir las características psicológicas, sociales y comportamentales consideradas como masculinas o femeninas” así pues en nuestras culturas occidentales los individuos necesariamente son clasificados en uno de los dos únicos y mutuamente excluyentes géneros.

Desde la sexología y los estudios de género se han dado una gran cantidad de estudios e incluso de instrumentos de medición que pretenden medir grados o niveles de femineidad o masculinidad, ejemplo de ellos son las escalas de genero del Test Minnesota, la escala de masculinidad y femineidad de Spence y Helmereich o el  inventario de Sandra Bem sobre masculinidad y femineidad denominado como escala de androginia. En todos ellos la femineidad y la masculinidad se encuentran implícitamente teorizadas como dimensiones homogéneas del temperamento susceptibles de ser medidas en todas la personas. Ello ha dado lugar involuntariamente al descubrimiento de que en una sola persona pueden coexistir elementos, esteotípicos, tanto femeninos como masculinos. De todo ello surge la concepción de que es imposible, más allá del estereotipo, concebir categorías de masculinidad o femineidad absolutas. De hecho se puede, en todo caso solo hablar de tipos de femineidad o tipos de masculinidad.

Un antecedente fundamental del concepto de género lo constituye el concepto de patriarcado que tendió a dominar las teorizaciones feministas durante la década de los 70. En términos generales podemos afirmar que el patriarcado, emergió como una herramienta analítica que explicaba las relaciones de género asimétricas en distintas formaciones sociales, modos de producción y épocas históricas (Millett, 1983) y que constituía un aspecto fundamental de la opresión de las mujeres. Cada corriente feminista enfatizó un aspecto en su definición del patriarcado. Para el feminismo radical el patriarcado aludía a la estructura y a los procesos de dominación y misoginia sobre las mujeres a través del control de sus cuerpos, de su fuerza de trabajo, de su sexualidad, de sus capacidades reproductivas (Hartmann, 1980).

El concepto de género surge en los años setenta en el contexto de la crítica feminista para explicar, desde una nueva perspectiva, las diferencias entre mujeres y hombres, sobre las que se ha justificado a lo largo de la Historia la discriminación contra las mujeres. Para ello argumentaron una diferencia natural, biológica, que asignaba a las mujeres una naturaleza distinta a la de los hombres que explicaba sus menores capacidades para ser plenos sujetos de derechos y decidir sobre sus vidas, excluyéndolas del ámbito de lo público y la política. Además, las mujeres eran consideradas seres inferiores, de ahí que se constituyeran en sujetos dependientes y subordinados, siempre sujetos a tutela y vigilancia y cuya principal función quedaría relegada a la reproducción y al ámbito del hogar y la familia, mientras que los hombres estaban destinados a regir la sociedad, participar en la política y el espacio público, escribir la Historia y desarrollar la Cultura y la Ciencia. Respecto de estas ideas, el movimiento feminista y su pensamiento fue construyendo una alternativa: las discriminaciones contra las mujeres no pueden explicarse por diferencias biológicas. Se trata de una construcción cultural, basada en el patriarcado que otorga privilegios a los varones y subordina a las mujeres y que, como tal, produce injusticias que pueden y deben revertirse.

Desde una perspectiva antropológica-estructuralista, Rubin (1986) elaboró el concepto de sistema “sexo género”. Este concepto aludía a las formas de organización de la vida social mediante las cuales "una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana" (Rubin, 1986) y se sostiene en distintas culturas, en la opresión y la subordinación de las mujeres. También especificaba los mecanismos culturales e institucionales a través de los cuales se transformaban las diferencias biológicas entre hombres y mujeres en una jerarquía de género (con una disposición obligatoria heterosexual). Desde esta perspectiva, se asume al género como una categoría social que alude a los sujetos individuales, a las organizaciones sociales y a la naturaleza de las interrelaciones. Adicionalmente el género ha sido también definido como una relación jerárquica que implica la dominación masculina (Beasley, 2005; Connell, 1987) sobre las mujeres y sobre otros hombres, enfatizándose su carácter relacional y el dinamismo y existencia no sólo de múltiples feminidades, sino también masculinidades (Connell, 2005). De este abordaje se desprende el concepto de la masculinidad hegemónica (heterosexual) como una forma de dominación ejercida sobre las mujeres y sobre masculinidades marginales (Connell, 1987; Kimmel, 2001), señalando que la identidad masculina es compleja y polivalente, visibilizando las contradicciones y la heterogeneidad, tanto de la masculinidad como de los cuerpos masculinos.

Los llamados “estudios de género” supusieron una revolución para las ciencias sociales: las grandes corrientes teóricas: marxismo, funcionalismo, estructuralismo, etc., no habían dado cuenta de la opresión de las mujeres. La distinción entre lo biológico y lo cultural tuvo la enorme trascendencia de trasladar el problema al terreno de la voluntad y la responsabilidad humana. El concepto de Género es cómo la sociedad define lo que es un hombre y una mujer. En ese sentido, es distinto de sexo (hecho biológico), ya que el género se construye social y culturalmente. Por eso cambia a lo largo del tiempo y de cultura a cultura. En todas las sociedades existen desigualdades y situaciones injustas producidas por esa atribución diferenciada de roles y oportunidades de género a hombres y mujeres. Así, el género es aprendido, no dado el proceso socializador perdura toda la vida pero es especialmente influyente en la etapa infantil y juvenil. A través de la psicología diferencial sabemos que los niños y las niñas, a la edad de tres años, tienen ya adquirida la identidad sexual y también la identidad de género, también llamada, identidad sexogenérica. Pueden distinguir a qué sexo pertenecen ellos mismos y los otros, y tienen una clara conciencia de las principales atribuciones de su género. ¿Cómo lo aprendemos? mediante la imitación (aprendizaje vicario), de las prohibiciones, permisiones, sanciones o reforzamientos que se aplican para que nos adecuemos al modelo femenino o masculino en los diferentes espacios de socialización: la escuela, los miembros de la familia, el lenguaje, los “iguales”, la Iglesia, los medios de comunicación.

A las mujeres se les atribuye mayor capacidad para las relaciones afectivas y se las socializa para que desarrollen con eficacia su rol reproductivo y se hagan cargo de las tareas de cuidado y atención personal. Los roles femeninos son considerados secundarios, promueven la dependencia y tienen poca visibilidad en el ámbito social y mucha en el familiar.  A los hombres se le presuponen unos valores y roles que les preparan para ser exitosos en el mundo público y profesional; laboral, económico, científico-tecnológico. Se le socializa para la producción y se le educa para que la fuente de su autoestima, sobre todo, provenga del éxito en este ámbito. Los mensajes que reciben los niños son de visibilidad, dominancia y superioridad. Aprendemos a ser hombres y a ser mujeres desde el preciso momento en que nacemos (y hay quien dice que incluso antes), conformando nuestra identidad, de ahí su enorme fuerza y el importante grado de inconsciencia con que vivimos nuestra posición en las relaciones de género. Eso explica que género se nos aparezca como natural, pero en realidad está “naturalizado”. El Género forma parte de nuestra identidad individual y social: de lo que somos y cómo nos autopercibimos, de cómo vemos a los demás y de cómo ellos nos ven. Género no está desligado del resto de atributos de nuestra identidad y de otras circunstancias de la vida: raza, nacionalidad, clase social y edad entre otras. Género es cambiante y evoluciona, a pesar de los patrones culturales predominantes. Las relaciones de género y el modo en que se concibe cómo deben ser los hombres y las mujeres y sus relaciones entre ellos cambia en función de múltiples factores: cambia por la propia evolución de la sociedad y de la política; cambia como resultado de un proceso migratorio; puede cambiar porque cambia la cultura, porque cambian las personas. En todas las sociedades y todas las culturas hay diferencias y desigualdades entre mujeres y hombres en las actividades y roles que llevan a cabo, así como en su distribución del tiempo; en el acceso y control de los recursos disponibles y en las oportunidades para tomar todo tipo de decisiones.

Género ubica a las mujeres, por el hecho de serlo, en una posición de subordinación respecto del conjunto de los varones, quienes se sitúan en una posición de dominio, de acuerdo a su género. Ello no significa que cada mujer esté sometida a cada varón, pues existen otras circunstancias que influyen en las oportunidades de las personas: edad, nacionalidad, clase social, etc. Sin embargo, género, dentro de cada categoría, seguirá siendo una especie de “distribuidor desigual de oportunidades” ubicando a las mujeres en una posición de desventaja para acceder a los recursos y oportunidades de todo tipo. ¿Dónde o cómo se expresan esas desigualdades? Se expresan de muchos modos y en todos los ámbitos de la vida. Es importante mantener una mirada crítica con enfoque de género para percibirlas más allá de lo aparente o lo políticamente correcto, ya que la tendencia inconsciente nos impide verlas o nos lleva a restarles importancia, cuando no a justificarlas.

Las desigualdades de género se expresan tanto en el ámbito de la educación como en el de la salud, en la economía, en relación al trabajo o en el modo en que consideran a mujeres y hombres los medios de comunicación, en relación a la conciliación de la vida laboral y familiar, en el ámbito del sistema jurídico y también en la política. Una de las expresiones más extremas de la desigualdad es la violencia de género. A continuación podemos observar algunos ejemplos. En la educación, persiste una segregación educacional respecto de las carreras técnicas, las ingenierías y las ciencias, que siguen siendo mayoritariamente masculinas. En la economía, se produce el fenómeno de la llamada feminización de la pobreza: según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo de los 1.300 millones de pobres que hay en el mundo, el 70% son mujeres, lo que se explica por las menores oportunidades económicas que todas las sociedades otorgan a las mujeres. Los medios de comunicación muestran imágenes sexistas y desvalorizadas de las mujeres. En el ámbito laboral se siguen prefiriendo a los hombres para los trabajos de mayor prestigio y responsabilidad y a las mujeres se les pregunta por su vida familiar y sobre su intención de tener descendencia. Las dificultades de conciliación de la vida laboral y familiar siguen afectando, en mayor medida, el desarrollo de la carrera profesional de las mujeres. El género también es masculino Hay una tendencia a identificar género con mujeres. Es cierto que han sido las mujeres, desde sus experiencias vitales de discriminación, quienes se han organizado y han reivindicado cambios hacia la igualdad de género, por ser precisamente el grupo excluido o desaventajado. Sin embargo, precisamente género se refiere a la construcción relativa de los géneros: tanto de hombres como de mujeres y ambos son, precisamente, susceptibles de ser analizados desde esta perspectiva.

Los hombres también se ven limitados en su desarrollo personal y social por determinadas normas que se les imponen sobre su masculinidad (tienen que ser duros, no expresar sentimientos, ser poco comunicativos, fuertes, violentos, etc.). También son discriminados cuando no responden al modelo de masculinidad hegemónica: por ser homosexuales, hombres pacíficos, sensibles, amantes del hogar... Incluso se ve afectada su salud y calidad de vida por asumir aquellos prejuicios y estereotipos sobre la masculinidad que contribuyen a agravar los riesgos asociados a su integridad física o a la forma de desarrollar su sexualidad.

Desarrollo

Una perspectiva  de género es aquella que tiene en cuenta las diferencias y desigualdades entre hombres y mujeres existentes en la realidad. Es decir, visibiliza el modo en que género puede afectar la vida y las oportunidades de las personas para resolver sus problemas y dificultades. La mirada de género implica, por tanto, una nueva mirada sobre la realidad, más amplia y completa. En este sentido comporta un proceso de aprendizaje y enriquecimiento: nos permite una mayor sensibilidad social, cualidad imprescindible de la intervención social. También nos proporciona medios para adaptar de manera más precisa y equilibrada los recursos disponibles a las necesidades de las personas, sean hombres o mujeres. En este sentido, contribuye a una mayor equidad de género; pero también contribuye, sin duda, a la mejora de la calidad e impacto de los programas y proyectos sociales.

En la evolución del concepto de igualdad, el pensamiento feminista han ido poniendo el acento en la necesidad de tener en cuenta las diferencias entre los hombres y las mujeres, sus distintos atributos si se quiere, pero no como el fundamento de la discriminación, sino como aquello que, siendo constitutivo de la propia individualidad, presupone la posibilidad ontológica de la igualdad, ya que sólo pueden ser iguales los que son individuos y, por tanto, diferentes entre sí. Promover la igualdad entre mujeres y hombres no significa hacer de ellos algo idéntico, sino más bien, equivalente, es decir, significa otorgarles igual valoración. Promover la igualdad de género implica, por tanto, acabar con las discriminaciones basadas en el sexo, otorgando el mismo valor, los mismos derechos y las mismas oportunidades a mujeres y hombres en una sociedad determinada. El principio de igualdad es más amplio, ya que incluye, además de la igualdad formal (tratar de mismo modo a todas las personas), las acciones positivas como forma de conseguir una igualdad de hecho; es decir, intervenciones que buscan superar los obstáculos que la sociedad pone a las mujeres para acceder a la igualdad real. La igualdad permite, por tanto, establecer tratos diferenciados respecto de los colectivos históricamente discriminados, en este caso por razón de su sexo, para revertir, de hecho, tal discriminación. Tales medidas, de acción positiva no deben considerarse como privilegios o discriminaciones inversas, sino más bien, formas concretas de realizar la igualdad, tal como se explica en el epígrafe relativo a acciones positivas. Toda intervención social (sean políticas públicas, programas o proyectos) tienen un impacto sobre género y las relaciones de género.  Dicho de otro modo: no existen intervenciones sociales “neutras” respecto de género. Si se pretende mejorar la vida de las personas resulta imprescindible conocer en qué modifica o influye género en sus oportunidades de acceder a tal mejora.  Sólo aplicando un análisis de género será posible conocer la realidad y evitar basar la planificación de las intervenciones sobre supuestos o ideas previas respecto de la vida de las mujeres: tal aprendizaje mejorará la adaptación de los proyectos a las necesidades y circunstancias reales de las personas.

Aplicar una perspectiva de género en la intervención social implica una toma de postura a favor de la igualdad de género en las diversas intervenciones, programas, proyectos y actividades que se desempeñan a favor de determinados colectivos que se encuentran en especiales dificultades. Por ello, la aplicación de la perspectiva de género tiene una dimensión política inevitable y no conviene reducirla a una mera técnica o herramienta: nos permite promover cambios sociales o, al menos, evitar seguir profundizando las discriminaciones de género. Ello implica transcurrir del análisis de vulnerabilidad a un análisis de discriminación. Lo que les pasa a las mujeres no sólo tiene que ver con la vulnerabilidad del “colectivo” donde se integran, también se explica su situación por la discriminación de género, y también género influye y modifica el modo en que vive, experimenta y puede enfrentar su situación de exclusión. Desde la perspectiva de género se pone el énfasis en los obstáculos que tienen las mujeres para participar en las distintas áreas de la sociedad, la cultura, la economía, no tanto como seres vulnerables, sino como personas que ven vulnerados sus derechos: son discriminadas por su pertenencia al género femenino. De este modo la vulnerabilidad deja de concebirse como algo natural o innato en las mujeres y pasa a explicarse como vulnerabilidad social o ambiental, procedente de la amenaza del sexismo, la violencia y la discriminación.

Desde esta perspectiva no se entiende que las mujeres tengan menor capacidad o inferioridad de condiciones, más bien se considera que la vulnerabilidad es de naturaleza política: es una vulneración de derechos, discriminación y no respeto y reconocimiento de las diferencias de género. En este sentido, la perspectiva de género es una perspectiva de la diferencia y del respeto de la diferencia en igualdad, del mismo modo que para el caso de la raza. De ahí que se proponga un cambio en el enfoque de los proyectos y las intervenciones sociales: dejar de considerar a los problemas de las mujeres como producto de una cierta vulnerabilidad “natural” es, probablemente, el primer paso para mejorar la calidad de su participación y la primera oportunidad para acompañar un proceso de empoderamiento de género real y sostenible.

Conclusiones

Si consideramos que las categorías de género son un constructo social que se expresa a través de características estereotípicas de la femineidad y masculinidad y que estos estereotipos son limitantes para el desarrollo humano, además de que es claro  que no podemos hablar de una sola femineidad o masculinidad, es importante, para poder pensar en Seres humanos más libres y con mayor capacidad de crecimiento y autorrealización, en generar cambios al interior del currículo de la educación básica el que se acompañe de una activa formación del profesorado incorporando una reflexión crítica sobre los valores y creencias y de esta manera poder transformar los procesos de discriminación y erradicar el sexismo.

Es preciso resaltar que actualmente no existe un consenso en la definición ni en la pertinencia del uso del concepto de género. Para algunos autores el género es considerado una herramienta analítica que alude a significados socialmente construidos. Bajo influencia de corrientes postmodernistas y post estructuralistas han emergido teorizaciones que establecen relaciones más complejas y contingentes entre los cuerpos, el sexo, las sexualidades y el género. Se ha cuestionado la oposición binaria entre los sexos, las sexualidades y el género, también la distinción entre sexo y género, así como las nociones que aludían a identidades, anatomías y cuerpos, “fijos” o “estables” que habían dominado las teorizaciones iniciales. Esta postura sugiere que no existe una correspondencia fija entre el cuerpo sexuado, las identidades de género y las identidades sexuales. Así, desde el feminismo post-estructuralista se comenzaron a definir dichos conceptos como performances construidas dinámica y fluidamente a través de prácticas y discursos sociales y culturales, señalando la inestabilidad y contingencia de dichas categorías

Así, el género es conceptualizado como una práctica social que alude continuamente al cuerpo (pero que no puede ser reducida únicamente a los aspectos corporales) y a los procesos socio históricos que configuran dicha práctica. Desde esta perspectiva, el ámbito reproductivo no es considerado como una base biológica sino como procesos históricos que involucran al cuerpo y no a un conjunto de determinantes e imperativos biológicos Adicionalmente, es preciso resaltar que los conceptos y las teorías sobre el género han sido, desde su aparición, enriquecidos, re-elaborados e incluso cuestionados. Las críticas en torno a las teorizaciones y conceptualizaciones referidas al género son diversas y provienen de diferentes fuentes.

Referencias

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López Méndez, (2015). El enfoque de género en la intervención social, recuperado desde http://xenero.webs.uvigo.es/profesorado/carmen_verde/manual.pdf.


[a] Director del Instituto Mexicano de Sexología – IMESEX, A.C.

[b] Profesor Investigador – Área académica de Medicina – UAEH-ESTl

[c] Profesor Investigador – Área académica de Medicina – UAEH-ICSa

[d] Profesor Investigador – Área académica de Enfermería – UAEH-ICSa

[e] Alumnos de la Licenciatura en Médico Cirujano – UAEH-ESTl