Chernóbil y el fin de la naturaleza

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El hombre es fruto de la naturaleza, y de eso hemos tenido consciencia desde hace tiempo. Como atestiguan los mitos acerca de los orígenes, los humanos se imaginaron surgir del barro o del agua. A la naturaleza imaginábamos regresar tras la muerte, ya fuera a cielos por descubrir o a la tierra, al tiempo madre y hermana. La naturaleza fue misterio y conquista. Nos impusimos el mandato de desentrañarla: “¡Conquistad la tierra!”, se decretó en la Biblia. De este modo, cada territorio, planta y yacimiento que se descubría se erigieron en trofeos a la astucia y a la obstinación de quienes siguieron ese mandato. El asalto a la naturaleza la transformó, de un modo tal que esta palabra ahora tiene la pátina de una reliquia cuando salta de las crónicas de Alexander von Humboldt o de los soliloquios de Henry David Thoreau. Con la nostalgia de lo que se fue, vivimos en el Antropoceno, la era del hombre, el tiempo de una “naturaleza” que sufre nuestros excesos y conservará nuestra impronta. Se ha escrito que fueron los exterminadores de la megafauna de América quienes iniciaron esta era; otros prefieren señalar a James Watt, el artífice de la máquina de vapor. Otros atribuimos el fin de la naturaleza a la domesticación del átomo.

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Vázquez Rodríguez G.A. (2018) Chernóbil y el fin de la naturaleza. Elementos Vol. 110, pp. 41-43.

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