¿Qué produce el Arte?
Abstract
En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo.
Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como
espectáculo independiente, cosa que hoy, en cambio, es imposible del todo. Eran
otros los tiempos. Entonces, toda la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba
su interés a cada día de ayuno; todos querían verlo siquiera una vez al día; en los
últimos del ayuno no faltaba quien se estuviera días enteros sentado ante la
pequeña jaula del ayunador; había, además, exhibiciones nocturnas, cuyo efecto
era realzado por medio de antorchas; en los días buenos, se sacaba la jaula al aire
libre, y era entonces cuando les mostraban el ayunador a los niños. Para los
adultos aquello solía no ser más que una broma, en la que tomaban parte medio
por moda; pero los niños, cogidos de las manos por prudencia, miraban
asombrados y boquiabiertos a aquel hombre pálido, con camiseta oscura, de
costillas salientes, que, desdeñando un asiento, permanecía tendido en la paja
esparcida por el suelo, y saludaba, a veces, cortésmente o respondía con forzada
sonrisa a las preguntas que se le dirigían o sacaba, quizá, un brazo por entre los
hierros para hacer notar su delgadez, y volvía después a sumirse en su propio
interior, sin preocuparse de nadie ni de nada, ni siquiera de la marcha del reloj,
para él tan importante, única pieza de mobiliario que se veía en su jaula. Entonces
se quedaba mirando al vacío, delante de sí, con ojos semicerrados, y sólo de
cuando en cuando bebía en un diminuto vaso un sorbito de agua para
humedecerse los labios.