La homofobia: Una grave enfermedad

Resumen

La homofobia, es la manifestación de un miedo irracional, bajo el cual subyace un conflicto emocional; consecuentemente, no podemos menos que considerarla y manejarla como un trastorno, como un padecimiento, como una expresión patológica. Inmersa dentro de la ignorancia, denota un profundo desconocimiento. Es recomendable, por consiguiente, tratarla para identificar los conflictos que dan origen a esos miedos irracionales, con el fin de que el individuo pueda superarlos; tras lo cual, podrá expresarse y manifestarse en el mundo sin el obstáculo de sus temores y sin generar problemas y conflicto a otros.


Palabras clave: Homofobia, miedo, conflicto.

Abstract

Homophobia is the manifestation of an irrational fear, under which lies an emotional conflict; consequently, we can not but consider it and manage it as a disorder, as a condition, such as a pathological expression. Steeped in ignorance, denotes a profound ignorance. It is advisable, therefore, to identify conflicts treat that give rise to these irrational fears, so that the individual can overcome; after which you can express and manifest in the world without the hindrance of their fears and without creating other problems and conflict.


Keywords: Homophobia, fear, conflict.

Introducción

En la mayoría de las fobias, la victima del padecimiento es el propio sujeto fóbico, que se ve limitado en su hacer y vivir cotidianos porque sus miedos, con frecuencia, devienen paralizantes y distorsionan su percepción de la realidad. Ello ha permitido que las fobias, sean pesadas y contextualizadas como problemas médicos, que dan lugar a concebir e implementar programas terapéuticos específicos, con el fin de ayudar al enfermo. No obstante, en el caso concreto de la homofobia, en términos generales, el sujeto que padece el trastorno no es tanto la victima de la fobia sino el victimario de aquellos individuos a los que identifica como homosexuales, independientemente de que lo sean o no. finalmente, no hay que olvidar que existe una arraigada y falseada imagen de las homosexualidades; en principio, teniéndolas como algo unívoco, singular, cuando se dan expresiones plurales en virtud de las cualidades propias del individuo y del entorno en que se desarrolla y expresa. Esa singularización y simplificación arbitraria y falsa de las homosexualidades devienen en significar lo homosexual como sinónimo y expresión de debilidad, la cobardía y el amaneramiento, y con frecuencia supone pensarla inevitablemente asociada a conductas antisociales. Equivocadamente, el homófobo califica de homosexual a las personas, en función de que manifiestan manierismos atípicos, léase: diversos grados de afeminamiento (en el caso de los hombres) y de masculinización (en el caso de las mujeres homosexuales). Y la realidad es que, ni todo homosexual tiene manierismos atípicos, ni todo el que los tiene es necesariamente homosexual. Asimismo, no es raro que también se asocie la homosexualidad con la irresponsabilidad, el vicio y la promiscuidad. De ahí que, equivocadamente, se piense que todo homosexual busca realizarse eróticamente con cualquier individuo de su propio sexo; fantasía que estimula el miedo irracional del homófobo, que se piensa perseguido o acosado.

Las falsas imágenes de las homosexualidades, con frecuencia muevan a repudios y malos tratos, a burlas, discriminaciones y agresiones físicas, incluso a legislaciones prejuiciadas e inequitativas; por ejemplo, en la resistencia que existe para reconocer legalmente las parejas homosexuales, con el fin de que puedan disfrutar de los mismos derechos y tener las mismas obligaciones que las parejas heterosexuales; no olvidemos que estas últimas, cuentan con la institución matrimonial que les permite tener una serie de derechos y prestaciones que les son negados a las parejas homosexuales: ser beneficiarios del seguro social de su pareja o tener acceso a una pensión de viudez. Todo ello, aunque a veces es difícil de reconocerlo, no solo más que manifestaciones de la homofobia que caracteriza al orden social hegemónico.

También es una expresión de homofobia el pretender que él o la homosexual piense como el heterosexual, homofobia es imponer una perspectiva heterosexual de la realidad y suponer que, incluso más allá de la reproducción, cada uno de los sexos es necesariamente el complemento del otro. En otras palabras, es homofóbico el pretender que la perspectiva heterocentrista de la realidad es la única valida. La razón de todo ello es que, en realidad, se ignora lo que es ser homosexual, vivirse homosexual y pensar la realidad desde las homosexualidades.

Desarrollo

La homofobia podemos y tenemos que considerarla no solo como una manera injusta de tratar al individuo homoerótico, sino como una enfermedad; incluso como una enfermedad altamente contagiosa, en la medida en que se disemina fácilmente por el espacio, dado que se trasmite vía la educación informal de la sexualidad que se da en el seno familiar; en las escuelas, en las diversas iglesias, en los medios de comunicación, etcétera. De hecho, expresiones tan cotidianas como “Los niños no lloran” y “Las niñas no deben subirse a los arboles”, son dos expresiones aparentemente inocuas que, como muchas otras, contienen las semillas tanto de la misoginia como de la homofobia; son frases hechas que pretenden condicionar la vida de los individuos a las expectativas rólicas estereotipadas de una sociedad falocrática y heterocéntrica. Una sociedad que, como la nuestra, ve a la sexualidad como mirada reproductivista y se resiste a reconocer y a considerar a la sexualidad como una cualidad eminentemente plástica, que da paso a una pluralidad de maneras de ser y de sentir de las personas.

Es evidente que la homofobia y la misoginia tienen mucho en común y comparten un largo devenir histórico; una y otra son expresiones coactuantes de la sobrevaloración de algunas características consideradas masculinas y de la infravaloración de la mujer como individuo sexual y como sujeto social. El desprecio y el miedo que produce la homosexualidad masculina van paralelos, en la mayoría de los casos, a una devaluación de la mujer. Incluso en sociedades como la Griega, en la época clásica, el papel de penetrado en el acto sexual era solo aceptable en el caso de las mujeres, de los efebos y los esclavos, y el transvestismo masculino (fuera del escenario teatral) era objeto de burla y desprecio, porque rebajaba al hombre al status inferior de las mujeres.

Es primordial reconocer que muchos de los prejuicios en torno a la homosexualidad, la bisexualidad, el travestismo, transgenerismo y la transexualidad, en sociedades como la nuestra, son el producto de una herencia histórica de tintes misóginos y homófobos, en función de un legado histórico de tradición Grecoromana y judeo-cristiana; esta última caracterizada por sus discursos y planteamientos sexo-políticos de corte genésico. Basta revisar textos como el Génesis, el Levítico y algunos de los escritos de Saulo de Tarso (léase: San Pablo) en el Nuevo Testamento, para tener claros ejemplos de la misoginia y de la homofobia que nos ha legado la historia de Europa. A lo que podemos agregar, en el caso concreto de México, la homofobia heredada de la tradición cultural mexicana.

En virtud de esa larga, plural y compleja historia de la homofobia, no es de extrañar que esta también derive (y por ende devenga) en una modalidad de ideología, que redunda en acciones no solo de rechazo o discriminación social (laboral, escolar, religiosa, familiar, etcétera) sino que, con frecuencia, tiene como secuelas diversos ejercicios políticos y no pocas manifestaciones de extorsiones, chantajes, ataques violentos e incluso asesinatos, que la mayoría de las veces queda impunes. Al respecto; cabe apuntar que la impunidad de tales crímenes también se debe a prejuicios homofobicos, que mueven a pensar que todos asesinato de un hombre o una mujer homosexual es producto de un crimen pasional; con argumentos simplistas, siempre se tiende a culpar de dichos asesinatos a otro homosexual.

A lo anterior cabe añadir que, con una frecuencia que debía alarmar a los responsables del bienestar social, todo ese ambiente homofobico que permea a la familia, a la iglesia, al ejercicio e incluso a muchas de nuestras leyes y reglamentos, genera una tensión tal en ciertos individuos en desarrollo (o incluso en adultos) que se ven a sí mismo acorralados y se sienten vencidos, por lo que buscan como vía de escape el suicidio. ¿A quién o a qué debemos responsabilizar de los números suicidios de adolescentes homosexuales, si no es a la homofobia que se respira en el hogar, en la escuela, en las calles, en las instituciones de gobierno, en las religiones, etcétera?

No debemos cerrar los ojos ante un hecho lamentable: todo homosexual (hombre o mujer) nace en un contexto social que lo rechaza desde antes de que el propio individuo construya su identidad como homosexual; identidad que se enfrenta desde el principio al desprecio y a la burla, cuando no a una autentica persecución.

Hasta ahora la homofobia ha sido vista, todo lo más, como una modalidad de discriminación social. Y sin lugar a dudas, las actitudes homofobicas son fuente de discriminaciones varias, pero el problema no termina ahí; es mucho más profundo y grave. Y si bien es importante generar políticas y leyes que acaben con la discriminación en general, es preciso y urgente identificar y singularizar el fenómeno y los alcances de la homofobia, porque sus repercusiones, como queda manifiesto, con frecuencia colocan a los individuos en situaciones de alto riesgo. Ahora bien, en el caso de las mujeres homosexuales, la homofobia se significa como un agravante más de las condiciones de vulnerabilidad de las mujeres, en la medida en que agrega nuevas expresiones de dolor y sufrimiento a la ya de por si debilitada y amenazada realidad femenina.

La homofobia y la misoginia circulan en un mismo carril ideológico, por lo que de ellas derivan otras víctimas: los travestis, transgeneros y transexuales, en la medida en que su imagen y su cotidianidad sexo-genérica chocan violentamente con el muro de intransigencia e intolerancia social. Sin embargo, no se trata de ser tolerantes, porque la tolerancia denigra, se trata de ser “aceptativos” de la realidad, de que nuestra sociedad responda en consecuencia a la diversidad sexo-genérica, a la diversidad sexo-erótica y a la variabilidad humana en general. Se trata de reconocer como riqueza social la diferencia, la variabilidad, la pluralidad de formas de ser, porque ello deviene en una riqueza social y cultural.

Hoy por hoy; en México, no se ha querido reconocer que la homofobia es una grave enfermedad, que no solo afecta a ciertos individuos sino que se trasmina en todo el entramado social. Incluso el sector salud solo considera la existencia de la homofobia de manera tangencial, particularmente cuando piensa en estrategias y programas con relación al vih-sida. No se la reconoce como lo que es: una verdadera enfermedad que se trasmite en el devenir cotidiano, vía el chiste, el insulto, el desprecio y el rechazo familiar, la denigración, la injuria, etcétera.

La homofobia, desde una perspectiva realmente seria y rigurosa es una enfermedad que promueve un desorden social, y es fuente generadora de injusticias, inequidades y crímenes. Más aun, es una enfermedad que, por la fuerte presión social que produce, incluso llega a afectar a muchos homosexuales (tanto hombres como mujeres), que se expresan como homofobicos dado que introyectan la homofobia imperante en el ambiente y en el discurso sexo-político hegemónico. Desde que uno nace, se generan expectativas con respecto a nuestro ser sexual y genérico, y en el seno de una sociedad heterocentrista, cuando el individuo se reconoce sexo-eróticamente diferente, se encuentra con que ha aprendido a odiar y a temer a lo que siente y desea; consecuentemente, el individuo se convierte en víctima de sí mismo, deseando no ser como es y culpabilizando a otros de sus deseos y gustos sexo-eróticos. Toda persona homosexual se ha visto enfrentado a si mismo/a por las expresiones de burla y los chistes que se hacen, y cuando vence en gran medida sus miedos, no es de extrañar que escuche comentarios como: está bien que sea lo que quieran, pero no se exhiban, que no demuestren sus afectos o “desviaciones” en público. De hecho, el ocultamiento que da lugar al llamado closet, no es más que una expresión de un miedo introyectado y de una venganza aprendida, al tiempo que deviene en aval social del discurso y del hacer homofóbicos del grupo social. Por otra parte, la homofobia introproyectada se pone en evidencia cuando él o la homosexual rechazan de algunas acciones o incluso maneras de ser, de vestir o de hablar de otros homosexuales. No son pocos los homosexuales que, por ejemplo, rechaza y violentan al travesti o al transexual, simplemente porque consideran que la homosexualidad (particularmente la masculina) debe de responder rólicamente a las expectativas sociales respecto al sexo-genero. Otras veces, la homofobia introyectada deriva en reprimir en sí mismos la expresión libre, sana y responsable de sus preferencias sexo-eróticas, por lo que se convierten en carme de cañón de no pocos especialistas de la salud o de grupos fanaticos religiosos, que prometen la cura de la homosexualidad. Cabe recordar, al respecto, que en nuestro país se llegó a intentar curar la homosexualidad con electroshocks e incluso mediante la lobatomia, y que no pocos padres de familia, al enterarse o sospechar de la homosexualidad de un hijo o hija, lo primero que piensan es en someterlo a una terapia psicológica que haga de él o ella un sujeto heterosexua, una persona normal, cuando en realidad no existe terapia o método que consigna tal cosa y que la misma Organización Mundial de la Salud ha dejado de considerarla una enfermedad desde la década de los 70s.

Conclusiones

Por más que a partir del activismo homosexual, lésbico, transgenérico y transexual se haya ido dando un “acostumbramiento” social a la presencia de formas de ser, sentir y relacionarse distintas a la heterosexualidad, no podemos olvidar ni negar que la sociedad en la que vivimos es profundamente homofobica y, por ende, es una sociedad enferma. Sanear a la sociedad, por tanto, supone un arduo trabajo desde muchos frentes, dado que debemos tratar la homofobia, tanto en términos psiquiátricos y psicológicos como en términos jurídicos; es imperativo y urgente que en México se contemple la homofobia desde dos perspectivas:

  1. Como un padecimiento que debe ser reconocido y tratado por el sector salud
  2. Como una expresión delictiva que pone en riesgo a un creciente número de ciudadanos y ciudadanas.

Es más que necesario, imperante, erradicar la homofobia mediante una legislación específica, una acción decidida del sector salud y de otros ámbitos de gobierno, por ejemplo, la Secretaria de Educación Pública, que debe promover aquellas acciones que permitan una re-educación social al respecto. Para ello, hay que hacer una profunda revisión del quehacer político y reconocer que en un país se define como laico, no es aceptable que una perspectiva o una moral de corte o influencian religiosa se interponga entre el individuo y la justicia. La erradicación de la homofobia supone un esfuerzo individual y colectivo, y es, más que una responsabilidad, una obligación gubernamental.

Referencias

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[1] Antropologo Físico, Profesor investigador en Instituto Nacional de Antropología e Historia, INAH.

[2] Profesores/as investigadores/as de la Licenciatura en Enfermería-UAEH-ESTl.

[3] 4Alumno de 2º. Semestre de la Licenciatura en Médico Cirujano-UAEH-ESTl