Los condes del valle de Orizaba , su legado en la ciudad de Tulancingo
Resumen
Tulancingo es una de las poblaciones más antiguas de la zona del altiplano, está ubicada a 90 kilómetros al norte de la Ciudad de México, en este lugar, alrededor de 1530, franciscanos provenientes de Texcoco, fundaron la doctrina de San Juan Bautista Tollantzingo. Su cercanía con la capital, la fertilidad de sus tierras y su ubicación, desde la que se podía llegar hasta la costa o emprender la ruta del norte la convirtieron en un excelente lugar para residir. Los condes del Valle de Orizaba se relacionan con este lugar, a partir del matrimonio de don Luis de Vivero e Ircio de Mendoza, II conde del Valle de Orizaba con doña Graciana de Acuña y Jaso, vecina de Tulancingo y rica heredera del mayorazgo fundado por su padres Diego de Peredo y María de Acuña y Jaso. El matrimonio se estableció en esta población y en ella nacieron al menos cuatro de sus cinco hijos. Los condes fueron patronos de la capellanía fundada por Diego de Peredo, a favor del altar de San Diego, de la iglesia del convento de Tulancingo. Esta misma iglesia sirvió de base para la construcción de la actual catedral. El conjunto resguarda entre sus muros varias pinturas del siglo XVII, dos de las más notables exhiben una cartela de donación en la que se lee: “A devoción del ilustre señor don Nicolás Vivero y peredo [sic] conde del Valle de Orizaba (…)”. Las pinturas son relevantes tanto por la importancia del donante, que perteneció a una de las familias más prominentes de la Nueva España, como por ellas mismas pues se presume que son de la autoría de Juan Sánchez Salmerón, pintor contemporáneo de Cristóbal de Villalpando y que fue llamado para dictaminar sobre el origen del lienzo de la guadalupana.